Imagen de portada: plano de las Provincias Internas de Nueva España dedicado al Excelentísimo Señor Virrey D. Juan Ruiz de Apodaca, por José Caballero, capitán de Artillería Provincial de Nueva Vizcaya, año de 1817.
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Historia

California cumple 250 años de hablar español

¿Qué llevó a fray Junípero Serra a emprender las expediciones a la ignota tierra de California en 1769? El periodista Felipe Jiménez García-Moreno discurre sobre la convicción y determinación del franciscano para fundar California y nueve misiones en territorios que están altamente vinculados con la ideología hispánica. Lea y recorra las rutas que siguió fray Junípero hacia los inaccesibles terrenos de la Alta California.


Por Felipe Jiménez

El 2019 llega a su fin dejando casi en el olvido un importante motivo de celebración. En 1769, hace ahora 250 años, partió desde San Blas, Nayarit, una expedición para explorar la Alta California, un territorio hasta entonces casi desconocido. Los informes de que Rusia, desde su colonia en Alaska, pretendía expandir su control sobre las costas del Pacífico, hicieron decidirse al rey Carlos III de España y ordenó una expedición por tierra y por mar a aquellas inhóspitas tierras. En esa misión tomó parte fray Junípero Serra, un fraile franciscano que con grandes esfuerzos fundó nueve misiones en California, desde las cuales inició la expansión de la cultura hispana a través la costa oeste de lo que hoy es Estados Unidos. Antes de hablar inglés, California pensó y se expresó en español.

El visitador general de Nueva España José de Gálvez fue el encargado de organizar la expedición. Al frente de la misma nombró a Gaspar de Portolá, eficaz administrador, explorador y militar. La expedición incluía soldados, colonos y un grupo de misioneros franciscanos, que dirigía fray Junípero Serra, hombre de unos 50 años, hondas convicciones y gran determinación. Los frailes estarían a cargo de pacificar a los indios y enseñarles su lengua y su religión.

Tarjeta postal de fray Junípero Serra, circa 1915, hecha por los franciscanos.

El viaje enfrentó grandes obstáculos, que hubo que superar. El primero para fray Junípero fue su endeble salud. A la mitad del camino, la llaga que se extendía sobre un muslo del franciscano se había infectado, lo que le causaba terribles dolores.

Viendo lo que pasaba, Gaspar de Portolá le dijo al fraile: 

—Padre, con la pierna en tan mal estado no puede seguir adelante. Mañana temprano lo llevarán a San Francisco; allí podrá descansar.

 Sobreponiéndose, fray Junípero contestó:

—Volver, jamás. Si muero, que me entierren junto al camino, pero regresar, nunca.

Al acampar aquella noche, el franciscano mandó llamar a un arriero que viajaba con ellos y le preguntó si conocía alguna hierba que pudiera dar alivio a su pierna. El arriero contestó:

—Padre, yo no he curado más que a caballos, burros y mulas.

—Pues hijo, hazte cuenta de que yo soy una bestia y dame el mismo remedio que aplicarías a uno de tus animales.

El mulero así lo hizo, y a la mañana siguiente el padre Serra despertó, para asombro de todos, muy aliviado de sus dolores.

El 16 de julio de 1769, día de Nuestra Señora del Carmen, la expedición llegaba a una hermosa bahía, bautizada como de San Diego, donde el franciscano dijo misa y fundaría, al pie de una tosca cruz, la primera de las 21 misiones californianas conocidas con el nombre de Rosario del Padre Serra. 

Lo que no podían imaginar los escasos testigos de aquel acto –varios frailes franciscanos, algunos soldados y unos cuantos indios–, era que estaban asistiendo a la verdadera fundación de California, tierra hasta entonces desdeñada por inaccesible. Una tierra que el infatigable franciscano imaginó resplandeciente de naranjos y limoneros, cubierta por viñas y doradas espigas, y habitada por cristianos pacíficos

En 1769 fray Junípero Serra fundó en San Diego su primera misión, con lo que inició la expansión de la cultura hispana en la costa oeste de Estados Unidos.

El padre Serra creía devotamente que aquellas nuevas tierras pertenecían a los indios; inclusive las edificaciones de las misiones estaban destinadas a ser suyas, así como el ganado, las granjas y los productos de la comunidad, que los franciscanos se limitarían exclusivamente a administrar, puesto que su orden les imponía la total renuncia a los bienes materiales.

Hambre y escorbuto

Nuevos obstáculos estaban por llegar. A los pocos meses de fundada la misión de San Diego los alcanzó una expedición que, por tierra, había intentado en vano encontrar la bahía de Monterrey. Con la llegada de los nuevos soldados, la situación, ya difícil a causa de la escasez de alimentos, se hizo insostenible. Además, la mayoría de los colonos y frailes habían caído enfermos de escorbuto.

