El Museo del Prado, en Madrid, una de las pinacotecas más visitadas de Europa, ha albergado una exposición verdaderamente inusual. Durante más de tres meses estuvieron expuestas en ese recinto 70 obras en torno a un icono religioso del continente americano, probablemente la imagen católica más reproducida del mundo: la Virgen de Guadalupe. La muestra ha venido a probar que la Señora del Tepeyac no tiene relación con la advocación mariana de la localidad de Guadalupe, en Extremadura, excepto el nombre que comparten ambas representaciones de la madre de Jesús. Y es que la Virgen de Guadalupe no llegó a México procedente de España, sino más bien, desde su aparición en el siglo XVI, no ha dejado de cruzar el Atlántico una y otra vez en dirección a Europa para expandir su devoción a España. Prueba de ello es que 62 de las obras exhibidas proceden de colecciones españolas (solo hay ocho de México). La Emperatriz de América se venera en un total de 18 catedrales españolas, entre ellas, la antigua mezquita de Córdoba, la catedral de El Salvador, en Zaragoza, Valencia y Vitoria.
Pocos recuerdan que la Ciudad de México tuvo desde su fundación un santo patrono: San Hipólito, cuya imagen se venera en el templo que lleva su nombre en el cruce del Paseo de la Reforma con la avenida Hidalgo, el cual es conocido, principalmente, por resguardar la imagen de San Judas Tadeo. Hernán Cortés puso fin a la conquista el 13 de agosto de 1521, fecha dedicada en el santoral a San Hipólito, de ahí su elección. Pero el santo fue poco a poco relegado porque apenas diez años después, en 1531, se tuvo noticia de la aparición de la Virgen de Guadalupe.
Este suceso fue trascendental históricamente en el proceso de evangelización. Apenas cinco años después de que diera inicio la devoción por la Señora del Tepeyac se convirtieron al catolicismo ocho millones de indígenas, a pesar de que solo se contaba con un puñado de sacerdotes y religiosos.
En la actualidad, más de diez millones de personas visitan cada año a la Reina de México en su santuario los días 11 y 12 de diciembre, con motivo de su festividad. A pie, en bicicleta, en auto o en autobús, las peregrinaciones en dirección a la basílica salen desde Campeche, por ejemplo, o hasta de Phoenix, todas ellas como un ejercicio de verdadera devoción. Pero su universalidad rebasa con mucho la capacidad física del templo gracias precisamente a su imagen, reproducida como ningún otro icono católico en el mundo.
La imagen de la Virgen de Guadalupe muestra una mujer de tez morena; el rostro mestizo simboliza la unión entre culturas. Está vestida con una túnica rosada y un manto azul estrellado que representa el cielo. La túnica lleva anudado un listón negro que revela su estado de gestación. A la altura del vientre se aprecia una flor de cuatro pétalos que simboliza la vida divina que lleva. Está de pie, con la rodilla izquierda ligeramente flexionada, sobre una luna creciente que sostiene un ángel con alas, que reflejan poder celestial, frente a un sol cuyos rayos asoman a sus espaldas.
Presencia global
“Si desde el siglo XVII los cronistas daban cuenta de que su presencia iba desde los oratorios de los palacios de la nobleza criolla hasta los humildes altares domésticos en los jacales indígenas, hoy las reproducciones de todo tipo en óleos, estampas, medallas, carteles, grafitis, esculturas, prendas, tatuajes y archivos digitales han hecho que la imagen trascienda fronteras y la han convertido en una presencia global casi familiar para todos”. Son palabras de Paula Mues Orts, comisaria junto con Jaime Cuadriello de la exposición Tan lejos tan cerca. Guadalupe de México en España, exhibida en el Museo del Prado. Mues es doctora por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y profesora investigadora de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM) del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
“Desde las primeras representaciones impresas guadalupanas –indica–, como la del bachiller Miguel Sánchez, de 1648, se interpretó a la imagen como una Inmaculada Concepción, a tal punto que muchos textos y documentos antiguos, especialmente españoles, se refieren a ella como la Concepción de México, o Nuestra Señora de la Concepción de México. En ese mismo sentido, se pensaba que la imagen estampada en el ayate o tilma de Juan Diego presagiaba el cumplimiento del anuncio profético de una mujer vestida de sol narrado en el capítulo 12 del Apocalipsis de San Juan”.
