Arquitectura

Fernando González Gortázar (1942-2022)

Fernando González Gortázar (1942-2022) falleció el pasado 19 de octubre. Su muerte ha acongojado tanto a la comunidad cultural como, en particular, a quienes editamos esta revista, en la que estaba planeado festejar sus 80 años. Como homenaje al arquitecto mexicano, Felipe Leal, arquitecto él mismo y miembro de El Colegio Nacional, rememora la sensibilidad y los saberes de González Gortázar, su manera de unir naturaleza, arquitectura y escultura, su concepción de los espacios vacíos para enfatizar accesos y propiciar encuentros. “Fernando siempre reafirmó la voluntad de enaltecer el paisaje”.


Por Felipe Leal

Portada: La torre de los cubos (representación gráfica) de Fernando González Gortázar, 1972, Guadalajara, Jalisco.

Hacer y pensar, ambas virtudes no escapaban a la sensibilidad y el saber de Fernando González Gortázar, personaje de enormes habilidades que cultivó la reflexión y la creación, extraordinario pensador, narrador, arquitecto, escultor, paisajista y musicólogo, todo un renacentista que residió entre el valle de México y los Altos de Jalisco. Con su mano y talento configuró conjuntos singulares en potentes paisajes originalmente intocados; paisajes a los que habitualmente se les reconoce como naturales al no haber sido intervenidos ni moldeados por la acción humana, y que se encuentran en permanente vulnerabilidad ante la amenaza de que se les pueda asentar una salvaje construcción, destruirlos y borrarlos.

Por lo contrario, González Gortázar los entendió y acogió sutilmente, como quien adopta a un animal semisalvaje, los domesticó y los moldeó para que surgiera de sus entrañas lo mejor de ellos. Con delicadeza, detonaba el potencial del lugar para convertirlo en un remanso estético, en recintos del saber, de la reflexión, del conocimiento, de la recreación, del trabajo. Nada de ello hubiera podido transmitirse en un sitio, si esa plataforma natural o urbana que le otorga sustento no hubiese sido, previamente, entendida.

Retrato de Fernando González Gortázar. Fuente: UNAM

 

Sus conjuntos de edificaciones, jardines y esculturas se inscriben en la sana tradición de vincularse con lo orgánico, con la naturaleza, con los espacios abiertos y con las construcciones del entorno. En cuanto a esto, sus propuestas de edificios-pabellón no se caracterizan por las formas rígidas. En su planta, distan mucho de las soluciones simétricas y rígidamente compuestas; son cuerpos y elementos con formas curvas, oscilantes y de amplia libertad de trazo, propios de su obra creativa y escultórica que desvanece la frontera entre la arquitectura y la escultura. Suelen ajustarse con nitidez a una postura presente en la arquitectura desde finales del siglo XX, el regionalismo crítico, que recalca la importancia de considerar la cultura local, la especificidad del sitio, sus condiciones y manifestaciones; factores irrenunciables a la hora de proyectar, subrayando la presencia del clima, la vegetación, las costumbres y tradiciones, en síntesis, lo local.

¿Qué es lo que caracteriza generalmente a una arquitectura civil? Lo más destacado es el vacío, manifiesto en explanadas, patios y pasillos, elementos constitutivos de cualquier esquema compositivo.

Nada de lo anterior resultó ajeno a González Gortázar, ya que su infancia y formación estuvieron impregnadas de experiencias estéticas y personajes que años atrás habían ahondado y contribuido con obras señeras a esa línea de pensamiento. Su cercanía con la escuela tapatía de arquitectura, el legado de Luis Barragán, Ignacio Díaz Morales, Mathias Goeritz, Erich Coufal, Rafael Urzúa y Pedro Castellanos, entre otros, está presente en el conjunto de su obra por la particular presencia de la naturaleza en los senderos y rampas para adentrarse y perderse en ella, así como en lo matérico de sus volúmenes en arquitectura y escultura.

Pero ¿qué es lo que caracteriza generalmente a una arquitectura civil, ya sea dedicada a lo público, a la cultura o a la educación? Lo más destacado es, ante todo, el vacío, manifiesto en explanadas, patios y pasillos, elementos constitutivos de cualquier esquema compositivo que delinean y enfatizan accesos, puntos de encuentro y convivencia, y marcan, asimismo, las secuencias de recorrido y jerarquizan la ubicación de los edificios, así como de los accesos, de acuerdo a sus funciones: los pasillos, generalmente, son amplias extensiones longitudinales, y los patios, espacios vacíos a cielo abierto. Estos recintos posibilitan la convivencia social, el intercambio de ideas y detonan una experiencia espacial particular. Escenario natural del encuentro y lo comunitario, constituyen un elemento icónico, como un vestíbulo o atrio, un punto paradójicamente estático y dinámico, apoyado en bancas para dar asiento, en escalinatas que invitan a permanecer o en explanadas para transitarlas.

La Gran puerta y laberinto, de 1969, es una de las grandes aportaciones de Fernando González Gortázar al paisaje urbano de Guadalajara.
Fuente: Blog de la Escuela de Arquitectura.

