Un tornado de estrellas. Vistas de Noche estrellada sobre el Ródano de Vincent Van Gogh en la exposición Van Gogh Alive.
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Artes Visuales

Salir del tiempo hacia el tornado cromático de Van Gogh

La crítica de arte Sylvia Navarrete narra desde su mirada una experiencia fuera del tiempo con la exposición Van Gogh Alive the Experience que se presenta en el Monumento a la Madre. Con luz tenue, un sistema de gráficos en movimiento, sonido y proyecciones en alta definición, Grande Exhibitions en Sensory4 lleva al visitante a los últimos años de la vida de Van Gogh. Navarrete lleva al lector a redescubrir la obra y la figura del pintor neerlandés a partir del análisis de esta multisensorial exposición, que estará hasta el 31 de mayo.


Por Sylvia Navarrete

¿Escépticos abstenerse? Me taladraba esa idea al ingresar, con mis prejuicios a cuestas, a la carpa de 1500 m2 instalada frente al Monumento a la Madre, en una soleada tarde del mes de febrero. Los datos eran apabullantes: la exposición multimedia más visitada del mundo, originada en Australia por la empresa Grande Exhibitions y que ya ha recorrido 60 países; una proyeccción multisensorial de 120 imágenes en tiempo real, mediante tecnología de punta; una inversión de $50 000 000 por Banco Azteca y otros numerosos patrocinadores de la iniciativa privada; la expectativa multitudinaria de un millón de visitantes en la Ciudad de México de los meses de febrero a mayo… 

Todo parecía resumirse en el prefijo “multi” que, de manera sospechosa, transformaba el concepto de museo en un evento de entretenimiento masivo por medio de herramientas digitales. Pero no sólo eso: se corría el riesgo de camuflear o banalizar la tragedia de un meteoro de la pintura preso de una esquizofrenia galopante. El desquiciamiento no fue un juego para Vincent van Gogh (Zundert, Países Bajos, 1853–Auvers-sur-Oise, Francia, 1890). Sus cartas al hermano menor Théo, al amigo Paul Gauguin, no dan el perfil del “loco feliz”, sino revelan el abismo de la patología maniaco-depresiva y la desgarradora confesión “sin el más mínimo orgullo, de un malestar que lo estaba cercando, destruyendo y del que no le era posible salir. Rogaba e imploraba ser curado, maldecía esa forma de vivir”, observa A. Popof en el prólogo a su Correspondencia.

El periodo que abarca Van Gogh Alive son los últimos años del artista, los peores y los más fecundos de su existencia: irremediable inadaptación, crisis repetidas, obsesión por la pintura y la enfermedad, exacerbación de la capacidad creativa, precipitación hacia el desplome. Sin olvidar la angustia de ser una carga financiera y moral para Théo, su mentor: “Siempre has vivido como un pobre, por alimentarme, pero yo devolveré el dinero o entregaré el alma”, le escribía.

Aprendió a comerciar en sus años mozos pero, ironía suprema, no vende más que un cuadro en vida, escasos meses antes de suicidarse: El viñedo rojo, adquirido por la pintora y coleccionista Anna Boch en Bruselas en 1890

El recorrido de la carpa, estimado en 45 minutos, comienza en un vestíbulo introductorio al personaje de Vincent van Gogh. Cédulas impresas en gran formato combinan textos biográficos y reproducciones a color de sus pinturas más célebres. Se resume la trayectoria del hijo de pastor calvinista que abandona su provincia y trabaja desde adolescente en La Haya y Londres con Goupil, negociante de arte especializado en las modalidades vanguardistas del medio siglo, en especial la pintura al aire libre de la escuela de Barbizon. Los años de juventud son de incertidumbre: Van Gogh, autodidacta, está empapado de las innovaciones pictóricas de la hora, pero no se decide por la carrera artística; se desvía hacia estudios de teología, ejerce como misionero evangélico, desiste y, a los 27 años, en París vuelve al arte con miras a profesionalizarse, bajo el ala de Théo. Aprendió a comerciar en sus años mozos pero, ironía suprema, no vende más que un cuadro en vida, escasos meses antes de suicidarse: El viñedo rojo, adquirido por la pintora y coleccionista Anna Boch en Bruselas en 1890, por una suma equivalente a 2000 dólares actuales ⎯¡82 500 000 de dólares pagó un banquero neoyorquino por El retrato del doctor Gachet en 1990!