“Se consideró sobrenatural que María se manifestara personalmente ante Juan Diego; que hablara con él y que lo hiciera en náhuatl, y que dejara su retrato estampado, transferido o pintado en la tilma del indio”.
En primera instancia, se consideró sobrenatural que María se manifestara personalmente ante un vidente, en este caso Juan Diego; que hablara con él y que lo hiciera en náhuatl, la lengua que el indígena entendía. No menos sobrenatural, es que María dejara su retrato estampado, transferido o pintado en la tilma del indio, es decir, que la imagen no la realizaron manos humanas. Ese fue el argumento sustentado por todos los que hablaron en favor del milagro y de su culto.
Uno de los puntos que suscitó más discordancia fue el aspecto material o físico de una obra que se consideraba divina o hecha sin intervención humana. Incluso cuando el prodigio de la imagen plasmada en el ayate era descrito como una estampación, solía decirse al mismo tiempo que aquel textil que le daba soporte era sagrado de origen, pues de lo contrario no podría explicarse la conservación de la imagen en una tela tan burda de fibras de maguey, a todas luces inadecuada para recibir cualquier pintura.
Además, la tela está constituida, en realidad, por dos piezas unidas solo por una frágil costura –hecha con un hilo igualmente burdo–, al parecer de algodón, que atraviesa la imagen, pasando cerca del rostro de la Virgen y también del ángel a sus pies.

Su conservación, asimismo, está muy comprometida porque el cerro del Tepeyac, en el que se alza el templo de la Virgen, de antiguo era húmedo y salitroso a causa de la vecindad con la laguna de México. Así, cualquier pintura, aun protegida detrás de una vitrina, necesariamente tendría que padecer los efectos corrosivos del tiempo y los elementos.
Naturaleza divina
Paula Mues explica que el Concilio de Trento, celebrado entre 1545 y 1563, impulsó que todas las causas milagrosas se examinaran con el mayor rigor. Así, el Tribunal Eclesiástico Local pedía que se nombraran peritos y se pidieran testigos. En el caso de la Virgen de Guadalupe fue en 1665 cuando el cabildo de la Catedral de México buscó examinar la imagen por peritos nombrados por un juez para determinar su naturaleza divina y poder solicitar a Roma que se reconociera su patronato y se le diera oficio propio para su fiesta. A esos exámenes se les conoce como Informaciones de 1666.

A declarar sobre varios aspectos de la imagen y su conservación, fueron llamados siete pintores, junto con testigos, médicos, teólogos y un catedrático de matemáticas. Las observaciones de todos ellos incluían menciones a materiales y técnicas pictóricas, aunque desde fechas tempranas algunos autores habían hablado ya de aspectos materiales de Guadalupe por la importancia que tenía que María hubiera regalado su retrato.
El sacerdote jesuita Francisco de Florencia, en un libro de 1688 dedicado enteramente al tema, dice: “Lo más hay que admitir en esta bendita imagen y prueba con evidencia que no la pintaron manos humanas es estar en una manta tosca, los hilos ralos y desiguales, sin imprimación ninguna, y el género de pintura al temple, no al óleo”.
Gran demanda de copias
Pronto surgió de facto toda una industria para atender la demanda de copias de la imagen a distintas escalas. Las más pequeñas se destinarían a devociones íntimas y privadas, en tamaños adecuados para transportarse de forma práctica, o bien consideradas como pequeñas joyas. Muchas están pintadas sobre cobre, material que facilitaba su conservación y movimiento y permitía gran finura en las pinceladas. Las obras de tamaño natural se destinaban, casi en su totalidad, a los altares de los templos, hospitales y escuelas.
