Fabio Morábito en su hogar en la Ciudad de México, 2024. Fotografía de Natalia del Carmen.
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Literatura

“La literatura es mi manera de sentirme real ante la vida”. Fabio Morábito

La periodista Mónica Maristain entrevistó a Fabio Morábito a propósito de Jardín de noche, galardonado con el Premio Mazatlán de Literatura 2025. El escritor italomexicano revela que los cuentos del libro son narrados por una voz femenina en cuanto le permite una “libertad de imaginación” que no encuentra en la voz masculina.


Por Mónica Maristain

Entrevistar a Fabio Morábito siempre es entrar por las puertas del misterio para tratar de sacarle los secretos, esos que guarda por su condición de extranjero y al mismo tiempo su ser tan mexicano, como la tortilla o la mismísima UNAM, en la que es profesor.

Pensar en él es pensar en un hombre de otro tiempo, no de este, en el que todo es vertiginoso y la personalidad de alguien se diseña más por los logros que por los silencios, en los que se busca la inspiración o se detiene en alguna melancolía.

Jardín de noche es su nuevo libro. Lo ha sacado Sexto Piso, una editorial con la que el escritor mantiene una relación “extemporánea”, no por lo inoportuna, sino por lo extemporal, algo fuera de su universo, pero a la que acude cuando hace falta. Eduardo Rabasa, su editor, con quien Morábito tiene una relación cordial, nos comenta que Fabio es como esos músicos de rock que venden todos los días un disco. “No es un best-seller, sino un longseller. La primera tirada de su libro se vende íntegramente, y luego, poco a poco, ahí va”, confiesa con satisfacción.

El libro de cuentos parece una novela. Todos comienzan con el mismo verso de Haruki Murakami (“El tiempo pasa veloz cuando miro el jardín”) y pareciera que hablan del mismo parque. Ah, pero no es así, porque tuvo mucho cuidado de que todas las historias fueran diferentes, aunque algunos elementos (como el paso de los aviones) se repiten.

Cubierta de Jardín de noche, libro de cuentos de Fabio Morábito. Ciudad de México: Sexto Piso, 2024. Cortesía: Sexto Piso.

 

“He leído poco a Murakami, unos cuantos cuentos que me han gustado. El cuento de donde saqué la frase es muy simpático, un cuento fantástico. Hay una mujer que está en el jardín sola, esperando que su marido regrese del trabajo, y de repente del suelo brota una especie de monstruo, una cosa verde con brazos horribles, y ella siente terror ante esta aparición, pero resulta que este monstruo es inofensivo. Vino de las profundidades de la tierra porque está enamorado de ella, y, de hecho, brotó en el jardín para declararle su amor. La mujer, que al principio le tiene un miedo terrible, cuando se da cuenta de que lleva las riendas de la situación, se vuelve un monstruo, se vuelve sumamente cruel con él; lo humilla, lo desprecia y lo obliga a regresar de donde surgió. No sé por qué, la primera frase me cautivó. Es una frase aparentemente intrascendente, pero me dio todo: el ambiente, el lugar físico y la voz de la mujer. Con todo eso, escribí el primer cuento, creyendo que la cosa se iba a quedar ahí, pero sentí que no. Había más cuentos”.

Una mujer toma un gin-tonic en un jardín. Piensa: “El tiempo pasa veloz cuando miro el jardín”. A partir de ahí cada historia toma su propio camino. ¿La repetición en el arte es una constante que, para Luis Buñuel, si no la ve, es porque no es real? El cineasta estudió muchísimo este tema.

 

Una aspiración siempre permanente en todo escritor es vincularse de manera profunda con el lector.

