Música y ópera

El agua y la música cuando fluyen son mejores

Fernando Álvarez del Castillo escribe sobre el famoso spa de Bath, en Inglaterra, al que acudieron a curarse grandes personalidades artísticas europeas del siglo xviii y xix. Los poderes lenitivos de este balneario, cuyo origen se remonta a la dominación romana en tierras británicas, no sólo se deben a sus minerales, sino a la vida musical y teatral que sana el alma. A esta ciudad también se le reconoce por su arquitectura, la música y el Festival de Bath.


Por Fernando Álvarez del Castillo

Portada: Fotografías coloreadas de los baños romanos en Bath, circa 1900. Biblioteca del Congreso, Washington. Fuente: Wikipedia

Célebre es el apotegma de Décimo Junio Juvenal –que de suyo evoca juventud– “Mente sana en cuerpo sano”, sentencia que deja al descubierto la capacidad del cerebro para enfermar o sanar el cuerpo. Un cuerpo permanecerá sano mientras la mente, rectora del organismo que le da vida, no enferme. Ante la enfermedad, es el propio organismo el que se cura, en tanto que los agentes externos, llamados medicina (la que cuida), ayudan a estimular las capacidades curativas de este. Quizá después de la mente, cuyos poderes nacen de la voluntad, sea el agua el remedio más eficaz, constante y barato usado para actuar sobre las diversas patologías del cuerpo y del alma, y en donde la humanidad ha encontrado, además de salud y limpieza, la mejor forma de saciar su sed.

Quizá después de la mente, cuyos poderes nacen de la voluntad, sea el agua el remedio más eficaz, constante y barato usado para actuar sobre las diversas patologías del cuerpo y del alma.

Aunque se tiene la falsa idea de tratarse de algo reciente, los spas (salute per aqua) son tan antiguos como viejo y necesario es bañarse. Hoy por ‘spa’ se entienden muchas cosas: masajes, relajación, aguas vaporosas, piedras curativas, aire puro, ejercicios, paisajes, feria de vanidades, etcétera, pero en su origen eran manantiales de agua mineral a los que se atribuían poderes curativos. Históricamente, el nombre proviene de Spa, el pueblo en las Ardenas belgas, no lejos de Lieja, donde durante siglos la gente famosa fue “a tomar las aguas”, ya sea a sorbos o mediante inmersiones. Se tenía la convicción de que el agua del spa podía curar enfermedades cardiacas, reumatismo, apoplejía, toda clase de inflamaciones respiratorias e incluso algunos males de ojo y del alma. Desde los baños romanos hasta lo que podríamos llamar la edad de oro de los spas, personajes famosos y artistas notables han confiado en el poder curativo de las aguas y participado del pretencioso ambiente que suscitan. Entre ellos, la reina de Francia y de Navarra, Margarita de Valois, la reina Cristina de Suecia, el zar Pedro el Grande, el emperador de Austria Francisco I y su esposa María Luisa de Austria-Este, Georg Friedrich Händel, Victor Hugo. De hecho fue en un spa, el de Teplice, donde se conocieron los dos mayores genios de la cultura alemana, Beethoven y Goethe, e incluso el emperador Guillermo II escogió el pueblo de Spa, en Bélgica, para abdicar.

Los spas poseían todos los atributos necesarios: una ubicación ideal rodeada de naturaleza, aire limpio, un casino de juego y un pasado memorable. En los siglos XVIII y XIX, cada spa valía su peso en sales minerales, y aumentaba su valor gracias a una larga lista de testas coronadas y celebridades que iban ahí para recuperar la salud o simplemente a divertirse.

La ecológica institución sobrevivió a los siglos del feudalismo y ahora se le acepta con entusiasmo tanto por pacientes de instituciones sociales como por quienes buscan una solución a sus males. En ciertos países de Europa existe la creencia, casi religiosa, de que hay un spa para prácticamente cualquier afección. En la actualidad, ya no es un lugar únicamente para ancianos acaudalados que padecen más a causa de su hipocondría que por su avanzada edad, sino también es un refugio para quienes se sienten afligidos por la crueldad de nuestra despiadada civilización, o para aquellos que simplemente desean ver y ser vistos en un balneario de abolengo.

Las pruebas muestran que las aguas de Bath, cosa sabida desde mucho antes de que los romanos se apoderaran del balneario, contienen unos 30 minerales, entre ellos calcio, magnesio, plomo, potasio, hierro y estroncio. El agua es ligeramente radioactiva y sabe a sulfuro y bismuto.

