Historia

El Seminario de Cultura Mexicana, un joven de 80 años

El Seminario de Cultura Mexicana celebró, en febrero de 2022, 80 años de difundir la cultura, la ciencia, las artes y las humanidades de forma gratuita en cada rincón de México. Jorge Pedro Uribe Llamas, cronista y miembro asociado de esta institución, rememora su historia, explica su funcionamiento con las corresponsalías, asociados, seminaristas y trabajadores, y relata anécdotas de las figuras que han dado vida al Seminario, auténtico espacio de luz para la sociedad.


Por Jorge Pedro Uribe Llamas

La sede actual del Seminario de Cultura Mexicana se encuentra ubicada en avenida Presidente Masaryk 526, Polanco, Ciudad de México.

I

Cuando la cronista Ángeles González Gamio me invitó a ser su asociado en el Seminario de Cultura Mexicana, yo estaba por cumplir 35 años y por publicar mi primer libro. Me acuerdo de haber sentido una gran emoción, pero también una inquietud honda, ¿estaría a la altura? Estamos hablando de la misma institución que en su momento acogió al poeta Víctor Sandoval (1929-2013) y al pintor texcocano Antonio M. Ruiz (1892-1964), miembro fundador y diseñador del primer logotipo; a mi sabio vecino Aurelio de los Reyes, que por sabio nunca opina en el chat de vecinos, y la prominente astrónoma Silvia Torres; entre varios otros creadores y científicos precedidos por un gran trabajo, talento y un palmario amor al país. Gente con entradas en Wikipedia y a veces también en el pelo. El “senilario”, lo llama con cariño uno de sus miembros, y es que el promedio de edad ronda los setenta y siete años.

            —¿Quiénes son los miembros más jóvenes?, le pregunto a Sanda Racotta, publirrelacionista del Seminario y genius locide la sala de exposiciones.

 —Yo creo que Sergio Vela [director de ópera] y Fernando Fernández [poeta, seminarista novísimo], que andan por los cincuenta y tantos, pero también Saúl Alcántara y Felipe Leal [arquitectos]. Y de los asociados tú, que tienes…

 —…cuarenta y poquísimos.

Quedo de verme con ella un viernes al mediodía. Es a un tiempo una mujer circunspecta y alegre, como lo son muchas niñas. Me pide permiso para fumar, podría no hacerlo, lleva décadas aquí, desde mediados de los noventa. Puede decirse que está en su casa. Un día debo escribir sobre ella, tiene una historia de vida fascinante.

            Tomamos asiento en el jardín diseñado por Felipe y Saúl al interior de Masaryk 526. He escuchado que el edificio de cuatro niveles es obra del arquitecto Jorge L. Medellín, autor igualmente de la estación de trenes de Buenavista y de la preciosa Casa de México en París. Es de los años sesenta, pero presenta un aspecto casi contemporáneo gracias al buen ojo de Felipe, actual presidente del Seminario. En el jardín destacan un alto aguacate, tres o cuatro fresnos y algunos bellos arbustos endémicos llamados Pittocaulon praecox. Todo el mundo, sin embargo, los llama “palos locos”. Y todo el mundo puede venir a disfrutar de este espacio. Un enclave cultural en una parte curiosa de Polanco. Curiosa por limpia, porque enfrente se desplomó un helicóptero en 2003 y porque a unos pasos siguen funcionando la elegante embajada cubana y el Conservatorio Nacional de Música, dos triunfos de nuestra arquitectura capitalina del siglo XX. Más que curiosa, afortunada.

Felipe Leal, arquitecto, miembro titular y presidente del Seminario de Cultura Mexicana.
Foto: Víctor Benítez/SCM

Saúl Alcántara, arquitecto, miembro titular del Seminario de Cultura Mexicana.
Foto: Víctor Benítez/SCM

Sergio Vela, músico, miembro titular del Seminario de Cultura Mexicana.
Foto: Guillermo Kahlo

 

 

            En realidad todo México es así, una mezcla de accidente y privilegio. Lo sabe bien José Vasconcelos, que nos oye con disimulo poniendo cara de busto escultórico:

            —Yo entré al Seminario por Víctor Sandoval. Cuando llegué, este jardín era una selva. Había siete higueras, árboles de hoja santa y aguacates. Me contaron que una vez aquí desenterraron una osamenta humana, tal vez de cuando esto era parte de la Hacienda de los Morales.