 

“Bueno, yo, por ejemplo –explica Fabio– escribí Caja de herramientas, un libro formado por 12 ensayos, cada uno de los cuales aborda una herramienta doméstica en particular. Esto también puede verse como una repetición, unas variantes. Es decir, cada texto es muy diferente porque cada herramienta lo es, pero la aproximación es la misma. Y en este libro también ocurre algo así, cada cuento es como una herramienta diferente en manos de una mujer diferente, pero en una situación anímica y física parecida. Una mujer que, al final del día, en el jardín nocturno –pues es muy diferente un jardín nocturno de uno diurno– hace una especie de introspección y deja aflorar cosas que seguramente en otro lugar y en otra hora no saldrían”.

El juego se traspasa al lector y es un libro sumamente grato de leer. No solo por el valor literario (siempre discutible en cada caso), sino por ese planteo de ajedrez o de damas que realiza el autor para mostrar la salida del laberinto. No quiero decir que Morábito se parece mucho a Jorge Luis Borges, aunque sí.

“Esa es una aspiración siempre permanente en todo escritor: vincularse de manera profunda con el lector y que él encuentre que uno escribe resonancias personales y no personales, y que, al mismo tiempo, sienta que lo que está leyendo es real, aunque sea ficción”, comenta.

La ambigüedad del texto y del tema es un patrimonio que está en esa “caja de herramientas” que dice poseer este alejandrino, nacido el 21 de febrero de 1955, que no tiene mucha memoria de Egipto, pero sí de Milán, donde pasó su niñez hasta los 15 años, cuando vino a México a adoptar otra lengua para la obra literaria que hoy lo sostiene.

Aunque José Cruz, el líder de la banda Real de Catorce, que sufre de ELA (esclerosis lateral amiotrófica), pareciera el protagonista de “La evolución de Darwin”, no se inspira en su caso, se trata de una casualidad literaria.

“Había oído el nombre del grupo, pero no su música, y no sabía que uno de sus integrantes tiene esclerosis. El personaje se me ocurrió a mí y fue una casualidad. Cuando me lo dijeron, dije ‘qué coincidencia’ ”, afirma Morábito, quien cree que el baile nos lleva a otra dimensión.

“Lo que me atraía de esa imagen de la mujer que baila es que lo hace sin ver al baterista, al roquero, que está en su silla de ruedas en el jardín contiguo, porque otra vez una barrera de flores impide la visión. Este acuerdo implícito, en donde ella baila para él, sin que se vean, y él recuerda su música porque casi no puede hablar ni moverse, es suficiente para que se cree entre ellos un vínculo muy fuerte, basado en el baile, no en las palabras”.

“Soy un pésimo bailarín, bailo muy poco, pero las veces que lo he hecho sí he sentido que esa es la felicidad. Es decir, que cuando uno baila no necesita nada más. Eso lo he sentido al bailar y al nadar. Aunque claro, he sido más nadador que bailarín. Por otro lado, siempre he sentido esta peculiaridad del agua, que te hace olvidar todo. Cuando entras a una alberca con una cantidad de problemas y preocupaciones, en la hora que nadas, milagrosamente todo se va”.

Los cumplidos para un escritor que comienza a envejecer

Su pluma está mejor que nunca, le digo. “Cuando uno envejece –responde– ese es el tipo de cumplido que quiere oír, porque está siempre el fantasma de la decrepitud, no solo física, sino mental. Piensa que uno dio lo mejor de sí cuando era joven o cuando tenía la mitad de edad. Ahora, en la vejez, empiezan los achaques físicos y los achaques estilísticos”.

 

Con la voz femenina sentía la libertad de poder tocar muchos temas, de hacer digresiones que no me he permitido en otro tipo de libro.

 

Lejos de un achaque en el estilo, este libro tiene más imaginación que otros. La sombra del mamut (Sexto Piso), su libro anterior, también, pero este, escrito en primera persona con una voz femenina, tiene un vuelo especial.

“De algún modo, a mí la voz femenina me da una libertad de imaginación que no me da la voz masculina. No sé por qué. En ese sentido, es un libro que disfruté mucho, porque sentía la libertad de poder tocar muchos temas, de hacer digresiones que no me he permitido en otro tipo de libro. Aquí he gozado de una libertad nueva, que atribuyo a esto”.

