Jaime Nunó, óleo sobre lienzo de José Inés Tovilla, 1918. Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec, Ciudad de México.
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Música y ópera

Jaime Nonó, Nunó, Nuno, un músico americano nacido en Cataluña

En 2024 celebramos el bicentenario natal de Jaime Nunó (1824-1908). Su composición Dios y libertad, ganó en 1854 el concurso para musicalizar la letra del Himno nacional mexicano, escrita por Francisco González Bocanegra. Recordamos su trayectoria musical en México, Estados Unidos, Cuba y Cataluña con este ensayo de la historiadora y musicóloga Yael Bitrán Goren.


Por Yael Bitrán Goren

Si vives en la calle Jaime Nunó en la Ciudad de México, como yo, tienes que fijarte bien cuando pides un taxi de aplicación, pues hay al menos dos localidades con ese nombre. La distancia entre la Guadalupe Inn, donde resido, y la Peralvillo, colonias en las que se encuentran las calles Jaime Nunó, no es solo geográfica. La primera es una pequeña colonia gentrificada que ostenta nombres de compositores mexicanos cuya selección parece azarosa y difícil de explicar; la segunda, una colonia atravesada por historias culturales y de industrialización porfirista que, también, despliega nombres de compositores. Con poco menos de un año de distancia, no lejos de la Peralvillo y a pocas cuadras entre ellos, Francisco González Bocanegra, en la calle de Tacuba, en el año de 1853, y Jaime Nunó Roca, en la hoy calle de Venustiano Carranza (antes calle Zuleta), en 1854, le dieron forma a nuestro himno nacional: el primero aportó la letra a la cual el segundo le puso la música.

Si bien casi cada mexicano sabe que Jaime Nunó fue el compositor del himno nacional por haberlo aprendido en la escuela primaria, donde seguramente, cada lunes a primera hora, hubo de cantar al menos un par de estrofas del mismo en la patriótica ceremonia laica del homenaje a la bandera, el conocimiento popular sobre el compositor no abarca más allá de esa verdad, que no por ser de Perogrullo es menos importante. Algunos pocos sabrán que nació en Cataluña. Su nacimiento se remonta al 7 de septiembre de 1824 (apenas se cumplió su bicentenario natal), en un pueblito llamado Sant Joan de les Abadesses, donde fue bautizado como Jaume Nonó (que no Nunó) i Roca, y fue el menor de ocho hermanos; progenie de Francesc Nonó y Magdalena Roca, una modesta familia dedicada a la elaboración de textiles. Su infancia fue sacudida por la muerte de varios de sus hermanos –solo tres llegarían a edad adulta–, así como la de su padre, picado por un escorpión o una víbora, cuando Jaime tenía apenas cinco años; y, finalmente, por la necesidad de mudarse a Barcelona, junto con su madre, huyendo de una epidemia de cólera en la región, cuando el niño tenía ocho años. Para colmar la desgracia, su madre murió poco después, por lo que fue criado por sus parientes. 

 

Si bien casi cada mexicano sabe que Jaime Nunó fue el compositor del himno nacional por haberlo aprendido en la escuela primaria, donde seguramente, cada lunes a primera hora, hubo de cantarlo en la patriótica ceremonia laica del homenaje a la bandera, el conocimiento popular sobre el compositor no abarca más allá de esa verdad.

 

