Obra cerámica de Gustavo Pérez expuesta en Juego infinito, Galería 526, Ciudad de México.
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Artes Visuales

Gustavo Pérez, artista en efervescencia

En esta entrevista-ensayo la periodista Adriana Malvido conversa con Gustavo Pérez, quien reflexiona sobre los fundamentos artísticos de su obra. Recientemente, estuvieron en exhibición Juego infinito, en la Galería 526 del Seminario de Cultura Mexicana, y La senda sin fin, en el Instituto de Ecología de Xalapa, en la que presentó una nueva faceta colorida. Crear es “un proceso de autoconocimiento, es averiguar quién eres al ver qué es lo que estás haciendo”, afirma Gustavo Pérez.


Por Adriana Malvido

Gustavo Pérez trabaja en su taller de cerámica todos los días, pero en realidad crea todo el tiempo. Mientras duerme, sueña con el montaje de su exposición y mueve alguna pieza unos centímetros; cuando camina en el bosque de niebla en Zoncuantla; al escuchar a Schubert o a Bach… Su proceso creativo no se detiene en busca de nuevos caminos, formas por explorar, diálogos inéditos entre lo orgánico y lo geométrico, la abstracción y la figura, la alfarería y la escultura, la tradición y el diseño contemporáneo. En su vocabulario estético no hay límites. Por eso, el asombro es una constante. De ahí el nuevo invitado a su obra: el color como expresión de juego y de libertad.

La intensa producción cerámica del artista, que descubrió en el barro su vocación hace más de cincuenta años, lo lleva de una exposición a otra; todas igual de exigentes; todas, asegura, igual de importantes. Hace apenas un año exponía en Madrid, España, Lo arbóreo, en la galería Memoria, donde sus piezas sostenían un diálogo exquisito con las pinturas de la artista china Lin Calle. En junio de este año abrió su Juego infinito en la Galería 526 del Seminario de Cultura Mexicana en la Ciudad de México, cuyo cierre se pospuso varias veces debido al interés del público. Y aún no la clausuraba cuando inauguró, en la galería del jardín botánico del Instituto de Ecología (Inecol), en Xalapa, Veracruz, su muestra La senda sin fin, con 60 obras recientes.

 

“Lo que la cerámica ha sido para mí, lo que sigue siendo: profusión, abundancia, caminos que se cruzan, temas que se disparan en nuevas direcciones. La aventura cotidiana de ir al taller sin saber qué sucederá ahí”. GUSTAVO PÉREZ

 

Ahí exhibe, por primera vez ante el público, un giro radical en su obra con la irrupción de los colores. De aquella presencia sutil de verdes y azules, dentro de tonos neutros y blancos y negros, de pronto estallan los rojos, amarillos, verdes, rosas buganvilia, magentas, azules vibrantes… Una locura de acrílicos en su geometría perfecta, en la armonía de los cuadros, en la expresión de la alegría cuando deja de contenerse y acaba convertida en una especie de fiesta de formas y colores.

Algo inédito. Gustavo Pérez define en la página web que mantiene: “Lo que la cerámica ha sido para mí, lo que sigue siendo: profusión, abundancia, caminos que se cruzan, temas que se disparan en nuevas direcciones. Inconsecuencia y rigor, dispersión y síntesis, riesgo, invención y juego. La aventura cotidiana de ir al taller sin saber qué sucederá ahí”.

Gustavo Pérez en su taller en Zoncuantla, Coatepec, septiembre de 2024. Fotografía de Cecilia Rodarte.

Cuando vi las fotografías de las piezas, me pregunté: ¿qué está pasando en el taller del artista? ¿Qué, en su cabeza, para producir algo así? Le comento y sonríe. “Yo no sé qué está sucediendo, solo me miro en el espejo de vez en cuando, lo cierto es que me estoy divirtiendo y lo disfruto, algo que procuro que siempre acompañe mi trabajo. A lo largo de 50 años, en toda mi vida como ceramista, el color ha tenido un lugar muy restringido, muy limitado. Destacan los neutros, el negro y el blanco, algún azul o verde tenues, pero no esta presencia del color brillante y fuerte… Y he atendido este impulso inconsciente al color, al igual que a todas esas curiosidades y cosas que, cuando me atraen y me impulsan a hacerlas, pues las hago”.

 

“La frase ‘¿Y por qué no?’ acompaña al ceramista a cada rato, como eco de la libertad con la que ejerce su trabajo diario impulsado por la curiosidad”.

 

Y es que Gustavo Pérez tiene una obligación muy seria en su taller. “Hacer lo que me dé la gana; ese es el compromiso creativo: ir en la dirección de algo que me atraiga. Ahora está el color y esa inmediatez del trabajo que es pintar directamente la pieza con acrílico, lo cual hasta me ahorra una siguiente horneada, la que se da cuando se aplican los esmaltes”.

