Daguerrotipo de Emily Dickinson con 16 años (detalle), hecho en el seminario de Mount Holyoke entre diciembre de 1846 y principios de 1847.
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Literatura

La Dickinson desconocida

La gran poeta estadounidense Emily Dickinson escribió algunos de sus versos sobre superficies inimaginables: en envolturas de chocolate, en el margen de todo género de documentos, entre las líneas de su correspondencia familiar, en pedazos de papel tapiz... Juan Carlos Calvillo, quien acaba de traducir esas pequeñas y admirables obras, explica que esos formatos potenciaban efectos visuales y lúdicos en su poesía, así como formas de diálogo nuevas con el espacio y la expresión escrita.


Emily Dickinson, quizá la poeta más profunda de los Estados Unidos, escribió, irónicamente, sobre toda superficie. Es bien sabido que, por las noches, durante una parte crucial de su vida (de 1858 a 1864), Dickinson pasó en limpio sus poemas, con trazos que acusan apenas un ligero roce del lápiz, sobre hojas de papel rayado cuyos folios cosía más tarde en pequeños cuadernillos, de los cuales se conserva un total de cuarenta en la biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard. También se sabe que estos fascículos fueron, por lo general, los documentos en los que se basaron sus editores para conformar las primeras selecciones de su poesía, cinco volúmenes que se fueron sucediendo a gran velocidad después de su muerte en 1886. Con todo, y a pesar del inconmensurable valor de su legado, dichas ediciones dieron a conocer a una poeta sumamente retocada, con versos mansos y complacientes, de algún modo más afines a los gustos de la época; razón por la cual, como también es sabido, en los últimos setenta años se han suscitado diversos esfuerzos por parte de la crítica a fin de restituirlos y publicarlos –por usar la frase de Cristanne Miller– “tal como ella los preservaba”.

Lo que es más infrecuente que se sepa, al menos fuera del gremio, es que Dickinson escribió una inmensa cantidad de poemas en formatos enteramente distintos: en los pedazos de papel que uno deja por ahí tirados en la casa, al reverso de hojas ya impresas, rotas o desechadas, al margen de otros documentos, en trozos desprendidos de papel tapiz, en el envés de un envoltorio de chocolate y, sobre todo, entremezclados en la correspondencia que enviaba a su familia o a sus contadas amistades. De los 1789 poemas que se tienen documentados a la fecha, cerca de una tercera parte la mandó Dickinson adjunta a sus cartas, incluso a renglón seguido. Más allá de esa difusión casi excepcional, Emily nunca buscó publicar sus escritos: tal parece que se conformaba con crearlos, con darles el hálito de la vida, si acaso con leerlos en voz alta. El hecho de que los tengamos hoy es el resultado de una corazonada que no por azarosa debe dejar de agradecérsele a su hermana Vinnie, que fue la que encontró, desperdigados por toda la casa, los vestigios de una existencia grafomaníaca precisamente en el momento en que dicha existencia llegó a su fin.

La fecha en la que Dickinson empezó a escribir en papeles sueltos coincide más o menos con aquella en la que dejó de producir los fascículos en papel estándar. Es claro, en mi opinión, que la poeta se interesó cada vez más en asuntos de formato, en la posible interacción entre las palabras y su soporte material y, a la vez, en la relación que existe entre las palabras y el universo que representan. Es notable por esto último –por citar sólo un caso entre muchos– una carta que le envió a Thomas Niles, editor de Roberts Brothers, en 1883. En ella incluyó una nota (“Te mando un gélido Regalo –mi Grillo– y la Nieve”) y dos poemas, uno sobre una congregación de grillos (J1086 / Fr895) y otro sobre un paisaje nevado (J311 / Fr291), a lo cual adjuntó, además, en su pulcro envoltorio de papel, el cadáver del mentado insecto. Me imagino el sobresalto del destinatario, pero aún más claramente me imagino a la poeta en su jardín a la caza de ese grillo, y creo que esa imagen ayuda a entender la complejidad del vínculo que ella veía entre el mundo físico y su representación mental. El impulso es el mismo que la llevaba a recolectar flores para secarlas y añadirlas a su herbario, o bien para enviarlas a sus corresponsales (antologías, en su sentido etimológico), pegadas o prendidas de un alfiler a la hoja en la que había escrito su mensaje.

Las ruedas de las aves de Emily Dickinson, traducción y presentación de Juan Carlos Calvillo.

“Con la transgresión del formato, Dickinson buscó otro tipo de efectos: efectos visuales, lúdicos quizá, que al mismo tiempo le permitieran dialogar con el espacio de modos imprevistos”.

