Es bien sabido: “los viajes ilustran”, son una fuente infinita de aprendizaje; nos permiten entrar en contacto con otras culturas, cercanas o remotas, y así comprenderlas mejor; nos ofrecen también la oportunidad de estudiar de cerca, mediante la exploración de sus vestigios, las civilizaciones que fundaron y se desarrollaron en las grandes ciudades de la Antigüedad.
A lo largo de la Historia, la búsqueda del conocimiento ha impulsado al hombre a emprender grandes aventuras hacia lo desconocido. Tal es el caso del arqueólogo, fotógrafo y explorador francés Désiré Charnay, quien desde mediados del siglo XIX realizó varios viajes hacia el continente americano. De sus exploraciones, trajo a Europa abundantes registros inéditos que, en ese entonces, sorprendieron al mundo, y que hoy en día constituyen aportaciones documentales invaluables.
Claude-Joseph le Désiré Charnay nació en la pequeña comuna francesa de Fleurieux-sur-l’Arbresle, el 12 de mayo de 1828, en el seno de una familia acomodada y con alto nivel cultural, lo que le permitió realizar estudios literarios en Inglaterra y Alemania. En 1850, viajó a América para dar clases de francés en una escuela de Nueva Orleans, en Luisiana, y es ahí donde conoció los relatos de John Lloyd Stephens, un descubrimiento determinante que detonaría su espíritu romántico y aventurero. John Lloyd Stephens (1805-1852), viajero y explorador estadounidense, realizaba viajes por Medio Oriente, Asia, Europa, México y Centroamérica, muchos de ellos en compañía del arquitecto y dibujante inglés Frederick Catherwood (1799-1854). La extraordinaria capacidad narrativa de Stephens, aunada al talento y la minuciosidad de Catherwood para realizar ilustraciones, valió a sus diversas publicaciones ser consideradas como un parteaguas en la historia de la arqueología maya, al dar a conocer, por primera vez de manera más objetiva, detallada y fidedigna, importantes vestigios de la cultura maya.
Profundamente inspirado y entusiasmado por los trabajos de Stephens y Catherwood, Charnay volvió a Francia con el fin de obtener financiamiento para regresar a América, pero esta vez, con un propósito mucho más ambicioso: explorar las ruinas de las antiguas civilizaciones prehispánicas, y documentarlas por medio de las –entonces– novedosas técnicas fotográficas. Fue así como, en noviembre de 1857, Charnay desembarcó en el puerto de Veracruz, armado de su libreta de apuntes y su muy voluminoso equipo fotográfico. Se instaló en la Ciudad de México, donde permaneció durante varios meses, familiarizándose con la cultura mexicana y planeando sus expediciones a varias partes del país, principalmente a Yucatán. La primera etapa de su itinerario lo llevó a Oaxaca, con el objetivo de visitar Mitla; Desafortunadamente, la situación empezó a complicarse, pues su equipo fotográfico tardó cinco meses en llegar, por lo que tuvo que experimentar con materiales locales. Finalmente, habiendo enfrentado múltiples contratiempos derivados de la inestabilidad política que afectaba a México en esa época, Charnay volvió a Veracruz; más adelante, lograría visitar diversos sitios de Yucatán y Chiapas.
En 1861, Charnay regresó a París y decidió organizar una exposición con el fin de dar a conocer su trabajo, lo cual causó gran expectativa entre el público curioso de descubrir la verdadera apariencia de los vestigios arqueológicos de los sitios tan exóticos explorados por Charnay. Tal fue el éxito de la exposición que el propio emperador Napoleón III patrocinó la edición de un álbum con 49 láminas de imágenes originalmente capturadas con negativos de cristal de colodión húmedo y posteriormente impresas mediante la técnica de la albúmina. Estas fotografías, junto con las crónicas del viaje de Charnay y un prólogo del afamado arquitecto francés Eugène Viollet-le-Duc, fueron publicadas en 1863 bajo el título de Cités et Ruines Américaines. Mitla, Palenqué, Izamal, Chichen-Itza, Uxmal.
A continuación, Charnay viajó a diversas partes del mundo, entre ellas, Madagascar, Indonesia, Australia y Sudamérica. Sin embargo, no fue sino hasta 1880 que planeó otra expedición al territorio mexicano, nuevamente con el apoyo del Ministerio francés de la Instrucción Pública, al que se sumaba ahora el patrocinio del empresario neoyorquino de ascendencia francesa Pierre Lorillard. En esta ocasión, regresó a la península de Yucatán, pero con un enfoque más de carácter arqueológico y de investigación. También visitó Teotihuacán, Ozumba, Tula, Palenque, Yaxchilán, descubrió el sitio de Comalcalco, y llegó a lugares aun más retirados, como Copán y Tikal. El resultado de este segundo viaje fue la publicación, en 1885,del libro Les Anciennes Villes du Nouveau Monde. Voyages d’explorations au Mexique et dans l’Amérique centrale.
En 1886, realizó su tercer y último viaje a México, esta vez centrándose específicamente en la zona maya; relató aquella última aventura en su libro Ma dernière expédition au Yucatán, publicado en 1887.
Charnay falleció a causa de una neumonía el 24 de octubre de 1915, en París.
A lo largo de los próximos meses, acompañaremos a Désiré Charnay en sus recorridos de exploración, cruzando ríos y subiendo montañas con él, para adentrarnos en los sitios arqueológicos más recónditos, muchas veces riesgosos y difíciles de acceso; para ello, contaremos con los relatos que él mismo hizo de su primer viaje a México, recopilados en el libro Cités et Ruines Américaines e ilustrados con sus propias fotografías, cuyos originales forman parte de la Colección Ricardo B. Salinas Pliego. Seremos testigos de las vicisitudes que tuvo que padecer ese intrépido personaje para obtener sus registros fotográficos, desde los largos trayectos entre la maleza, cargando su equipo de tonelada y media de peso –el cual incluía frágiles placas de cristal–, con la sola ayuda de unas cuantas mulas, hasta la complejidad que representaba el tener que improvisar un laboratorio de revelado en plena selva, al interior de las mismas ruinas.
¡Bienvenidos a bordo y disfruten de esta aventura!