Estas copias se elaboraban no solamente en talleres de la Ciudad de México, sino también en Puebla, Oaxaca y Querétaro. Los clientes que encargaban las obras podían pedir que el lienzo estuviera tocado por la imagen original, para lo cual el artista debía trasladarse al santuario guadalupano; y en una ceremonia protocolaria, realizada cuando se cerraba el templo, se abría la vitrina que custodiaba la tilma original de Juan Diego y un notario daba fe del contacto de la copia con el original. Así, en el convento de Santa Paula, en Sevilla, hay un cuadro donado por los duques de Alburquerque en el que se lee: “En 30 de noviembre de 1712 se tocó con su original, hallándose presentes los excelentísimos señores duques de Alburquerque, para quienes se abrió la vidriera a las 10 de la noche”.
Los lienzos se transportaban en cajas, enrollados dentro de tubos metálicos cubiertos de brea para evitar que la humedad dañara las copias de la imagen. Viajaban en diligencia a Veracruz, desde donde zarpaban con destino a Cádiz o Sevilla. Probablemente, gran parte del éxito en la propagación del culto a la Virgen de Guadalupe se debe al fenómeno de la multiplicación del copiado de la imagen. Esa repetición incesante y la gran variedad de materiales, estilos y tamaños empleados fomentaron que las devociones a la guadalupana se extendieran rápidamente.
“Probablemente, gran parte del éxito en la propagación del culto a la Virgen de Guadalupe se debe al fenómeno de la multiplicación del copiado de la imagen en gran variedad de materiales, estilos y tamaños”.
Francisco Montes González, profesor titular del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, se admira de que, de recibir un culto local, principalmente por parte de los indígenas, la Virgen de Guadalupe pasó a ser el centro de interés de órdenes religiosas y altos dignatarios de la Nueva España, decididos a convertir la imagen en un estandarte de la identidad criolla. La hoja de ruta es clara: había que legitimar el culto a ojos de la Corona y sobre todo del papado. ¿Y de quién se iban a servir los criollos para estos fines? Pues de las autoridades imperiales destinadas en la Nueva España que volvían a la península. Es el caso de virreyes y arzobispos, que actuaron como agentes y promotores de un patriotismo guadalupano que al final acabó inoculándolos a ellos mismos.
Agustinos, franciscanos y jesuitas
En toda esta labor, Montes González destaca la actuación de tres órdenes religiosas: agustinos, franciscanos y jesuitas. Los agustinos fueron los primeros que llevaron una pintura de la Virgen de Guadalupe a Roma, concretamente a la iglesia de San Ildefonso y Santo Tomás; un lienzo atribuido a Juan Correa. En España, de la mano de un funcionario muy importante, José Pedro de Gálvez, introdujeron la imagen en la corte de Madrid.

Francisco Montes explica que fueron dos recintos agustinos los que tuvieron los primeros altares dedicados a la Señora del Tepeyac en la capital española hacia 1660: el colegio de doña María de Aragón, que se levantaba donde ahora se encuentra la Puerta del Sol, y el convento de los agustinos recoletos o de Copacabana, que ocupaba los terrenos donde se alza la Biblioteca Nacional. La Virgen de Guadalupe y la de Copacabana eran el centro de atención en la capilla donde se congregaba el Consejo de Indias, la institución más importante vinculada con el gobierno americano. Un tercer espacio agustino, consagrado desde el siglo XVII a la guadalupana, fue la Iglesia de San Felipe el Real, detrás del Palacio Real de Madrid, donde se constituyó la Real Congregación de la Virgen de Guadalupe de México en el año 1743.
“Los agustinos fueron los primeros que llevaron una pintura de la Virgen de Guadalupe a Roma, concretamente a la iglesia de San Ildefonso y Santo Tomás; un lienzo atribuido a Juan Correa”.