La posibilidad de pintar telas o tablas irrumpe en su camino. “Yo no soy pintor, pero de pronto ves todo esto y parece que es obra de un pintor; está en mi mente. También podría maniobrar con la piedra o el mármol, pero como no me gusta trabajar con ruido, eso no sucederá; probar un lienzo sí, ¿y por qué no?”. La frase “¿Y por qué no?” acompaña al ceramista a cada rato, como eco de la libertad con la que ejerce su trabajo diario impulsado por la curiosidad.

El artista accede a la entrevista sin regateos porque le gusta compartir su obra, el resultado de lo que sucede en su taller cada día, cada año. Si el espectador se asoma a sus redes, verá en Facebook y en Instagram su proceso creativo, su obra reciente, las piezas antes y después del horno. No espera para presentar las novedades en la siguiente exposición, las entrega con la generosidad con la que responde cada pregunta.

Eso se debe a una posición: “Para crear hace falta tener una especie de confianza de que uno puede seguir encontrándose cosas en el camino. Es muy conveniente caminar ligero, no cargar todo un costal de secretos; cuando los regalas, los compartes y les dices a los demás cómo lo haces, estás más receptivo y encontrarás más fácilmente lo que sigue. Esta confianza la debe tener el artista; confianza para descubrir algo nuevo; hasta corres el riesgo de que hagan lo que hiciste, y mejor que tú. ¡Ojalá! Sería buenísimo que eso sucediera. Picasso lo dijo: ‘Yo me ocupo de hacer las cosas, ya habrá quien las haga bien’ ”.

En el caso de las piezas nuevas y el uso del color hay un impulso más. Dice: “Ante tanta fealdad en el mundo, frente al horror de lo que está sucediendo en el planeta y lo que significa en nuestro desarrollo como especie tanta aberración y tanta tristeza, se me antoja generar algo de alegría. Así de simple, algo que sea divertido, lúdico, y que pueda darle al que lo vea este placer estético, que es lo que puede dar el color vivo”.

Gustavo Pérez ha escrito acerca del juego: 

El espíritu que acompaña el trabajo creativo es el del juego. Tan simple y tan extraordinariamente complejo como puede ser el juego. Que, por un lado, exige técnicamente una capacidad siempre inalcanzable, pues por más técnica que se posea, siempre habrá algo más que desarrollar, dominar, comprender. Lo cual a su vez determinará la posibilidad de explorar en forma más profunda, de jugar mejor. Por otra parte, jugar también es disfrutar de lo que se hace, entender, o creer entender cada día un poco más los misterios de la disciplina que se practica; y aplicar o tratar de aplicar este conocimiento. Pero, por si hiciera falta aclararlo, jugar es cosa muy seria; a un verdadero jugador se le va la vida en su juego. Pienso que la cerámica es ese juego para mí.

 

“Estoy jugando, como ya se sabe, de otra manera, y eso me hace sentir vivo. Que surja este cambio radical a estas alturas me parece que está bien, es vital. No se trata de repetir lo de siempre, rutinariamente; eso nunca me ha sucedido. GUSTAVO PÉREZ

 

Abunda: “Estoy jugando, como ya se sabe, de otra manera, y eso me hace sentir vivo. Que este cambio radical surja a estas alturas me parece que está bien, es vital. No se trata de repetir lo de siempre, rutinariamente; eso nunca me ha sucedido. Si te enganchas a lo que tiene éxito, se murió todo. A lo largo de mi vida, hay idas y vueltas a mis temas favoritos, y en mi técnica también, pero esta novedad del color en mi obra es muy estimulante, muy disfrutable, con todo y sus retos, como la durabilidad y resistencia del material o su comportamiento ante la luz. Porque es muy distinto trabajar apegándose al canon de la cerámica –porque la cerámica es quemada, el color quemado, y si bien no es eterno, sí puede durar muchísimo– que pintar con estos materiales, pues no sabemos qué pasará con el correr del tiempo. Dudar es muy importante, es parte del oficio. Vivir momentos de intensa felicidad y luego dudas terribles; así es el proceso”. Lo ha dicho siempre: “Hace falta pasarse para ver dónde están los límites”.

Ernesto Sábato decía que “todo niño es un artista que canta, baila, pinta, cuenta historias y construye castillos. Los grandes artistas son personas extrañas que han logrado preservar en el fondo de su alma esa candidez de los hombres llamados primitivos” (La resistencia, 2000).

