Roberto Calasso tiene fija la mirada, oblicua, hacia la derecha. Se recarga en un pretil de mármol o piedra blancuzca, porosa, que acaricia con la mano abierta. Una pierna, levemente alzada, cubre la otra. Se encuentra en la basílica romana de Majencio, entre un sarcófago y un capitel. La foto se remonta a 2007.
Con esta imagen, que ocupa una plana de un suplemento cultural, la editorial Adelphi recuerda a su director y fundador, recién fallecido. Un epígrafe, arriba, a la izquierda, impreso en blanco: “Roberto Calasso / 1941 – para siempre”. La letra es la misma que resalta en las portadas de Adelphi, con el nombre en redondas, como los títulos, y la fecha en cursivas, como los autores.
El día en que fue anunciada la muerte de Calasso salieron sus últimos dos libros, unas memorias de la infancia y una memoria de Roberto Bazlen, Bobi, quien fue su mentor y el faro de Adelphi. “Un libro único sobre quien inventó el libro único”, dice la solapa. La concomitancia es elocuente, ya que la idea de publicar libros únicos, que conforman, todos juntos, un solo libro, se hizo real el día en que una vida hecha de libros terminó señalando su principio editorial. Calasso contaba que Bazlen no era apto para ninguna función, “excepto la de entender y de ser”. Su muerte es testimonio vivo de una pródiga lealtad.
Bazlen entendía y era, pero escribió poco y no publicó nada en vida. Entradas de un diario, fichas de lectura, recomendaciones para editores, una novela en alemán… La obra literaria de Calasso, en cambio, abarca cerca de cinco mil páginas, articuladas en un work in progress de once libros, más una novela y diez ensayos. De que los números son marcas del sentido, hay aviso rotundo: el título 500 de la Biblioteca Adelphi, espina dorsal de la editorial, es El rosa Tiepolo, así como el título 500 de la Piccola Biblioteca es Cien cartas a un desconocido, selección de textos de solapa que Calasso escribía personalmente para cada libro de la editorial. En esas colecciones, el autor del catálogo de Adelphi publicó su obra.
“Calasso encarna el ideal renacentista de la sprezzatura, el arte de ocultar el arte y demostrar que lo que se hace y se dice se hace sin esfuerzo, casi sin pensarlo”.
Si tuviera que buscar una palabra-imán, un centro de gravitación del trabajo de Roberto Calasso, la palabra sería estilo. Comporta los libros que plasmaba y los libros que leía; significa su forma de entender y de ser. Hace años, Elémire Zolla, otro chamán de Calasso, el que le presentó a Bazlen, me dijo, tajante, que el estilo perfecto es el que transmite el ser, el que permite ver más allá de lo que es, de lo que fue, de lo que será. El estilo es la prueba de cuanto conduce, y si pensamos que el estilo pueda ser algo distinto de aquello que conduce, entonces, decía Zolla, no nos entendemos.
El íncipit de Las bodas de Cadmo y Harmonía, por ejemplo: “En la playa de Sidón un toro intentaba imitar un gorjeo amoroso. Era Zeus” (traducción de Joaquín Jordà, Anagrama, 1990). La evidencia del mundo que aparece, la precisión del contorno que afina un pasado inadvertido, la confianza del empalme entre los planos; son estos, a una vista inmediata, los elementos que solicitan los sentidos y el intelecto del lector. Un paisaje, una época, la materia física que irradia el hálito del tótem, el acto natural, primitivo, declinado en el gesto artificioso de imitar, la promesa del encuentro, del mito, en el significado genuino de “relato”, y de pronto el giro que acomoda las piezas con una contundencia inamovible: el toro era Zeus. Sencillez y reflexión, memoria y pantomima, el flujo horizontal de la odisea que incumbe y el fuego vertical del símbolo que aflora, el garabato desenvuelto y la trama firme del conocimiento. Calasso encarna el ideal renacentista de la sprezzatura, el arte de ocultar el arte y demostrar que lo que se hace y se dice se hace sin esfuerzo, casi sin pensarlo.
¿Cuántos grados de atención, cuántos golpes de cedazo, notas, cuántas capas de juicio preparan el encuentro de dos frases? Calasso, por sobriedad intelectual, manifiesta con gracia discreta la herramienta mínima de su argumentación: al final de cada libro aparece un “índice” que enlista, por página y por línea, la referencia bibliográfica exacta. Son datos lapidarios, de primera mano, la cifra directa de las fuentes, sin la mediación del repertorio en uso. Es una cita franca, al tú por tú con la tradición.
El work in progress de Calasso, de 1983 a 2020, se organiza en torno a este motivo, que no es un tema ni un centro ni una fórmula optimista, sino un acto de fe en la experiencia radical de la empatía, en la razón del nexo entre doctrina y libertad, que es el principio ético de todo pensamiento.
Cuando en 1999 murió Giulio Einaudi, otro vate del laboratorio editorial italiano, cuyo sello fue para Adelphi un modelo y un antagonista, un ascendente y su propia oposición, Calasso publicó un artículo que celebraba en su rival una dote inusitada: la excelencia. Concluía el retrato un recuerdo privado. Los redactores de la Enciclopedia Einaudi, obra titánica que vio reunidas las firmas más brillantes de los años setenta, de Roland Barthes a Umberto Eco, de Jacques Le Goff a Noam Chomsky, le propusieron escribir la entrada cuerpo. Calasso, circunspecto, preguntó quién era el autor de la entrada sobre el alma. Contestaron que no estaba prevista, en la Enciclopedia Einaudi, esa entrada… Calasso dedujo que no podía aceptar. Cuando leí ese artículo, unos días tras la muerte de Einaudi, escribí a Calasso pidiéndole un ensayo sobre el alma para la revista que dirigía en ese entonces. Me respondió, cortés, que no podía aceptar. Le agradezco, aquí, para siempre, esa lección de sensatez: hay cuerpo y alma también en el momento de pedir, y en el de dar, y en el oficio de entender y en el de ser.