Fue en Barcelona, ciudad en la que vivía con su tío, Bernat Nunó, donde se conoció del talento musical del chico, que entró a cantar en la catedral mientras forjaba su trayectoria musical aprendiendo a tocar teclados, violín, clarinete y prácticamente cualquier instrumento que se requiriera. Gracias a los buenos oficios y contactos del tío, y al apoyo de las autoridades de la catedral de Barcelona, fue enviado a estudiar a Italia, aunque por breve tiempo, con el compositor Saverio Mercadante, de quien seguramente aprendió el estilo operístico que va a ser tan característico de sus obras, las cuales comienza ya a componer desde los 15 años. Sobreviven, al menos, una Gloria y un Sanctus compuestos por el joven. En vista de que su desarrollo se da en un ámbito religioso, las obras de que se tiene noticia de esa época son en su mayoría sacras, aunque también hay unas pocas canciones seculares. Nunó vivió por cuestiones de trabajo en las ciudades de Sabadell y Terrassa, ambas del municipio de Barcelona, componiendo de manera prolífica misas, motetes y salmos, que, al parecer, sumaron cientos, pero que se hallan desaparecidos, probablemente para siempre, por motivo de la guerra civil española, durante la cual se destruyeron infinidad de archivos, incluidos los musicales alojados en iglesias. A sus 24 años, mientras vivía en Terrassa, Jaime Nunó se convirtió en padre de una niña: Dolores Nunó, hija de él y de su esposa, Dolores Taló. Tres años después Nunó partió a Cuba, en el año 1851.

Jaime Nunó, fotografía de Manuel Torres, circa 1901. Colección Carlos Monsiváis/Museo del Estanquillo, Ciudad de México.

 

Fue en Barcelona, ciudad en la que vivía con su tío, Bernat Nunó, donde se conoció del talento musical del chico, que entró a cantar en la catedral mientras forjaba su trayectoria musical aprendiendo a tocar teclados, violín, clarinete y prácticamente cualquier instrumento que se requiriera.

 

A partir de su salida de Cataluña y hasta su muerte, ya en el siglo XX, Nunó se convertiría en un nómada musical. La mayor parte de su vida transcurrió en EE. UU., pero con estancias significativas en Cuba y en México. En las palabras que pronunció en su visita a México en 1901 queda en evidencia que Cataluña –o España– había quedado relegada a un segundo plano en la mente y el corazón del compositor, y que EE. UU. y México se habían convertido en sus patrias por destino y elección: “Me siento el hombre más afortunado del mundo por tener dos países a los que amar en lugar de uno”, dijo, refiriéndose a ambos (Cantón y Ferrer, p. 140). Su vida inquieta e itinerante se ve reflejada también en los distintos apelativos que usó a lo largo de su vida. Como mencionamos, Jaime Nunó nació como “Nonó”, aunque su tío Bernat Nunó, con el cual vivió en Barcelona al perder a su padre, ya se había cambiado el apellido a la forma que nuestro músico adoptaría después. Su primera obra conocida, el Trisagio para 3 o 4 voces, compuesta cuando tenía apenas 15 años, está firmada como “Jaime Nonó” (Biblioteca Nacional de Cataluña), apellido que usó intermitentemente por lo menos hasta 1852, cuando llegó a México, e inicialmente se le anunció de esa manera. Tan solo dos años después, cuando el músico ganó el concurso para musicalizar la letra del himno nacional, ya era “Nunó”. A partir de entonces ya no vemos más su apellido de nacimiento y sí un nuevo cambio de nombre para adaptarlo a su país adoptivo, los Estados Unidos, donde firmaría “James Nuno”, sin acento. Esta maleabilidad onomástica era bastante común en el siglo XIX donde, en un mundo en expansión pero mal comunicado, la gente adaptaba sus nombres y apellidos por conveniencia o necesidad al entorno en el que se movía. En una carta que le escribió a Olavarría y Ferrari a finales del siglo, Nunó confesaba que su español estaba oxidado y tenía un poco de dificultades al escribirlo, en vista de que en EE. UU. su vida cotidiana era por completo en inglés.

 

Su primera obra conocida, el Trisagio para 3 o 4 voces, compuesta cuando tenía apenas 15 años, está firmada como ‘Jaime Nonó’, apellido que usó intermitentemente por lo menos hasta 1852, cuando llegó a México.

 

Lo que en la memoria colectiva mexicana inmortalizó a Jaime Nunó y su imagen con los lentes redondos y la barba cana de estampita de papelería fue, precisamente, haber ganado el concurso del himno nacional en México en el año 1854, en el que diez contendientes presentaron propuestas para la letra recién seleccionada del escritor potosino Francisco González Bocanegra, también fruto de un concurso. Y es por ello que, si bien nació en Cataluña, vivió unos tres años en Cuba y después de México residió la mayor parte de su longeva vida en EE. UU., es Jaime Nunó a quien conocemos y no a Jaime o Jaume Nonó o a James Nuno. 