Uno tiene que saber que a él no le gusta escribir una prosa bonita.

“Trato de que mi prosa sea muy seca –explica– sin adornos, lo más directa posible. Cuando corrijo, quito muchas cosas: adverbios, adjetivos inútiles… Rehúyo de lo ornamental y en ese sentido rehúyo también de lo poético, pues no me gusta embellecer o poetizar mis frases. Claro que en toda buena prosa debe latir un aliento poético, entendido en el sentido de capacidad de conmover, de tocar zonas del ser humano inéditas que solo la poesía logra tocar”.

Cubierta de La sombra del mamut, libro de cuentos de Fabio Morábito. Ciudad de México: Sexto Piso, 2022. Cortesía: Sexto Piso.

Cree que mucha gente confunde una historia con un cuento. 

“El cuento es otra cosa; es algo que, para empezar, desconoce el propio autor. El autor descubre el cuento a medida que lo escribe. Aunque en su cabeza tenga la historia bien armada, a la hora de escribirla empiezan a ocurrir cosas que lo sorprenden, y es cuando una simple historia se transforma en un cuento. Es decir, una cosa más o menos lineal y atractiva, pero finalmente plana, se transforma en algo complejo con resonancias que el propio autor no imaginaba que tendría. Es la famosa imagen de Hemingway, quien describió el cuento como un iceberg del que vemos solo la punta, pero el escritor no solamente escribió la punta del iceberg, sino todo lo que hay abajo y que el lector no ve, aunque de algún modo percibe. Si no lo percibiera, sería un cuento fallido”.

 

La lengua en la que escribes es la verdadera patria.

 

Le comento, con humildad, que la historia de la unidad en Jardín de noche me recordó a El nadador de John Cheever.

“Es increíble ese cuento y, en ese sentido, es cierto que es una estructura parecida. Cheever logró escribir la Odisea de Homero en un cuento de escasas siete u ocho páginas, porque es toda una odisea. No sé si viste la película. Fue la primera que vi en México. Estaba con mi madre en Paseo de la Reforma, llevábamos una semana sin hablar español, totalmente despistados, y de repente vemos: El nadador, así que entramos al cine. La película era en inglés con subtítulos en español. No sabíamos inglés y no sabíamos español. Es rarísima, bueno, la historia es muy rara. Veíamos a Burt Lancaster, el protagonista, que se hundía en estas albercas que forman el vecindario donde vivía. Cuando salimos, dijimos: ‘¿Qué hemos visto?’. Entre que no podíamos entender la lengua y lo extraño de la historia. Y, sin embargo, es una muy buena película”.

Escribir novelas es hacer salchichas

Fabio Morábito escribió hace unos pocos años El idioma materno, donde dejó asentada su traición a un idioma que no lo identifica y la opción por el español, su lengua adoptada, más legítima, más dolorosa. A lo mejor no es eso, pero pienso mucho en Rodolfo Wilcock, que se fue de su país de origen –como yo–, cuando tenía treinta años, abandonó la lengua materna y comenzó a escribir unos poemas amorosos, sublimes, en italiano.

“La lengua en la que escribes es la verdadera patria”, dijo Morábito hace unas semanas al hablar de Jardín de noche.

¿Qué tiene que ver todo esto con la literatura de mercado?, le pregunto.

Yo tendría que haber leído mucho más de lo que he leído de la literatura contemporánea –responde–. No lo sé, uno lee buenas cosas y lee malas cosas, pésimas, horrendas. Parece que la novela se ha vuelto un género de hacer salchichas. Me imagino que la computadora ha influido en eso. La máquina de escribir, que suponía un esfuerzo muscular bastante notable frente a la computadora, podría ser un primer freno para vocaciones débiles. Quien empezaba a escribir se daba cuenta de que escribir no es tan fácil. Supone no solo un esfuerzo mental, sino muscular. Ahora, ese esfuerzo está totalmente abolido y mucha gente tiene acceso rápidamente a una impresión limpia, que vemos casi ya como un libro. Una vez que publica un libro, sigue publicando. Sí, hay una literatura muy mala, pero eso siempre ha sido el destino de la literatura. La mala literatura siempre ha acompañado, y con abundancia, a la buena literatura.