            —¿Desde cuándo se instaló aquí el Seminario?

            —1986, después del terremoto. Tengo entendido que antes todo el edificio era de la Comisión de Libros de Texto Gratuitos. Siempre hemos estado en la planta baja; arriba hay oficinas de otras instancias.

            —¿Antes dónde estaba la sede?

            —En un salón del edificio de la SEP, en la calle de Brasil, en el centro.

           

1942. Vaya año difícil. De fondo la Segunda Guerra Mundial y por acá el sexenio de Manuel Ávila Camacho, el de la unión nacional y la cancelación de la educación socialista. A él le debemos los acuerdos presidenciales mediante los cuales se instituyeron el Seminario de Cultura Mexicana y, un año después El Colegio Nacional. Ambos dotados de personalidad jurídica y un objetivo en común grosso modo: difundir la cultura (ciencia, artes y humanidades) de forma gratuita entre el pueblo de México. Así de fácil y así de complicado. En el caso del Seminario, a través de “las diversas ramas y tendencias de las ciencias, las letras y las artes”, de “estimular en México la producción científica, filosófica y artística” y de “organizar trabajos de investigación y de análisis”. Lo entrecomillado corresponde a la ley orgánica promulgada en 1949.

            El acuerdo presidencial fue firmado por Ávila Camacho el 28 de febrero de 1942 (era un sábado) en el Salón Simón Bolívar del edificio de la Secretaría de Educación Pública, en la calle de Brasil, con paredes decoradas al día de hoy con frisos de Roberto Montenegro. Y la aquiescente presencia de Octavio Véjar Vázquez, por aquel entonces secretario de Educación.

80 años después, la institución mantiene intacta su vocación de divulgar la cultura mexicana a través de misiones culturales.

Los propósitos del Seminario se lograrían –aún se logran– con la ayuda de enjundiosas corresponsalías que funcionan como embajadas: actualmente 59 repartidas por 27 estados de la república, además de cuatro en Guatemala, Madrid, San Antonio (Texas) y Venecia.

            “Si los miembros son la columna vertebral del Seminario, las corresponsalías son el sistema circulatorio”, dice Gerardo Jaramillo, secretario ejecutivo desde 2019. José Luis Islas, de la corresponsalía de Empalme, Sonora, las compara más con el cerebro (“donde se ubica la glándula pineal que nos conecta con otras dimensiones y potencia las emociones”), mientras que Fidel Sierra, de Acámbaro, Guanajuato, opina que “sin duda son el corazón”. En cualquier caso, pensamos todos en un cuerpo humano. También Gerardo me explica cuál es nuestra relación con la SEP. En resumidas cuentas, el Seminario depende presupuestalmente de la Subsecretaría de Educación Superior, pero con plena autonomía en su operación. Al principio fue un órgano consultivo para la SEP. 80 años después, la institución mantiene intacta su vocación de divulgar la cultura mexicana a través de misiones culturales.

Una misión es así: digamos que la corresponsalía de Córdoba solicita a Javier Garciadiego. Acto seguido, la oficina de Masaryk aprueba y organiza el viaje. De este modo, nuestro historiador ofrece una conferencia sobre, no sé, los Tratados de Córdoba. Los embajadores se encargan de recogerlo en la terminal de autobuses y hacerlo sentir como en casa (“la generosidad de los anfitriones y las maravillosas comidas son un recuerdo inolvidable”, dice Ángeles González Gamio). Por supuesto que los de la corresponsalía también organizan y promueven el evento. Lo más bonito es que cualquiera en Córdoba puede apersonarse sin desembolsar un peso. Pueden ser conferencias, pero también talleres, conciertos, presentaciones de libros y más. Adicionalmente, las corresponsalías celebran actos con sus eminencias locales. No vaya a creerse que el Seminario promueve el centralismo. A decir verdad, todo lo contrario. Se cumple el sueño de Vasconcelos: que la cultura prospere en cada rincón del país. Rincones muy nobles. Incluyendo Masaryk 526, donde también se genera actividad cultural.

