Recurriré a una imagen algo desgastada: las sinfonías de Beethoven y de Gustav Mahler son las altas montañas que delimitan una cordillera extraordinaria, que es la de la música occidental del siglo XIX. Quedan en medio cumbres altísimas y entre sus valles y tupidos bosques habitan muchas de las mejores partituras de todos los tiempos.
Es por ello que resulta obligado, lógico, casi natural, querer juntar a estos dos titanes. Pero al incauto melómano beethoveniano que acude a la correspondencia de Mahler para entresacar de ella algún pensamiento esclarecedor le espera un balde de agua fría. Este, por ejemplo, que los desprevenidos pueden leer con ilusión: “[…] la impresión que me causó la Séptima, y antes que ella la Tercera, es permanente. Ahora estoy ganado por usted”. El comentario, dirigido a Mahler por Arnold Schönberg, pudiera referirse a las interpretaciones mahlerianas de esas dos sinfonías de Beethoven, pero ¡no!, se refieren a las propias tercera y séptima sinfonías de Mahler.
Y es que buscar a Beethoven entre las cartas y escritos de Mahler es hurgar en el cajón equivocado. Porque lo que Mahler pensó acerca de la música de Beethoven quedó anotado en las partituras que dirigió y que fueron ocasiones tan polémicas como extraordinarias. Fiel a una tradición que se remonta a Richard Wagner, Mahler alteró las sinfonías de Beethoven para adaptarlas a las orquestas de su tiempo. Esos cambios –eufemísticamente denominados retouschen, “retoques”– no fueron menores y resulta tan interesante como polémico conocer acerca de ellos. Con la Novena sinfonía, para quedarnos con el más famoso de los ejemplos, Mahler amplió la orquesta de manera notable: de flautas y maderas pidió cuatro de cada una; de los metales, cuatro trompetas en vez de dos y ¡ocho cornos! en vez de cuatro. Sobra decir que, al implementar tales cambios, la sonoridad cambia por entero. Para colmo, introdujo una tuba, que no existe en la orquestación original de Beethoven. Prácticamente no hubo parte instrumental que no fuera retocada –cuerdas, percusiones, etcétera–, ni movimiento a salvo de cambios significativos. Ejemplo de ello es que al dirigir la obra en Hamburgo, en marzo de 1875, puso a una banda de músicos fuera del escenario para tocar los compases alla marcia del IV movimiento (compás 131 en adelante). Años más tarde, al dirigir la obra en Viena, no fue tan lejos pero de cualquier forma sus retouschen generaron toda una polémica y Mahler hubo de escribir una explicación que retomó algún periódico local y que repartió al público asistente a la repetición de su concierto y en la cual afirmó:
Richard Wagner trató apasionadamente toda su vida, de palabra y acción, de sacar las ejecuciones de las obras de Beethoven del insoportable estado de abandono en que habían caído […] y todos los directores modernos se han apropiado esencialmente de sus enseñanzas y directrices. El director de la ejecución de hoy, con la más profunda convicción, ha hecho lo mismo, ha decidido protestar contra la insinuación de que de alguna manera hizo cambios arbitrarios a la instrumentación. Por el contrario, hizo todo esfuerzo posible en cuanto al todo y a detalles individuales para seguir las más mínimas prescripciones del maestro [Beethoven] y para no dejar que ninguna de sus intenciones se perdiera, las cuales a menudo se esconden tras una mirada superficial. Él [el director] ha utilizado, por otra parte, todas las ventajas de la orquesta moderna y especialmente todos los recursos que tenemos en un grado de madurez mayor, para no ocultar las intenciones de Beethoven en una masa confusa de sonidos con una exactitud que sigue al maestro hasta el menor de los detalles.
Para buena parte de los músicos de hoy, ese discurso es ingenuo y exagerado, aunque también habremos de recordar que las partituras que Mahler más retocó, en ocasiones obsesivamente, fueron las propias. En todo caso, las llamadas “intenciones del compositor” resultan un concepto debatible y, además, hemos tomado particular interés por recuperar técnicas e instrumentos del pasado. Pero vale mucho la pena escuchar esas versiones mahlerianas de las sinfonías de Beethoven (o las de Schumann, que también modificó) y descubrir ahí la visión musical de un genio sobre otro: además de revelarnos detalles insospechados, la visión de uno de los más grandes directores de orquesta de todos los tiempos nos invita a reconsiderar nuestras posiciones actuales sobre la interpretación y los textos musicales.