Arqueología

La piedra de Rosetta: el descubrimiento de los jeroglíficos egipcios

El antropólogo Eduardo Matos Moctezuma diserta sobre la piedra de Rosetta, cimento de la egiptología, y narra las peripecias que la han acompañado desde su hallazgo y traslado a Inglaterra hasta la actualidad, en que Egipto continúa solicitando a las autoridades británicas le sea devuelta, sin que haya una respuesta favorable.


Por Eduardo Matos

Portada: La piedra de Rosetta fue descubierta el 15 de julio de 1799 por parte de un destacamento militar francés. Actualmente se encuentra en el Museo Británico, Londres. Fotografía: Hans Hillewaert. Fuente: Wikimedia

Corría el año de 1799. Las tropas francesas de Napoleón Bonaparte habían invadido Egipto y se encontraban a unos tres kilómetros de la población de Rashid (Rosetta). El 15 de julio de aquel año, un teniente del ejército francés de nombre Pierre-François Bouchard se detuvo para observar una piedra de granodiorita que mostraba inscripciones en su superficie. Esto despertó el interés del militar, quien dio aviso del hallazgo, y para el día 19 del mismo mes se había redactado un informe por parte de Michel-Ange Lancret, por medio del cual se comunicó al Institut d’Égypte, con sede en El Cairo, el contenido de la piedra. Esta institución había sido establecida por Bonaparte con la finalidad de estudiar el pasado del país. Lo interesante del asunto es que el informe de Lancret hacía referencia a las inscripciones observadas sobre la superficie del monumento, en donde había jeroglíficos egipcios en la parte superior –de la que por cierto faltaba un segmento–, en tanto que a la mitad de la piedra se podían ver caracteres en demótico y en la parte inferior un texto en griego antiguo. El impacto del hallazgo fue de tal magnitud que de inmediato se hicieron reproducciones de los grabados para ser remitidos a París.

Hasta ese momento todo iba sobre ruedas, pero los franceses no contaban con que las tropas británicas llegarían a Egipto y empezarían un asedio al ejército de Napoleón, por lo que este decidió retirarse hacia Alejandría, llevando consigo una serie de objetos antiguos entre los que se encontraba la famosa piedra de Rosetta. El 30 de agosto de 1801, las fuerzas napoleónicas se rindieron. De inmediato, los británicos empezaron a recabar los documentos y especímenes que los especialistas franceses habían reunido para su estudio. Entre estos materiales se encontraba la piedra de Rosetta. El general francés Jacques-François Manou intentó hacer pasar la piedra como suya para poder trasladarla a Francia, pero no contó con la astucia del general inglés John Hely-Hutchinson, que bien sabía del valor cultural que el monumento representaba. Se determinó que todos aquellos materiales pertenecían a la Corona inglesa y se procedió a su envío a Inglaterra. El medio para hacerlo fue embarcarlos en la fragata que, por cierto, tenía el nombre de Égyptienne.

Al llegar a Inglaterra, la piedra fue presentada ante los académicos de la Sociedad de Anticuarios de Londres, institución que gozaba de un enorme prestigio. Esto sucedió el 11 de marzo de 1802. Poco después, se la envió al Museo Británico, en donde permanece hasta hoy. Desde el momento de su hallazgo, como mencionamos, hubo interés en conocer el contenido de las inscripciones. Así, Stephen Weston presentó el resultado de sus observaciones ante la Sociedad de Anticuarios, y un año más tarde, en 1803, Hubert-Pascal Ameilhon publicó la traducción de la parte escrita en griego al francés y al latín. Hubo otras traducciones, como la que hizo Thomas Young. Este estudioso encontró caracteres fonéticos y otras similitudes del demótico y los jeroglíficos egipcios. Sin embargo, correspondió a Silvestre de Sacy identificar cinco nombres de la parte escrita en demótico. Estos fueron “Alexandros”, “Alexandreia”, “Ptolemaios”, “Arsínoe” y “Epífanes”. Todos estos estudios fueron cimentando la base para lo que ocurriría poco después: Jean-François Champollion (1790-1832) fue quien descifró, finalmente, el contenido de los jeroglíficos egipcios. Se dice que desde temprana edad dominaba doce lenguas, y muy joven llegó a sorprender al mundo con su descubrimiento. Sin lugar a dudas, el suyo fue un aporte de la mayor importancia para la arqueología, pues abría una puerta que permitiría a arqueólogos e historiadores penetrar en el contenido ancestral de una de las civilizaciones más antiguas de la humanidad.

Jean-François Champollion, el padre de la egiptología, descifró los jeroglíficos egipcios a través de la piedra de Rosetta. Retrato de Jean-François Champollion, óleo de Léon Cogniet, 1831, Museo del Louvre, París.
Fuente: Museo del Louvre.

