Chichanchob o Casa Colorada en la Plaza de Las Monjas de Désiré Charnay, Chichén Itzá, Yucatán, circa 1860. Técnica: albúmina; dimensiones: 23 × 15.3 cm. Colección Ricardo B. Salinas Pliego.
7
Artes Visuales

Afición a lo maravilloso

¿Los viajes son lo que vemos o lo que somos? Este ensayo forma parte del catálogo de la exposición La invención de la memoria, que se presentó recientemente en el Museo Nacional de Antropología, curada por Mauricio Maillè, con el acervo de una parte de la Colección Fotográfica de Ricardo Salinas Pliego, la Fonoteca Nacional del INAH y del Museo Nacional de Antropología. Alfonso Morales reflexiona sobre las crónicas de exploraciones a tierras del Nuevo Mundo del arquitecto y dibujante inglés Frederick Catherwood y del abogado John Lloyd Stephens, cuyas bitácoras serían tan célebres como las de Alexander von Humbolt. Todo esto conforma una memoria compartida de un imaginario maravilloso del Nuevo Mundo.


Por Alfonso Morales

“En el viaje, descubrimos solamente aquello de lo que somos portadores”, apunta Michel Onfray en su Teoría del viaje. Los exploradores que en el siglo antepasado se aventuraron a conocer, estudiar, describir y retratar los rincones de la América todavía virgen, parcialmente conocida o poco comunicada, llevaban consigo, junto a sus equipajes y aparatos, el bagaje de las prefiguraciones, ideas y fantasías que habían heredado o producido por su propia cuenta con relación a aquel continente. En los diarios de los viajeros, los descubrimientos se combinan con las proyecciones de los deseos, lo novedoso y lo incomprensible; se hacen caber en los marcos de referencia establecidos y se superponen las observaciones de quienes coincidieron en la posesión temporal de un mismo destino. El tiempo que los exploradores invirtieron en sus desplazamientos físicos no da la medida completa de la duración de sus viajes. Los habían iniciado tiempo atrás, cuando su imaginación fue seducida por los relatos e imágenes de otras expediciones, y se iban a prolongar por muchos años después mediante la circulación y permanencia de sus propias crónicas e ilustraciones, inspiradoras a su vez de nuevos recorridos. Los bocetos y dibujos viajaron hacia los grabados y las litografías, y a estos les dieron continuidad las fotografías, que por un tiempo fueron también modelo de las estampas gráficas. Las bitácoras ilustradas transitaron por el mundo esparciendo noticias sobre la vastedad y diversidad de las geografías, las especies y las culturas, y con ellas sus lectores fueron transportados a lugares que podían parecer invenciones oníricas, como aquellos en donde la maleza devoraba las ruinas de reinos desaparecidos.

La aparición de Incidents of travel in Central America, Chiapas, and Yu-ca-tán (1841) e Incidents of travel in Yucatán (1843), escritos por Stephens e ilustrados por Catherwood, dio inicio a una nueva etapa en los estudios arqueológicos e iconográficos sobre el mundo maya.

 

Panoramas de Tebas y Jerusalén se contaban entre las atracciones que Londres ofrecía a sus habitantes y visitantes a mediados de los años treinta del siglo xix. Esas piezas fueron la mejor carta de presentación para que su autor, el arquitecto y dibujante inglés Frederick Catherwood, fuera invitado a una expedición cuyo destino era América Central y su propósito la búsqueda de vestigios de antiguas civilizaciones. El promotor de esta aventura era John Lloyd Stephens, un abogado de Nueva York y autor de un libro sobre el Medio Oriente, a quien una misión diplomática le dio la oportunidad de internarse en aquella región acerca de la cual corrían pocas noticias ciertas y muchas leyendas.

Entre 1839 y 1842 Stephens y Catherwood llevaron a cabo dos recorridos que pasaron por los territorios de Belice, Honduras, Guatemala y México. En ambas ocasiones estuvieron en la península mexicana de Yucatán a cuya exploración dedicaron por entero su segunda visita. Como resultado de esas incursiones a lugares escondidos entre la vegetación selvática, en las que tuvieron que vencer toda clase de obstáculos –el acoso de las alimañas, las enfermedades, la escasez de alimentos, los rigores del clima–, se obtuvo el registro más completo que hasta entonces se había realizado de los sitios en que los indios mayas habían asentado sus dominios. La documentación que al alimón lograron reunir Stephens y Catherwood brindó nuevas luces sobre una civilización que había alcanzado notables niveles de desarrollo y desaparecido de manera misteriosa. 