Modelo autentificado de la letra y partitura del Himno nacional mexicano. Fuente: Wikipedia.

La sucesión de eventos que acabó por llevarlo a México en el tiempo del concurso del himno nacional comenzó con el paso de músico de la catedral a dirigir bandas de infantería en Sabadell y en Terrassa, donde, presumiblemente por su habilidad, acabó como instructor de la Banda del Regimiento de Infantería de la Reina, con la cual viajaría a La Habana en 1851, dejando atrás, como mencionamos, a su recién formada familia. A sus 27 años, abandonaba su patria para no volver más que brevemente a buscar a su hija; a su esposa ya no la vería más, pues moriría durante su ausencia, y con ello comenzaría su peregrinar por América.

 

Interior del Teatro Santa Anna (Gran Teatro Nacional de México), óleo sobre lienzo de Pedro Gualdi, circa 1845-1850. Fuente: Wikipedia.

 

Un músico hábil y talentoso como Nunó, solvente como arreglista, director de orquesta y coros, acompañante al piano, compositor y maestro de piano y voz, iba a buscarse la vida donde lo contrataran, ya fueran particulares o gobiernos, compañías de ópera u orquestas.

 

Un músico hábil y talentoso como Nunó, solvente como arreglista, director de orquesta y coros, acompañante al piano, compositor y maestro de piano y voz, iba a buscarse la vida donde lo contrataran, ya fueran particulares o gobiernos, compañías de ópera u orquestas. Era lo común a mediados del siglo XIX, cuando Nunó surcó el Atlántico por primera vez. Lo que fue poco usual en la vida del músico fue su energía imparable y su longevidad. Nunó era requerido por sus habilidades y por su trato amable. Hacía amistad tanto con los músicos como con los gobernantes; entre estos, el capitán general de Cuba, a la sazón, José Gutiérrez de la Concha. Posteriormente, tuvo amistad con Antonio López de Santa Anna, presidente de México en el exilio, a quien conoció en aquella isla y quien lo invitó México, donde se incorporó al ejército mexicano en octubre de 1853 como director general de bandas y músicas militares con el grado de capitán, con un sueldo considerable: 1200 pesos. La asignación no llegó realmente a concretarse, pues los altos mandos militares y los músicos mexicanos con experiencia se sintieron agraviados por el nombramiento de este desconocido. Su nombramiento duró solo tres meses, luego de lo cual fue dado de baja, pero por disposición del dictador retuvo la prerrogativa de portar uniforme militar y un sueldo de retirado. Si percibió el sueldo o no, no lo sabemos, pero Santa Anna, Su Alteza Serenísima, saldría pronto y por última vez del gobierno de la nación y con él se irían los privilegios de Nunó. Además de su participación en el concurso del himno, que veremos en seguida, fue partícipe de un concurso para dirigir el Conservatorio de Música, que no fructificó, y colaboró en una revista musical especializada, El Semanario Musical, que dirigió junto con Vicente M. Riesgo.