¿Qué pasaría si solamente tuviéramos que leer a Thomas Mann o a Dostoievski? En cambio, con una literatura baratona, digamos, James Bond, Corín Tellado, que nos inicia a lo que son los códigos propios de la literatura –los diálogos entre los personajes, las descripciones–, alguien que empieza a leer le va tomando gusto a eso. La historia fluye, lo atrapa. Claro, lo ideal es que a partir de esa iniciación vaya uno evolucionando y pidiendo manjares cada vez más sofisticados y complejos, pero me imagino que muchos se quedan en esa primera capa y, por lo tanto, es ahí donde tiene éxito la literatura malona.

Al principio me costó vivir en México. Aprendí la lengua –que no es tan diferente del italiano–, y como la vocación literaria surgió en México, no tuve que tomar ninguna decisión. Cuando sentí que lo mío era escribir, me pareció claro que era escribir en español. Yo había escrito en italiano, muchos cuentitos, pero a los 14 o 15 años, y en algún momento los quemé; obviamente no valían la pena”.

Cuando me tomé un poco más en serio la escritura, dominaba, por lo menos oralmente, el español y me hubiera parecido inconcebible escribir en italiano. Aunque hubiera podido hacerlo, y todavía podría hacerlo. No con la misma soltura ni con la misma seguridad…, pero no tendría ningún sentido.

Cubierta de El idioma materno, libro de relatos de Fabio Morábito. Ciudad de México: Sexto Piso, 2014. Cortesía: Sexto Piso.
Fabio Morábito en su hogar en la Ciudad de México, 2024. Fotografía de Natalia del Carmen.

En general uno cree que es suelto con la lengua madre y nunca con una lengua adoptada.

A veces la lengua tiene su magia y sus artes. Hablas de una lengua adoptada, ¿no crees que escribir ya es una lengua extranjera? La lengua literaria es una lengua extranjera para todos. Que seas nativo de esa lengua y la hayas aprendido ahí, no tiene diferencia porque no vas a escribir como hablas ni como vives. Ahí te tienes que crear otra dimensión.

 

La lengua literaria es una lengua extranjera para todos.

 

Los libros de poemas

Ahora viene Canción segunda, un libro de poemas que Morábito escribió después de Jardín de noche, el cual ya se publicó en Visor, en España. Para el autor de, entre otros libros, El lector a domicilio (Premio Xavier Villaurrutia), El idioma materno y Madres y perros, un buen cuento es la antítesis de los finales de las series, “porque no quiere dar pie a una prosecución y terminar por quemar toda la leña y despedirse de una vez por todas del lector. No todos escriben cuentos sin saber lo que va a pasar, pero hay personas, como yo, que escriben tanteando en la oscuridad y en ese sentido es como escribir poesía”, agrega.

“La tarea del escritor es entrar en la piel del lector potencial para el que escribe y tratar de tocar aquellas fibras, aquellos aspectos, que no son universales. Ahí está la dificultad de escribir. La literatura permite eso, familiarizarse y fraternizar con personajes que, en principio, están muy lejos de parecerse a uno. Ahí estaría el sentido moralmente útil de la literatura: volvernos más sensibles a la diferencia que suponen los otros con respecto a nosotros. Ser un antídoto contra la estrechez mental, contra el fanatismo y contra el odio”.

“La literatura es mi manera de sentirme real frente a un sentimiento de inadecuación ante la vida”, dice el ganador del Premio Roger Caillois 2019 por El lector a domicilio.