No cabe duda de que Dickinson sentía una especie de liberación al permitirse jugar con los formatos. Para muchos de nosotros, emborronar una idea al reverso de un papel usado le quita algo de presión o de formalidad a la escritura; de un modo arcano, como si fuera un talismán, ayuda a combatir el miedo frente a la página en blanco. Para Dickinson, no obstante, implicaba una emancipación todavía más trascendente. A fin de cuentas, contra la estabilización y la definitividad del texto había luchado ya toda su vida creativa: por un lado, con el rechazo de los títulos que osaran gobernarlo, con su gramática fracturada y polivalente, con su puntuación heterodoxa, y por el otro –ya también en materia gráfica–, con la abrumadora profusión de variantes textuales. Precedidas siempre por una cruz como llamada a pie o al margen, las variantes hacían que un mismo poema se volviera multidimensional, que se abriera repentinamente a la simultaneidad de alternativas y, por ende, a la posibilidad y concomitancia de diversas lecturas. Pero con la transgresión del formato, Dickinson buscó, además, otro tipo de efectos: efectos visuales, lúdicos quizá, que al mismo tiempo le permitieran dialogar con el espacio de modos imprevistos, ensayar sus capacidades expresivas, tal vez hasta replantearse todo aquello que suponen los mecanismos de significación. No en vano escribió en el otoño de 1862:

Hallé palabras para cada idea​​​
que he tenido –salvo Una–
y esa una –me reta– como el Sol
a la Mano que lo dibuja–

(J581 / Fr436)

Y sí, característicamente, el primer verso de este poema ofrece una variante. En el manuscrito, una discreta cruz colocada antes del trazo largo de “palabras” abre una disyuntiva que conduce a una lectura alterna: “Hallé la frase para cada idea”. Faltaba aún por ver si Dickinson encontraba también la forma.

Selección de poemas y fragmentos*

A 105 (J1123 / Fr1187)

Se vino abajo una gran Esperanza
no se oyó ni un sonido
la Ruina fue por dentro
Ay artera desgracia la que calla
y no acepta Testigo

La mente es para Cargas majestuosas
está pensada para el miedo
Cuántas veces naufraga en Altamar
Ostensiblemente, en el Suelo

A 105a (J1123 / Fr1187)

Un negarse a admitir la Herida
hasta que quedó tan abierta
que cupo en ella toda mi Existencia
y hubo precipicios cerca–

El simple cerrar de una tapa
que se abrió para el día
hasta que el tierno Carpintero
la clava para siempre y la termina–

A 109 (J1530 / Fr1545)

Un Dolor es más claro en Primavera
contra todos los cantos que resuenan
no las Aves –sino los Pensamientos–
Fulgores diminutos y el Aliento –
cuando queda deshecho su motivo
para cantar, a quién le importa el Trino
del Azulejo –si la Vida Eterna
esperó a que rodaran una Piedra–

A 140 (J981 / Fr801)

Como los Cascabeles en Verano
o las Abejas, en la Navidad –
así de fantasiosa –de ficticia–
parece aquella personalidad
cuya contemplación fue revocada –
y Alguien a quien conociste tú –
resulta más distante en un instante
que un Amanecer en Tombuctú –

A 232 (J398 / Fr1432)

No tengo más vida que ésta –
para vivirla aquí –
ni tengo otra Muerte – a no ser
que me expulsen de allí –

No Anhelo ya un Mundo futuro
ni más de lo que ya Aprendí
con una sola Salvedad –
La Adoración de ti –

A 313 (J794 / 846)

Contada yo como si fuera Perlas
vaya Legado que sería

A 314 (J1180 / Fr1208)

Ay Magnanimidad –
mi Visita en el Paraíso –

 

A 351 (J1534 / Fr1195)

Miseria para mí la Sociedad
desde que Tú, mi Dádiva –

A 352 (J1183 / Fr1227)

O erija la Fama
su Ciudadela sin sitio –

 

A 463 (J1263 / Fr1286)

hubo nunca Fragata como

  • Ofrecemos un fragmento del volumen Las ruedas de las aves de Emily Dickinson, cuya traducción y prólogo efectuó Juan Carlos Calvillo. Aquelarre Ediciones / Los Otros Libros, México, 2020. 252 pp.

    Las imágenes provienen de la Colección Digital Emily Dickinson de Amherst College Archives and Special Collections (http://acdc.amherst.edu/collection/ed) y se reproducen en el libro con permiso expreso.

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