Según un grupo de investigadores holandeses, a medida que la pérdida de audición de Ludwig van Beethoven iba avanzando, sus partituras evolucionaban. “Las frecuencias que oía peor, las iba utilizando menos”, señalan los responsables de un artículo publicado en el British Medical Journal. Después de analizar detenidamente varias de sus composiciones y observar los registros, el tipo de notas, la instrumentación, etcétera, los investigadores neerlandeses concluyeron que, efectivamente, su patología sí parece haber influido en sus partituras. “Al principio, la pérdida de audición empezó con las notas más agudas [...] A medida que la sordera iba avanzando, Beethoven tendía a usar más las bajas y medias”.
Él era consciente de lo que le estaba sucediendo y así lo refleja en una carta que envía en 1801 a su amigo y médico Franz Wegeler, en la que confesaba su preocupación por la situación que atravesaba. Intentaba compensar esta deficiencia a toda costa. En 1814 se sirvió de una trompeta para poder escuchar sus composiciones, y en 1817, con el mismo objetivo, hizo construir un piano con las cuerdas más tensadas.
El musicólogo Maynard Solomon considera, en cualquier caso, que el cierre gradual del contacto auditivo de Beethoven con el mundo, produjo inevitablemente sentimientos de doloroso aislamiento y aumentó sus tendencias hacia la misantropía y la suspicacia. Pero, según este autor de una elogiada biografía del genio de Bonn, la sordera incrementó sus habilidades como compositor, al excluir su capacidad como virtuoso del piano y abocarlo a una total concentración en la composición.
La vida de Beethoven es todo un ejemplo de cómo el impulso creativo puede terminar imponiéndose frente a todos los obstáculos. Cuando tenía apenas diez años de edad, un contemporáneo lo describió de la siguiente manera:
Fuera de su música, no se interesaba en lo absoluto por la vida social; por ello, estaba mal dispuesto hacia otras personas, no era capaz de sostener una conversación y se retraía en sí mismo […] estaba aislado y descuidado […] su apariencia externa llamaba la atención por la falta de limpieza […] ello se traducía en una vida difícil, manifiesta también en la imposibilidad de progresar en la escuela.
El especialista Adolfo Martínez Palomo señala que de los antecedentes médicos de la infancia del compositor, sólo se sabe que padeció viruela, como daban cuenta las numerosas huellas de la infección que marcaron su rostro de por vida. Siendo adolescente refirió: “Todo el tiempo he estado afectado por asma. Me preocupa que se convierta en tuberculosis; además está la melancolía, que es una calamidad tan grande para mí como mi enfermedad”.
Su madre murió de tuberculosis cuando él tenía 17 años, y tanto su padre como su abuela materna fueron alcohólicos. A los 24 años sufre dolores abdominales severos y frecuentes, acompañados de episodios de diarrea. Los primeros signos de enfermedad intestinal los registró Beethoven por escrito cuando tenía 25 años, aunque es probable que comenzaran antes. Los síntomas abdominales, como fiebre, cólicos y diarrea siguieron apareciendo insistentemente a lo largo de su vida, hasta su muerte, a los 57 años. Beethoven se refería a estos como “mi enfermedad habitual”. A veces las molestias intestinales llegaban a ser tan intensas que lo obligaban a guardar cama durante semanas enteras. Él mismo escribió en una ocasión: “Me tomó meses poder salir de nuevo, así fuera por periodos breves”.
Durante sus últimos tres años de vida, la sintomatología se agravó. Sin contar con que en varias ocasiones tuvo dolores reumáticos en las articulaciones, y que dos veces presentó molestias oculares con intenso dolor y fotofobia, que le produjeron grandes sufrimientos.
Con respecto a su sordera, Martínez Palomo indica que se ha consignado como probable factor detonador que “en un caluroso día de verano de 1796, Beethoven regresó a casa acalorado y sudoroso, abrió bruscamente las puertas y las ventanas, se quitó la ropa, con excepción de los pantalones, y se refrescó en la brisa cerca de la ventana abierta. El resultado fue una enfermedad peligrosa, cuyos efectos alteraron el oído durante la convalecencia, después de lo cual aumentó progresivamente su sordera”.
