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Literatura

Zaid para ciudadanos. Elogio de la razón pública

El escritor Jesús Silva-Herzog Márquez cavila sobre las meditaciones de Gabriel Zaid acerca de la ciudadanía del caminante, ese que –en lo cotidiano– imagina, discrepa, ensaya, tiene conciencia crítica y construye un mundo habitable con la sustancia vital de la razón y el diálogo.

 


Por Jesús Silva-Herzog Márquez

¿El acero aprestad y el bridón? Nadie diría esas palabras en México. Nadie querría preparar hoy la espada y el caballo y, sin embargo, las canta el himno nacional como si fueran la quintaesencia de nuestra expresión. Gabriel Zaid ha pedido otro himno para México porque quisiera un canto de amor profundo que no llevara la carga de esa impostada y violenta solemnidad. Los himnos nacionales, decía, suelen ser obras mediocres. La obligada repetición desde las ceremonias escolares nos impide escuchar lo que cantamos. “El himno mexicano no fue compuesto por Salvador Díaz Mirón y Ricardo Castro o por Ramón López Velarde y Manuel M. Ponce o por Carlos Pellicer y Silvestre Revueltas o por Octavio Paz y Carlos Chávez, sino por Francisco González Bocanegra y Jaime Nunó, que hicieron lo que pudieron”.[1]

El himno que la pareja compuso para Santa Anna llama a cubrir la bandera con sangre: “¡Los patrios pendones en las olas de sangre empapad!”. ¿Cómo podemos seguir hablando de la lealtad en esos términos? Zaid imagina otro himno para México. Un canto menos sanguinario, más dulce, más auténtico. Le brincan líneas de un poema de Alfonso Reyes:

Amapolita morada

del valle donde nací:

si no estás enamorada

enamórate de mí.

A Zaid le resulta antipática y perniciosa esa lectura de la historia que se detiene en las guerras y que olvida los tramos de construcción pacífica”.

¿Qué poeta o músico mexicano podría componer con esa gracia un himno tranquilo a la tierra? Un canto a la convivencia que evoque los aromas del terruño y que incluya a todos los seres vivos. Por eso a Zaid le resulta antipática y perniciosa esa lectura de la historia que se detiene en las guerras y que olvida los tramos de construcción pacífica. La historia de bronce de la que habló Luis González es historia de plomo. Llenamos las calles con homenaje a los combatientes que tomaron las armas para aplastar al enemigo[2]. Les damos oro a sus nombres en los palacios mientras olvidamos a quienes trabajan, crean, pactan, inventan, producen. Si el historiador de San José de Gracia funda en esa crónica el género de la microhistoria, Zaid se acerca a una micropolítica de la democracia que pone acento en la cotidianidad. Ciudadanía como convivencia, diálogo, razonabilidad. El ingeniero no hace abstracción de la república ideal, no fantasea con la arquitectura de la justicia: imagina una ciudadanía en la práctica.

Zaid siente suyo el ideal velardiano de la humilde patria. Nada le dice la patria solemne de las proezas. Por eso citaba aquellas líneas de López Velarde que llamaban a la concepción de “una patria menos externa, más modesta y probablemente más preciosa”. Zaid piensa en la ciudadanía del caminante porque, con Ivan Ilich, sabe que, a pie, somos más o menos iguales, que la caminata siempre fluye y que el paseo refresca.

*

La poesía, fundamento de la ciudad, de Gabriel Zaid, fue publicado en Ediciones Sierra Madre, Monterrey, en 1963. Posteriormente, este ensayo se incluyó en La poesía en la práctica.

En 1963 se publica en Monterrey La poesía, fundamento de la ciudad. El libro recoge una charla con la que el ingeniero elude la recitación de sus poemas. El joven Zaid se niega a recitar y discurre brillantemente sobre la naturaleza de la poesía y su sitio en la ciudad. Si importan los versos es porque son sustancia vital. Las imágenes, escribe ahí, “hacen habitable el mundo”[3]. El recurso natural del hombre es la imaginación: “No hay cosa que hagamos que no esté regida, orientada, estimulada por imágenes. La ciudad como habitación del hombre sobre la tierra, como lugar de convivencia, como centro de producción, como teatro de acción y de expresión, está fundada en concepciones poéticas”.

