“Chunyaxnic”, el templo de un solo aposento. Fachada al sur. Fotografía: Teoberto Maler. Técnica: platino. Dimensiones: 36.5 × 28 cm.
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La fotografía en la imagen arqueológica

El musicólogo Luis Pérez Santoja reflexiona sobre la genialidad y la búsqueda de la libertad de Mozart a la luz El rapto de serrallo, la primera ópera del compositor del género del singspiel. Descubra no sólo qué es un “serrallo”, sino cómo el joven Mozart se abre camino en Viena, tras liberarse del yugo del amo y el padre, así como su ideología: la unión de los hombres, una sensibilidad ética, la firmeza del amor y la pasión por el conocimiento.


Por Cora Falero Ruiz

La sensación que causamos no es diversa a la que producen los orientales. También ellos, chinos, indostanos o árabes, son herméticos e indescifrables. También ellos arrastran en andrajos un pasado todavía vivo. Hay un misterio mexicano como hay un misterio amarillo y uno negro. El contenido concreto de esas representaciones depende de cada espectador. Pero todos coinciden en hacerse de nosotros una imagen ambigua, cuando no contradictoria…

Octavio Paz, El laberinto de la soledad

En el siglo XIX se consolidaron dos disciplinas, cada una distinta, una de ellas a la sombra del arte y la otra como ciencia, cuyo vínculo contribuyó a su desarrollo individual a la vez que al surgimiento de un método de trabajo conjunto que se mantiene hasta nuestros días. La fotografía llegó a México apenas un año después de su aparición en 1839. Su arribo fue en manos extranjeras: el primer profesional, de origen francés y de apellido Prèlier, se instaló en la Ciudad de México en enero de 1840, y haciendo uso de la daguerrotipia comenzó formalmente la práctica y comercialización de la fotografía. De manera gradual, nuevos estudios fotográficos surgieron en esta y otras ciudades del país. La evolución de la técnica fue de la mano con la demanda social. Los registros más emblemáticos se centraron en los retratos, pero en menos de tres décadas, los paisajes, las vistas y los vestigios arqueológicos de las culturas precolombinas se sumaron al conjunto de los temas más representativos en lo que hoy forma parte de la narrativa histórica de la lente en México.

Parte importante del registro sobre las ruinas y objetos arqueológicos es el que realizaron Désiré Charnay (1828-1915) y Teoberto Maler (1842-1917), quienes figuran entre los primeros exploradores que se adentraron en el extenso territorio delineado por las construcciones que atestiguan el esplendor maya del periodo Clásico; en la contundente simetría de los edificios mixtecos de las antiguas urbes de Mitla y Monte Albán; en el legado universal de la cultura que atestiguó la irrupción europea, la mexica, que velada y latente continuaría durante los tres siglos del dominio español y que se conservó hasta llegar a constituir parte fundamental del acervo del Museo Nacional, primero en nuestro país.

La fotografía llegó a México apenas un año después de su aparición en 1839. Su arribo fue en manos extranjeras.

Si bien la arqueología se constituyó en una ciencia durante la segunda mitad del siglo XIX, las exploraciones y los descubrimientos de viajeros y estudiosos europeos por regiones de Asia, África y América habían comenzado décadas atrás. El interés de un liberalismo en práctica llevó a algunos especialistas y a estudiosos en formación a indagar en el asombroso pasado de las culturas primigenias en aras de recuperar un conocimiento que les fuera útil en la construcción de su presente. La fotografía permitió el registro de los vestigios materiales de las sociedades pretéritas. Acompañó al dibujo como primer recurso o instrumento de conocimiento útil para la observación de los diferentes hallazgos. Se convirtió en una fuente inapelable sobre la existencia de nuevos descubrimientos; brindó la posibilidad de dar constancia exacta de la realidad, más aún, de lo que cada explorador o especialista quería capturar: un hallazgo, edificios poco menos que visibles entre la exuberante vegetación del sureste mexicano; construcciones pretéritas reveladas por la aridez de entornos menos fértiles; habitantes o naturales en cuyo circundante fondo el concepto de pertenencia redondeaba una imagen en la que naturaleza, pasado y presente se fundían para integrar una unidad llamada imagen, vista o paisaje.

La fotografía permitió el registro de los vestigios materiales de las sociedades pretéritas… Se convirtió en una fuente inapelable sobre la existencia de nuevos descubrimientos.