De cualquier modo, Nunó se quedó un poco más en México, tocando algunos conciertos, acompañando a cantantes, presumiblemente dando clases. Al publicarse al año siguiente la convocatoria para la composición de la música del himno nacional, decidió participar en el concurso, quizá impulsado por el mismo Santa Anna. La historia, que es bien conocida y ha sido ampliamente documentada por los historiadores, da cuenta de 15 competidores, entre nacionales y extranjeros, que, al amparo de un seudónimo, se sometieron al jurado de tres insignes profesores mexicanos: José Antonio Gómez, Tomás León y Agustín Balderas, quienes el 9 de agosto de 1854 anunciaron que la composición número 10, amparada bajo la consigna “Dios y Libertad”, era la “más digna” de todas ellas. Se pidió entonces que el autor, identificado como “J. N.”, se hiciera presente. Se le remitió una carta en la que se le anunciaba su victoria, una vez verificada su identidad, y se le pedía que hiciera un arreglo del himno para banda; lo cual cumplió sin mayor trabajo, suponemos, dada su amplia experiencia con este tipo de ensamble. El himno se estrenó en funciones de gala los días 15 y 16 de septiembre de ese año en el Gran Teatro de Santa Anna de la Ciudad de México; en la primera función no asistió el presidente, aunque estaba anunciado, pero a la segunda sí, donde, como proemio a la representación de la ópera Atila de Verdi, se interpretó el himno nacional de Bocanegra y Nunó con la Compañía de Ópera Italiana en aquel momento en la ciudad, dirigidos por el famoso músico Giovanni Bottesini, quien, por cierto, fue uno de los concursantes para la composición del himno. Así fue como a sus casi 30 años, el catalán Jaime Nunó i Roca, un músico apenas conocido en el país, se convirtió en el compositor del Himno nacional mexicano. Como corolario, vale decir que el compositor mandó imprimir las dos versiones del himno, para piano y voz y para banda militar, y envió al Ministerio de Guerra una carta en la que manifestaba que la impresión de los 230 ejemplares le había costado la suma de 620 pesos, cuya cantidad solo se le reintegró parcialmente. En vez de resultar en honores y retribución, la composición del himno fue una pérdida económica para el catalán. El origen del mismo, asociado al ocaso del dictador, acarreó durante varias décadas ese estigma y su compositor fue manchado por el favoritismo que Santa Anna evidenció hacia él. Sumado al hecho de que sus retornos a México se dieron al amparo de un invasor –Maximiliano de Habsburgo– o de un dictador –Porfirio Díaz–, esto fue motivo para que algunos sectores de la población del país nunca quisieran a Nunó. Como resultado del Plan de Ayala, Santa Anna renunció a la presidencia de México en agosto de 1855. Nunó aún permaneció algunos meses más en la ciudad, pero era claro que debía partir. Ello ocurrió a mediados del año siguiente cuando de Veracruz surcó a Cuba, para llegar a Nueva York, donde se incorporó a la compañía de Felicita Vestvali, contralto polaca a quien había conocido en México o quizás en Italia.

 

En vez de resultar en honores y retribución, la composición del himno fue una pérdida económica para el catalán. El origen del mismo, asociado al ocaso del dictador, acarreó durante varias décadas ese estigma y su compositor fue manchado por el favoritismo que Santa Anna le demostró.

 

Sepulcro de Jaime Nunó Roca y de Francisco González Bocanegra, autores de la música y de la letra, respectivamente, del Himno nacional mexicano, en la Rotonda de los Hombres Ilustres, hoy Rotonda de las Personas Ilustres. Fuente: Wikipedia.
Jaime Nunó, en el jardín de su casa en Búfalo, Nueva York.

A partir de entonces, fuera de una estancia en Cuba, Nunó se ganó la vida haciendo música, acompañando y dirigiendo compañías de ópera y orquestas, dando clases, dirigiendo coros e incluso fundando su propia academia en los Estados Unidos. Según los estudiosos de la música estadounidense, Nunó habría tenido presencia en compañías como las de Maretzek, Ulman, Strakosh y Grau, entre otras. Ganarse la vida como músico no era fácil entonces ni lo es ahora: bajos sueldos, horarios demandantes de trabajo, múltiples labores, muchas veces no remuneradas, como hacer arreglos… Para 1869, a sus 45 años, Nunó se declaraba “cansado y aburrido” de seguirle el paso a las compañías de ópera que pasaban por Estados Unidos y seguían su camino, por lo que cada vez había que empezar de nuevo. Fue entonces cuando se estableció en la remota ciudad de Búfalo, Nueva York, prácticamente en la frontera con Canadá, lejos de la gran metrópoli, con la intención de comenzar una vida más tranquila y distante del mundo de la ópera. Sin embargo, el inquieto Nunó no paraba: fundó coros, creó su propia escuela, organizó conciertos privados y en 1873 se casó con una de sus alumnas, Kate Cecelia Remington, de 19 años de edad (treinta años menor que él), con quien se quedaría el resto de su vida; con ella procrearía tres hijos, de los cuales dos llegaron a la vida adulta. 