El zoon politikon es un animal que imagina. No es una palanca que vota: es la conciencia que critica, la curiosidad que indaga, la cercanía que socorre, la discrepancia que construye”.

 

La palabra es la materia de la polis. No la fuerza, no el mando: el lenguaje. La ciudad se hace con la voz que da sentido a las cosas, los nombres que permiten el intercambio, los gestos que facilitan la colaboración. Desde aquellos escritos tempranos, se aprecia el propósito perdurable del creador: nuestra tarea es entendernos, hacer habitable el mundo. Si en aquella conferencia Zaid lo entiende en clave literaria son obvias las dimensiones políticas de su alegato. Esa labor que asigna a la poesía como tarea práctica de comprensión y de refugio tiene carácter eminentemente cívico. Ser ciudadano es poco más que encontrar la voz propia y ser escuchado. El zoon politikon es un animal que imagina. No es una palanca que vota: es la conciencia que critica, la curiosidad que indaga, la cercanía que socorre, la discrepancia que construye. Por eso Zaid entiende que “todo hombre debe ensayar”. Debe pensar a solas y hablar con el prójimo. Ahí está la nuez de la ciudadanía como reflexión autónoma y voluntad de entendimiento. Es integrante de una comunidad quien puede hacer experimento con su vida, quien puede ofrecer camino para otros, quien tiene permiso de equivocarse. Zaid aceptaría la denuncia de John Stuart Mill al paternalismo como el peor de los despotismos. Nada hay peor que el déspota piadoso. Además de oprimir, humilla.

A esos tutelajes se ha opuesto Zaid con admirable lucidez. No es novedad:

Desde hace siglos, religiosos, abogados, médicos, maestros, ingenieros, escritores, se han sentido obligados a intervenir para el progreso del país. Esta obligación va acompañada de un derecho, que parece natural: los que saben tienen derecho a dirigir y a disponer de los recursos necesarios.[4]

El “anarquista constructivo” que Enrique Krauze ve en Zaid[5] rechaza, en efecto, todo núcleo de imperio, buscando fórmulas sensatas de cooperación horizontal. La pirámide que, para Paz era símbolo del sacrificio, para Zaid es emblema de jerarquía improductiva. El Estado sigue siendo motivo de fascinación para Paz, pero para Zaid el monstruo del poder no tiene nada de filantrópico. El Estado no es el único edificio estructurado como triángulos que se elevan: las grandes empresas, las universidades, los sindicatos, los medios levantan arquitecturas aplastantes.

La ciudadanía es ejercicio práctico. Su ámbito es el espacio público, ese lugar de encuentros y desacuerdos, ese foro que examina la realidad y la cuestiona, esa plataforma abierta a la crítica”.

 

*

Zaid es uno de los más tempranos defensores de la estricta aritmética del sufragio. Cuando se discutía de fórmulas para configurar la representación legislativa, de las garantías para las oposiciones, de los árbitros electorales, Zaid sugería que la mejor reforma política consistía en no hacer nada. Dejar de intervenir en las elecciones era suficiente para terminar el simulacro de república. Contar los votos bastaba para demoler la mentira fundacional del régimen priista. Pero nunca pensó que la ciudadanía se agotaría en ese instante de la tacha frente al signo. Lo que le interesaba, ante todo, era la atmósfera de la deliberación pública. ¡Qué insignificante sería la ciudadanía si esa condición se manifestara apenas en el instante en que el lápiz cruza el símbolo de un partido para desaparecer un instante después! La ciudadanía, ya lo sugería, es ejercicio práctico. Su ámbito es el espacio público, ese lugar de encuentros y desacuerdos, ese foro que examina la realidad y la cuestiona, esa plataforma abierta a la crítica. De las páginas y de la obra de Daniel Cosío Villegas aprendió la necesidad de hacer pública la vida pública.