Una floración de girasoles. Secuencias sobre la serie Los girasoles de Vincent Van Gogh en la exposición Van Gogh Alive.

 

El preámbulo didáctico es oportuno. Se articula alrededor de 14 obras ejecutadas por el pintor de 1880 a 1890, seleccionadas para armar el guion del recorrido virtual, en virtud del valor canónico de cada una y del prestigio de las colecciones que las alberguan: Musée d’Orsay de París, Metropolitano de Nueva York y, desde luego, el Museo Van Gogh de Ámsterdam, entre otros. Las fichas comentadas son sintéticas e instructivas, aunque mal traducidas. Si uno se toma el tiempo de leerlas, se sintoniza con la culminación del genio de Van Gogh, a la par del inexorable hundimiento en la demencia, entre la ciudad de Arlés, al sur de Francia, y la población de Auvers-sur-Oise, sita al noroeste de París, en las inmediaciones de Giverny, donde los impresionistas revolucionaban el viejo orden plástico, al preconizar el argumento cotidiano y la naturaleza sin más filtro que el de la luz cambiante.

En la región mediterránea de Provenza, bañada de sol, Van Gogh, ya roído por el derrumbe psíquico y vencido por el rechazo del medio parisino (“desvanecido cerebralmente y herido hasta la médula”, según sus propias palabras), se absorbe en series de óleos con temas extraídos del entorno y gamas cromáticas radicalmente innovadoras. Florero con doce girasoles forma parte de una secuencia que destinó a decorar su “casita amarilla” de Arlés, en vista de la próxima visita de Paul Gauguin; Autorretrato con oreja vendada da cuenta del agravamiento de los síntomas que lo conducen a la automutilación, a causa de la ruptura con Gauguin, que sella el fracaso de la ilusión de compartir el taller provenzal con los reticentes colegas parisinos; La silla de Vincent con su pipa delata la soledad del pintor en su retiro catártico, al son de las penurias, los ayunos y el insomnio; su fascinación mística por el cielo nocturno se explaya en Noche estrellada sobre el Ródano y en La terraza de café por la noche, con el resplandor de sus faroles amarillos que compiten con un firmamento estrellado (“mis sentimientos en estado de exaltación desembocan en las preocupaciones de la eternidad y la vida eterna”, decía él).

"Mis sentimientos en estado de exaltación desembocan en las preocupaciones de la eternidad y la vida eterna.”

Confinado en un asilo psiquiátrico en Saint-Rémy, vuelca en La habitación de Vincent en Arlés la nostalgia de un hogar y el quebranto emocional; aterrorizado por la incapacidad de pintar, encuentra un rebrote de inspiración en los grabados japoneses del siglo XVII ⎯Vincent y Théo poseían 400 de ellos⎯: emprende un conjunto de vergeles, lirios y almendros en flor impregnados de la alegría por el nacimiento del sobrino, al que Théo nombró Vincent, y que prolongan el éxtasis cromático en variantes azuladas y moradas. Los autorretratos finales y el Retrato del doctor Gachet reflejan la febrilidad (termina un cuadro al día, incluso despacha algunos en tres cuartos de hora) del enfermo al que Théo canaliza a la clínica del médico amigo de los impresionistas, en Auvers-sur-Oise, donde ataca el lúgubre Campo de trigo con cuervos antes de dispararse un balazo y morir dos días después en brazos de su hermano, quien a su vez fallece el año siguiente víctima de la sífilis y junto al cual está hoy enterrado en el pequeño cementerio de la localidad.