El religioso agustino nacido en Sevilla, fray Payo Enríquez de Rivera, arzobispo de México de 1668 a 1681 y virrey de Nueva España de 1673 a 1680, movió todos sus hilos para introducir a la Virgen de Guadalupe en el contexto de su orden. Además, en varias cartas le habló de la importancia de este culto a la reina Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV y regente de España de 1665 a 1675 como madre de Carlos II.
Un fragmento de la tilma
Los franciscanos también aportaron mucho al culto guadalupano. Fray Juan de Zumárraga, primer obispo de la diócesis de México, ante quien se obró el milagro de la impresión de la imagen de la Virgen en la tilma de Juan Diego, era franciscano. Ya en el primer tercio del siglo XVIII esta orden veneraba a la Patrona del Tepeyac en sus templos de Valladolid, Segovia, Palencia, Medina de Rioseco, Peñafiel, Villalbín y Calahorra. En esta última localidad riojana se encuentra la iglesia de San Francisco, que se enorgullece en custodiar un pequeño fragmento de la tilma original de Juan Diego.
La orden franciscana cuenta con ramas de monjas de clausura, siendo las hermanas concepcionistas las más conocidas. En Ágreda, provincia de Soria, disponen de un convento del que fue madre abadesa María Jesús de Ágreda, también conocida como La Venerable. En ese recinto ingresó una novicia procedente de la Nueva España que como regalo llevó una hermosa imagen de la Virgen de Guadalupe. Muy poco tiempo después, sor María de Jesús fundó dos conventos más en Estella y Tafalla, Navarra, con dos copias de la imagen de la Virgen, es decir, las monjas de clausura sirvieron como conductos para extender el culto guadalupano.
Por último, los jesuitas, grandes estrategas en el uso de las imágenes, también se distinguieron como impulsores de la causa guadalupana. En México, en todas las casas en de la Compañía de Jesús instalaron altares dedicados a la Señora del Tepeyac, a la que consideraron su patrona. Y los procuradores de la orden que viajaban a Madrid y Roma llevaban consigo imágenes y distintos objetos artísticos que expandían su devoción.
Uno de ellos fue Francisco de Florencia, al que ya nos referimos antes, el primer jesuita nacido en el actual territorio de Estados Unidos, concretamente en la Florida. Con una estancia de diez años en Europa, parte de ella la hizo en Sevilla, punto de partida y llegada desde España a América, donde fue Procurador de Indias. Es autor de la Historia de la provincia de la Compañía de Jesús en Nueva España. Gran estudioso de la aparición de la Virgen de Guadalupe, no es extraño que en 1663 solicitara al Vaticano que se reconociera la fiesta litúrgica de esta advocación de la Virgen María.
Reyes grandes devotos guadalupanos
Uno de los objetos más valiosos de la exposición en el Museo del Prado fue un marfil con la imagen de la Virgen que en la parte de abajo tiene una inscripción, por la cual se sabe que perteneció a una dueña o dama de compañía de la reina Bárbara de Braganza. El marfil, de origen hispanofilipino, fue un regalo de su hermano jesuita, y llevó la devoción por la Señora del Tepeyac al Palacio Real de Madrid. Se sabe que el matrimonio de la reina Bárbara de Braganza y el rey Fernando VI (reyes de España de 1746 a 1758) sentía gran devoción guadalupana.


La proliferación de estas imágenes en la península se debe, en gran medida, a los indianos, emigrantes, generalmente del medio rural, que se iban a América, hacían fortuna a base de trabajo y sacrificio, y volvían a sus terruños. Como muestra del estatus social que habían alcanzado, solían enviar a sus localidades suntuosos objetos devocionales para admiración de toda la comarca.