Durante el siglo XIX, algunos contratos matrimoniales en Alemania incluían una cláusula que le otorgaba a la esposa el derecho de visitar sola un spa al año. Por su parte, el esposo tenía igualmente ese derecho. “La esposa o el marido se sumergirán en las aguas, cambiarán la rutina agobiante de la vida cotidiana y regresarán después de tres o cuatro semanas totalmente renovados de cuerpo, corazón y mente”, decía la bien intencionada cláusula. Cada spa tiene una amplia historia vinculada a la política, al arte y los artistas, y conlleva, además, su propia crónica de indiscreciones y de elegantes y seductoras aventuras, como si las aguas curativas ejercieran un efecto estimulante.

El Baño del Rey, la Sala de la Bomba y la columnata, Bath. Grabado de W. Wallis, a partir de un dibujo de T. H. Shepherd, publicado en 1829 por Jones & Co., Londres.
Fuente: Rare Old Prints.

 

Uno de los más famosos históricamente es Bath, la mayor contribución de la Gran Bretaña a la balneoterapia. Es un spaque encaja perfectamente con la definición del diccionario Webster: “un manantial mineral”. Las pruebas muestran que las aguas de Bath, cosa sabida desde mucho antes de que los romanos se apoderaran del balneario, contienen unos 30 minerales, entre ellos calcio, magnesio, plomo, potasio, hierro y estroncio. El agua es ligeramente radioactiva y sabe a sulfuro y bismuto. 2 700 000 litros de agua a una temperatura constante de 49°C brotan de la tierra cada 24 horas. La pequeña ciudad, situada entre los montes Cotswolds y las verdes colinas de Somerset, posee muchos atractivos, como un pasado romano, de reyes y catedrales, de arquitectura georgiana, de hermosas casas, de Richard Nash, Ralph Allen y John Wood.

En el primer siglo después de Cristo, los romanos construyeron lo que más tarde se convertiría en el Baño del Rey. Bajo él se encuentra el invisible torrente que lleva las cálidas aguas a las albercas de la ciudad, y aunque hoy día es posible visitar los baños romanos originales, está prohibido sumergirse en ellos, pero en el Pump Room (Sala de la Bomba), que recibe las mismas aguas mágicas, se puede uno bañar y tomar agua en la fuente de la Stall Street, donde además se sirve café por la mañana o el imperdonable té de la tarde. Construida en 1706, fue por más de doscientos cincuenta años el punto central de la vida social de la ciudad. Actualmente, los poderes curativos de Bath son más bien culturales, gracias a una generosa vida musical y un activo teatro de ópera que data de principios del siglo XX.

El gran baño en las termas romanas de Bath (detalle).
Crédito: Adriana Ortega.

 

Según la leyenda de la fundación del spa de Bath, el príncipe Bladud, hijo favorito de Hudibras y padre del rey Lear, contrajo lepra por lo que fue expulsado de la corte de su padre, y tuvo que ganarse la vida como porquero. Sus cerdos también padecían enfermedades de la piel. Un día encontraron las charcas lodosas del valle, se metieron en ellas y quedaron curados. Viendo sanos a sus animales, Bladud, naturalmente, se sumergió en las sucias aguas y pronto quedó aliviado. Regresó a la corte y convirtió el pantano en un spa al que dio su nombre: Bladud, posteriormente Bad-Lud, “aguas para bañarse”. Cuenta Godofredo de Monmouth en su Historia de los reyes de Bretaña: “Bladud sucedió a Hudibras en el reino y practicó la magia. Construyó Kaerbadus, ahora Bath, donde edificó baños con agua caliente para el beneficio de la gente, los cuales dedicó a la diosa Minerva”. El final de la vida de Bladud fue por una caída del cielo, como la de Ícaro, pues el sol derritió las alas de una máquina voladora que había inventado.

Ciertamente no es leyenda el que los romanos, grandes aficionados a los manantiales, convirtieran la pequeña población, entonces llamada Aquae Sulis, en un moderno centro dedicado a la diosa Minerva. Por cuatro siglos, estas aguas termales fueron célebres en todo el imperio. Luego los romanos se fueron y con ellos la gloria. “El país fue arrasado por guerras internas e invasores extranjeros”, nos dice Joseph Wechsberg en The Lost World of the Great Spas , de quien son todas las citas siguientes. En el año 410 d. C., el emperador Honorio recibió una súplica de ayuda desde Britania, que había caído presa de los pictos, sajones, escoceses e irlandeses. Los romanos, sin embargo, no estaban en condiciones de salvar a Britania y su antiguo balneario. Pese a ello, la historia siguió en Bath: el domingo de Pentecostés del año 973, el rey Edgar fue coronado ahí en una abadía sajona “de maravillosa factura”.