Guardar el secreto
A los 31 años escribió a su amigo el violinista Karl Amenda:
Debes saber que mi parte más noble, mi audición, se ha deteriorado grandemente; aun cuando estabas aquí conmigo tuve molestias y no dije nada, pero ahora el problema ha aumentado progresivamente; no sé si estaré todavía a tiempo de curarme, tal vez se debe a mis problemas estomacales, que por cierto se han resuelto casi por completo, espero que mi oído mejore también, pero lo dudo, porque esas enfermedades son casi siempre incurables. Por favor, conserva este asunto de mi oído como un secreto y no se lo menciones a nadie, no importa a quién.
Un mes después, escribe al doctor Franz Wegeler:
Quieres saber algo acerca de mi situación. Bueno, en general, no es del todo mala… Sin embargo, ese monstruo envidioso, mi pésima salud, me ha hecho malas jugadas: durante los últimos tres años mi oído se ha debilitado progresivamente. El problema parece haber sido causado por los trastornos de mi abdomen que, como sabes, ha estado enfermo aun desde antes que dejara Bonn, pero se ha empeorado en Viena, en donde estoy constantemente afligido por diarrea y en consecuencia he sufrido una extraordinaria debilidad. [El doctor] Frank trató de vigorizar mi cuerpo con medicinas fortificantes y mi oído con aceite de almendras dulces, pero su tratamiento no tuvo efecto; mi sordera empeoró y mi abdomen continúa en la misma situación que antes. Como esto continuó hasta el otoño del año pasado, con frecuencia me desesperaba. Luego vino un médico “estúpido” que me aconsejó tomar baños fríos en el Danubio, y más tarde uno más razonable que ordenó baños tibios. El resultado fue milagroso: mis intestinos mejoraron, pero mi sordera persistió, o debo decir, empeoró.
“Las punciones lumbares se realizaron siempre en la casa del compositor; en todas las ocasiones Beethoven resistió estoicamente esbozando apenas alguna queja cuando era intervenido”.
Más adelante escribe el compositor:
A lo largo de este invierno me he sentido desdichado porque he tenido ataques terribles de cólicos, y nuevamente volví a la misma situación de antes. Así estuve hasta hace unas cuatro semanas cuando fui a ver a [al doctor] Vering. Pensé que mi condición necesitaba de la atención de un cirujano y, en cualquier caso, le tenía confianza. Tuvo éxito en contener casi por completo esta violenta diarrea. Me prescribió baños tibios en el Danubio, a lo que siempre tuve que añadir una botella de ingredientes fortificantes. No me mandó más medicinas, sino hasta hace cuatro días, cuando me recetó medicamento para mi estómago y una infusión para mis oídos. Como resultado, debo decir que me he sentido mejor y más fuerte, pero mis oídos siguen zumbando y haciendo ruido día y noche.
El especialista austriaco Christian Reiter opina que el renombrado doctor Andreas Ignaz Wawruch, médico de Beethoven, terminó de empeorar la salud de su paciente al tratar de remediar sus dolores con punciones en el abdomen para retirar el exceso de fluidos. En cada intervención, Wawruch recubría la herida con una crema que contenía grandes cantidades de plomo. Estas cataplasmas de plomo pueden haber causado intoxicación al compositor.
Martínez Palomo apunta que cuatro meses antes de morir, Beethoven sufrió vómitos, diarrea y fiebre, seguidos de intensa ictericia y dolorimiento en el cuadrante superior derecho del abdomen. El examen físico reveló hígado nodular y edema en miembros inferiores. En los días siguientes, la ictericia y la hinchazón aumentaron, y la producción de orina disminuyó progresivamente. El abdomen se distendió con líquido de ascitis, al grado de provocar dificultad respiratoria. A finales de diciembre de 1826, se realizó una primera punción abdominal con extracción de once litros de líquido, lo que le proporcionó alivio inmediato. Sin embargo, en el sitio de la punción desarrolló infección de la piel. En los meses siguientes se realizaron tres punciones más complicadas con salida de líquido abdominal. Las intervenciones se realizaron siempre en la casa del compositor, mediante la introducción de un tubo de vidrio; en todas las ocasiones Beethoven resistió estoicamente esbozando apenas alguna queja cuando era intervenido.
“Una mejoría transitoria le permitió empezar a enfrascarse en la composición de una décima sinfonía”.
