Picasso se obsesionó durante años con el cuadro. Llegó a decir que se encerraría en una habitación y no saldría hasta comprender el significado de Las meninas. Cuando a Dalí le preguntaron qué salvaría del Museo del Prado si hubiera un incendio, contestó: “El aire contenido en Las meninas de Velázquez, que es el aire de mejor calidad que existe”.
Manet conoció la obra de Velázquez en un viaje a España en 1865. Quedó maravillado por su técnica y lo calificó como “pintor de pintores” y “el más grande pintor que jamás ha existido”. Pero probablemente el artista que mejor ha explicado esta pintura es el poeta y fotógrafo Théophile Gautier, quien al situarse frente a la obra en el Museo del Prado exclamó: “¿Dónde está el cuadro?”.
Las dimensiones de la obra (3.18 × 2.76 metros) permiten que las figuras del primer plano aparezcan en tamaño natural, como el perro, en contraposición con el plano final: el punto de fuga que compone la figura de la puerta del fondo, representada a un tamaño equivalente al del tronco erguido del can.
La paradoja de que lo que realmente merece la pena ser mostrado no es lo que Velázquez está pintando, sino la improvisada escena que se desarrolla en ese momento a su alrededor, y la presencia simultánea del pintor detrás del caballete y a nuestro lado, es decir como actor y espectador.
Al situarnos frente al lienzo, la pintura nos atrapa y transporta a una escena palaciega del siglo XVII español. Diego Velázquez está pintando, cuando irrumpe la infanta Margarita junto a dos meninas (damas de compañía), dos enanos, tres servidores y un perro mastín, ninguno de los cuales es protagonista del momento, puesto que están de espaldas al artista. Ignoramos, pues, lo que en realidad está pintando Velázquez.
El lienzo en el que trabaja es grande y no se ve nada de lo pintado porque se muestra por la parte posterior. Pero al fondo, sobre un espejo, se observa el reflejo de una pareja. Son los reyes de España, Felipe IV y Mariana de Austria. Lo que ocurre entonces en la escena es que los soberanos están posando para Velázquez, aunque su presencia resulta casi incidental porque no era necesario que posaran para ser pintados por el artista, algo que sin duda el pintor podía haber hecho de memoria.
Lo que muestra entonces Las meninas es la escena que se supone que se desarrolla frente a los reyes mientras el pintor los inmortaliza en el lienzo. Los modelos se muestran indiferentes ante lo que sucede, no hay ninguna complicidad de su parte hacia el pintor. La infanta y las meninas no lo miran a él, sino al espectador, con la excepción del caballero situado en la puerta del fondo, que parece preguntar a Velázquez si necesita algo para realizar su trabajo.
La paradoja de que lo que realmente merece la pena ser mostrado no es lo que Velázquez está pintando, un retrato de los soberanos españoles, sino la improvisada escena que se desarrolla en ese momento a su alrededor, es lo que le confiere a esta pintura su talla de obra maestra. Junto a la excepcional perfección y realismo de la ejecución, y sobre todo la presencia simultánea del pintor detrás del caballete y a nuestro lado, es decir como actor y espectador.
¿Qué es lo que está mirando Velázquez? Lo que cada uno de nosotros quiera. Pero es su mirada lo que apresa al espectador, lo obliga a entrar al cuadro y le asigna un lugar en la escena. Dos son los centros sobre los que gravita Las meninas: el espejo y la infanta. El primero es la representación de un saber inalcanzable, un mero reflejo, el elemento irreal de la obra. El segundo es el componente que representa la realidad y la belleza al mismo tiempo, la afirmación de que sí es posible conocer la verdad, obtener la luz a partir de una mirada.
Jonathan Brown, hispanista y experto en la obra de Velázquez, asegura estar convencido de que ninguno de los personajes que aparecen en el cuadro posó para el autor. “Mi hipótesis se basa en la idea de que Las meninas es meramente producto de la imaginación del pintor. Los hechos se convierten en ficción”, afirma. Es decir, se trata de un retrato totalmente inventado. “Las meninas es la forma que tiene el artista de decir: ‘Gracias, majestad’”. Para Brown, estamos ante una “interpretación manipulada” de la realidad de la vida en palacio. “Velázquez deseaba crear el mejor cuadro que el rey hubiera visto jamás”.
