Aguas iluminadas
1
El espíritu de las aguas iluminadas
brilla ante la raspadura de la muerte.
2
Detrás de aguas inundadas
por el esplendor de los dioses,
anillos de humo cruzan
delgadas vasijas
repletas de savia.
3
En la delgada noche los antílopes
huelen fantasmas luminosos, vacíos:
el holograma erizado en la encrucijada,
la silueta evanescente de Faustine
que surge de la novela de Bioy,
el claroscuro
de la mala conciencia: un niño calvo,
el estupor alucinatorio
de la deriva alcohólica: dieciocho niños calvos,
la navaja que nunca
llegó al pecho
de la furia vengativa
y es ahora una obsesión
de malas noches,
de madrugadas lentas.
4
El amor cruza
relampagueando
la memoria
de la isla.
Faustine se despierta
en los brazos
del náufrago.
El mar brilla
bajo el amanecer
unánime.
5
Las aguas iluminadas sueltan el fuego del espíritu.
A ras de observación
Pregunto apenas, sorprendido:
¿de dónde cuánta magnitud–
de pelo a sombra contingentes,
todos los números virtuosos?
Pues en el mundo escasea
el pulso mímico del ser–
sólo miseria fenoménica,
hilos, cordeles, longitudes.
Apareciera sin anuncio,
se presentara ese guarismo
o ese otro número despierto;
huella de tantos fantasmones.
Que fuese yo adonde la muerte,
sus caudalosos utensilios,
ha dibujado en las calendas
lúcido tiempo sin trebejos.
Eso me dicen, ¿pero cómo
llegar ahí sin aquel muérdago:
salvoconducto sibilino
bajo la sombra oscurecida?
Insistiré en los instrumentos
de tantos brillos objetivos,
en el espejo de los límites
y en la lunar y brusca sed.
Líquida forma desatada
hasta los puños del cadáver
–aquellas manos desceñidas
y el gesto pálido del rictus.
Fogosa lámina de espuma,
brisa y milímetro en la espada,
tierra dispersa bajo el agua:
tanto elemento y cautiverio.