La aparición de Incidents of travel in Central America, Chiapas, and Yu-ca-tán (1841) e Incidents of travel in Yucatán (1843), escritos por Stephens e ilustrados por Catherwood, dio inicio a una nueva etapa en los estudios arqueológicos e iconográficos sobre el mundo maya. Armados con apuntes y registros tomados de primera mano, mientras los exploradores acampaban en los vestigios que intentaban descifrar, esas publicaciones se volvieron no menos célebres que las bitácoras de Alexander von Humboldt. En Nueva York, el mismo año en que los exploradores retornaron de su segundo viaje, Catherwood dio a conocer panoramas armados a partir de sus dibujos, presentación de la que también formaron parte piezas originales recabadas por Stephens –entre ellas unos dinteles de Kabah y Uxmal–. A los pocos días de la inauguración, el espectáculo arqueológico fue consumido por un incendio que se originó en las lámparas de gas del sistema de iluminación. Con esa desgracia a cuestas, Stephens y Catherwood buscaron difundir por otra vía sus impresiones de viaje. Planearon una magna edición, que llevaría por título Antigüedades americanas, compuesta por ciento veinte grabados de Catherwood. Humboldt, quien seguramente conocía los volúmenes publicados de Incidents of travel fue considerado, junto con William Prescott –el afamado autor de La conquista de México–, para escribir el texto introductorio de aquella obra. Por sus ambiciones, el proyecto editorial no consiguió el respaldo económico requerido y Catherwood debió contentarse con una versión más modesta, de la que él mismo fue editor: Views of ancient monuments in Central America, Chiapas and Yucatán (1844). De este título, conformado por un set de veinticinco estampas litográficas, algunas de ellas coloreadas por el autor, se tiraron únicamente trescientos ejemplares. Con una presentación en la que Catherwood hizo su propio recuento de las experiencias vividas en tierras mayas, el compendio de vistas le dio el protagonismo que se merecía al levantamiento gráfico realizado por el compañero de viaje de Stephens, a quien el dibujante dedicó la publicación. 

Arco de Teoberto Maler, Labná, Yucatán, 17 de diciembre de 1886 al 2 de enero de 1887. Técnica: platino; dimensiones: 26.1 × 37.1 cm. Colección Ricardo B. Salinas Pliego.

Catherwood hizo uso de la cámara lúcida –un dispositivo óptico transportable que ayudaba a que los dibujos fueran más precisos– en la elaboración de sus ilustraciones del mundo maya. Del recién inventado daguerrotipo, Stephens y Catherwood se sirvieron en su segunda excursión por Yucatán, obteniendo resultados poco satisfactorios excepto como retratistas de la población nativa. La luz natural de que disponían para hacer sus tomas dificultó la obtención de buenas imágenes, que a Catherwood de cualquier forma le fueron útiles para rectificar sus dibujos. No sobrevivieron pruebas de ese uso pionero del daguerrotipo en las exploraciones arqueológicas, cuya primicia se acredita al barón austriaco Emanuel von Friedrichsthal, quien por esos años exploró la misma región y dio a conocer sus resultados en Europa con la ponencia Les monuments de l’Yucatán. Debió pasar más de una década para que el encuentro entre los vestigios del mundo maya y los aparatos fotográficos de los viajeros produjera una iconografía no menos seductora que la producida por Catherwood y su larga cauda de antecesores. El ánimo aventurero e intelectual que Stephens describía como “afición a lo maravilloso” también estuvo detrás de los fotógrafos-arqueólogos que más tarde siguieron los pasos de los autores de Incidents of travel in Yucatán. Con los testimonios de estos viajeros, que implicaron tanto la revalidación como la enmienda de los anteriores registros, se volvió a certificar la permanencia material y simbólica de las civilizaciones y cosmogonías de la Antigüedad mesoamericana.