Posteriormente, Guillermo II, conocido como William Rufus, tercer hijo de Guillermo el Conquistador, nombró obispo de Bath a su médico, John de Villula, quien reemplazó la pequeña abadía por una gran catedral y restauró los baños a fin de que “los enfermos de toda Inglaterra acudieran a tomar las aguas medicinales, y también los sanos pudieran ver esas maravillosas aguas y sumergirse en ellas”. Los peregrinos llegaban a Bath en busca de tranquilidad y salud en los hospitales monásticos, como el de Saint John, fundado por el obispo Reginald en 1180, y que actualmente es una institución caritativa. Se decía que la gente que vivía en el priorato alcanzaba “una edad asombrosa”; longevidad atribuida al clima templado del valle y, claro, al poder curativo de las aguas.

La fama de Bath en el siglo XV radicó no sólo en sus manantiales, sino también en su reputación como una “ciudad de tejedores”, por lo que pronto se convirtió en un importante centro manufacturero. Se hizo próspera, pero, como sucede a menudo, el voraz interés comercial acabó con la bondad natural de las cosas y trajo consigo la corrupción y la decadencia de la ciudad y de la iglesia. Los otrora célebres baños se volvieron “cisternas apestosas”. Enrique VI, el último gobernante de la casa Lancaster, decía que bañarse en Bath era “asqueroso”; por su parte, Enrique VII, fundador de la dinastía Tudor, gustaba visitar el balneario, pero le atraían más las mesas de juego que el agua. En esa época, el obispo Oliver King mandó restaurar la abadía y la convirtió en una de las maravillas de Inglaterra, conocida como “La linterna de Occidente”. La reina Isabel I llegó a Bath en 1574; sus órdenes fueron claras: establecer un fondo nacional para conservar la abadía y el hospital de Saint John, pero acusó el mal estado de las calles. Entonces su ministro del Tesoro, William Cecil, primer barón de Burghley, se comprometió a “convertir ese sucio pueblo en un lugar de lo más agradable”. Con un plan urbano bien establecido, se limpiaron las calles, se colocaron alcantarillas, se removió a los vendedores ambulantes y se dejaron relucientes los baños. Atraídos por los benéficos cambios, numerosos médicos y boticarios se establecieron en el spa, en tanto que las visitas reales aumentaron a lo largo de los siglos XVI y XVII. Si bien los bañistas quedaban expuestos al aire libre, lo que permitía verlos con bastante facilidad –quizá por ello los baños fueron descritos como “lascivos e inmorales”–, no fue impedimento para que la reina Ana, última monarca Estuardo, visitara Bath en dos ocasiones con el deseo de curarse de hidropesía; claro, además de la reina, la corte tuvo que darse un baño.

Cabeza de gorgona, descubierta en el frontón del templo de Minerva, en el baño circular de Bath, fotografía publicada en Bath, Roman Baths de Francis Frith, Londres: Francis Frith y compañía, 1907-1914. Biblioteca Watkinson, Trinity College, Connecticut, E E . U U .
Fuente: INSinsideIDE.

 

“A mi parecer –escribió Samuel Pepys en 1668– no puede ser higiénico el meter a tantos cuerpos juntos en la misma agua”. No tomaba en cuenta que era agua fluyente, pasando por alto a Heráclito. Las damas se bañaban con elaborados atuendos, un lienzo amarillo de grandes mangas, como el camisón de un clérigo, en tanto que los caballeros llevaban chalecos y calzones del mismo material. Los músicos tocaban desde una galería en la Cross Bath, excelente edificio de estilo neoclásico, diseñado por los arquitectos Robert Adam y Thomas Baldwin, todo lo cual era un espectáculo que los visitantes disfrutaban desde el Baño del Rey. Un teniente de Norwich escribió: “Ingleses y franceses, hombres y mujeres, niños y niñas, todos juntos, vestidos con esas telas mojadas y adheridas al cuerpo, parecen evocar por momentos alguna escena semejante a la Resurrección”.

En el siglo XVII Bath fue un centro de moda en el que los visitantes tomaban el baño colectivamente, circunstancia que originó muchos dibujos humorísticos. El Baño del Rey, 1801, grabado al aguatinta de John Nixon, publicado en Pleasures and People of Bath de Kenneth Hudson, Londres: Joseph, 1977.
Fuente: Michigan State University.