Agonía y muerte
Una mejoría transitoria le permitió empezar a enfrascarse en la composición de una décima sinfonía, y entretenerse leyendo textos de clásicos, como Homero, Plutarco, Platón o Aristóteles, que le llevaban algunos amigos. Por recomendación de un médico, reinició la ingestión de ponches a base de ron, té y azúcar, con lo que se animó durante pocos días, para luego recaer con cólicos y diarrea por el exceso de alcohol. A pesar de ello, solicitó a sus editores el envío de algunas botellas de buen vino del Rin. La falta de apetito y el adelgazamiento del paciente aumentaron progresivamente.
Los tres meses siguientes persistió el deterioro progresivo. Tuvo periodos cada vez más frecuentes de hemorragias por nariz y boca. Al mismo tiempo, su situación financiera llegaba a niveles extremos, al grado que los miembros de la Sociedad Filarmónica de Londres, enterados de ello, le enviaron 100 libras esterlinas de plata, a lo que Beethoven respondió prometiendo:
Cuando Dios me devuelva la salud, me dedicaré a expresarles mis sentimientos de gratitud con composiciones... Permitan tan sólo que el cielo me regrese pronto las fuerzas, y yo les mostraré a los magnánimos caballeros de Inglaterra cuánto aprecio su interés por mi triste destino.
Lo cierto es que en ese momento Beethoven ya había perdido toda esperanza de recuperarse, postrado como estaba, con el torso cubierto de úlceras. En un intento desesperado, los facultativos prescribieron baños de vapor con hojas de abedul. El 23 de marzo de 1827 el genio de Bonn escribió con grandes trabajos su testamento. Al día siguiente llegaron las ansiadas botellas de vino, solicitadas por él semanas antes. Al verlas, Beethoven murmuró: “¡Demasiado tarde!”.
“Beethoven levantó la mano derecha y con el puño cerrado exclamó: Poderes hostiles, os desafío, Dios está conmigo”.
Resistió con profunda resignación, respirando con gran dificultad, hasta el 26 de marzo, cuando expiró a las 5:45 de la tarde, exactamente en el momento en el que, según varios testigos, estallaba una fuerte tormenta con granizo, truenos y relámpagos, que iluminaron fugazmente el final de la agonía del compositor. Con el cuerpo completamente debilitado pero rodeado de vino y amigos, exclamó: “Plaudite, amicis comedia finita est (aplaudid, amigos, la función ha terminado)”. Anselm Hüttenbrenner, que se encontraba entre los presentes, narra que de repente “se vio un rayo seguido de un gran trueno, iluminando el lecho de Beethoven, quien abrió los ojos, levantó la mano derecha y con el puño cerrado exclamó: ‘Poderes hostiles, os desafío, Dios está conmigo’. Al dejar caer la mano, sus ojos se cerraron a medias. No se sintió más respiración ni más latidos cardiacos”. A su funeral asistieron unas veinte mil personas.
Tres necropsias sucesivas
Al día siguiente de la muerte de Beethoven, el doctor Johann Wagner, asistente del Museo Patológico de Viena, realizó la autopsia del compositor. El interés principal era el examen de los huesos del temporal para examinar el oído de Beethoven, por lo que ambos huesos fueron extraídos del cráneo. Wagner escribió:
El cartílago del oído es de enormes dimensiones y de forma irregular. El hoyuelo del escafoides, y sobre todo la aurícula, son de dimensiones inmensas, y de una vez y media la profundidad usual.
Asimismo, el hígado mostró evidencia de cirrosis micronodular y los riñones tenían alteraciones compatibles con necrosis papilar. Sorprende a los especialistas que en el informe de la autopsia no se hayan mencionado alteraciones intestinales.
Los restos mortales de Beethoven se exhumaron en dos ocasiones: una en 1863 y la segunda ocasión en 1898, cuando se trasladaron, junto con los de Franz Schubert, al principal cementerio de Viena. La última necropsia practicada, según indica el especialista colombiano Jorge García Gómez, encontró que:
el conducto auditivo externo, sobre todo al nivel del tímpano, estaba engrosado y recubierto de escamas brillantes. La trompa de Eustaquio estaba muy engrosada, presentando una mucosa edematosa y un poco retraída al nivel de la porción ósea. Adelante de su orificio, en la dirección de las amígdalas, se nota la presencia de pequeñas depresiones cicatrizoides. Las células visibles de la apófisis mastoidea se presentaban recubiertas de mucosa fuertemente vascularizada, y la totalidad del yunque aparecía surcada por una marcada red sanguínea, sobre todo el nivel del caracol, cuya lámina espiral se apreciaba levemente enrojecida. Los nervios de la cara eran de espesor considerable. Los nervios auditivos, al contrario, adelgazados y desprovistos de la sustancia medular. Los vasos que los acompañan, esclerosados. El nervio auditivo izquierdo mucho más delgado, salía por tres ramas grisáceas muy finas, mientras que el derecho estaba formado apenas por un cordón más fuerte y de un blanco brillante.