 

Centro Universitario de los Altos, obra de Fernando González Gortázar, en Tepatitlán, Jalisco.
Crédito: Universidad de Guadalajara.

 

 

Al analizar sus obras civiles, sobresalen varios elementos particularmente delineados: senderos abiertos al cielo y al entorno; pasillos zigzagueantes cubiertos, y algunos abovedados, que respetan el paisaje al no afectar a un árbol o un macizo de vegetación: andadores de manifiestas formas orgánicas que se desenvuelven para articular los diferentes elementos del conjunto, trátese del acceso a la zona arqueológica de Dzibilchaltún, próxima a Mérida en Yucatán; del edificio de la Policía en la Barranca de Oblatos en Guadalajara; o del Centro Universitario de los Altos en Tepatitlán; todos ellos resultan paseos arquitectónicos y naturales. Un elemento más son los pasillos curvos condicionados por la topografía y los desniveles del terreno que dramatizan aún más esos recorridos y permiten llegar a espacios de interconexión semicubiertos por pérgolas de concreto; plazoletas con cubiertas de concreto dotadas de amplias aberturas curvas hacia el cielo, mediante las que se logra un juego lúdico de la luz con las sombras proyectadas sobre el pavimento, a semejanza de una danza de curvas luminosas. Fernando siempre reafirmó la voluntad de enaltecer el paisaje.

La fuente La hermana agua (1970), en Chapalita, es una de las obras relevantes de la primera época de Fernando González Gortázar. Se encuentra ubicada en la avenida de las Rosas esquina con avenida López Mateos Sur, Guadalajara, Jalisco.

La materia constructiva se expresa por medio del concreto, presente en columnas y pavimentos; en los muros de edificios y cubiertas; en el tabique empleado en bóvedas y celosías; en los elementos cerámicos: azulejos, piedra, pastizales, nopales, magueyes, robles y cipreses evocadores de jardines mediterráneos, como los de Academo en Atenas; así como en las seriaciones de cubos de concreto en sus fuentes y explanadas.

No debemos olvidar que, en cuanto a geometrías, también manejaba las ortogonales, por así definirlas. En ese campo realizó obras icónicas como Las pistolas, en el acceso al parque González Gallo en Guadalajara; la Gran puerta en Jardines Alcalde, la espléndida Fuente de la Hermana Agua, en esa misma ciudad, que nos recuerda los fascinantes prismas basálticos en el estado de Hidalgo, y una más, La espiga en la Ciudad de México. No ajeno a influencias, en su escultura están presentes Mathias Goeritz, los vascos Jorge Oteiza y Eduardo Chillida, y, en piezas no urbanas y de menor escala, Isamu Noguchi hizo presencia, así como en arquitectura, el curvilíneo trabajo de Oscar Niemeyer por aquello de las curvas de la vida que tanto amaba.

La Gran espiga de Fernando González Gortázar, obra de 1973, en el cruce de la calzada de Tlalpan y la calzada de Taxqueña.
Fuente: Archivo de El Universal.

Fernando González Gortázar logró un ejercicio vertebrador con cuerpos orgánicos, vertebrando, a la par, la noble y fecunda práctica del educar y sensibilizar a través del arte y la palabra, para quien se dejase acariciar por la mirada y el oído.

Fernando González Gortázar logró un ejercicio vertebrador con cuerpos orgánicos; vertebrando, a la par, la noble y fecunda práctica del educar y sensibilizar a través del arte y la palabra, para quien se dejase acariciar por la mirada y el oído.

Fernando González Gortázar, Carlos Monsiváis y Vicente Rojo, fundadores del periódico La Jornada, circa 1985.
Fuente: Museo del Estanquillo.

 

Justo en los días próximos a que él cumpliera ochenta años, me encontraba preparando este texto para tal celebración. Intempestivamente, me cayó como balde de agua fría la noticia de su fallecimiento, y es cuando me doy cuenta de que el enfoque que le estaba dando a este texto se concentraba más en su obra de arquitectura y escultura, pero ¡oh!, no hacía énfasis en su enorme calidad humana, la cual nos supo compartir generosamente con su sabiduría y reflexiones de temas de lo más variados. Y qué decir de su conocer y gozo profundo por la música popular mexicana, de su fascinante elocuencia y gentil presencia.

Cuando el arte y el saber logran enaltecer y generar orgullo por pertenecer a una cultura, cumplen cabalmente su misión.

¡Querido y admirado Fernando, cumpliste!

Felipe Leal es arquitecto y académico. Se ha desempeñado como profesor universitario y ha sido profesor visitante en universidades de Estados Unidos, Europa y América Latina. De 1997 a 2005 dirigió la Facultad de Arquitectura de la U N A M . En su obra arquitectónica destacan el Corredor Peatonal Madero, la plaza y el Monumento a la Revolución, así como la recuperación de la Alameda Central. Fue becario del Sistema Nacional de Creadores de Arte, Fonca (2005-2008), forma parte de la Academia Nacional de Arquitectura, y es miembro y presidente del Seminario de Cultura Mexicana. En 2019 recibió el Premio Arte-Arquitectura otorgado por el Congreso de la Ciudad de México.

 

 



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