Una oculta razón de Estado
Varios mensajes ocultos parecen esperar a ser descubiertos en Las meninas, el más importante de ellos la propia razón de ser de esta obra. ¿Por qué pintó Velázquez realmente el cuadro? Para intentar explicarlo, en primer lugar hay que precisar que se trata de un encargo de la Casa Real. Velázquez era pintor de cámara de Felipe IV, el puesto más importante entre los pintores de la corte. Además hay que considerar las dimensiones de la obra: 3.18 × 2.76 metros. Fue necesario unir tres lienzos cosiendo cuidadosamente la tela para conseguir un bastidor del tamaño deseado. Difícilmente estamos ante una pintura ejecutada por mero gusto del artista.
Antes de ser conocido como Las meninas, a partir del siglo XIX, el cuadro tenía por título La Familia de Felipe IV. Por eso llama la atención que Velázquez se haya retratado a sí mismo en la obra. Y que el pintor luzca en el pecho la cruz del hábito de Santiago, distinción recibida de manos del rey en 1659, dos o tres años después de terminada la obra, es decir entre 1656 y 1657.
Los retoques descubiertos se hallan sobre todo bajo el autorretrato de Velázquez.
Es un hecho entonces que el cuadro fue retocado. ¿Lo hizo el propio Velázquez?, ¿qué tanto se modificó la obra? En 2018 Las meninas fue sometido a varios protocolos técnicos, entre ellos análisis de pigmentos y toma de radiografías y reflectografías infrarrojas. Se aprovechó entonces para limpiar el marco en profundidad e instalar un soporte trasero para proteger el bastidor. Carmen Garrido, conservadora jefe del Museo del Prado, explica que los retoques descubiertos se hallan principalmente “en la colocación de la mano derecha de la infanta Margarita y sobre todo bajo el autorretrato de Velázquez, en donde aparece una figura que nada tiene que ver con la fisonomía del pintor, ya que el primer retratado era un personaje más joven, vestido de diferente manera y en una posición distinta”.
Al observar a simple vista la radiografía realizada al cuadro encontramos que la figura que se mostraba originalmente en el lugar donde después se pintó Velázquez tiene la apariencia de una mujer, ricamente ataviada según el estilo de la época. Y descubrimos que la reina Mariana de Austria no está en el espejo del fondo, junto a Felipe IV. ¿Era la reina la figura que estaba pintada en un principio?, ¿y después Velázquez la situó en el espejo junto al rey, haciendo lugar para su autorretrato? ¿Qué llevó al artista a realizar estos cambios?
Repasar los hechos históricos sucedidos entonces en la corte española puede arrojar luz sobre el misterio. Entre 1656 y 1657 se pinta el cuadro. En ese momento Felipe IV no tiene un heredero varón para ocupar el trono. Su hija mayor, María Teresa, está prometida para casarse con el rey Luis XIV de Francia, un matrimonio con un claro móvil político porque supondrá poner fin a los muchos conflictos que España arrastra con el reino vecino. La hija menor de Felipe IV, la infanta Margarita, está previsto que se case con su tío Leopoldo, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, con el que España no tiene ninguna desavenencia.
¿No habrá recibido Velázquez el encargo de su rey de pintar una obra de gran formato que representara su decisión de designar a su hija Margarita como heredera y futura reina de pleno derecho de España? De dar crédito a esta versión todo encaja porque la infanta es el centro de la escena, observada de frente por su padre, reflejado en el espejo, y vista de espaldas por su madre, la reina, situada a la izquierda del cuadro.