Gaspar de Portolá examinó a los afectados, que tenían la piel color negro azulado y las encías hinchadas y sangrantes, y dispuso que todos abandonaran aquellas tierras para regresar a la Ciudad de México, por mar. Fray Junípero se opuso respetuosamente y suplicó a Portolá que demorara el regreso hasta que él terminara de rezar una novena a San José. La noche del 19 de marzo de 1770, día de San José, entraba en el puerto de San Diego el navío San Carlos, portador de medicinas, alimentos frescos y todo cuanto necesitaban los expedicionarios. La misión se había salvado.

Al año de su llegada a California, el padre Serra fundó, a casi 650 kilómetros de donde fundara la primera, la misión de San Carlos Borromeo. Un año después, cierto día del mes de julio, el infatigable franciscano se adentró en un valle situado en las montañas de Santa Lucía, que estaba poblado de robles. Colgó de las ramas de uno la campana que llevaba consigo y empezó a hacerla repicar. Viendo que nadie acudía, se puso a gritar: 

—¡Venid, gentiles; acudid a la Santa Iglesia!, ¡venid a conocer la fe de Cristo!

No había un solo indígena a la vista, pero los tañidos de la campana penetraron en la espesura del bosque y, al cabo de un rato, apareció un indio. Asustado, pero curioso, vio cómo el padre Serra celebraba misa ante una tosca cruz que él mismo había levantado. Antes de irse recibió, complacido, los regalos del franciscano. Poco después regresó, acompañado de más indígenas.

Los nativos se encariñaron con el fraile, que empezó a aprender su lengua. Aquellos pieles rojas unieron muy pronto su esfuerzo al de los hombres de tosco sayal y todos juntos levantaron la rústica misión de San Antonio de Padua.

Hay que decir que los sencillos templos de aquellos primeros años distaban mucho de ser las bellas construcciones de las misiones actuales, con sus muros de dos metros de espesor, puertas artísticamente talladas, techos de pintadas vigas, fuentes rumorosas, alegres jardines y claustros de grata frescura. 

Las primeras misiones fundadas por fray Junípero eran sencillos albergues de ramas y juncos. Las actuales se levantan próximas a los lugares donde el franciscano y sus sucesores clavaron la cruz, porque la elección de su emplazamiento no fue hija del capricho. El audaz mallorquín comprendió que estaba eligiendo lugares destinados a ser futuras colonias, y puso especial cuidado en escogerlos donde había abundante agua, suelo fértil y clima benigno, próximos a bosques que proporcionaran madera para la construcción, y cercanos al camino de la costa que tuvo el acierto de adivinar.

En los emplazamientos que escogió fueron fundándose las ciudades de San Diego, Los Ángeles, Monterrey y San Francisco. De las nueve misiones fundadas por él, solamente una, la de San Antonio, no vio nacer una ciudad en sus alrededores.

Misión de San Francisco de Asís, circa 1880, en la calle Dolores, San Francisco. (Fuente: Biblioteca Pública de Denver).

 

El audaz mallorquín comprendió que estaba eligiendo lugares destinados a ser futuras colonias, y puso especial cuidado en escogerlos.

 Misión de San Juan Capistrano. (Fuente: Mission San Juan Capistrano).

 

Fray Junípero regresa a la Ciudad de México

Ya llevaba el padre Serra tres años en California y había fundado cuatro misiones cuando estalló el descontento. Los nuevos dominios no daban un rendimiento inmediato en rentas; el mantenimiento de las colonias resultaba más costoso que lo calculado. Casi todos los alimentos e implementos tenían que llevarse desde enormes distancias. Los indígenas, indignados por el trato que algunos soldados daban a sus mujeres, se vengaban con flechazos e incendios.

Mapa de las misiones de California. (Fuente: The California Missions Foundation).

El virrey de Nueva España, Antonio María de Bucareli, parecía dispuesto a ordenar la retirada. Fray Junípero decidió marchar a la Ciudad de México –casi cuatro mil kilómetros de ida y vuelta– para intentar salvar del fracaso las misiones de California. No podía aducir en favor de la continuación de su empresa ganancia material alguna. Todo cuanto tenía a su favor era el convencimiento que su fe ciega infundía.

Consiguió cuanto quiso: autorización para fundar otras misiones, nuevas sumas de dinero, un camino por tierra a California y la inmigración de más colonos, principalmente familias y mujeres que pudieran casarse con los soldados. Así regresó a California para fundar la misión de Dolores, en lo que hoy es San Francisco; la bellísima de San Juan Capistrano, próxima a San Diego, la de San Luis Obispo y la de San Buenaventura.

Contando 70 años de edad, el infatigable fraile, sintiendo que las fuerzas no tardarían mucho en fallarle, emprendió a pie una visita a las nueve misiones que fundó, desde la de San Diego a la de San Francisco. En todas ellas se despidió de los emocionados franciscanos.