Nunó tuvo aún algunos viajes significativos: uno a Cataluña, en 1875, para buscar a su hija Dolores, residente de Terrassa y cantante dedicada al concertismo y a la docencia, a quien trajo a vivir a los Estados Unidos por algún tiempo. Solo dos meses se quedó en Cataluña, a donde ya nunca regresaría. Y dos viajes a México, uno en 1901 y otro en 1904. Si bien Nunó ya había estado algunos meses en México, en 1864, durante el Imperio de Maximiliano, como parte de la compañía de ópera italiana de Domenico Ronzani, su presencia entonces pasó prácticamente desapercibida en el país. Fue en 1901, a raíz de la Exposición Panamericana que por azares del destino se llevó a cabo, precisamente, en Búfalo, N. Y., que Nunó volvió a establecer fuertes lazos con el país cuyo himno nacional había compuesto. Aparentemente, un oficial del ejército mexicano que formaba parte de la delegación oficial enviada por el gobierno de Porfirio Díaz dio con Nunó en la cafetería del Women’s Educational and Vocational Union Building, en cuya institución daba clases de música. Azorado, se acercó para preguntarle si era, verdaderamente, Nunó, el compositor del himno nacional mexicano. A partir de ese momento los eventos se aceleraron y acabaron por materializar una invitación oficial del gobierno de México a visitar el país. Ello ocurrió en septiembre, mes patrio, y en su viaje por tren, desde el 12 hasta el 15 de septiembre en que llegó a la ciudad, el compositor recibió un homenaje tras otro, con agasajos a cada parada del tren, en los que, naturalmente, se le pedía dirigir el himno nacional con las bandas locales. Cuando bajó en la estación de ferrocarriles de Buenavista, en la Ciudad de México, la gente agolpada gritó entusiasmada: “¡Viva Nunó!”. La noche de la Independencia, dirigió la banda que interpretó el himno nacional frente al presidente Porfirio Díaz. Según nos cuentan Cantón y Tovar: “No había día que no dirigiera varias veces el himno: con banda, con orquesta, con un coro de 2000 niños, etcétera. Los actos de homenaje a Nunó se reprodujeron de forma diaria: cenas, funciones en su honor en los teatros más prestigiosos de la ciudad, incontables regalos, medallas, coronas de laurel de oro y una recompensa de 2000 pesos por parte del gobierno mexicano”. La visita a la Ciudad de México incluyó un banquete que la comunidad catalana organizó para su hijo ilustre. Me atrevería decir que, a sus 77 años, Nunó vivió el cenit de su vida en la visita a México de 1901, celebrado apoteósicamente como pocos autores –quizás ninguno– de un himno nacional. Al despedirse, compuso el vals para pianoAdiós a México; partitura nostálgica con reminiscencia a los valses decimonónicos en boga unos años antes. Esta partitura retrata un abanico de sentimientos, desde una despreocupada alegría hasta un dramatismo (pasando de sol mayor a su homónimo menor) en el que se avizora un gran dolor, quizás la imposibilidad de recuperar ese pasado que lo ligaba a México, al cual sigue una oscilación entre mayor y menor, que acaba avasallando el optimismo cuasi marcial de un final alegre y prometedor, pero nos llevamos en el corazón el dramatismo intermedio. 

Portada de la partitura para piano del Himno nacional mexicano.

Su siguiente viaje a México, en 1904, fue de claroscuros. La dictadura porfirista, con la cual estaba indeleblemente ligado, punteada por eventos de violencia, acusaba signos de acentuada decadencia. Aunque en su nuevo recorrido por la república Nunó recibió reconocimientos, muchos ya no tenían paciencia para el anciano asociado a regímenes dictatoriales mexicanos. Aun así, se quedó en el país por más de un año. Regresó a Búfalo en enero de 1906. Cuando murió, el 18 de julio de 1908, residía, junto con su esposa Kate, en la casa de su hijo James Francis Nuno en Queens, Nueva York. Padecía diabetes. Planeaba un tercer viaje a México (Cantón y Ferrer, p. 147).

