En La poesía en la práctica, Gabriel Zaid escribe que “una moneda arrojada al aire o una margarita deshojada son máquinas simples de producir respuestas al azar. Un libro abierto por donde caiga, también puede serlo”. Si yo tuviera suficiente ingenio, propondría una máquina más compleja y ambiciosa, capaz de reproducir todas las versiones de un mismo libro sin añadirle ni quitarle nada. La imagino negra con bordes grises, una ranura en un costado, un ventilador paralelo a la ranura y un orificio con tapa de cristal en la parte superior por el que se introduciría el libro. Habría un solo botón para encender y poner en marcha el mecanismo que, en una operación relativamente veloz, crearía todas las combinaciones del libro en volúmenes impecables que saldrían impresos por la ranura y caerían en una bandeja. Siempre habría papel en la máquina y nunca parpadearía en rojo el botón ni habría sonidos de alerta. La máquina no sería eterna; su fecha de caducidad estaría grabada en uno de los bordes grises: vida promedio de cinco a diez años en condiciones ideales, las que requiere cualquier aparato, desde una televisión hasta un refrigerador.
Pero carezco de ingenio y no me animo a aventar un libro al aire para ver en qué parte se abre. Resuelvo entonces releer los poemas de Zaid en sentido inverso, es decir, de la última página a la primera, y en la edición publicada por El Colegio Nacional en 1995: Reloj de sol. Poesía 1952-1992. Antes de emprender la tarea me detengo en el “Agradecimiento”, donde Zaid explica que en Cuestionario (1976) hizo “el experimento de invitar a los lectores a cuestionar cada poema y el conjunto: indicar sus preferencias en una tarjeta que iba con el libro (cuáles poemas incluirían o excluirían, de cuáles no tenían opinión); proponer la ordenación más satisfactoria para su propia lectura; modificar poemas o escribir otros que se integraran bien”. En el ejercicio participaron 57 lectores y se suprimieron 53 poemas. Reloj de sol contiene 80; habrían sido 133 si Zaid se hubiera abstenido de someter su “poesía completa” a un examen tan riesgoso, pues quién resiste meter mano en lo ajeno si, encima, la invitación es de tal generosidad. Zaid concluye que el experimento le ayudó a distanciarse de sus poemas y a “verlos con otros ojos”.
Esta apertura difícilmente imitable de Zaid al escrutinio de los lectores le da a la selección de poemas una extraña legitimidad y un blindaje que no tendría si para hacerla se hubiera seguido el método ortodoxo: el autor o la autora a solas releyéndose, palomeando, corrigiendo, descartando y estableciendo un índice más o menos definitivo de su obra. En Reloj de sollos poemas ya se juzgaron, ya se cribaron públicamente y, si bien Zaid los escribió, no es enteramente responsable de este nuevo ejemplar de su “poesía completa”.
No hay juego sin seducción; tampoco juego que no se tome en serio, en el sentido de que su objetivo es ganar la partida, aunque signifique perder una porción de lo que se posee al inicio; en este caso, 53 poemas. Zaid proporciona la lista de los títulos suprimidos, y yo, para seguir con los desafíos, me atrevo a fabricar con algunos cuantos una cadena fugaz de fenómenos o misterios o umbrales contiguos:
Saliendo del paraíso, canción de ausencia:
burbuja, cabaña, relámpagos antes de la tormenta.
Sea gaviota, templo–al descubrir el fuego–
plaza labrada, realidad subversiva:
otra vez tarde.
Lo que se gana es una paradoja: “La autoridad del autor que el lector le concede, de igual a igual”. Supongo que el trueque es más de forma que de fondo; más de números que de palabras. El fetiche de la cantidad, de la estadística, desemboca en el arte sutil de la vigilancia. Zaid le antepone el adjetivo “verdadera” a la selección de sus poemas, pero esa característica rotunda es aleatoria en su experimento: la antología habría sido distinta con otro grupo de lectores y distinta con otro más y así en adelante hasta agotar todas las posibilidades. El procedimiento se habría parecido a la máquina que propuse, y existirían, para nuestra gran fortuna, numerosas “poesías completas” de Zaid.