 Gustavo Pérez nació en 1950 en Santa María la Ribera, Ciudad de México. Transitó por las carreras de filosofía, matemáticas e ingeniería en la UNAM, pero cuando descubrió el barro supo que por ahí estaba su camino. Estudió en la Escuela de Diseño y Artesanías de la Ciudadela y fundó su primer horno en Querétaro. Becado, se fue tres años a Holanda, donde se formó en la Saint Joost Akademie en Breda. A su regreso, en 1983, se encontró en Coatepec con el artista francés Georges Vinaver y su pareja, la bailarina mexicana Rocío Sagaón, quienes le donaron su primer taller. Esto fue para él un empujón clave en su vida y una importante referencia de generosidad hacia los jóvenes. Su presencia internacional va de Francia (donde residió de 2007 a 2009, invitado por la célebre fábrica de porcelana Manufacture Nationale de Sèvres), Japón y Hungría a España y Estados Unidos, entre otros países. Tras las exposiciones en México y Xalapa, seguirá una muestra, con la que la Fundación Cartier de París inaugurará su nueva sede en octubre de este año, en la que se incluyen diez piezas de Gustavo Pérez.

 

“Su presencia internacional va de Francia (donde residió de 2007 a 2009, invitado por la célebre fábrica de porcelana Manufacture Nationale de Sèvres), Japón y Hungría a España y Estados Unidos, entre otros países”.

 

Asceta, culto, lector voraz, melómano y cosmopolita, su lugar favorito es Zoncuantla, en los alrededores de Coatepec, dentro de un bosque de niebla donde cada día lo espera su taller, con el torno, el barro, las arcillas, los esmaltes, las navajas con las que traza sobre la cerámica en alta temperatura para que el espectador imagine en sus esgrafiados cartas astrales o mapas celestes…; mire fractales imaginarios; se pierda en sus piezas laberínticas o se sumerja en la contemplación de una bella vasija. Dentro, hay miles de piezas esperando su turno para que el fuego haga lo suyo y cientos de otras ya horneadas, listas para pintarse… Por ahí han pasado decenas y decenas de jóvenes con el deseo de aprender el oficio y él los recibe para que lo miren trabajar, colaboren con él y comprendan la técnica en su máximo rigor, igual que en el Renacimiento.

La cerámica contemporánea en México, asegura Gustavo Pérez, vive un tiempo extraordinario, inédito y de interés mundial. Lo afirma él, que pertenece a la Academia Internacional de Cerámica desde 1994. En los años sesenta y setenta del siglo XX había unos 20 ceramistas autores en el país. Hoy, asegura “solo en mi barrio, existen 40. En Xalapa funcionan 80 hornos y en cada uno trabajan de 4 a 5 personas, es decir, hay entre 300 y 400 ceramistas solo en la región de Coatepec. En todos lados hay gente talentosa, jóvenes haciendo cosas importantes y ocupando su lugar en el mundo. Renata Cassiano pasó por mi taller, ya tiene reconocimiento internacional. Como ella, hay docenas de jóvenes con trabajos personales y caminos propios”.

 

“El proceso de producción es, dice, ‘un proceso de autoconocimiento, es averiguar quién eres al ver qué es lo que estás haciendo’ ”.

 

Tres veces a la semana, entran y salen aprendices; el resto de los días, necesita de la soledad para desarrollar su proceso creativo en silencio, para explorar, para emprender investigaciones inimaginables, para descubrir después cuál de todos los Gustavos Pérez es él; o bien, asumir que todos ellos participan en los diversos caminos de su trabajo. En ese sentido, el proceso de producción es “un proceso de autoconocimiento, es averiguar quién eres al ver qué es lo que estás haciendo”.

Un día le pregunté si su obra sería siempre un autorretrato. “En cierta forma sí, [respondió], pero no lo pienso, lo hago y ya. Somos lo que hacemos. Y en cada cosa nos estamos retratando”.

Gustavo Pérez tiene una relación importante con el espacio. Por eso le interesa participar en el montaje de cada exposición, porque para él es parte del proceso creativo “no solo la producción, sino la forma como se envía al mundo”. Le importa el ejercicio de su propia curiosidad acerca de lo que descubrirá durante la instalación de su obra en espacios diferentes cada vez. Si en su Autorretrato en el Museo de Antropología de Xalapa (2016-2017) quiso hacer con 5000 piezas un enorme tapiz de cerámica “y me encontré con una ciudad”; y en el Autorretrato en blanco y negro en el Claustro de Sor Juana en 2019 “me encontré con un río”, en Juego infinito recordó su propio jardín en la Galería 526 del Seminario de Cultura Mexicana, la cual está abierta a un hermoso patio exterior.