Discrepancias entre especialistas
García Gómez ha estudiado a fondo la historia clínica de Beethoven para determinar las causas de su sordera. En ella, asegura, “se revelan algunas enfermedades intercurrentes. En su niñez presentó viruela, que dejó cicatrices faciales permanentes. Principió a tener ataques asmáticos a los 16 años con resfriados frecuentes que se acompañaban de cefaleas. No hay antecedentes de otitis supuradas que hubieran lesionado la cadena osicular, en contra de lo que se ha pensado de que su sordera fue debida a otomastoiditis”.
Los chilenos Dalma Domic T. y Ernesto Paya G. establecieron en su trabajo “Treponema pallidum y la sordera de Ludwig van Beethoven” una relación de los males que aquejaron al músico y de las teorías sobre el origen de los mismos:
“En 1801 Beethoven había perdido el 60% de la audición normal: oye sólo las vocales pero los sonidos consonánticos han desaparecido. Para 1816 la sordera es completa”.
Además sufrió de crisis de asma, y episodios recurrentes de dolor abdominal, diarrea y constipación. En sus cuarenta años comienza con cefaleas y dolores articulares, agregándose [sic] en sus cincuenta, episodios de ictericia y un cuadro de dolor ocular severo que duró varios meses. Algunos meses antes de su enfermedad final, comienza con edema de extremidades inferiores, ictericia, epistaxis y melena. Durante los siglos posteriores a su muerte, se han planteado múltiples etiologías para explicar las variadas manifestaciones de las enfermedades de Beethoven; entre otras: sífilis, otosclerosis, sarcoidosis, enfermedad de Paget, enfermedad de Whipple, lupus eritematoso diseminado, e intoxicación por plomo.
Jean y Brigitte Massin citan en su biografía del músico al doctor Marage, que ofreció sus conclusiones en varias conferencias ofrecidas entre 1928 y 1929 en la Academia Francesa y en distintas cartas.
Según el doctor Marage llegamos a la conclusión de que nos encontramos en presencia de una laberintitis (lesión del oído interno) de origen intestinal. Basándose en el estado de la evolución del mal, descrito en las cartas de 1801 y 1802, se podría afirmar que los zumbidos –por donde comienza siempre una laberintitis– han empezado en 1796; que la sordera propiamente dicha se inicia sobre el año 1798, lo que coincide con la cronología indicada por el propio Beethoven. En 1801, el doctor Marage estima que Beethoven ha perdido el 60% de la audición normal. “Todavía oye las palabras pero ya no las entiende”; en efecto, oye sólo las vocales; los sonidos consonánticos han desaparecido, porque duran muy poco tiempo, a veces veinte veces menos que los vocálicos. En fin, en 1816, la sordera es completa para todos los sonidos.
De 1986 es el estudio “Beethoven et les malentendus” de Maurice Porot y Jacques Miermont, en el que aseguraban:
Nunca sabremos realmente el estado de su osciles pero según lo escrito por Beethoven, las fechas y los síntomas que describe, se pueden hacer las siguientes observaciones: se trata del comienzo de la sordera en un hombre joven, sin previa inflamación del oído, sin problemas de audición heredados en la familia, una progresiva pérdida de audición más allá de los distintos tratamientos a los que se sometió […] o bien neuro labyrinthitis, u otospongiose.
Un año después, los médicos de la Universidad de Viena, Hans Bankl y Hans Jesserer, aseguraron en su libro Las enfermedades de Ludwig van Beethoven, que causó la sordera una otosclerosis de oído interno. Llegaron a esta conclusión tras examinar tres huesos del cráneo, supuestamente de Beethoven, que el médico vienés Franz Romeo Selgimann decidió guardar durante el traslado de los restos de 1863.