No podía faltar en el vestíbulo de la carpa una réplica a escala de La habitación de Vincent en Arlés, concesión a la parada obligada de las selfies. Cinco versiones pintó de su dormitorio en la “casa amarilla”, para regalarlas a Théo, a su hermana Wil y a su madre, con la intención de transmitir una engañosa sensación de “descanso absoluto de la imaginación”. Es la última estación antes de penetrar en la sala principal, apoteosis del espectáculo Van Gogh Alive.

Una multitud llamada yo. Autorretratos de Vincent Van Gogh en la exposición Van Gogh Alive
Cambios de rostro, cambio de personalidad. Autorretratos de Vincent Van Gogh en la exposición Van Gogh Alive.

 

La primera impresión que procura el galerón en penumbra es la de inmersión en un espacio incalculable. Más de veinte pantallas, de piso a techo –imposible calibrar la altura– reciben al visitante que, paso a paso, avanza sobre proyecciones bajo sus pies y eleva la mirada hacia los enormes soportes verticales, donde pinturas, dibujos y bocetos se reproducen de manera alternada e incesante, gracias al sistema envolvente Sensory4. Según las explicaciones de los organizadores, la experiencia pretende restituir los cambios simultáneos en la técnica del pintor y en su estado mental, mediante la sucesión de “capítulos” temáticos diseñados a base de movimiento y acompañados de partituras de música en alto volumen que se concibieron en dicha época: Franz Schubert, Frédéric Chopin, Claude Debussy, Erik Satie...

El simulacro comienza con una serie de autorretratos que documentan la maduración fulgurante de un estilo y la progresión de la enfermedad. Los antecedentes se señalan con bodegones, aldeas, pescadores y campesinos de tonos terrosos que aluden a la infancia de Van Gogh en su natal Holanda. Acto seguido, salto a Francia: en París (1886), el pintor se identifica con la vanguardia impresionista, su paleta se aclara en motivos de flores y rincones de Montmartre. La animación de un trenecito nos lleva a Arlés (1888), cuya estadía se distingue por girasoles, paisajes y retratos de vecinos (la familia del cartero Roulin, su casero, por ejemplo), y culmina con la etapa japonizante de lirios. La habitación de Vincent en Arlés marca el descenso a la locura, en una espiral que despliega algunas de las 800 cartas que escribió antes de morir, durante las estancias en los manicomios de Saint-Rémy y Auvers-sur-Oise (1888-1890), donde intenta varias veces suicidarse ingiriendo pigmentos y petróleo para lámparas. Cierra el ciclo su óleo más torturado: Campo de trigo con cuervos, al que un vuelo de pájaros negros despierta con un balazo al atravesar en coro cacareante las pantallas. Antes de salir de la sala, el espectador vuelve a encararse con la genealogía de los autorretratos de Van Gogh, a manera de despedida.

Desarrollado por Grande Exhibitions, el Sensory4 –se nos informa– 

es un sistema único que combina gráficos en movimiento multicanal, sonido envolvente de calidad cinematográfica y hasta cuarenta proyectores de alta definición para proporcionar uno de los entornos multipantalla más emocionantes del mundo. Puede transformar cualquier espacio de exhibición para crear una experiencia dinámica, informativa y visualmente espectacular. Las imágenes, increíblemente detalladas, fluyen a través de la masa de proyectores y se fusionan con el sonido envolvente digital para saturar el espacio en una pantalla inmersiva impresionante. 

Pasada la primera sorpresa, sin embargo, el ojo reclama algún asidero para alimentar la estimulación sensoral del inicio: ¿quizás una estructura laberíntica por donde deambular, y que dosifique la proyección en ráfaga de las imágenes?

La floración del almendro; exposición Van Gogh Alive

El lenguaje cromático del artista se basa en el contraste alucinado, la irradiación de tonos claros sobre fondos oscuros y la supresión de las sombras (suscitada por “los grandes efectos” del sol cenital de Provenza).