La importancia de su exposición en el Instituto de Ecología en Xalapa también tiene que ver con el deseo de que sus vecinos de los alrededores de Coatepec y el bosque de niebla conozcan, por fin, qué es lo que este personaje hace todos los días en su taller. Este alfarero y escultor, diseñador de alta sencillez y sofisticación, tiene enorme respeto por el público: “Convocar a la gente a ver lo que haces es pedirle su atención y su tiempo, de manera que solo se justifica si te lo tomas muy en serio. Y si se invita es porque estás haciendo un máximo esfuerzo para que resulte algo importante”. Por eso para él, la de Xalapa no es una exposición más y cada una lleva la intención de hacer las cosas de la mejor manera posible. Lo afirma así: “Hay que valorar el privilegio que representa dedicarse a la creación”.

 Sin necesidad de títulos o cédulas, en sus muestras, hablan el barro y la geometría, la abstracción y la figura, los esgrafiados y dibujos sobre negros, blancos, ocres, azules, verdes. Y ahora también los colores más vivos. No hay palabras, pero sí poesía. Sin sonido, la música entra por los ojos. La belleza penetra la piel y la armonía toma por asalto las entrañas. 

 Ha dicho, con razón, que en el arte en general y, sobre todo, en el abstracto hay un espacio mayor para la interpretación profunda por parte del espectador.

En ese sentido, escribe Rafael Antúnez en un texto sobre la exposición en el jardín botánico en Xalapa:

[…] mucho del arte de Gustavo Pérez nos remite a la idea del laberinto. Ya por su carácter lúdico, ya por su persistente exploración de la forma, ya porque elige el zigzag, más que la línea recta, ya porque las piezas nos invitan a adentrarnos, incitan al vagabundeo de la imaginación, es decir, a la ensoñación, pero también a la búsqueda, a la interpretación [...] Lo peor que le puede pasar a quien recorre un laberinto, a quien visita un museo, a quien recorre una ciudad, es no perderse….

En lo personal, entrar a una exposición de Gustavo Pérez siempre ha significado un clavado a la armonía, cruzar el umbral, es decir, dejar afuera el mundo del caos y la violencia para reencontrar el silencio, la paz y la serenidad extraviadas. Bien anunciaban en Madrid que recorrer una muestra suya te lleva a una desaceleración de la mirada, hacia una inmersión meditativa. 

 

“Cuando escuchas cosas que pueden ser como caricias para el ego y que podrían hacerte sentir importante, me basta con verme al espejo y encontrarme al mismo pobre diablo de siempre y cada vez peor; eso no tiene remedio y no hay ningún problema”. GUSTAVO PÉREZ

 

Para Gustavo Pérez, que vive en un bosque, por el que camina y escucha el río todas las mañanas, “a la naturaleza no hay que copiarla, porque ella ya hizo lo suyo maravillosamente. Lo que sí es atractivo es trabajar como la naturaleza, es decir, probando todo, y ya sobrevivirá lo que tiene validez y funciona. Lo que a la realidad no le gusta, se quiebra”.

Entre las dos entrevistas que realizamos para la escritura de este texto, Gustavo Pérez lamenta la muerte de Robert Wilson, el visionario director de escena de teatro y ópera, arquitecto, escenógrafo e iluminador; escucha todos los días a Anton Bruckner; lee a Han Kang y también las Décimas de la memoria de David Huerta; me cuenta de su pasión por Schubert, a quien considera un amigo cercanísimo, y desde luego, también a Bach; habla de su deslumbramiento con la obra de David Lynch… Mencionarlos da una idea del alimento cotidiano de este artista, del barro y la arcilla que dialoga con la obra de sus grandes maestros Hans Coper y Brâncuși. O, en México, con Gunther Gerzso, Carlos Mérida y Vicente Rojo y con sus contemporáneos Gabriel Macotela, los Castro Leñero, Saúl Kaminer, Francisco Toledo y Jan Hendrix.

Comenta que hay un libro sobre su obra en camino. Y le da gusto, porque la hermosa edición de Artes de México dedicada a Gustavo Pérez ya cumplió 25 años y mucho ha sucedido desde entonces. Pero, al igual que sus amigos Vicente Rojo y Francisco Toledo, no le interesa la fama ni ser una celebridad. Algunos dirán que es falsa modestia, dado que hay piezas suyas en museos de diversos países y llevan su firma. Le importa la autenticidad, el placer y la disciplina de meterse al taller y trabajar. Hay algo que encuentra divertido. “Cuando escuchas cosas que pueden ser como caricias para el ego y que podrían hacerte sentir importante, me basta con verme al espejo y encontrarme al mismo pobre diablo de siempre y cada vez peor; eso no tiene remedio y no hay ningún problema”.

Concluye: “A mí no me interesa que hablen de un gran artista. Me interesa ser un artista de verdad, un artista auténtico”.

Y vaya que lo es.



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