La sinfonía Pastoral nos conduce a un paseo por el campo que se transforma al paso de sus movimientos, que van desde la plácida contemplación de un arroyo, la celebración de una fiesta y la caída de una tormenta hasta el canto de campesinos que se escucha en su quinto y último movimiento. Es posible saber todo esto porque fue la única sinfonía a la que Beethoven añadió títulos descriptivos en sus cinco movimientos; pero, de no tener estas acotaciones, ¿seríamos capaces de inferir la escena con sólo escucharla? Y una pregunta más: ¿Acaso creemos que una obra tan notable sólo representa o describe las escenas anotadas?
“Beethoven les regaló claras representaciones musicales que nos permiten identificar, por ejemplo, a un buey disfrazado de fagot, a cierto pájaro carpintero, a un ruiseñor o el ruido amenazante del trueno que presagia tormenta”.
Estrenada en Viena el 22 de diciembre de 1808, la Pastoral formó parte de un maratónico concierto de obras de Beethoven, entre las cuales destacaron las primeras audiciones de la Quinta sinfonía y la Fantasía Coral. Tras escuchar el inicio de la Sexta sinfonía, los asistentes habrán podido imaginar el campo porque en esta música escuchamos el carácter pastoral, es decir, algunas cualidades típicas y generalmente reconocidas o asociadas a una vida inmersa en la naturaleza, su simpleza e incluso monotonía, como las notas largas de los contrabajos o la reiteración interminable del sencillo motivo inicial. Para dar a sus escuchas mayores elementos de comprensión, Beethoven les regaló claras representaciones musicales que nos permiten identificar, por ejemplo, a un buey disfrazado de fagot, a cierto pájaro carpintero, a un ruiseñor o el ruido amenazante del trueno que presagia tormenta. Pero Beethoven no quería que los títulos de sus movimientos fueran del conocimiento del público: “Debe permitirse a los escuchas descubrir las situaciones…”, pidió en alguna carta. Ello no ha impedido que las indicaciones de cada movimiento se lean como el texto de la primera composición programática, de un texto que acota y restringe el significado de la música en cada movimiento.
Dice Maynard Solomon que esta sinfonía es el final arcádico de una media década que para Beethoven comenzó con la redacción del famoso “Testamento de Heiligenstadt”, y durante la cual vivió uno de sus periodos de mayor productividad, al tiempo que aceptaba paulatinamente su irremediable y progresiva sordera; y aunque resulta lógico concebir la sinfonía como un testimonio de su estancia en el campo vienés, habría que explorar, a la luz del tiempo, otras lecturas. A principios del siglo XVIII, se pensaba que el arte no debía reproducir de forma realista la naturaleza, sino transmitir los ideales de belleza, grandeza y magnificencia, retratando así una imagen perfecta, pero durante el siglo XIX y con el nacimiento del Romanticismo, surgieron ideas no tanto de la forma en la que las artes debían evocar a la naturaleza, sino en cómo el hombre se relaciona con esta; desde David Hume y su hombre desquiciado que se recupera al reintegrarse a la naturaleza, hasta Immanuel Kant que la concibió como un enemigo o un objeto al que el hombre aspira a moldear. Fue Friedrich Schelling, sin embargo, quien ofreció un punto de vista más equilibrado al presentar a la naturaleza como un ente vivo, con distintos estadios de conciencia que iban desde las piedras y la tierra hasta las plantas, los animales y el hombre. Para Schelling, las obras de arte debían tener una parte consciente, que es la técnica, y una inconsciente, que el artista no controla, pero que contiene el elemento vital de la naturaleza. Fue así que los artistas románticos entendieron como su deber adentrarse en sí mismos y librar una lucha interna para sacar a la luz lo desconocido, lo inconsciente; una lucha que también se libraba en la naturaleza (como en una erupción volcánica o en una tormenta).
A la luz de estas novedosas ideas románticas, podemos decir que la Pastoral ostenta distintos grados de lectura y comprensión. Puede ser la simple representación de un paisaje campirano, y la expresión de una faceta alegre del malhumorado Beethoven, pero su música simboliza también la reconciliación del hombre con la naturaleza, después de una lucha interna, y el testimonio de la reacción humana ante la belleza del mundo.