Es el caso de Manuel Silvestre Pérez, quien en Castañares de Rioja erigió una capilla completa a la Virgen de Guadalupe, con su retablo, sus esculturas, su ajuar de plata y piezas del más fino marfil hispanofilipino. Otro altar destacado es el de la iglesia de Montemolín, en Badajoz, que además tiene la particularidad de que la Virgen de Guadalupe está dentro de una vitrina, como en el santuario del Tepeyac. En Quincoces de Yuso, en Burgos, se exhibe también un cuadro maravilloso de Villalón de Campos, prestado a la exposición de El Prado, que muestra cinco apariciones de la Virgen en torno a una gran imagen central, totalmente rodeada de flores.
En Conil de la Frontera, Cádiz, Miguel Calderón de la Barca –quien fuera presidente de la Real Audiencia de México y virrey interino – hizo abrir una capilla dentro de la ermita del Cristo, en la que ordenó colocar un fantástico altar atribuido a José Juárez; ello con el propósito de que él y sus descendientes fueran enterrados allí.
“Durante la Independencia de México, la Señora del Tepeyac fue un símbolo poderoso de unidad y libertad. Miguel Hidalgo la incluyó en el estandarte del movimiento insurgente de 1810, presentándola como Patrona de los mexicanos”.
También en Cádiz existe un pueblo, Algar, cuya patrona es la Virgen de Guadalupe; obra de un indiano que en una tormenta en las costas de Cádiz se encomendó a ella y le prometió que, si lograba llegar sano y salvo a tierra firme, la haría patrona de su localidad. Y así, todos los 12 de diciembre los algareños sacan en procesión una talla de la Virgen de Guadalupe.
Durante la Independencia de México, la Señora del Tepeyac fue un símbolo poderoso de unidad y libertad. Miguel Hidalgo la incluyó en el estandarte del movimiento insurgente de 1810, presentándola como Patrona de los mexicanos.
La Independencia no afectó el flujo migratorio con España, de donde siguieron saliendo viajeros, comerciantes y turistas con destino a Veracruz, y desde donde a su vez retornaban, si no todos, muchos migrantes. No eran infrecuentes los casos de indianos que, a causa de las convulsiones políticas en México, optaban por el regreso, para entroncar con sus paisanos peninsulares, fundiendo linajes criollos con la aristocracia local.
Sevilla acoge 300 imágenes
El nombre de Guadalupe se hizo presente en la sociedad de Sevilla y de Cádiz, tanto como nombre propio de buen gusto para las herederas de la élite andaluza como advocación en oratorios de muchas fincas. Se estima que en Sevilla hay no menos de 300 imágenes de la Señora del Tepeyac.
En la parroquia de San Lorenzo, en Pamplona, donde se encuentra la imagen de San Fermín, los herederos de los marqueses de San Miguel de Aguayo dedicaron en el siglo XIX un mural de piedra a la Virgen de Guadalupe en el altar mayor.

En el siglo XX, los asturianos fueron los emigrantes españoles más prósperos en México. En Asturias, es raro encontrar iglesia o capilla que no tenga alguna representación de la Virgen de Guadalupe. Así, abundan en el concejo de Llanes, gracias a la eficaz labor de la Unión Llanisca, que desde hace muchos años se ha ocupado de mantener viva la devoción encargando nuevas imágenes. El pasado 4 de julio se conmemoró el 75 aniversario de la Coronación de la Virgen de Guadalupe en la basílica de Llanes.
Durante el franquismo, la venerada imagen también se utilizó con fines políticos. Como estrategia para salir del aislamiento internacional, en 1947, el régimen decidió fundar en la Ciudad Universitaria de Madrid el Colegio Mayor Hispanoamericano de Nuestra Señora de Guadalupe, dependiente del Instituto de Cultura Hispánica.
En 1951, pocos años después de ser entronizada por el papa Pío XII como Emperatriz de las Américas, la Virgen de Guadalupe fue objeto de un gran homenaje en Valladolid, en cuyo Santuario de la Gran Promesa se le dedicó un altar, celebración presidida por el arzobispo primado de México, monseñor Luis María Martínez.
