Las dos obras más importantes de Pablo Picasso, en opinión de numerosos especialistas, son el Guernica y Las señoritas de Avignon, obras maestras que se exhiben actualmente en el Museo Reina Sofía de Madrid y el Museo de Arte Moderno de Nueva York, respectivamente. A partir de ello se podría decir que la capital española y la Gran Manzana son las ciudades más relevantes del universo picassiano, pero afirmarlo sería una injusticia porque hay otras urbes que se disputan un lugar prominente en torno al padre de la pintura cubista. En primer lugar, habría que decir que ambos cuadros fueron ejecutados en París, el lugar donde Picasso residió más tiempo; metrópoli en la que inició su fama el español más conocido del siglo XX; y ciudad que sigue resguardando obras esenciales del pintor.
Por otra parte, hay que considerar a Málaga, no sólo por ser la ciudad en la que vino al mundo, donde aprendió a dibujar y en la que su familia residió durante generaciones, sino porque puede afirmarse que ha conseguido, en pocas décadas, convertir a Picasso en su principal atractivo turístico. La casa donde nació y el museo que alberga las obras que donó a la ciudad son una escala obligada para el visitante, lo que en buena medida imprime el rostro del pintor a la capital malagueña y constituye para ella su mayor proyección internacional.
Finalmente, pero no por ello menos importante, está Barcelona, a la que llegó Picasso con 14 años de edad, acompañando a sus padres y a su hermana Lola, donde la familia se estableció y el pintor verdaderamente se hizo artista y comenzó a dar muestras de su grandeza. En total, Picasso residió 13 años en Barcelona hasta que su ambición lo empujó a trasladarse a París, auténtica capital del arte y las vanguardias del siglo XX, pero una parte del malagueño se quedó en la Ciudad Condal junto a su familia. El vínculo afectivo era muy fuerte. Y debido al Museo Picasso, el Barrio Gótico de Barcelona huele y sabe al autor de la versión cubista de Las meninas.
Así, París, Málaga y Barcelona conforman un verdadero triunvirato en el universo picassiano, cada una por sus propios merecimientos. Dicho lo anterior, conviene detenerse a reflexionar en algo. A pesar de su cosmopolitismo, de la universalidad de su trabajo creativo, Picasso nunca dejó de sentirse español. Así que muy probablemente después de conquistar fama y fortuna, de consagrarse en la Ciudad de la Luz, el artista acarició la idea de regresar a España, pero la guerra civil española y el resultado de la contienda convirtieron a un hombre con los principios e ideales políticos de nuestro pintor en un exiliado forzoso. Picasso no pudo regresar en vida a la patria libre que anhelaba porque al morir, en 1973, aún restaban dos años más de dictadura franquista. Si las cosas hubieran sido diferentes, si hubiera podido volver a España sin traicionar sus ideas, muy probablemente hubiese elegido Barcelona y la Costa Brava para establecerse. Lo cierto es que Barcelona, Málaga y París entraron en Picasso y Picasso entró en ellas para quedarse para siempre.
Málaga en Picasso
Pablo Ruiz Picasso nació el 25 de octubre de 1881 en Málaga, ciudad bañada por las aguas del Mediterráneo, en la segunda planta del edificio marcado con el número 36 de la Plaza de la Merced, actual sede de la Fundación Picasso Museo Casa Natal. La plaza, espaciosa y bien conservada, luce en su centro, desde medio siglo antes del nacimiento del pintor, un obelisco dedicado al general José María Torrijos, liberal fusilado tras ser capturado cuando luchaba por restablecer la Constitución de Cádiz.
Pablo y Lola Ruiz Picasso, en 1889.
Originario de Génova, Italia, Tommaso Picasso, bisabuelo materno del padre del cubismo, se estableció en Málaga en 1807. Tenía la nacionalidad británica y fue alumno del Colegio de Náutica y capitán de una pequeña embarcación.
Desde mediados del siglo XIX, Málaga vivía un empuje industrial y comercial que se plasmó en grandes obras, como el ferrocarril y la ampliación del puerto. Sus orgullosos habitantes paseaban por la Alameda Principal, el parque y los jardines de La Concepción y El Retiro. Las tabernas ofrecían el popular vino dulce de Cómpeta, elaborado con uvas moscatel, cuyos racimos se secan al sol antes de su pisa o estrujado. Ese mosto, convenientemente fermentado, se degustaba acompañando migas y potajes, bien como aperitivo o para acompañar la sobremesa.
Menos presente en sus cuadros, pero también una verdadera pasión para el malagueño, fue el flamenco, y es que una copla con una letra ingeniosa y bien cantada era capaz de conmoverlo hasta lo más profundo.
En 1870, se había inaugurado el teatro Cervantes, obra del arquitecto Gerónimo Cuervo, cuya decoración realizó el pintor valenciano Bernardo Ferrándiz. Y mucho más que un centro de entretenimiento era la plaza de toros de la Malagueta, a la que el niño Pablo acudía con su padre y donde conoció y se enamoró de la tauromaquia, uno de los temas recurrentes en su obra. Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez fueron sus amigos y toreros favoritos. Menos presente en sus cuadros, pero también una verdadera pasión para el malagueño, fue el flamenco, y es que una copla con una letra ingeniosa y bien cantada era capaz de conmoverlo hasta lo más profundo.
La Plaza de la Merced, de Málaga. En el número 36 vino al mundo Picasso. Fotografía de Nicolás Vigier. Fuente: Wikipedia.
No muy lejos de la Plaza de la Merced, en la calle Granada, se encuentra la parroquia de Santiago, con su característica torre mudéjar. Es la iglesia más antigua de Málaga, fundada en 1490 por los Reyes Católicos, donde se casaron los abuelos paternos y los padres del pintor, y él y sus hermanas fueron bautizados.
Barcelona en Picasso
José Ruiz y Blasco, el padre de Picasso, era profesor de dibujo en la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo y director-conservador del Museo Municipal. Al nacer Pablo, la familia disfrutaba de una posición acomodada, pero años después el padre perdió su empleo en el museo, por lo que solicitó su traslado de Málaga a La Coruña, Galicia, donde se había creado una plaza de profesor en la Escuela de Bellas Artes. La familia se mudó en 1891, pero cuatro años después José Ruiz obtuvo una cátedra en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona, donde la familia se estableció definitivamente.
En esta institución académica, también conocida como Escuela de La Lonja, Pablo fue admitido como alumno; tenía 14 años. Se dice que, al reconocer el talento de su hijo, José Ruiz le entregó sus pinceles y su paleta, y prometió no volver a pintar nunca más.
Con María Picasso López, la madre del pintor, a la cabeza, los Ruiz Picasso primero se establecieron en una pensión en el número 4 del Paseo de Isabel II, donde ya estaba instalado entonces el restaurante Set Portes. Poco después se trasladaron a un departamento en la misma manzana, en el número 3 de la calle Cristina esquina con Llauder.