Ángeles González Gamio, cronista, miembro titular del Seminario de Cultura Mexicana.
Foto: Víctor Benítez/S C M .

 

            Una de las primeras corresponsalías fue la de Aguascalientes. Lo cual se explica si tomamos en cuenta que entre los fundadores de la institución hubo dos hidrocálidos: el compositor Manuel M. Ponce (1882-1948) y el dibujante Francisco Díaz de León (1897-1975). Además de que el escritor Antonio Acevedo Escobedo (1909-1985), de anticuado bigote y feliz prosa, se cuenta entre sus miembros tempranos. La relación con aquella ciudad ha ido estrechándose a lo largo del tiempo a través del escritor Mauricio Magdaleno, el poeta Víctor Sandoval, el historiador Aurelio de los Reyes y el poeta Marco Antonio Campos, que al igual que Ponce y Magdaleno no nació en Aguascalientes, pero igual son hidrocálidos los tres de pura cepa. Y yo también, me moría por decirlo. Dicho sea de paso, Marco Antonio es asociado igualmente. Los asociados somos “un grupo de apoyo, de gran importancia para el Seminario”, en palabras de Sanda. “Fue idea de Arturo Azuela [escritor, 1938-2012], más o menos a finales de los noventa, cuando le tocó ser presidente del Seminario. También fue él quien empezó a incluir a más mujeres y científicos”.

Ni coneguts ni saludats –como decía el cronista catalán Josep Pla–, sino amics. De trato sencillo como acostumbran los grandes.

Luego Sanda me lleva a ver el mural del vestíbulo, compuesto por 28 retratos del fotógrafo Víctor Benítez. Uno por cada seminarista: 25 en activo y tres eméritos: una bióloga, un violonchelista, un pintor, una economista, una química… Ángeles, la más sonriente de todos, pero esto no es raro para quienes la conocemos y amamos.

Gente diversa con la cualidad de estar siempre a la altura. ¿A cuál altura? A la del país al que sirven, nada menos. Buenas personas que se llevan bien entre sí. Ni coneguts ni saludats –como decía el cronista catalán Josep Pla–, sino amics. De trato sencillo como acostumbran los grandes.

Casi por último, mi guía me enseña la Galería 526 (de unos cuarenta metros de longitud), el Foro Castalia, la Sala de Lectura Infantil y Comunitaria y hasta el jardincito lateral donde señorea un hule enorme que da a la calle de Bernard Shaw y a cuya sombra advierto la sinagoga de la comunidad Maguén David, enfrente, con una estrella de seis puntas diseñada por Mathias Goeritz, otro hito arquitectónico del rumbo.

El compositor Manuel M. Ponce fue miembro fundador del Seminario de Cultura Mexicana.
Fuente: Mediateca INAH

 

Qué bien se está bajo el árbol. Hace olvidar el cielo bajo, gris y compacto, de textura vieja, que nos acecha en verano. Sanda no puede verlo, está perdiendo la vista; no así su entusiasmo:

 —¡Trabajar aquí es tan grato!

 —¿Por qué?

 —Deja que te enseñe la sala de juntas…

II

En la sala lo primero que llama mi atención es el tzompantli, como apodan los miembros del Seminario al conjunto de medallones de bronce colocados en las paredes oriente y norte respectivamente: relieves escultóricos de los miembros fundadores (19) y de los seminaristas que han ido muriendo (51). Por alguna razón faltan algunos.