El interés que despertó el territorio mexicano entre los curiosos y viajeros europeos comienza, quizá, en un sentido solo cronológico, con Alexander von Humboldt (1769-1859), quien recorrió gran parte de la geografía americana y de la que no escapó el entonces territorio novohispano. El resultado de sus exploraciones y estudios permanece profusamente narrado en distintos tratados. Uno de ellos, Ensayo político sobre la Nueva España, representa desde su publicación en París, en 1811, una fuente sobre la geografía y la historia de la geografía misma, a la vez que un compendio de fuentes y un concentrado de información científica, territorial y poblacional. La gran cantidad de datos que ofrece se complementan con ilustraciones, cartografías y dibujos de carácter científico y decorativo. La obra de Humboldt resguarda una estética propia bajo su lectura científica; la técnica litográfica editorializó sus propios dibujos en el Ensayo… para conformar una de las obras más profusamente ilustradas y puestas en circulación en el mismo siglo en el que décadas después aparecerá la fotografía. ¿Qué habría sido de la obra del prusiano si la precisión de una cámara con lente hubiera registrado sus largos recorridos por el territorio de la Nueva España?

El interés que despertó el territorio mexicano entre los curiosos y viajeros europeos comienza, quizá, en un sentido solo cronológico, con Alexander von Humboldt.

Otros como Humboldt llegaron décadas después a la nación mexicana en calidad de fotógrafos, viajeros y científicos; movidos por el interés particular, subvencionados por su propia economía o como parte de un proyecto de exploración sufragado con recursos de instituciones. Llegaban, recorrían y fotografiaban; capturaban en imágenes todo aquello que les parecía tan distinto –y lo era–, a lo entonces conocido tanto en el propio México como en sus países de origen. El exotismo marcaba su ruta en la avidez de conocimiento, mientras que la fotografía lograba el registro de lo que su mirada atestiguaba. Gracias a esos primeros exploradores, quienes no eran fotógrafos –salvo dos casos: Désiré Charnay y Teoberto Maler–, nuevas realidades emergieron; entornos desconocidos circularon por una joven nación que comenzó a enfrentarse con una realidad fragmentada en muchas realidades. Las distancias dejaron de ser sólo geográficas. Las cartografías, con sus límites físicos, caminos y rutas, no fueron ya el único medio en papel sobre el territorio. Comenzó a aparecer una multiplicidad de imágenes de diversos sitios. Destinos hasta entonces inexplorables completaron la toponimia nacional. Las fotografías de cada lugar hacían posible que en una sóla vista se integraran distintos elementos para la descripción exacta y conocimiento de un sitio: el entorno físico, la fisonomía y vestimenta de sus habitantes, los vestigios del pasado y la constancia de la arquitectura de su tiempo se fundieron en una entidad.

“Kabah (Kábahaucan)”, el palacio con friso de columnitas lado este. Fotografía: Teoberto Maler. Técnica: platino. Dimensiones: 28.3 × 38.1 cm.

La incorporación de la fotografía a la arqueología ocurrió en México casi de manera simultánea que en Europa, principalmente con respecto a Francia. Las exploraciones en la propia Europa, hacia Oriente, África y América en busca de vestigios antiguos se extendieron con la evolución de las técnicas fotográficas, y por supuesto de impresión, hasta nuestro país. En 1838, John Lloyd Stephens (1805-1852) recorrió parte de Centroamérica y México, visitando Chiapas y Yucatán junto con Frederick Catherwood (1799-1854), gran dibujante y especialista en arquitectura antigua. Con ayuda del daguerrotipo lograron reproducir los detalles más emblemáticos de la arquitectura maya. De su trabajo se conservan los grabados de Catherwood, recuperados en su obra Incidentes de viaje en Yucatán, publicado en 1841, cuya estética revela la importancia del daguerrotipo en la hechura de los mismos.

Llegaban, recorrían y fotografiaban; capturaban en imágenes todo aquello que les parecía tan distinto –y lo era–, a lo entonces conocido tanto en el propio México como en sus países de origen.