Detrás del dispositivo tecnológico, la apuesta plantea una pregunta precisa: ¿cómo descubrir o redescubrir a Van Gogh? La notoriedad del artista, la leyenda maldita, garantizan sin asomo de duda la respuesta masiva del público a la convocatoria. Otro factor decisivo: la paleta tan audaz y orgiástica de Van Gogh se presta a semejante estrategia. El lenguaje cromático del artista se basa en el contraste alucinado, la irradiación de tonos claros sobre fondos oscuros y la supresión de las sombras (suscitada por “los grandes efectos” del sol cenital de Provenza): “el deseo de expresar algo por el color mismo”, como él mismo puntualizó. Así, un paseo dominical con Gauguin, que él describe en los siguientes términos: “una viña roja, toda roja como el vino tinto, que en la lejanía se vuelve amarilla con un cielo verde y terrenos violetas después de la lluvia y centelleantes de amarillo”, se traduce en la tela por “una viña toda púrpura y amarilla con menudas figuras azules y violetas y un sol amarillo”.

Delirios y lirios en la exposición Van Gogh Alive

En aquellos tiempos no existía la fotografía a color. De modo que Van Gogh acostumbra describir minuciosamente a Théo los lienzos en proceso: su dormitorio, con “paredes de un violeta pálido, suelo de cuadros rojos, lecho y silla de un amarillo de mantequilla fresca, sábanas y almohadas limón verde, colcha rojo escarlata, ventana verde, lavabo naranja, cubeta azul, pertas lila de postigos cerrados”; la arlesiana, “fondo limón pálido, la cara gris, el vestido negro negro negro de azul de Prusia completamente crudo, se apoya sobre una mesa verde y está sentada en un sillón de madera naranja”; la carroza en el patio de la posada, “paredes rosas y amarillas con ventanas de persianas verdes, dos coches muy coloreados, verde, rojo, y las ruedas amarillo, negro, azul, naranja”; “jardín de otoño: dos cipreses verde botella, tres pequeños castaños de follaje tabaco y naranja, un pequeño tejo de follaje limón pálido y tronco violeta, dos pequeños macizos de follaje rojo sangre y púrpura escarlata”…

Los close-ups y el incesante barrido óptico sobre las pantallas incrementan el tornado cromático y, sobre todo, permiten apreciar casi al milímetro el creciente derroche técnico de Van Gogh. Los acercamientos de las cámaras atienden los menores detalles y nos brindan una vista microscópica de su extraordinaria “cocina” pictórica. Físicamente, la mano de Van Gogh parece estar activa ante nosotros: el óleo de consistencia cremosa cobra relieve al untarlo la espátula en el lienzo, los tintes “planos y francos como los crespones” del inicio de la temporada provenzal se van alterando en empastes espesos, de frenético ritmo circular, la aplicación brutal de la pincelada trabaja texturas que adquieren volúmenes de tercera dimensión. Se es testigo de cómo la pincelada va aislándose, convulsa, en una composición cada vez más caótica, que pierde contornos y esparce los elementos con desorbitada vehemencia. Ni siquiera examinando con lupa una fotografía en alta resolución de un cuadro de Van Gogh se alcanzaría una simbiosis retinal equiparable. Ahora bien, ¿por qué recurrir a cursilísimas filmaciones de plantíos de flores meciéndose en la brisa, para intercalarlas con los motivos vegetales de los cuadros originales?

Tomar café bajo las estrellas; La terraza de café por la noche de Vincent Van Gogh en la exposición Van Gogh Alive.