Entre los primeros noto a cuatro mujeres: la pianista Esperanza Cruz (1909-1999); la cantante duranguense Fanny Anitúa (1887-1968), de quien Mauricio Magdaleno escribió que es “un instante de gloria de México”; la pintora Frida Kahlo (1907-1954); y la educadora Matilde Gómez, que en algún sitio he leído que era hija adoptiva del pedagogo colimote Gregorio Torres Quintero (1866-1934), pero a saber: no abundan sus datos biográficos.

En el primer grupo, es difícil no reparar en los recién fallecidos: el ingeniero civil Daniel Reséndiz (1937-2021), la historiadora del arte Elisa Vargaslugo (1923-2020) y el historiador Álvaro Matute (1943-2017). Todas las piezas miden 30 centímetros de diámetro y representan rostros. Son obra del escultor Antonio Castellanos Basich, hijo del pintor Julio Castellanos.

Sala de Lectura Infantil y Comunitaria en el Seminario de Cultura Mexicana.

Esperanza Cruz, pianista de destacada trayectoria, fue miembro fundador del Seminario de Cultura Mexicana.

 

            En la sala de juntas se reúne el Consejo Nacional, o sea, los miembros en pleno, cada segundo martes de mes para discutir temas de presupuesto, organizar exposiciones, hablar de futuras misiones... Son juntas que, dirigidas por Felipe Leal, ocurren alrededor de una mesa de caoba maciza diseñada por el arquitecto y miembro del Seminario Enrique del Moral (1905-1987), lo mismo que las sillas. En ellas se llegaron a sentar en su día el compositor Julián Carrillo (1875-1965), el historiador Vito Alessio Robles (1879-1957), el escritor Agustín Yáñez (1904-1980), el historiador Ernesto de la Torre Villar (1917-2009), el artista gráfico nacido en Tepito Alberto Beltrán (1923-2002), el escritor Carlos Montemayor (1947-1910)… ¡La de anécdotas que podrían contarse sobre todos ellos!

La cantante de ópera Fanny Anitúa fue de los miembros fundadores del Seminario de Cultura Mexicana. En esta fotografía de 1920 aparece con su único hijo, Arrigo Coen, quien sería lingüista y escritor. 
Fuente: Mediateca I N A H .

 

Pienso en Carlos Madrigal, chofer del Seminario de hace varios años. Pero por desgracia o fortuna se trata de un hombre discreto. También puedo preguntarle a Angélica y a Margarita, personal de limpieza; Juan e Ismael, custodios de la galería; Johan y Jorge, que trabajan de “todólogos”; Liliana, encargada de la sala de lectura; Verónica, del área de comunicación y diseño junto con Gibrán; Nancy, responsable del archivo; Claudia, de administración; y Edith, amiga de todos, que tramita cada misión. A lo mejor alguno de ellos llegó a conocer a tales hombres insignes. Y, claro, algunos miembros veteranos. Pero mucho me temo que todos son igual de reservados.

En la sala de juntas se reúne el Consejo Nacional, o sea, los miembros en pleno, cada segundo martes de mes para discutir temas de presupuesto, organizar exposiciones, hablar de futuras misiones... Son juntas dirigidas por Felipe Leal.

            Lo conveniente será consultar el paquete de libros que me manda Sanda a mi casa. Media docena. El primero que me zampo es un cuento escrito e ilustrado por Francisco Díaz de León: Luna entre árboles (Seminario de Cultura Mexicana, 1966), una joya, como suele decirse. Luego leo los demás, de índole histórica, los cuales me ponen sobre la pista de ciertos “chismes” de algunos miembros de la institución. Por ejemplo:

  • Elisa Vargaslugo hablaba bien el francés.
  • Carlos Prieto empezó a estudiar violonchelo a los cuatro años.
  • El artista plástico Arnaldo Coen vivió y trabajó en Tanzania un par de años en los setenta.
  • La escritora Silvia Molina realmente se apellida Pérez Celis.
  • El pueblo potosino donde nació Julián Carrillo hace tiempo que se llama Ahualulco del Sonido 13.
  • Esperanza Cruz era veracruzana, sonreía bonito y se casó con José Vasconcelos al año siguiente de fundar el Seminario.
  • El arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma estudió la prepa en el Colegio Cristóbal Colón.
  • Hacia 1990 el filósofo mexiquense Rafael Moreno usaba unos lentes magníficos, adelantados a su época, ¿dónde puedo conseguir unos así?
  • Víctor Sandoval ha sido traducido al árabe y Hugo Gutiérrez Vega (1934-2015) al turco.
  • La socióloga Jacqueline Peschard fue asesora de la ONU para la reforma electoral de Líbano en 2005.
  • Al pintor Francisco Goitia se le hizo fácil no asistir a la primera reunión del Seminario, por lo que fue sustituido por el físico Manuel Sandoval Vallarta (1899-1977).

            Informaciones que muestran el lado humano de los seminaristas y la formidable diversidad del conjunto. Además, la lectura de esos libros me plantea preguntas que ya quisiera resolver algún día. Por decir, ¿cuáles fueron las sedes del Seminario a partir de su creación en 1942?

En El Seminario de Cultura Mexicana, datos para su historia, segunda parte, 1972-1998 (Seminario de Cultura Mexicana, 2000) leo que al edificio de la SEP sólo se mudaron en 1963.

¿Antes, dónde sesionaban, pues?

En una nota de El Universal del primero de marzo de 1942 se nos informa que “el edificio conocido con el nombre de la Condesa, ubicado en Tacubaya, quedará a disposición del grupo de intelectuales”. ¿El de la embajada rusa? Otra nota del mismo día, aunque del periódico Novedades, aclara que se trata del “local de la antigua estación de bomberos de Tacubaya”, o sea, el número 56 de la calle José María Vigil. Y “de forma provisional”.

También puede ser que ese “1963” fuera una errata para “1943”…

Comoquiera, es mejor concentrarse en las certezas. Como que el primer presidente del Seminario fue el poeta Enrique González Martínez (1851-1972) y Frida Kahlo su vicepresidenta, y que ella misma se encargó de preparar un primer programa de actividades para 1942; que la primera reunión formal tuvo lugar el 7 de marzo de ese año; y que la primera misión no la llevó a cabo ningún miembro del Seminario, sino el secretario de Educación, en Cuernavaca. Poco tiempo después un manojo de miembros viajó a la ciudad de Durango, entre ellos Manuel M. Ponce y Fanny Anitúa, seguro que para dar un concierto; esto en diciembre.

El poeta Enrique González Martínez fue el presidente fundador del Seminario
de Cultura Mexicana cuando se instituyó en 1942.
Fuente: Mediateca INAH

 

¿Más datos para crónica con visos de rompecabezas? Aquí van:

  • El primer libro que publicó el Seminario fue la novela de Mariano Azuela La marchante (1944), de 155 páginas. ¿Alguien la tiene? ¡Se la compro!
  • En sus primeras décadas de vida, la institución emprendió misiones en Alemania, Austria, China, Irak, Perú, Rumania, Venezuela y otros países lejanos. Incluso llegó a haber una corresponsalía en Canadá, de la que prácticamente no se sabe nada.
  • El primer Coloquio Nacional se efectuó del 26 al 30 de noviembre de 1984 en la capital de Oaxaca, inaugurándose por todo lo alto con la presencia del gobernador Pedro Vázquez Colmenares en el teatro Macedonio Alcalá. En la relatoría del evento se lee que “su sentido fue tomar conciencia de la realidad, actuar sobre ella y poner a las formas culturales nuestras en trance de avanzar”. ¿Habrá fotografías disponibles?     