También García Gómez habla de esta enfermedad:
La revisión de esta historia clínica nos lleva a la conclusión de que la enfermedad de Beethoven fue una sordera del mecanismo de conducción por otosclerosis con fijación del estribo y que se inició a los 24 años de edad y se hizo progresiva hasta llegar a la fijación total cuando tenía 35 años. Posteriormente aparecen lesiones ateroscleróticas en el oído interno y muy posiblemente la sífilis y drogas ototóxicas lesionaron el órgano de Corti que lo llevaron a la sordera total en los últimos años de su vida.
El investigador colombiano está aludiendo a un mal que era “la gran causa de sordera de la época”: la sífilis, que algunos estudiosos han señalado que Beethoven tenía congénita. Según García Gómez, es posible que “hubiera adquirido la sífilis entre los 45 a 48 años, y esta puede ser la causa de la lesión secundaria del nervio auditivo, que sumada a la otosclerosis y a la toxicosis por arsénico y bismuto hubiera podido producir la sordera total”.
Referencias bibliográficas
BRAVO, Julio. “¿Cuál fue la causa de la sordera de Beethoven?”, ABC, Madrid, 19 de febrero de 2019.
LUJÁN, Néstor. “Las enfermedades de Beethoven”, Jano: Medicina y Humanidades, Barcelona, 24 de marzo de 1972.
MARTÍNEZ LABAÑINO, Yaharina, Caridad de J. Pérez Martínez y Laura A. Rodríguez Sánchez. “Enfermedades que acompañaron a Beethoven durante su fructífera vida”, Nuestra Historia, La Habana, 16 de abril de 2015.
MARTÍNEZ PALOMO, Adolfo. “Beethoven y su historial médico y Beethoven, un doloroso final”, La Crónica de Hoy, Ciudad de México, 23 de julio de 2008 y 6 de agosto de 2008.
______. “La creación en el silencio. Ludwig van Beethoven”. Conferencia impartida en el Tercer Ciclo de Conferencias del Colegio Nacional en la FES Cuautitlán. Video publicado por la Coordinación de Universidad Abierta y Educación a Distancia de la Universidad Nacional Autónoma de México el 2 de febrero de 2012.
MIRANDA, Marcelo. “Ludwig van Beethoven, el genio de Bonn atormentado por sus enfermedades: su historia médica”, Revista Médica de Chile, Santiago, enero de 2018.
TARDÓN, Laura. “La sordera de Beethoven influyó en su estilo musical”, El Mundo, Madrid, 21 de diciembre de 2012.
VALEVA, Paloma. “Por qué la muerte de Beethoven es un misterio”, Paloma Valeva Taller de Laudería, Gerzat, Francia, 26 de abril de 2017.
Adicto al café y amante del buen vino
Se dice que Beethoven era más un adicto que un aficionado al café. Tomar una taza le producía un placer extremo. Tenía por costumbre tomar una buena taza antes de sentarse a componer. Su café preferido era el muy cargado, hasta el punto de que solía contar personalmente los granos que se utilizarían para preparar el brebaje: exactamente 60 granos de café, ni uno más, ni uno menos.
También era amante del buen vino, sobre todo del Rin. Tanto, que algunos especialistas relacionan el final que tuvo con su manera de beber. En marzo de 1827 escribe al barón Johann Pasqualati: “¡Cómo podría agradecerle lo suficiente por este excelente champagne; cómo me restauró y cómo me va a restaurar!”.
Un médico, François Martin Mai, publicó un artículo en 2006, después de haber traducido del latín el informe de la autopsia de Beethoven. Esto encontró la necropsia:
La cavidad abdominal está llena de cuatro cuartos de un líquido rojizo, nubloso. El tamaño del hígado está reducido a la mitad. Es compacto y tiene una consistencia apergaminada, de un color azul-verde, y su superficie está cubierta de nódulos del tamaño de un frijol.
Para François Mai, no hay duda respecto a que el alcohol acortó los días de Beethoven, llevándolo a una deficiencia del hígado, agravada por una peritonitis. El profesor Michael Stevens, de la Universidad de Utah, apoya igualmente la tesis del alcoholismo. Argumenta que, en esta época, se le agregaba ilegalmente plomo al vino para mejorar su sabor. Beethoven fue un gran consumidor de este tipo de vino artificioso. Stevens agrega que varios miembros de su familia murieron a consecuencia de un alcoholismo confirmado, y que Beethoven empezó a consumir grandes cantidades de alcohol, muy joven, a los 17 años, después de la muerte de su madre.