Otros continuaron la labor de Stephens y Catherwood, sobre todo a partir de la difusión de su obra en Europa; hubo quienes tomaron México como un lugar para explorar y estar de paso; otros como su objeto de fascinación y estudio donde permanecer, incluso, de manera indefinida y hasta permanente. El conocimiento de la obra de Stephens y el interés en las ruinas mayas hizo que Désiré Charnay, fotógrafo de origen francés considerado uno de los pioneros de la arqueología en México, recorriera no sólo la extensa geografía maya sino otros sitios de la República mexicana en tres ocasiones: la primera entre 1857 y 1860, la segunda de 1880 a 1883, y la tercera en 1886. Su genuino interés científico, que consta en las múltiples notas que acompañan sus logradas imágenes, corresponde a un análisis especializado y al cuidadoso registro que logró con su cámara, desterrando los dibujos, grabados y litografías. Equipo en mano y con más de una tonelada a cuestas recorrió las selvas del sureste y la topografía del altiplano central hasta llegar a las zonas mixteca y zapoteca. El realismo y la iluminación natural fueron parte de su obsesión como fotógrafo: confiaba al sol la iluminación de sus imágenes esperando con paciencia y rigor la hora del día que le resultara más generosa o sutil. Como científico, su interés en dar constancia real de lo que veía lo lograba posando su lente desde la mejor perspectiva. Esto a menudo implicaba la ardua labor de limpiar para hacer emerger, aun entre la vegetación más espesa y accidentada, los frisos, muros, arcos, bóvedas y glifos. Su primer viaje por México se vio finalizado por la Guerra de Reforma, pero aprovechó al máximo su estadía. Mitla, en Oaxaca, fue su primera parada en ese viaje en el que también se acercó a la región istmeña; posteriormente visitó Mérida, Uxmal, Chichen Itzá e Izamal, en Yucatán, así como Palenque, en Chiapas. Algunas de esas fotografías, de las que un buen corpus integra su obra Cités et ruines americaines: Mitla, Palenque, Izamal, Chichen-Itzá, Uxmal –publicada en París, en 1863– forman parte de la presente exposición.

Equipo en mano y con más de una tonelada a cuestas recorrió las selvas del sureste y la topografía del altiplano central hasta llegar a las zonas mixteca y zapoteca.

Teoberto Maler llegó a Yucatán poco tiempo después que Charnay. Fascinado y curioso ante el esplendor maya, aprovechó su llegada como soldado de las fuerzas de Maximiliano de Habsburgo durante el llamado segundo imperio. Sus recorridos con la emperatriz Carlota por Yucatán, hacia 1865, despertaron su gusto por las tierras mayas, al grado de que pese a la caída del imperio decidió permanecer en México. Mitla, la zona de los Altos de Chiapas y Yucatán figuran entre los primeros sitios donde ejerció la fotografía. De vuelta a Europa se acercó al círculo académico de Charnay, en París, para luego volver a México e instalarse en Mérida como fotógrafo. Esta segunda estancia representa uno de los periodos productivos más importantes en la trayectoria de Maler. Considerado uno de los últimos pioneros de la arqueología, existe constancia de su recorrido por 56 sitios o ciudades antiguas de la península de Yucatán, algunos icónicos y otros ya desaparecidos. Dejó registro en imágenes que incluyen sus propias anotaciones con la identificación de los lugares y, en algunos casos, con breves descripciones. Edificios, detalles arquitectónicos y objetos arqueológicos; vistas más abiertas donde la naturaleza enmarca la materialidad de los antiguos; y también los habitantes de entonces –posibles guías y ayudantes–, cuyo tipo e indumentaria ofrecen una lectura antropológica de los materiales que este personaje, hoy considerado mayista, exploró y hasta descubrió.

Cabeza gigantesca al pie de la segunda pirámide. Izamal, 1860. Fotografía: Claude Désiré Charnay. Técnica: albúmina. Dimensiones: 16 × 23 cm.
Interior de la Casa del Cura. Mitla, circa 1859. Fotografía: Claude Désiré Charnay. Técnica: albúmina. Dimensiones: 23 × 14.5 cm.

Considerado uno de los últimos pioneros de la arqueología, existe constancia de su recorrido por 56 sitios o ciudades antiguas de la península de Yucatán.

El gran trabajo de exploración y registro de los extranjeros citados y otros más que continuaron con la misma labor –entre ellos, algunos mexicanos–, hicieron del material fotográfico un documento de trabajo irreemplazable. Gracias a su labor, hoy tenemos noticia de lugares que ya no existen, de cómo eran los sitios recién descubiertos y de cómo han sido preservados o destruidos con el paso del tiempo, como Tula, Palenque, Uxmal, Chichen Itzá, Teotihuacan. Los propios objetos allí encontrados, y otros que ya han desaparecido, conforman un corpus de imágenes sobre la fotografía arqueológica, término que da nombre a esta muestra presentada a partir del 5 de junio de 2019.

“Sayil”, el palacio-templo de tres pisos. Segundo piso lado oeste. Fotografía: Teoberto Maler. Técnica: platino. Dimensiones: 30.5 × 25.5 cm.

Uno de los temas incluidos refiere al conjunto de fotografías hechas con fines de registro respecto a las colecciones resguardadas en distintos museos, como el Nacional. Fundado en 1825, el creciente número y la variedad de objetos que fueron conformando el acervo del primer museo de nuestro país, incrementó, además de su inventario, las necesidades para su exhibición y resguardo. Entre dibujos, óleos, esculturas, restos óseos, fauna disecada, objetos arqueológicos y etnográficos, por mencionar algunos, las colecciones de la institución fueron en constante aumento hasta que sus espacios se volvieron insuficientes.