Pero entonces, ¿por qué modificó Velázquez el cuadro? La explicación puede hallarse en que el 28 de noviembre de 1557 llegó al mundo el ansiado heredero varón, un hijo del rey y de la reina, Felipe Próspero de Austria. Así, la razón de ser de la obra había desaparecido. Y era necesario modificar el cuadro por una nueva razón de Estado. Pudo haber sido por eso que Velázquez con verdadera genialidad situó a la reina junto al rey en el espejo y se pintó a sí mismo en el extremo izquierdo del lienzo. Con el cambio, Margarita sigue siendo la protagonista de la obra, situada en el centro del cuadro, con el mismo esplendor que tenía, pero ahora la máxima jerarquía corresponde a los monarcas, que por primera vez posan juntos para el pintor de cámara.
Como colofón a esta hipótesis resta decir que Margarita terminó siendo emperatriz consorte del Sacro Imperio Romano Germánico, y su hermana mayor, María Teresa, reina consorte de Francia. Velázquez murió en 1660, y lo siguió Felipe Próspero en 1661. Pero ese mismo año nació su hermano Carlos, él sí futuro rey de España como Carlos II, apenas cuatro años después, al morir su padre, en 1665.
Recuadros
Cuadros dentro del cuadro
La estancia en la que se desarrolla la escena de Las meninas era el Cuarto del Príncipe del Real Alcázar de Madrid, que tenía una escalera al fondo y recibía la luz del sol a través de siete ventanas en lo alto de uno de los muros, de las que Velázquez pintó cinco.
El castillo fue destruido por un incendio en 1734, pero a partir de los inventarios y planos de Juan Gómez de Mora ha sido posible reconstruir la estancia representa- da por el pintor. Así, sabemos que era una sala rectangu- lar de 20 × 5 metros decorada con unos 40 cuadros, al parecer todos ellos copias realizadas por Juan Bautista Martínez del Mazo, yerno de Velázquez, sobre originales de Pedro Pablo Rubens y Jacob Jordaens en su mayoría.
Los cuadros del fondo han sido reconocidos como Mi- nerva y Aracne de Rubens y Apolo vencedor de Pan de Jordaens. En el primero, Atenea castiga a la joven tracia que la desafió demostrando que conocía las infidelida- des de los olímpicos (le está dando una auténtica paliza). En la obra de Jordaens, Apolo castiga a su vez al sátiro que pretendía emular su música sagrada.
Un jarrito comestible
En el cuadro, una de las meninas, Agustina Sarmiento, le ofrece a la infanta un búcaro o jarrito de agua fresca. La escena no podría ser más inocente. No obstante hay quien quiere ver en ella una muestra de la incipiente pu- bertad de la menor. Y es que entre las costumbres más extrañas del Siglo de Oro estaba la que tenían las damas de la corte de ingerir barro, generalmente dando pequeños mordiscos a diminutos búcaros, de los que los más apreciados eran los portugueses elaborados en Estremoz. No obstante, también existían para este fin pastillas de barro mezclado con azúcar.
Esta costumbre generaba un trastorno llamado opila- ción, que producía varios efectos. Entre ellos el tapona- miento de algunos conductos del sistema circulatorio, con lo que se conseguía cortar hemorragias (en especial menstruaciones abundantes). O dar una extrema pali- dez al rostro, como consecuencia del efecto producido en el hígado. Y es que la piel blanca era distintiva de la verdadera belleza, según los cánones estéticos de la época.
Aunque existen varias teorías, al parecer la costumbre es de origen musulmán, documentada ya en Bagdad en el siglo X . Y llegó a la corte austriaca a través de los moriscos. Ante tan reprobable hábito, los médicos aconsejaban in- gerir polvos de hierro o tomar baños de aguas termales.
Los personajes
De izquierda a derecha, en el cuadro aparecen:
Diego Velázquez
El genio autor de esta obra maestra se pintó a sí mismo en el extremo izquierdo del cuadro. Lleva al cinto un importante atributo de su rango en la corte: la llave de la Cámara y de aposentador. Pero en el pecho muestra su más alta distinción: la cruz del hábito de Santiago, que le fue concedida por el rey en 1659, dos o tres años después de ejecutar esta pintura y un año antes de su muerte.
Felipe IV
Rey de España, apodado el Rey Planeta. Aparece en el espejo al fondo de la escena, del lado derecho. Las meninas hace pensar que, junto a su esposa, está posando para Velázquez. Y al mismo tiempo es espectador de la escena que recoge esta pintura. Considerado el mayor coleccionista de arte europeo del siglo XVII, murió el 17 de septiembre de 1665, a los 60 años de edad.