 

Ahora bien, ¿cuál era el contenido del texto labrado en la piedra? Para hablar de esto tenemos que remontarnos a Menfis, cuando un grupo de sacerdotes que decían ser representantes de todos los templos de la Tierra acordó tributar honores al faraón Ptolomeo V, quien asumió el trono a los catorce años de edad y gobernó Egipto entre los años 204 y 181 a. C. Estamos, pues, en plena era del linaje ptolemaico que había sido instaurado por aquel general de Alejandro Magno, Ptolomeo, quien a la muerte de este faraón asumió el poder en Egipto. La famosa Cleopatra perteneció a este linaje. Pero volvamos a la piedra. Según la traducción de Edwin Bevan, lo que expresa es la adulación y endiosamiento del faraón –lo que venía de siglos atrás–, como veremos a continuación. Dice así la inscripción:

En el reinado del joven –quien ha recibido la realeza de su padre– señor de las coronas, glorioso, que ha consolidado Egipto y es piadoso hacia los dioses, superior a sus enemigos, quien ha restablecido la vida civilizada de los hombres, señor de las Fiestas de los Treinta Años, como Hefesto el Grande; un faraón, como el Sol, el gran faraón de las regiones alta y baja, descendiente de los dioses Filopatores, a quien Hefesto ha aprobado, a quien el Sol le ha dado la victoria, imagen viviente de Zeus, hijo del Sol, Ptolomeo eterno amado por Ptah; en el noveno año, cuando Aëtus, hijo de Aëtus, era sacerdote de Alejandro…; los sumos sacerdotes y los profetas y los que entran en el sagrario para vestir a los dioses, y los portadores de plumas y los escribas sagrados, y todos los demás sacerdotes… están reunidos en el templo de Menfis en este día y declaran:

“Desde que reina el faraón Ptolomeo, el eterno, el amado de Ptah, el dios Epífanes Eucaristos, el hijo del rey Ptolomeo y la reina Arsínoe, dioses Filopatores, han sido muy beneficiados tanto los templos como los que viven en ellos, además de todos los que de él dependen, siendo un dios nacido de dios y diosa (como Horus, hijo de Isis y Osiris, quien vengó a su padre), y siendo benévolamente dispuesto hacia los dioses, ha dedicado a los ingresos de los templos dinero y granos, y ha invertido mucho dinero para la prosperidad de Egipto, y ha consolidado los templos, ha sido generoso con todos sus medios, y de los ingresos y los impuestos que recibe de Egipto una parte ha sido condonada completamente y otra reducida a fin de que el pueblo y todo lo demás sea próspero durante su reinado…

[…]

ha parecido bien a los sacerdotes de todos los templos de la Tierra aumentar considerablemente los honores existentes al faraón Ptolomeo, el eterno, el amado de Ptah… y se celebrará una fiesta por el faraón Ptolomeo, el eterno, el amado de Ptah…, el dios Epífanes Eucaristos, anualmente en todos los templos de la Tierra desde el primero de Tot durante cinco días en los que se deben lucir guirnaldas, realizar sacrificios y los otros honores habituales; y los sacerdotes deberán ser llamados sacerdotes del dios Epífanes Eucaristos, además de los nombres de los otros dioses a quienes sirvan, y su clero se inscribirá a todos los documentos formales y los particulares también podrán celebrar la fiesta y erigir el mencionado altar, y tenerlo en sus casas, realizando los honores de costumbre en las fiestas tanto mensual como anualmente, con el fin de que pueda ser conocida por todos los hombres de Egipto la magnificencia y el honor del dios Epífanes Eucaristos, el faraón, de acuerdo con la ley.

Bueno… las palabras inscritas en la piedra de Rosetta son un canto a la egolatría y a la adulación desmedida de los sacerdotes que buscan granjearse las bondades del mandatario. Hay que ver la referencia a Alejandro y la constante alusión al Sol, pues el faraón encarnaba al astro. Esto lo vemos en muchas culturas alrededor del mundo y en el caso de Mesoamérica ocurrió algo similar: los máximos mandatarios representaban al Sol y era el mayor reconocimiento que se les podía otorgar. Como se puede apreciar, desde tiempos remotos está presente elevar alabanzas a los dignatarios y agachar la cabeza ante lo que representa el poder. Hoy en día ocurren gestos similares en muchos países del mundo. Nada nuevo sobre la tierra…

Las palabras inscritas en la piedra de Rosetta son un canto a la egolatría y a la adulación desmedida de los sacerdotes que buscan granjearse las bondades del mandatario.

Vistas frontal y de perfil de la cabeza de bronce de Arsínoe III, esposa de Ptolomeo IV Filopátor.
Museo Civico di Palazzo Te, colección Acerbi, Mantua.

Otros países también han protestado y exigen que las piezas arqueológicas que fueron transportadas en diferentes épocas fuera de su ubicación original, les sean devueltas en tanto son parte de su patrimonio.