Otros oficios aparecieron para atender las nuevas necesidades. En 1880 se creó el puesto de dibujante-fotógrafo, responsable de ilustrar con profusión y realismo la materialidad pretérita conservada en los espacios de dicho museo. Obtuvo el cargo el artista José María Velasco; un número considerable de sus dibujos se conservan como materia documental y artística. En 1903 la fotografía conquistó su propio espacio separándose del quehacer del dibujante; dos oficios distintos requerían personal especializado. Desde décadas atrás, distintos fotógrafos acudían al museo para lograr imágenes de los espacios de exhibición y de objetos específicos, algunos icónicos, como el Salón de Monolitos y la Piedra del Sol; sus fotografías circularon en México y el extranjero. Sin embargo, la oficialización del puesto de fotógrafo brindó la posibilidad de dar continuidad a un registro de manera permanente y hasta de constituir un acervo documental propio. José María Lupercio, quien ocuparía el cargo en 1916, figura entre los primeros fotógrafos oficiales del Museo Nacional.

“Kabah (Kábahaucan)”, esquina sudeste del primer cuerpo del Dsalkabilkik. Fotografía: Teoberto Maler.

Reconocidos autores como Alfred Briquet (1833-1926), fotógrafo ya consolidado que llegó a México durante el porfiriato para tomar imágenes del proyecto ferroviario en construcción, tampoco escaparon a la contundencia de los vestigios prehispánicos. En 1880 publicó sus Antigüedades mexicanas, recopilación de imágenes de las colecciones en piedra, en su mayoría de la cultura mexica, resguardadas en el Museo Nacional. La Piedra del Sol, el chac mool, el Salón de Monolitos, entre otros, aparecen en esta especie de catálogo artístico que convoca técnica, registro y patrimonio. La lectura de esta publicación histórica descubre el resguardo de los objetos descubiertos en el pasado, que transitaron desde su lugar de hallazgo hasta un espacio de exhibición y resguardo.

La fotografía es parte de nuestro patrimonio social y cultural, a la vez que nos brinda un relato histórico dotado de una temporalidad y estética propias. A partir de la segunda intervención francesa y con la llegada de las misiones científicas adquirió un carácter documental casi imprescindible como fuente de registro sobre las exploraciones y los estudios especializados de que fue objeto. El realismo y la precisión que ofreció con la evolución y perfeccionamiento de sus técnicas la posicionaron como herramienta de suma utilidad para detallar los procesos de excavación. Esta cualidad la mantiene hasta nuestros días como un apoyo imprescindible para los arqueólogos.

La modernidad y la importancia del fotoperiodismo marcaron en el siglo XX una evolución y trajeron consigo otra forma más de inclusión y ejercicio de la fotografía. Este cambio ocurrió tanto entre los extranjeros que continuaron llegando a México como entre los artistas locales. Se convirtió en una forma de arte con la que abordar la monumentalidad y perfecta geometría del esplendor precolombino. Esta posibilidad fue abordada por Edward Weston (1886-1958), Marilu Pease (activa en México a mediados del siglo XX), Héctor García (1923-2012), Juan Rulfo (1917-1983), Armando Salas Portugal (1916-1995), Guillermo Zamora (1916-2002), Yukio Futagawa (1932-2013), Juan Anderson, por citar algunos. Impregnados ya no solo por la mezcla de curiosidad y fascinación del siglo anterior, se apropiaron de la materialidad replanteada por la ideología posrevolucionaria para presentarla desde su propia instancia.

Interior de la sala del Palacio Gobernador. Mitla, circa 1860. Fotografía: Claude Désiré Charnay. Técnica: albúmina. Dimensiones: 15.2 × 22.7 cm.

La temática arqueológica que evocan las imágenes de esta muestra, ya sea sobre edificios u objetos, todas sobre el pasado prehispánico, corresponde a una cronología de casi 150 años en la que es posible distinguir distintas épocas, cada una con su estética e intereses propios, según la lente de su fotógrafo. Un número importante son sobre la cultura maya, que fue la primera en despertar un marcado interés entre la comunidad extranjera, ya sea con fines fotográficos y de registro o de análisis académico. En cada uno de los cinco temas en que está dividida la muestra, se trata de un material que en su conjunto ofrecerá al visitante información en términos de análisis, debido a su contenido sobre el patrimonio cultural, arqueológico y social, por decir lo menos, de nuestro país. Esta exposición, presentada en León, Guanajuato, como primera sede, brinda un tránsito por las aportaciones de la fotografía al conocimiento arqueológico en materia documental, estética y de registro institucional desde la perspectiva de una veintena de autores.



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