Dsibiltún de Teoberto Maler, Campeche, 6 y 7 de mayo de 1891. Técnica: platino; dimensiones: 36.3 × 27.7 cm. Colección Ricardo B. Salinas Pliego.

En la segunda mitad del siglo xix, los reinos mayas en la península de Yucatán, sin dejar de perder su halo de misterio, fueron sometidos al escrutinio de miradas que se beneficiaron de mejores técnicas de estudio y de los conocimientos acumulados, y fueron dejando atrás las improvisaciones de los viajeros para adquirir la racionalidad de una disciplina científica. Los trabajos de exploración del francés Désiré Charnay (1828–1915) y del ítalo-germano-austriaco Teoberto Maler (1842–1917) se llevaron a cabo en ese periodo en que el romanticismo de los descubrimientos, de suyo entreverado con intereses de toda índole, dejó su lugar a una competencia internacional por la apropiación e interpretación del legado histórico de los mayas, que involucró a autoridades gubernamentales, instituciones académicas, patronos prósperos, coleccionistas ilustrados, saqueadores, traficantes y grandes museos. Los procesos con los que estos fotógrafos elaboraron sus registros, que todavía requerían cuidados y paciencia, resistieron de mejor modo las vicisitudes del trabajo de campo y facilitaron su difusión como imágenes impresas. 

Charnay se interesó en conocer el mundo de los mayas luego de revisar las bitácoras de Stephens y Catherwood, que descubrió mientras residía en la ciudad de Nueva Orleans, Estados Unidos, entre 1850 y 1851. Pocos años después, instalado en París, inició su aprendizaje de la fotografía y proyectó realizar un tour fotográfico por el mundo. A fines de 1857 Charnay llegó por primera vez a México, que pronto se convertiría en el escenario de una guerra intestina entre los bandos liberal y conservador, que se extendió a lo largo de los siguientes tres años. Entre 1858 y 1860 visitó la capital del país y llevó a cabo sus primeras exploraciones del territorio mexicano, que le permitieron conocer localidades de los estados de Puebla, Oaxaca, Yucatán y Tabasco. A pesar de que su trabajo fotográfico sufrió pérdidas y fracasos, el viajero francés consiguió producir un buen número de imágenes a partir de las cuales compuso el Álbum fotográfico mexicano (1860) y el atlas fotográfico Cités et ruines américaines (1862), que al año siguiente se complementó con una memoria escrita de aquellos recorridos, en una edición que dedicó al emperador Napoleón III. 

El palacio o Estructura 1 de Teoberto Maler, grupo central, Xcavil de Yaxché, Yucatán, 24 al 27 de febrero de 1887. Técnica: platino; dimensiones: 26.6 × 37 cm. Colección Ricardo B. Salinas Pliego.

Al parecer, la segunda estancia de Charnay en México sucedió entre 1864 y 1867, periodo en el que la intervención del ejército francés y el apoyo de los conservadores locales convirtieron al archiduque Maximiliano de Habsburgo en cabeza del Segundo Imperio mexicano. Se ha aventurado que el fotógrafo estuvo al servicio de este monarca o de una comisión científica francesa, aunque no se conservan imágenes que confirmen estos vínculos. Entre 1880 y 1882, Charnay estuvo por tercera y cuarta ocasiones en tierras mexicanas para desarrollar proyectos que contaban con la venia del gobierno francés y el respaldo económico del financiero estadounidense Pierre Lorillard. Tras ser denunciado en la prensa mexicana por pillaje arqueológico, en esos años realizó, en sitios arqueológicos como Teotihuacan, Tula, Palenque, Chichén Itzá, Kabah, Uxmal, Yaxchilán y Mitla, intensas labores que fueron más allá del levantamiento fotográfico: excavaciones, elaboración de moldes, estampados de relieves, adquisición de libros e incluso el renombramiento de Yaxchilán –lugar al que primero arribó el británico Alfred Percival Maudslay– como ciudad Lorillard, en honor de su patrocinador. Con una exposición en el Musée d’Ethnographie du Trocadéro de París, en 1883, y la publicación, en 1885, de Les ánciennes villes du Nouveau Monde, se consolidó el prestigio de Charnay como explorador de las civilizaciones mesoamericanas. En 1886 emprendió el que sería su último recorrido por la península yucateca.