Ya que hablamos de nuestros tiempos, es obligado referirnos a lo que está pasando actualmente en Egipto. Grupos de arqueólogos recaban firmas para pedir a Inglaterra que la piedra de Rosetta sea devuelta a su lugar de origen. Esto tampoco es nuevo. Melina Mercouri, cuando tuvo el cargo de Ministra de Cultura de Grecia, solicitó a los ingleses que regresaran las partes del Partenón arrancadas de su sitio original para llevarlas a Inglaterra. Recordemos que los mármoles que formaban el friso del Partenón en Atenas fueron desmontados y enviados a Londres, a donde llegaron entre 1801 y 1805. El responsable fue Thomas Bruce, séptimo conde de Elgin. ¿Cuál fue el paradero de las piezas? El Museo Británico. Pero esta es otra historia que algún día contaremos.

La piedra de Rosetta formó parte de una estela, cuyo aspecto debió ser muy semejante al que se aprecia en esta recreación. Ilustración Cracking Codes: The Rosetta Stone and Decipherment (1999) de Richard Parkinson. Fuente: Wikipedia.

 

Independientemente del destino que se les deparó tanto a la piedra de Rosetta como a los mármoles griegos, no es coincidencia que estos actos ocurrieran en fechas parecidas. La política colonialista de algunos países europeos se dejaba sentir en las obras del pasado. Otros países también han protestado y exigen que las piezas arqueológicas que fueron transportadas en diferentes épocas fuera de su ubicación original les sean devueltas en tanto son parte de su patrimonio. México no ha sido ajeno a esto. Hace algunos años se presentó la petición al gobierno de Austria para que regresara el llamado “penacho de Moctezuma”. La pieza en cuestión es, en efecto, un tocado de largas plumas de quetzal y de muchas otras aves montadas sobre un soporte de madera. Se encontró en la colección del castillo de Ambrás, en el Tirol, y se hicieron distintas interpretaciones de su uso, hasta que finalmente se llegó a la conclusión de que se trataba de una prenda que portaban los tlatoanis o altos mandos del ejército mexica. Austria ha sido renuente en devolver la pieza argumentando la fragilidad de la misma, lo que es cuestionable ya que actualmente existen diversas maneras de protección que impedirían que sufriera daño alguno. En fin…

La negativa de las autoridades británicas es contundente, pese a que la Unesco ve con buenos ojos el retorno de piezas arqueológicas a los países
de donde fueron extraídas.

Volvamos al caso de la piedra de Rosetta y de los mármoles del Partenón. Algunos museos europeos poseen en sus colecciones un buen número de objetos que salieron de diferentes maneras de su lugar de origen. Es obvio que si regresaran las piezas, algunas salas se quedarían vacías. El acervo que guardan es cuantioso y difícilmente lo repatriarán por voluntad propia. La piedra de Rosetta, hoy solicitada por Egipto, y los mármoles griegos, cuya devolución también ha pedido el gobierno griego, son sólo una muestra de la posición de algunos países con relación a sus bienes arqueológicos. La negativa de las autoridades británicas es contundente, pese a que la Unesco ve con buenos ojos el retorno de piezas arqueológicas a los países de donde fueron extraídas.

Para terminar, quiero recordar otro caso interesante. Hace un siglo, en 1922, el arqueólogo británico Howard Carter encontró, el 5 de noviembre de aquel año, la puerta sellada que conducía al interior de la tumba del joven faraón Tutankamón. El hallazgo resultaba de la mayor relevancia, ya que el saqueo en siglos anteriores había provocado la pérdida de innumerables objetos que habían sido colocados, en su momento, como parte del ajuar funerario de los faraones de las diversas dinastías que habían gobernado Egipto. Pérdida lamentable, pues por un afán de lucro se perdieron datos de enorme valor histórico. Es de esperar que la práctica ilegal del saqueo de bienes arqueológicos, que muchos países condenan por medio de sus legislaciones, logre contener la afectación que se hace en los yacimientos que guardan el pasado, lo que provoca la alteración de los datos que la arqueología busca, a través de una metodología y una técnica científica, cuya finalidad es conocer nuestra propia historia.

Una versión diferente de este artículo apareció como capítulo del libro La arqueología de Eduardo Matos Moctezuma, publicado por el Seminario de Cultura Mexicana, México, 2020.

Eduardo Matos Moctezuma (Ciudad de México, 1940) es arqueólogo y antropólogo. Ha impartido clases y seminarios en la E N A H ,
en la Universidad Iberoamericana, en la École des Hautes Études en Sciences Sociales en París, en la Universidad de Colorado en Boulder, en el Centro de Investigación y Docencia en Humanidades de Morelos y en la Universidad Complutense de Madrid. Fundador y director de 1978 a 1982 del Proyecto del Templo Mayor, ha dirigido excavaciones en los sitios arqueológicos de Tula y Teotihuacán, y colaborado en los proyectos de Bonampak, Malpaso y Comalcalco. Recibió en 2022 el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales y acaba de publicar Los animales y el recinto sagrado de Tenochtitlan (en colaboración con Leonardo López Luján, 2022, Harvard University / El Colegio Nacional).



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