María Agustina Sarmiento de Sotomayor
La menina situada a la izquierda del cuadro es la hija del conde de Salvatierra, heredera del ducado de Abrantes, por su madre, Catalina de Alencastre, y destinada a casarse con el conde de Peñaranda, un grande de España. En la escena ofrece un jarrito de agua fresca a la infanta, ante la que cortesanamente se inclina. Luce en el peinado un broche en forma de mariposa.
La infanta Margarita
La protagonista indiscutible del cuadro, Margarita María Teresa de Austria, infanta de España como hija del rey Felipe IV y de la reina Mariana de Austria, llegó a ser emperatriz consorte del Sacro Imperio Romano Germánico al casarse con su tío, el emperador Leopoldo. En Las meninas tiene cinco años de edad, y fue la modelo favorita de Velázquez, quien la retrató infinidad de veces.
Mariana de Austria
Aparece en el espejo al fondo de la escena, del lado izquierdo. Reina consorte de España como segunda esposa de Felipe IV. A la muerte de este fue reina regente como madre de Carlos II. Archiduquesa austríaca, era hija del emperador Fernando III del Sacro Imperio Romano Germánico y de la infanta María Ana de España, hija a su vez del rey Felipe III de España.
José Nieto Velázquez
El personaje que aparece en la escalera del fondo de la escena era el aposentador de la reina. Sirvió en el Real Alcázar de Madrid hasta su fallecimiento. No se sabe si está entrando o saliendo del Cuarto del Príncipe. Tal vez está preguntando si se requiere alguna cosa. Se ha dicho que podría tener un cierto parentesco con Diego Velázquez.
Isabel Velasco
La menina situada a la derecha era hija de Bernardino López de Ayala y Velasco, conde de Fuensalida y gentilhombre de cámara de Su Majestad. En realidad era menina de la reina Mariana de Austria desde 1649. Se casó con el duque de Arcos y murió en 1659. En la escena está haciendo una reverencia y también lleva en el pelo un broche en forma de mariposa.
León
En primer término del cuadro, a los pies de la infanta Margarita, representado como la imagen misma de la fidelidad y obediencia, aparece un perro mastín español o castellano. Está echado, en apariencia dormido pues tiene los ojos cerrados. No obstante parece que en cualquier momento se levantará porque lo está pisando el personaje de la izquierda, Nicolasito Pertusato.
Marcela de Ulloa
Camarera mayor y responsable del servicio personal de la infanta Margarita y de su madre, la reina Mariana de Austria. A la muerte de su esposo, Diego Peralta de Portocarrero, marqués de Almenara, entró al servicio de la condesa de Olivares, pasando después a formar parte del personal del palacio. Desde 1643 era la encargada de supervisar a las meninas de la corte.
Diego Ruiz Azcona
El personaje que parece estar escuchando a Marcela de Ulloa, situado a su lado, a la derecha del cuadro, está apenas esbozado por Velázquez. Tiene las manos entrelazadas y muestra una actitud solemne. Es el único de los personajes no identificado plenamente en la pintura, aunque se le menciona como guardadamas o como mentor de la infanta Margarita.
María Bárbara Asquín
Conocida como Mari Bárbola, era una enana hidrocéfala de origen alemán que estuvo primero al servicio de la condesa de Villerbal y Walther hasta la muerte de esta. Fue recibida en el Real Alcázar de Madrid cuando nació la infanta Margarita, a la que siempre acompañó desde entonces. Cuando Felipe V subió al trono, en1700, la desterró y envió de vuelta a Alemania.
Nicolasito Pertusato
Aunque parece un niño, era en realidad un enano. Hijo de una noble familia del milanesado, entró al servicio de la corte en 1650 y 15 años después ya era más conocido como don Nicolás. En 1675 Carlos II lo nombró ayuda de cámara. Murió a los75 años y dejó testamento a favor de la hermana del cura de la parroquia de San Nicolás, en Madrid.
Referencias bibliográficas
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