Todas las noches, siguiendo rituales de caza y de febriles amoríos, decenas de murciélagos revolotean alrededor del Reloj solar que el polaco Grzegorz Kowalski erigió hace medio siglo en la Ruta de la Amistad, ese paseo escultórico que celebró con piedra líquida y vivos colores la realización de los Juegos Olímpicos en México.
Kilómetro tras kilómetro, a través de 17 escalas posibles en las 19 obras que componen el corredor escultórico más grande del mundo, hay escenas similares en diferentes momentos del día: los tlacuaches se dejan ver con sus curiosos ojos, las abejas y los colibríes liban flores, las serpientes reptan y se despojan de viejas pieles, como lo hacen desde hace dos mil años cuando se formaron los primeros jardines del Pedregal. Tales estampas de la vida silvestre ocurren en medio de un eterno caudal de automóviles que engulló este proyecto ideado por los arquitectos Mathias Goeritz y Pedro Ramírez Vázquez para la olimpiada cultural.
Más que “humanizar” una megalópolis como Ciudad de México, apunta Luis Javier de la Torre González, presidente del Patronato México 68, la Ruta de la Amistad prueba que es una vía rápida con vida y que, como ocurre con los animales, imanta a los ciudadanos a vivir una experiencia singular y única.
“Cualquiera que la visite termina con la convicción de que podemos vivir mejor, sin cables, tornillos en el suelo o con ambulantaje”, detalla, “porque hay espacios donde puedes caminar con banquetas limpias y jardines únicos para ver y disfrutar”.
50 años después ese pellizco de asombro permanece junto con la pregunta: ¿a qué loco se le ocurrió poner estas cosas en medio de la nada?
Ésa es la verdadera esencia y el mayor de los valores de esta ruta escultórica: la sorpresa. Es más, afirma orgulloso De la Torre González, la sorpresa forma parte del adn de ella desde que empezaron a construirse las obras de artistas de los cinco continentes.
El hombre que mejor conoce este espacio cultural recuerda que en 1968 no había ninguna casa en el sur de la ciudad. Eran puros campos agrícolas entre lava volcánica. Así que estos monumentos artísticos visuales en medio de la nada generaron singulares hábitos entre los ciudadanos y los atletas que compitieron en México. Se hacían picnics, otros se tomaban fotos con las novias, las esposas, la familia completa. Se los veía oteando las esculturas desde el coche o cualquiera se detenía a ver de cerca, in situ, moles de más de 25 metros de altura. Jugaban a las escondidillas. 50 años después ese pellizco de asombro permanece junto con la pregunta que más de uno se ha hecho desde entonces:
¿A qué loco se le ocurrió poner estas cosas en medio de la nada?
Alianza estética y urbanística
Mathias Goeritz (1915–1990) se volvió célebre tras la construcción de las Torres de Satélite que, además de referencia visual y urbanística, se convirtió rápidamente en el icono de ese proyecto residencial en el Estado de México que, a su vez, creó un nuevo estilo de vida y una identidad cultural. Por ello, él y Pedro Ramírez Vázquez (1919-2013), como presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos, buscaron que, además de las dos semanas de juegos atléticos, el intelecto y la fuerza, nunca mejor dicho y realizado, “se concretaran” en 19 estaciones o esculturas construidas en cemento y acero para erguirse desde los 7 hasta los 26 metros de altura en el valle de piedra volcánica que creó la erupción del volcán Xitle dos milenios atrás y en los sembradíos y canales de Xochimilco.