En 1942, a petición del gobierno de México, durante la presidencia de Manuel Ávila Camacho, los restos de Jaime Nunó fueron exhumados del cementerio de Forest Lawn en Búfalo, y trasladados a México para depositarlos en la Rotonda de los Hombres Ilustres. Allí se encontraba ya, desde 1932, Francisco González Bocanegra, autor de la letra del himno, quien originalmente fue enterrado en el Panteón de San Fernando, y en 1901, en el Panteón Civil de Dolores. No es de sorprender que a Sant Joan de les Abadesses, en Cataluña, pueblo al que Nunó poca atención prestó en vida, le llevara mucho más tiempo recuperar su figura, lo cual se logró a instancias del investigador y artista mexicano radicado en Cataluña, Salvador Moreno. Finalmente, el 15 de septiembre de 1969 se colocó una placa conmemorativa a la entrada de la casa natal de Nunó. Desde entonces, se han realizado varias acciones para la recuperación de la memoria del ciudadano ilustre de aquella localidad. 

 

Las cartas de Nunó de los últimos años evidencian un creciente sentimiento de amor y pertenencia a México, incluidos sus deseos de obtener un puesto de profesor en el Conservatorio, cuando era ya muy mayor.

 

Es interesante cómo las cartas de Nunó de los últimos años evidencian un creciente sentimiento de amor y pertenencia a México, incluidos sus deseos de obtener un puesto de profesor en el Conservatorio, cuando era ya muy mayor. Imágenes suyas rodeado de sus fans, diríamos hoy en día, en sus visitas a México en el temprano siglo XX, nos muestran a un Nunó orgulloso, orondo. Podríamos aventurarnos a decir que los más de cuarenta años en Estados Unidos, con todo y la constitución de una familia y el tipo de vida relativamente cómoda que al parecer tuvo como profesor y director de coros y orquestas, no lograron inducir un arraigo en él y lo más cercano que sintió a una patria fue, precisamente, el país para el que amorosamente compuso un himno, reconocido en el mundo como uno de los más inspirados musicalmente. Cataluña había quedado atrás; en Estados Unidos quizás nunca se sintió del todo integrado; México, en cambio, había crecido en su corazón.

Francisco González Bocanegra, dibujo a tinta de Salvador Pruneda, circa 1960. Archivo Gráfico
de El Nacional, Fondos Gráficos. INEHRM.

Corolario musical: pocas partituras de Jaime Nunó llevan mencionado el “opus”. La última partitura que lo registra es el vals Adiós a México, antes mencionado, y es el opus 521. Eso indicaría que el compositor compuso más de quinientas obras, de las cuales solo se han recuperado un par de docenas. Para el bicentenario de su nacimiento en 2024 se escucharon en México sus obras para voz y piano y corales tanto en el Conservatorio Nacional de Música como en el Orfeó Català de Mèxic. Ellas nos mostraron a un compositor con profundo conocimiento musical, con melodías bellísimas y armonías sofisticadas; algunas sonoridades emparentadas con la ópera italiana, que tan bien conoció, así como con la música sacra con la que se familiarizó tanto en Europa como en Estados Unidos. Esperamos que la búsqueda de sus partituras sobrevivientes que se efectúa en la actualidad produzca frutos, pues lo poco que conocemos del compositor nos da cuenta de un talentoso creador con gran oficio, inventor de música entrañable.

 

Pocas partituras de Jaime Nunó tienen inscritas el ‘opus’. La última partitura que lo registra es el vals Adiós a México, y es el opus 521. Eso indicaría que el compositor compuso más de quinientas obras, de las cuales solo se han recuperado un par de docenas.

 

Primera edición del Himno nacional mexicano.


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