 

El célebre autor de Robinson Crusoe, Daniel Defoe, visitó Bath en los primeros años del siglo XVIII y escribió: “Podemos decir ahora que es el balneario del bullicio así como de los enfermos y un lugar que ayuda a los indolentes y a los alegres a cometer el peor de los asesinatos: matar el tiempo”. En 1705, un joven de Londres llegó a “matar el tiempo” en el spaque la reina Ana –tan querida por el compositor Henry Purcell– ya había hecho famoso. Su nombre era Richard (Beau) Nash, entonces de 31 años. Expulsado de Oxford por un escándalo, se vio obligado a vivir del juego y de su ingenio para los negocios. Eventualmente, encontraría en Bath su reino. Ahí se convirtió en el árbitro del gusto y en déspota benevolente de la sociedad; diríamos ahora que fue el primer administrador del tiempo libre. Se le nombró maestro de ceremonias por la Corporación, pero hizo más que simplemente organizar fiestas. Sin dejar el juego, y gracias al buen manejo de sus relaciones públicas, tomó medidas enérgicas contra los mendigos y los vándalos; igualmente sometió a los duques y condesas que llevaban atuendos impropios o entraban al salón de baile con botas de montar. Hizo que las calles fueran seguras para caminar de noche; fundó un hospital para la cura de enfermedades reumáticas; y, en 1706, abrió la Sala de la Bomba donde la gente podía reunirse en “civilizada compañía”. Fue quien hizo de Bath un centro de moda; todo aquel que era o se sentía “alguien” en la vida iba a Bath. Nash dispuso, además, que a los visitantes distinguidos se les recibiera con el repique de las campanas de la abadía. La gente se reunía por la mañana en la Sala de la Bomba para platicar y beber sus tres vasos de agua mientras una pequeña orquesta tocaba música. Fue ahí donde Richard Sheridan encontró la motivación para su célebre obra de teatro La escuela del escándalo, que posteriormente inspiraría a Samuel Barber su obertura del mismo nombre. Por su parte, el gran poeta Alexander Pope consideraba que el paseo por Bath era el mejor de Inglaterra; solía caminar acompañado de sus amigos el bardo Thomas Parnell y John Gay, el libretista de la conocida The Beggar’s Opera (La ópera del mendigo). Nash murió a los 88 años, dejó numerosas deudas de juego y demandas por todos lados, pero tuvo un magnífico funeral y su estatua se encuentra en la misma Sala de la Bomba.

 

Bath se hizo una ciudad con mentalidad artística, no sólo por los distinguidos músicos que llegaron a bañarse en sus curativas aguas, como Händel, que buscó la cura para su apoplejía, sino también por los numerosos conciertos que tenían lugar.

 

El segundo hombre en hacer famosa a Bath fue Ralph Allen. Llegó a la ciudad en 1710, y pronto ocupó la jefatura de la oficina de correos, servicio que reorganizó y modernizó. Con su gran fortuna, compró unas canteras cercanas. Notables arquitectos de Londres le advirtieron que esa piedra caliza de color claro era inservible, pero Allen opinaba lo contrario. Se puso de acuerdo con un joven arquitecto de Yorkshire, John Wood. Admirador del gran humanista y arquitecto italiano del siglo XVI, Andrea Palladio, una vez convertido en el consejero técnico de Allen, Wood quiso hacer de Bath una gran ciudad neoclásica de estilo palladiano. Allen proveyó la piedra y el dinero. El insólito triunvirato de Nash, Allen y Wood creó una nueva imagen de Bath. Nash se las ingenió para atraer a los ricos y poderosos. Allen y Wood construyeron magníficas residencias y dieron nueva vida a los paseos y las calles. Wood, poco a poco y metódicamente, transformó la medieval Bath en una ciudad georgiana. Aunque ha sido llamada “la Florencia del Norte”, resulta muy inglesa, pues el noble clasicismo italiano adquirió aquí un estilo propio. Bath se hizo una ciudad con mentalidad artística, no sólo por los distinguidos músicos que llegaron a bañarse en sus curativas aguas, como Händel, que buscó la cura para su apoplejía, sino también por los numerosos conciertos que tenían lugar. El violinista y compositor Thomas Linley (cuya hija Isabel poco antes de contraer nupcias plantó al novio para fugarse con Richard Sheridan) dirigía una pequeña orquesta en los salones nuevos, mientras que los oratorios de Händel eran interpretados en la Capilla del Octágono. EI pintor Thomas Gainsborough, cuyo cuadro más famoso es El joven azul, pasó 14 años en Bath, hospedado en casa de su hermana; ello le dio oportunidad de conocer y pintar a numerosos personajes célebres, entre ellos al actor David Garrick, al astrónomo Thomas Henderson y a la popular actriz Sarah Siddons.