III

2022. Vaya año difícil. A consecuencia de la pandemia y otros factores, el Seminario de Cultura Mexicana enfrenta un futuro incierto. Perdón por el lugar común, pero era necesario para poder decir que todo futuro lo es. En cambio, los retos son más que palpables. Por ejemplo, dejar atrás las misiones por Zoom, que no funcionan igual. Pero esa es una opinión personal. Habrá quien vea más ventajas en las reuniones virtuales. También es necesario seguir impulsando la Sala de Lectura Infantil y Comunitaria que desde su creación hace cinco años ha significado un éxito grande. Lo mismo que las recientes exposiciones plásticas en la Galería 526: Phil Kelly, Bob Schalkwijk, Brian Nissen, Magali Lara… Y retomar el Premio de Poesía Jaime Sabines-Gatien Lapointe y el Encuentro de Poetas del Mundo Latino, y continuar publicando libros y organizando coloquios nacionales y entregando anualmente la Medalla José Vasconcelos, creada en 1997 para reconocer a mexicanos que difunden la cultura nacional ampliamente.

Sobre todo, toca dar a conocer a diestra y siniestra la relevancia y pertinencia del Seminario en este siglo XXI, el cual “merece el respaldo decisivo de todo hombre culto”, según palabras de Enrique González Martínez el mero 28 de febrero de 1942.

La primera exposición organizada por el Seminario de Cultura Mexicana se realizó en el Palacio de Bellas Artes. La inauguración fue el 20 de noviembre de 1942. Al centro se destaca Frida Kahlo, a la sazón vicepresidenta del SCM

Sesión del consejo del Seminario de Cultura Mexicana en noviembre de 1970. De izquierda a derecha: Luis Ortiz Monasterio, Francisco Díaz de León, Jorge González Camarena, Pablo Castellanos, Salvador Azuela, Guillermina Llach, José Rojas Garcidueñas, Ernesto de la Torre Villar, Francisco Monterde, Aurelio Fuentes, Jesús Reyes Ruiz, Enrique del Moral, Amalia de Castillo Ledón, Rodolfo Usigli, Carlos Graef Fernández, Mauricio Magdaleno, Antonio Acevedo Escobedo, Salvador Aceves y Juan D. Tercero.
Fuente: Seminario de Cultura Mexicana

 

Pero yo ya hablé demasiado. Es momento de escuchar a más gente:

José Luis Islas, de Empalme:

“En tiempos tan oscuros, la luz que emana del Seminario es vital para la sociedad. La tarea del gestor cultural se ha tornado verdaderamente difícil”.

Fidel Sierra, de Acámbaro:

“Hoy más que nunca, con tanta inseguridad, la sociedad necesita una luz en el camino. Se requiere que todos sin excepción aportemos con más inteligencia que recursos los talentos que llevamos dentro. Hay que hacer que se oiga a nivel nacional e internacional que la cultura en México está más viva que nunca”.

Ángeles González Gamio, miembro titular: “El Seminario es una institución que presta un servicio muy valioso para el país al llevar conocimientos científicos, humanistas y artísticos a una gran variedad de públicos. La atención lo mismo a pequeñas poblaciones que a grandes ciudades por parte de especialistas de alto nivel le imprime a la institución una característica única que indudablemente debe ser preservada y apoyada por el Estado”.

¿Qué tiene que decir nuestro amic el lector?

Lo escuchamos cualquier día entre semana, cerquita de Vasconcelos, en el bonito jardín leal al corazón de México.

Jorge Pedro Uribe Llamas (Ciudad de México, 1980) es escritor. Ha colaborado con varios medios de comunicación nacionales y extranjeros. Es autor de los libros Amor por la Ciudad de México (Paralelo 21, 2015), Novísima grandeza mexicana (Paralelo 21, 2017) y México monumental (Índice Editores, 2019), entre otros. Es miembro asociado del Seminario de Cultura Mexicana y miembro titular del Colegio de Cronistas de la Ciudad de México (ganadores de la Medalla al Mérito en Artes 2019 en Patrimonio Cultural de parte del Congreso de la Ciudad de México). Entre 2016 y 2019 hizo el podcast de crónica urbana “Ciudad de México”, disponible en Spotify.



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