A las dos de la tarde del 28 de agosto de 1784, fray Junípero falleció en la misión de San Carlos Borromeo. A su lado se encontraba su inseparable compañero fray Francisco Palou. El tañido de las dos campanas de la misión atrajo a los indios y colonos hasta ella y cubrieron de flores silvestres el ataúd de pino del franciscano.

Ilustración publicada en Relación histórica de la vida y apostólicas tareas del venerable padre fray Junípero Serra, escrita por fray Francisco Palou en 1787.

 

Un predicador de fácil y elocuente palabra

Fray Junípero Serra nació en la villa de Petra, en la isla de Mallorca, el 24 de noviembre de 1713. Sus padres, labradores humildes y devotos, bautizaron al niño con los nombres de Miguel José. Desde su primera infancia mostró vocación religiosa. Visitaba frecuentemente el convento de San Bernardino y se hizo amigo de los frailes que vivían en él. Muchos días subía a la cumbre del monte Boñay, donde se alzaba un santuario, y pasaba horas enteras arrodillado ante una imagen de la Virgen. A los 16 años tomó el hábito franciscano en el convento de Jesús, en Palma de Mallorca. Tras un año de noviciado, pronunció sus votos y cambió su nombre por el de Junípero, en recuerdo del compañero de San Francisco de Asís. De su primera etapa en el convento, algunas referencias señalan que era un predicador de fácil y elocuente palabra. Se cuenta que con motivo de una plática acerca de Raimundo Lulio en la Universidad de Mallorca, uno de los catedráticos que lo escuchaba dijo conmovido: “Este sermón es digno de ser impreso en letras de oro”. Próximo ya a los 40 años de edad, el padre Serra vio colmada su ambición de evangelizar tierras lejanas. El 28 de agosto del año 1749, un galeón levaba anclas del puerto de Cádiz con destino a Veracruz. A bordo viajaban el padre Serra y fray Francisco Palou, compañero entrañable y, según el investigador Donald Culross Peattie, autor de la más completa biografía del fraile visionario. Durante 16 años, fray Junípero predicó la palabra de Dios y estableció misiones en tierras de Puerto Rico y México. Y finalmente, en 1767, cuando el franciscano tenía 50 años de edad, inició la obra más importante de su vida, a lo largo de diez mil kilómetros, en las tierras hasta entonces inhóspitas de la Alta California.

La huella hispana en escudos y banderas estadounidenses

La influencia hispana es evidente en los actuales escudos y banderas de varias ciudades estadounidenses:

Los Ángeles. La ciudad de Los Ángeles fue fundada en 1781 por el militar español Felipe de Neve, quien escogió el nombre de El Pueblo de la Reina de los Ángeles. Primero perteneció a España, hasta que en 1821 se independizó y pasó a formar parte de México. Desde 1850, junto a toda California, se integró a Estados Unidos. El escudo de Los Ángeles está dividido en cuadrantes distintos. Cada uno representa una etapa histórica distinta de la ciudad. En el cuadrante superior izquierdo se encuentra la bandera estadounidense, al lado del oso pardo característico de California. En la zona inferior aparece el escudo de armas de México y por último el emblema de los reinos de Castilla y León. Alrededor del escudo de la ciudad destacan los tres cultivos principales de sus tierras: aceitunas, uvas y naranjas, a los que rodea un rosario de 77 cuentas.

Escudo de Los Ángeles, California, Estados Unidos.

 

San Diego. Tanto la bandera como el escudo de San Diego guardan una estrecha relación con el mundo hispano. A pesar de que el origen de la ciudad data de 1769, gracias a la misión fundada por fray Junípero Serra, la presencia hispana en la zona se remonta más allá de su fundación. Fue en 1542 cuando llegó el primer barco europeo a la costa oeste del actual Estados Unidos, el cual estaba comandado por Juan Rodríguez Cabrillo. El dorado y el rojo hacen honor al estandarte de Castilla y León. También aparece el año en que el explorador entró por primera vez en la bahía de San Diego y reclamó el territorio para la Corona de Castilla: 1542. Su sello también alude al legado hispano a través de diferentes elementos: la carabela, que representa la exploración de la región; la campana, en referencia a los padres fundadores de las misiones; y, finalmente, las columnas de Hércules, presentes en el escudo de los reyes Católicos. 

Escudo de San Diego, California, Estados Unidos

 

San Agustín. Puede que ninguna ciudad estadounidense muestre tan bien la herencia española en sus símbolos como San Agustín, en Florida, fundada por  Pedro Menéndez de Avilés  en 1565, según hace constar la periodista Irene Mira. Lo más significativo es su escudo de armas, el cual presenta una corona simbolizando la monarquía. A su vez, cuenta con una flor de lis, símbolo de los Borbones, quienes entregaron el escudo a la ciudad. No faltan los reinos de Castilla y León, también representados. Se aprecia, además, una referencia a San Agustín: un brazo que sostiene una espada de plata.

Escudo de San Agustín, Florida, Estados Unidos.

 



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