El principal músico del siglo XVIII en Bath fue Thomas Linley padre. Retrato de Thomas Linley, óleo sobre lienzo de Thomas Gainsborough, circa 1760, Dulwich Picture Gallery, Londres. 
Fuente: Wikipedia.

Bath también es reconocida por su festival musical anual, organizado por la Sociedad del Festival de Bath, donde se presentan óperas, conciertos y otros eventos culturales.

En Bath murió en 1727 William Croft, compositor y organista de la abadía de Bath, a quien sucedería en 1728 Thomas Chilcot, responsable de que la música de que la música de Händel tuviera mayor arraigo en la ciudad, y maestro de Thomas Linley padre, el principal músico de su época en Bath, quien fue promotor de una serie regular de conciertos por suscripción hasta que se encargó de los oratorios en Londres en 1774. Sus seis hijos nacieron en Bath, incluido el famoso compositor Thomas, quien mantuvo amistad con Mozart. También el célebre astrónomo de origen alemán William Herschel fue organista en la Capilla del Octágono en la época en que sus investigaciones astronómicas empezaban a desplazar su actividad como compositor. Cuando el famoso castrado Venanzio Rauzzini se estableció en Bath, formó sociedad con el violinista y compositor Franz Lamotte, y juntos continuaron con los conciertos por suscripción fundados por Linley. En su visita a Bath en 1794, Haydn se hospedó con Rauzzini, a cuyo perro, Turco, le dedicó una sencilla pieza. Bath fue también por un tiempo el lugar donde residió Jane Austen, pues su padre decidió retirarse ahí, aunque al parecer Jane no apreció mucho la ciudad, quizá por la misteriosa muerte de un hombre que se enamoró de ella durante unas vacaciones en la costa, y a quien por ello no volvió a ver. Triste historia que pudo haber inspirado la novela de Austen Persuasión

Las termas romanas de Bath son una de las grandes atracciones turísticas de Inglaterra. En el verano, abren por las noches para visitas a la luz de las antorchas. Crédito: Shutterstock.

Bath también es reconocida por su festival musical anual, organizado por la Sociedad del Festival de Bath, donde se presentan óperas, conciertos y otros eventos culturales. El festival nació en 1948, con una programación dedicada, principalmente, al siglo XVIII, pero, con la guía del director sir Thomas Beecham (1879-1961), el repertorio se amplió. No ha sido el único en entender y explotar el potencial musical de la ciudad; el violinista Yehudi Menuhin, que había formado en Londres un conjunto para realizar algunas grabaciones, lo convirtió en la orquesta del Festival de Bath, desde entonces el núcleo de la mayor parte de los conciertos. Aun así, ni la ópera ni el festival ni los conciertos ni el animado bullicio de la gente le han devuelto al balneario el apogeo de su época dorada; quizá por ello decía irónicamente Beecham: “A los ingleses puede no gustarles la música, pero adoran el ruido que hace”.

 

Referencias bibliográficas

  • Gingerich, Owen. “William Herschel’s 1784. Autobiography” (reseña). Harvard Library Bulletin, XXXII (1), invierno de 1984. Harvard: 73-82.
  • Holman, Peter. William Croft at St Paul’s [CD]. Hyperion Records. Londres: 1993.
  • Roberts, Timothy. Enchanting Harmonist. A Soirée with the Linleys of Bath [CD]. Hyperion Records. Londres: 1994.
  • Wechsberg, Joseph. The Lost World of the Great  Spas.  Nueva York: Harper & Row, 1979.
  • Grove Dictionary of Music and Musicians,  vols. 2, 5, 8 y 11. Macmillan. Londres: Macmillan, 1980.

Fernando Álvarez del Castillo ha ocupado cargos como Director General de Bibliotecas del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta); Director General Adjunto de la Biblioteca José Vasconcelos; Director General de Radio U N A M ; Coordinador de Asesores de la Presidencia del Conaculta y Director de la Biblioteca de las Artes del Centro Nacional de las Artes. Es productor y conductor de Quién es quién en la historia de la música, que se transmite por Opus 94. Ha publicado textos sobre música en las revistas Voices of México, Pauta, Los Universitarios, Este País y Goldberg.



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