 

Por otra parte, la media luz en que está sumida la sala, además de propiciar un ambiente enigmático que hace olvidar la concurrencia, subraya la fascinación que Van Gogh cultivó por las tinieblas y que trasladó al lienzo en atmósferas inigualadas, tal y como lo comenta en una carta a su hermana Wil en 1888 a propósito de un cuadro nocturno: “Tiene más colores que el día, con matices de los más intensos violetas, azules y verdes. Si prestas atención, verás que ciertas estrellas son de color amarillo limón, otras rosas o con un brillo verde, otras más de un azul de nomeolvides. Poner pequeños puntos blancos en el negro azulado no es suficiente para pintar un cielo estrellado.” Lo que busca transmitir Van Gogh en estas series nocturnas es la “atmósfera de caldera infernal que intenta expresar algo así como las tenebrosas negruras del tugurio”. Cuando sale de noche a pintar, sobreexcitado, con una corona de velas encendidas fijada a su sombrero, los habitantes de Arlés firman una petición exigiendo su internamiento. 

Tiene más colores que el día, con matices de los más intensos violetas, azules y verdes. Si prestas atención, verás que ciertas estrellas son de color amarillo limón, otras rosas o con un brillo verde, otras más de un azul de nomeolvides. Poner pequeños puntos blancos en el negro azulado no es suficiente para pintar un cielo estrellado.

La atención del visitante se solicita a cada segundo, en giros de 360 grados; sin embargo, la propulsión de imágenes mantiene una cadencia fluida, amenizada por el fondo musical que predispone a la percepción contemplativa. ¿Será semejante experiencia virtual más desestresante que la visita presencial a un museo que posea fondos importantes de Van Gogh, dificultada por el apretujamiento, el pisoteo fatigoso, la promiscuidad forzada con legiones de turistas armados de teléfonos celulares? Una imagen se me grabó al salir de Van Gogh Alive: niños jugando y bailando sobre las proyecciones a piso, bebés tan a gusto como en el líquido amniótico. No vi a un solo infante aburrido o berreando. Sin hablar de los adultos, en su mayoría embobados. Quizá sea esta la mayor virtud de la ilusión inmersiva: despojarnos del sentido del tiempo.

Una viña roja, toda roja, como el vino tinto… El viñedo rojo de Vincent Van Gogh en la exposición Van Gogh Alive.

Quizá la edulcoración del sufrimiento de Vincent van Gogh nos mantenga al ras de las pantallas, en la superficie de un desfile de hermosas instantáneas en movimiento. La vivencia resulta grata, inofensiva diríamos, aunque sin lugar a dudas intensa.

La sección final de la carpa nos arroja al marketing de una iniciativa que aspira a la rentabilidad: otros espacios para las selfies, una Mini Cooper último modelo customizada, un bar “arlesiano” y una tienda de souvenirs certificados por el Museo Van Gogh de Ámsterdam. Lo cual nos devuelve a ciertas preguntas necesarias: ¿cuáles son los límites de la mercantilización de la imagen: únicamente la impecable calidad en su reproducción y la coartada de sus alcances democráticos? ¿Acaso no se trivializan las paradojas de la emoción estética en su mero consumo inmediato? Quizá la edulcoración del sufrimiento de Vincent van Gogh nos mantenga al ras de las pantallas, en la superficie de un desfile de hermosas instantáneas en movimiento. La vivencia resulta grata, inofensiva diríamos, aunque sin lugar a dudas intensa. Y, para el gusto de muchos, incompleta. ¿Pero qué objetar si de poner a Van Gogh al contacto de (casi) todos se trata? Al fin y al cabo, Van Gogh y su extravío siguen acorralados en su pintura. “Todo el mundo tendrá quizás un día neurosis, histeria, baile de San Vito u otra cosa”, alegó no sin sentido del humor en una carta, meses antes de morir.

Van Gogh Alive the Experience, Monumento a la Madre, avenida Insurgentes Sur, Ciudad de México. Lunes a domingo de 10.00 a 20.00 h. Vigencia: termina el 31 de mayo de 2020. Presentado por Banco Azteca.

 

1 Vincent van Gogh, Cartas desde la locura. México: Premià Editora, 1988.



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