La desmitificación reiterada puede convertirse en una mitificación; el uso casi indebido, por tenaz, del sentido común, en una desmesura. Ya es un tópico referirse a la singular lucidez zaidiana: yo la reconozco como una mirada constante por encima de mi hombro: ¿qué pensaría Zaid de este comentario, de esta lectura, de este verso, de esta rima, de esta analogía, metáfora, ripio, descuido, arrebato? Vale la pena resaltar el aspecto provocador, mordaz, socarrón que hay en toda su obra, y otro asunto desconcertante: la vía negativa que dificulta la llegada a su poesía; las advertencias implícitas o explícitas que se van sumando a lo largo del camino: “La poesía puede ser tan útil o inútil para aclarar el mundo como la prosa”; “querer que la poesía sea todo es el comienzo de querer que todo sea poesía”; “no es imposible escribir un buen poema, es improbable”; “de poemas que están bien, pero nada más, está lleno el mundo”. Las frases se formulan menos como conclusiones que como disyunciones e incluyen su contraparte: la poesía (también la prosa) puede aclarar el mundo y es posible querer que todo sea poesía, escribir un buen poema o, resignada, humildemente, uno que sólo esté bien. Zaid es un apagador de fuegos artificiales, un especialista en bajarle el volumen a la retórica. ¿Dónde está el truco o la estrategia? En proceder instancia por instancia –de modo casuista o incrédulo–, la agudeza mezclada a la perfección con un principio de incertidumbre.
“La lucidez zaidiana: la reconozco como una mirada constante por encima de mi hombro: ¿qué pensaría Zaid de este comentario, de esta lectura, de este verso, de esta rima, de esta analogía, metáfora, ripio, descuido, arrebato?”
Según Zaid, toda poética es un “error fecundo”. Por mera congruencia la suya tendría que adolecer de esa misma suerte ambigua. ¿Pero cuál sería su error? Tal vez apostarle a la claridad, a la legibilidad, a la poesía que no es incondicionalmente “intensa y fascinante” y a ese recurso de la prosodia que se llama “voz natural”. De acuerdo con Zaid, la poesía que se entiende “es una poesía más difícil, no más fácil, de hacer”, lo cual es cierto precisamente porque se entiende. Toda poética –añadiría yo– es una trampa para quien la formula y quizá conviene darle la vuelta a ese género cargado de abstracciones, quimeras, obligaciones a menudo sublimes, para evitar al menos el peligro de que a la hora de los juicios haya que rendir cuentas frente a un reglamento ya superado por la existencia variada de los poemas. Pero eso ya constituye una poética y contiene sin duda los errores fecundos que le corresponden: un bache que es un hoyo negro y la orilla muy manoseada del silencio.
Zaid escribe que un poema se termina de crear cuando alguien lo lee; también que todo sería “milagroso si tuviéramos ojos para verlo”. En mi lectura al revés de Reloj de sol –que comienza con Sonetos en prosa y termina con Fábula–, he reconocido la serie de milagros que en mi memoria ya ocupaban un sitio imborrable: versos de los poemas que siempre necesitaré leer de nuevo.
¿Habías vuelto a ver pájaros?
Así crece la yerba, lenta como un reloj
¿Ya viste el fin del mundo?
(De “Últimas noticias”)
El espacio
crece de espacio
como un álamo.
(De “Agua rizada”)
A lo lejos se funde el aire seco
de la conciencia.
Las furias llegan como pájaros
carniceros que saben la verdad
última.
(De “Fénix”)
El tiempo suspendido
mientras no se demuestre lo contrario.
A las puertas del cielo había un reloj
dando la comunión.
(De “Inminencia”)
fragmentos de luna entre ramas,
como una extraña cita de memoria
(De “Fray Luis”)
pasa volando un pájaro
como si fuera natural
vivir
(De “Haciendo guardia”)
Hora extraña.
No es
el fin del mundo
sino el atardecer.
La realidad,
torre de pisa,
da la hora
a punto de caer.
(“Reloj de sol”)
–¿Has visto el cuerpo?
Anoche lo traía.
(De “Después del circo”)
El sol sale a barrer
las sombras del pueblo.
Las penas
con sol
son menos.
(“Muchachas madrugadoras”)
Te busca la ballena
de la melancolía.
(De “Semana Santa”)
La luz con su rebaño
de mármol abatido.
(De “Resplandor último”)
El agua se hace pájaros
contra la piedra azul.
(“Arrecifes”)