Este complejo escultórico que en 2012 fue incluido en la lista del programa World Monuments Watch, que publica la organización World Monuments Fund (wmf), con sede en Nueva York, es imposible de realizar en grandes capitales como París, Berlín o Tokio por una sencilla razón que revela de la Torre González: no hay espacio en ninguna de ellas para obras colosales. Esa es la razón que también singulariza este proyecto, que Goeritz dio a conocer en el Encuentro Internacional de Escultores en 1967 y donde, refiere Mely Morfín en una serie de ensayos que llamó Clásicos de Arquitectura, el artista plástico alemán afirmó:
El entorno del hombre moderno se ha ido haciendo cada vez más caótico. El crecimiento de la población, la socialización de la vida y el avance tecnológico han creado una atmósfera de confusión. La fealdad de muchos elementos indispensables y de la publicidad en general desfiguran las comunidades urbanas, particularmente en los suburbios y en las carreteras; lo último, en este siglo de tiempos acelerados y del automóvil, ha adquirido un significado sin precedentes. Como consecuencia, hay una urgente necesidad de diseño artístico enfocado a la ciudad contemporánea y a la planeación de vías públicas. El artista, en vez de ser invitado a colaborar con los urbanistas, arquitectos e ingenieros, se queda a un lado y produce sólo para una minoría que visita las galerías de arte y los museos. Un arte integrado desde el inicio del plan urbano es de gran importancia en la actualidad. Esto significa que la obra artística se alejará del entorno del arte para el bien del arte y establecerá contacto con las masas a través de la planeación total.
En ese sentido, el urbanista Ernesto Ramírez Cornejo revalora el ideal de Goeritz: El arte siempre tiene utilidad pública.
El arte siempre tiene utilidad pública”.
Y reconoce que el futuro de la Ruta de la Amistad estará en función de asociaciones de ciudadanos o de interesados en el arte, y dependerá qué tan organizados estén, cuántos recursos puedan gestionar, el cabildeo que hagan con los gobiernos locales para la preservación, puesto que mantener una escultura monumental implica bastante dinero, porque hay que restaurarla y pintarla.
“El futuro de este núcleo escultórico a largo plazo es incierto”, afirma con preocupación, “y depende del interés y las voluntades de aquellos para quienes signifique algo y crean que puede significar para los ciudadanos, pero si algún gobierno determina que no tienen ninguna utilidad pública y la memoria se ha perdido difícilmente podrá rescatarse”.
Goeritz, el idealista, quería representar la amistad y la fraternidad en sí mismas en cada una de las esculturas y aquel sueño estuvo a punto de perderse para siempre con Marcelo Ebrard, recién nombrado Secretario de Relaciones Exteriores en la administración de Andrés Manuel López Obrador.
Lecciones ciudadanas
Sin mayores rasguños por sismos, grafitis, indiferencia y negligencia, las esculturas de la Ruta de la Amistad habían resistido tantas agresiones hasta la construcción del segundo piso del periférico que representó el mayor riesgo para su permanencia, ya que Ebrard, en aquel entonces Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, no se mostró demasiado interesado en preservarlas o, como finalmente ocurrió, reubicarlas en 2012.
70 millones de pesos se emplearon en la restauración de este paseo que comunicaba la Villa Olímpica con el Canal de Cuemanco. La mayor labor fue la reubicación de las piezas entre 2011 y 2013 al trébol que forman avenida Insurgentes Sur y periférico, y la de viaducto Tlalpan y Periférico.
Consideraron algunas obras como un ciudadano francés, japonés o húngaro más, al que había que ayudar o hasta salvar.
Ningún rescate artístico en toda la historia de México se le compara. Gracias a los empeños de Luis Javier de la Torre González se unieron sociedad civil, empresarios y embajadas de distintos países que consideraron algunas obras como un ciudadano francés, japonés o húngaro más, al que había que ayudar o hasta salvar.
Todos los países “amigos” le pidieron a Marcelo Ebrard que no permitiera que el segundo piso del periférico destruyera u ocultara esas obras de arte públicas y aquel aspirante presidencial, atento al pulso del mundo que representaba ese enjambre de embajadores apasionados, cedió y colaboró sonriente en su reubicación porque, como bien recuerda De la Torre González, las embajadas están hechas para hacer amistades y no para crear problemas. Además porque, en una carta pública del 12 de mayo de 2011, se le recordó que “un prometedor futuro no puede suceder, negando el pasado”.