Todos lo consideran un gran escritor. Por eso necesita gente que lo lea. En él está su hijo: “Es músico, pero también es buen lector. Tiene un ojo crítico muy agudo. Mi mujer. Es muy bueno contar con alguien que te dice de sopetón, ‘quita esto, es una porquería’. Eso es lo que uno necesita, escribe para un lector que diga eso. No escribe para el crítico. Esos lectores espontáneos son muy buenos lectores, miel sobre hojuelas. Sí, tengo interlocutores que escriben, a quienes les paso mis textos, pero en este caso no lo hice. Se lo mostré luego a Ana García Bergua, y eso fue todo”.

Ante los elogios, cambia de tema.

Cubierta de El lector a domicilio, novela de Fabio Morábito. Ciudad de México: Sexto Piso, 2018. Cortesía: Sexto Piso.

 

“Es mucho más difícil soportar un elogio que una crítica. Ante el elogio, ¿qué puedes decir?, muchas gracias, y luego hablar de futbol. Una crítica, en cambio, la puedes contestar si lo consideras, pisas un terreno. Los elogios me agradan como a cualquiera, pero tienen que durar medio minuto. No solo recibo elogios, también he recibido críticas. He recibido mis golpes y lo agradezco, porque esas críticas me han servido”.

¿Por qué decidiste ser escritor?

Es una pregunta difícil. Escribí un libro para contestar esa pregunta, El idioma materno (Sexto Piso), y nunca encontré el hecho crucial, la tarde definitiva, el amigo decisivo, mil cosas que se me ocurren que pudieron ocurrir y que determinaron… Pero luego, en cualquier vocación, es muy misterioso. No pude contestar esa pregunta y me dio gusto.

Hablas de una vocación, ¿te permitió vivir de eso?

He tenido la suerte de ser académico, investigador; un trabajo privilegiado porque, aunque no es muy bien pagado, te da tiempo. Haces cosas que te interesan, que tienen que ver con la creación. Nunca tuve una vocación más fuerte que la escritura. Cuando era joven, dejé de leer y de escribir durante muchos años porque probablemente hacía cosas mucho más interesantes, pero siempre desde niño fui apegado a los libros. Nací en una casa donde no había libros. Mi madre era la única lectora. Era muy ávida y omnívora, pero leía cualquier cosa porque le prestaban los libros. No nací en un lugar intelectual, pero sí me apegué a los libros y noté esa diferencia. Mis amigos de la calle no leían, les platicaba, pero no se interesaban. Leer libros era algo especial.

¿Tus memorias?

Ay, no. Espero nunca caer en escribir mis memorias. Nací en una generación donde muchos de mis amigos poetas y narradores llevaban un diario, en el que casi todas las noches asentaban sus experiencias. Eso de conocerme a través de la escritura, no va conmigo. No me quiero conocer, no tengo particular interés, nunca he ido con un psicoanalista, lo que no quiere decir que me considere una persona sanísima, pero no me interesa. Lo que me interesa es escribir historias, poemas, que siempre tienen que ver conmigo. En El idioma materno hay muchas cosas autobiográficas, pero luego las desvirtúo, empiezo a inventar… No me interesa asentar tal recuerdo o tal experiencia como si fuera trascendente, me empieza a ganar la imaginación. Cuando leo un diario impúdico, todavía me puede interesar. Eso debe de ser muy padre leerlo, pues al desnudarte muestras cosas que no has tenido el valor de admitir en tu propia intimidad.

Naciste en Alejandría, ¿verdad?

Sí, un poco por casualidad. Nunca aprendí árabe y a los tres años me llevaron a Italia. Tengo recuerdos muy vagos de Alejandría, pero fue algo importante porque me dio un toque de extranjería que nunca se me ha quitado. Me sentía por supuesto italiano, pero nacido en el extranjero. Luego, si encima de eso emigras a otro país, la extranjería se vuelve apoteósica. Yo no decidí vivir en México. Llegué a los 15 años, fui traído por mis padres y me adapté. Ahora agradezco que mi padre haya tomado la decisión de vivir en México. Cuando regreso a Italia, siento muy provincianos a mis parientes.

Pero cuando un latinoamericano va a Europa, se siente protegido.

Sí, claro. Por supuesto. Cuando vas a Europa, respiras un poco.



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