Más que las elecciones, la letra impresa era la madre de la ciudadanía. A las revistas les correspondía una tarea democrática más importante que a los partidos. ¡Qué diferente hubiera sido México, se lamenta Zaid en algún texto, si Lombardo Toledano y Gómez Morin hubieran fundado revistas en lugar de partidos! Si México hubiera tenido un New Statesman en lugar de un PPS y un Economist, en lugar del PAN, el país habría cultivado lectores electores. Esa fue, al parecer, la recomendación que Zaid hizo a Paz cuando este regresaba de India y tentaba la posibilidad de fundar un partido moderno de izquierda. En lugar de un aparato que va por los votos, fundar una revista que anima la conversación. Ahí está, precisamente, la ciudadanía para Zaid porque con Oakeshott podría sostener que la política no es un argumento, sino una conversación. La democracia es una “participación de problemas”. No demuestra nada y resuelve poco, pero es un telar de ideas, opiniones, propuestas e intereses que permite gestionar los conflictos sin violencia.

El centro de la vida pública no es el poder político. La presidencia no era para Zaid ese centro que atrapa todos los rayos del círculo. Si alguna constancia aparece en su crítica política es la necesidad de escapar de la idolatría monárquica que heredamos. La atención del ciudadano debe dirigirse a la razón pública, no buscar líneas del mando supremo. Ese fue el chueco civismo de la simulación democrática. Si se nos dice en la escuela que el país vive bajo leyes, en la calle se vive lo contrario: lo que cuenta no es la regla, sino el capricho de quien tiene el poder. Lo que enseña la arbitrariedad es que “tener razón no depende de los hechos demostrables sino de las autoridades. No hay leyes, reglamentos, normas, antecedentes, alegatos, documentos, fotografías, grabaciones, pruebas de laboratorio, mediciones científicas, testigos, abogados, peritos, observadores (nacionales o extranjeros) que valgan por sí mismos. Lo que vale, lo que le da la razón, es la buena voluntad del poder que hace el favor de conceder la razón, si la concede”.[6]

Hubo una vez un presidente

que quiso investigar rápidamente

una cuestión espantosa y urgente,

según decía toda la gente.

Y para desafiar solemnemente

su celo inmenso de cumplir con la gente,

se puso un plazo audaz, breve, inminente.

Y hubo un rugido público imponente.

Mas sucedió que, desgraciadamente,

cuando ya meritito el Presidente

iba a encontrar detectivescamente

la clave del asunto, de repente,

se dio la vuelta y encontró la gente

con un tema de moda diferente.

Entonces, tristemente,

dijo: Pero… ¡Qué gente![7]

Ilustración de Alejandro Magallanes

 

El crítico de la “economía presidencial” abrigaba optimismo porque se percataba de que en México había ya quien consultaría su reloj si el presidente preguntaba la hora. Aunque los cortesanos sobreviven para decirle al señor del gran poder que su palabra es la ley, percibía en el país el ensanchamiento de esa razón independiente que no admite la palabra del Estado como código de la verdad. Si el país se desprende de la cortesanía churrigueresca, hay esperanza.

Lo que a Zaid importa es el diálogo imaginario que se da a través de la letra impresa y de otros medios: conversación entre desconocidos, conversación entre vivos y muertos, diálogo entre opuestos, escenificación civilizada de la rivalidad. Zaid deposita su confianza en las exigencias éticas del foro. Expuestas al aire, confrontadas con la experiencia, necesitadas de argumento, ancladas por datos, la arbitrariedad habría de comprimirse.

[1] “Por otro himno,” en el segundo tomo de sus obras completas. Ensayos sobre poesía, México: El Colegio Nacional, 1993.

[2] “Los asesinos que nos dieron patria,” Reforma (28 de junio de 2009).

[3] Cito la primera edición del libro publicado por Ediciones Sierra Madre, p. 47.

[4] La economía presidencial, Vuelta, 1987, p. 180.

[5] Así lo describe en su Spinoza en el Parque México, México: Tusquets, p. 237.

[6] “Otras lecciones de civismo”, en La nueva economía presidencial. Saldo del Grupo Industrial Los Pinos, México: Grijalbo, 1994, p. 72.

[7] En el tercer volumen de sus obras completas, Crítica del mundo cultural, publicado por El Colegio Nacional, p. 235.



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