Templo diseñado por Félix Candela
En 1967, la congregación de los Misioneros del Espíritu Santo, fundada en México por el sacerdote marista Félix de Jesús Rougier, terminó la construcción en Madrid de un templo dedicado a la Virgen de Guadalupe de diseño muy innovador, a cargo, entre otros, del arquitecto hispanomexicano Félix Candela. La iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe se encuentra muy cerca del estadio Santiago Bernabéu.
En cuanto al Opus Dei, es rara la casa de esta prelatura que no tenga una imagen de la Virgen de Guadalupe. Estp se debe a que en 1970 el fundador, Josemaría Escrivá de Balaguer, visitó la basílica de Guadalupe en la Ciudad de México para rezarle a la Virgen pidiéndole que la organización pudiera configurarse jurídicamente.
El coleccionista y empresario José Gárate Murillo, creador de la Fundación Hispano Mexicana Castilnovo, acondicionó un castillo gótico-mudéjar en Segovia para resguardar un acervo guadalupano excepcional, con decenas de imágenes que van desde pinturas hasta toda clase de objetos artísticos.
Protectora de toreros y artistas
La Virgen de Guadalupe es protectora de no pocos toreros y numerosos artistas le tienen la mayor devoción. Rocío Dúrcal está enterrada en la basílica de Guadalupe. Salvador Dalí poseía una imagen de la guadalupana que aún hoy se conserva en su museo en Figueras. La capilla del suntuoso palacio de Las Dueñas, en Sevilla, alberga un valioso cobre con la imagen de la Virgen, firmado por el pintor novohispano Nicolás Enríquez de Vargas, que en vida de la duquesa Cayetana de Alba colgaba de un muro en su dormitorio.
Es probable que la más reciente presencia guadalupana en España sea la que se encuentra en la catedral de la Almudena, en Madrid. Este templo cuenta con tres enormes puertas de bronce, obra del escultor Luis Sanguino. La de la derecha está dedicada a la evangelización de América y en ella se representa a la Virgen de Guadalupe. Hace pocos años, el vicario se dio cuenta de que frente a esta puerta se congregaban constantemente mexicanos residentes en España para rezar, así que decidió dedicarle un altar a la Señora del Tepeyac en el interior de la catedral madrileña.

Fuentes consultadas
COPE Ribadesella, “Llanes conmemora con una misa el 75 aniversario de la llegada de la Virgen de Guadalupe a su Basílica”, 2 de julio de 2025. Disponible en
Florencia, Francisco de, Historia de la provincia de la Compañía de Jesús de Nueva España, México, por Iuan Joseph Guillena Carrascoso, 1694. Biblioteca Digital Hispánica. Disponible en
<https://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/1865762>.
Gil, Juan, “Una mirada familiar a fray Juan de Zumárraga: ocho documentos inéditos”, Anuario de Estudios Americanos, vol. 79, núm. 2, 2022. Disponible en
<https://estudiosamericanos.revistas.csic.es/index.php/estudiosamericanos/article/view/96>.
Marcos, Ana, “El Prado homenajea a la virgen de Guadalupe, la estrella pop que unió América y España”, El País (diario), 9 de junio de 2025. Disponible en
Montes González, Francisco. Sevilla guadalupana. Arte, historia y devoción, Diputación de Sevilla, Sevilla, 2016.
Museo del Prado, Tan lejos, tan cerca. Guadalupe de México en España, una exposición única, 9 de junio de 2025. Disponible en
Pulido. Natividad, “Miguel Falomir: No hay nada mejor para descolonizar que mostrar la historia”, ABC (diario), 9 de junio de 2025. Disponible en
Ruiz Gomar, Rogelio, El arte maestra: traducción novohispana de un tratado pictórico italiano. Estudio introductorio y notas de Paula Mues Orts, México, Museo de la Basílica de Guadalupe, 2006, Estudios de Historia Novohispana, 26, enero –junio 2007, México. Disponible en
<https://novohispana.historicas.unam.mx/index.php/ehn/article/view/3657/3210>.