Saber quién es Lourdes Ambriz es cosa fácil. Enterarse del gran prestigio y trayectoria que hay detrás de su nombre está al alcance de cualquiera en cualquier parte del mundo.
Hablar de su gloria vocal, de sus habilidades histriónicas, de su magistral dominio del escenario, de su elocuencia interpretativa, de sus incuestionables victorias artísticas, de la perfecta gestión de su carrera, de su salud y vitalidad profesionales, todo ello y más está implícito en el mero hecho de mencionar su nombre, Lulú Ambriz, como con amor muchos la llamamos.
“A pesar de que evidentemente siempre hay fallas y errores, Lulú no solo es de lo más dulce y amorosa, sino que genuinamente celebra los triunfos ajenos, lo cual la hace todavía más grande”.
Sin embargo, algo que quizá no pueda conocerse, pues no se encuentra en ningún booklet de CD ni es rastreable en la Wikipedia o en las redes sociales, es la huella que ha dejado en quienes hemos podido estar cerca de ella. Son aquellas vivencias humanas que han coloreado el tránsito de los que, de una u otra forma, pudimos trenzar con ella algún paso, bien sea arriba o abajo del escenario.
De entre su muy amplio y ecléctico repertorio, pues Lulú es un pez tanto en las calmadas aguas de una canción de cuna como en los océanos de un lied de Rajmáninov o de la gran ópera –yo diría más bien una legendaria sirena–, lo que mayormente me ha tocado compartir con ella ha sido la música de cámara, la del ensamble íntimo y cercano, al abordar ya sea música antigua o música contemporánea. Música de sonido “pequeño”, dirían algunos; sin embargo, yo agregaría: delicada, nítida y primorosa.
Entre las vivencias más bonitas que recuerdo está el haber participado un par de veces con nuestro querido cuarteto Armonicus Cuatro en la tradicional pastorela que se hacía (y quizá se haga todavía) en la colonia Santa María la Ribera, pues ahí vivía su mamá, otra adorable mujer llena de vida y simpatía, a quien los vecinos querían y apapachaban mucho.
Convidándonos de ese pedacito suyo, Lulú nos hizo partícipes al gran Mario Iván Martínez, al barítono Martín Luna y a una servidora, de cantar en polifonía melodías navideñas de todo el mundo, con lo que acompañamos aquel feliz y comunitario drama litúrgico de teatro callejero, en el que por supuesto, su mamá figuraba como la Virgen María. ¡Qué maravilla!
Y con esa grandeza de persona sencilla, no faltó el día en el que, pese a su muy apretada agenda, de pronto estaba ahí, sentada entre el público en alguno de mis conciertos. Qué gran desafío, debo decirlo, pues siendo ella un emblema de autoridad vocal, una se siente obligada a hacerlo perfectamente. Sin embargo, a pesar de que evidentemente siempre hay fallas y errores, ella no solo es de lo más dulce y amorosa, sino que genuinamente celebra los triunfos ajenos, lo cual la hace todavía más grande.
Y hablando de los terrenos de sus conquistas, les comparto que Lulú es amante del arte culinario, de los buenos y elaborados platillos, de los sabores aventureros y de las combinaciones exóticas. Recuerdo con mucho cariño una tarde en la que nos invitó a comer y, como sabe que soy vegetariana, hizo un exquisito risotto morado ¡con cebolla morada y vino tinto!
En su hermosa y equipada cocina no falta un librero especial para sus libros de recetas. Es una habilidad y un placer que estoy segura no puede llevar a cabo tanto como quisiera por tener la mayoría del tiempo el llamado del escenario.
O bien, el llamado de sus estudiantes, pues si algo habría que saber de la maestra Ambriz, es que es una profesora entregada a sus alumnos. De esas que a muchos nos hubiera gustado tener en algún momento. Una guía presente, responsable y flexible; una guía que se adapta a las necesidades de cada voz, sin importar a qué tipo de canto se dedicará el aprendiz. ¡Qué gran fortuna tienen quienes hoy estudian con ella!
Lo último que me gustaría compartir de nuestra querida Lourdes Ambriz para que el lector pueda completar su propia imagen es que, a pesar de conocerla ya por un par de décadas, no supe hasta recientemente que Lulú es amante de los gatos; cosa con la que personalmente resueno vívidamente, pues yo también lo soy.
Hay cosas que solo un amante de los felinos puede entender, como lo es el poder relajante y casi curativo de su ronroneo, el placer de acariciar su suave pelaje, lo terapéutico de verlos jugar con una bolita de papel o de simplemente observarlos mientras duermen acurrucados. Además, el vínculo de confianza que se crea con un gato no es cualquiera, no se obtiene de buenas a primeras: hay que construirlo, hay que ganarlo y, una vez merecido, hay que cuidarlo en el regazo de una lealtad absoluta.
Siendo honestos, de la misma manera, tuve que ganarme ese hermoso vínculo de confianza con Lulú; ese que no surgió de la noche a la mañana, sino que llevó su tiempo y dedicación, y que hoy lo atesoro como algo muy preciado. Hasta hoy sigue siendo un privilegio estar cerca de ella y recibir sus continuas enseñanzas, tanto para mi propia carrera musical como para mi camino personal.
Si de alguien puedo decir que tiene las llaves de la vida es de mi muy amada y admirada Lourdes Ambriz.