Aquel esfuerzo ciudadano para preservar el patrimonio artístico de la Ciudad de México, recuerda quien preside el patronato desde 1994, representó un cambio de actitud hacia los acervos históricos nacionales porque en aquel momento clave se descubrió que los grandes monumentos artísticos se pueden preservar por nosotros mismos y dejar de pensar que el Estado tiene que hacer todas las cosas, pero también hay que exigirle, como ocurrió con Ebrard, porque para eso es el Estado.
Esa lucha cívica, admite orgulloso, terminó con una gran victoria y se convirtió en una lección ciudadana al poder. Ernesto Ramírez Cornejo también elogia a aquellos ciudadanos que se dieron a la tarea de evitar que se destruyera este patrimonio que forma parte de la memoria histórica de lo que ocurrió en un año tan trascendental para México como fue 1968.
Tecnología de última generación
En los recuerdos de Luis Javier de la Torre González, aquel año emblemático se sintetiza en el señalamiento de los túneles de los estadios, luego, muchos años después, cuando tropezó por primera vez con las esculturas de la Ruta de la Amistad, no pudo evitar entristecerse por el abandono en el que estaban.
Era 1992 y faltarían varios años más de arduo trabajo para recuperar aquellos tesoros culturales y llegar también a la conclusión de que en México existe la creación y la construcción, pero contadas veces se contempla la conservación y el mantenimiento que se requiere para todo lo que se crea en el país. Faltarían también otras vueltas al Sol para que una empresa italiana llamada mapei aportara una tecnología de punta, con pintura repelente, para vencer a uno de los mayores enemigos de la Ruta de la Amistad: el grafiti, pero también aportó otra técnica que se adentra en el cemento y refuerza las estructuras metálicas de la escultura para alargar su vida haciéndola impermeable a la humedad y la oxidación. Por último, también invención italiana, hay otra pintura que mantiene tonalidades mates en los colores, anulando brillos, lo cual permite dar mantenimiento de las obras sólo con agua y jabón en lugar de una nueva capa de pintura.
En suma, ahora las esculturas son más amigables con el medio ambiente y tendrán otros 30 años de existencia con estas medidas de conservación que incluyen también nuevos jardines en su entorno, porque se ha buscado que una nueva generación de “ruteros de corazón”, como llama de la Torre González a todos aquellos que mantendrán la conservación de estos espacios, vengan y se pierdan en sus senderos descubriendo las coladeras que diseñó Diego Rivera, se asombren con las lámparas que, sin cables, funcionan desde 1968 y también, con suerte cósmica, descubran por qué los murciélagos, desafiando el tránsito del periférico, revolotean enamorados por aquí, por allá y hasta más allá.
El Sol bípedo de Pierre Zsekely refulge otra vez
Las enormes biznagas, con sus frutos rojos, que se encontraban frente a este coloso, desaparecieron junto con el color terracota que lució aquella vez en que se convirtió en el inicio de la Ruta de la Amistad.
El Sol bípedo, la escultura creada en 1968 por el artista húngaro Pierre Zsekely, estaba herida de tiempo y olvido antes de ser rescatada por Fundación Azteca: tenía desprendimientos de pintura en forma de escamas por acumulación de agua dentro de su estructura, sobre su superficie reñían entre sí fisuras y filtraciones, y, por si no fueran pocos los retos para rescatarlo, su concreto estaba severamente dañado por la carbonatación, un fenómeno químico que dañó la estructura metálica y la oxidó.
La empresa italiana mapei se trasladó al anillo periférico, en los Jardines del Pedregal, y aplicó las siguientes medidas:
- Limpieza total de la superficie, retirando toda la pintura epóxica hasta llegar al concreto para reparar fisuras y grietas.
- Escarificación de secciones dañadas por carbonatación para poder aplicar un recubrimiento de reparación.
- Reparación de secciones deterioradas con Mapecem Quickpatch, mortero de reparación de concreto.
- Remodelación de superficie y bajadas de agua.
- Impermeabilización con Mapelastic (membrana elástica) y malla de refuerzo para evitar fisuras y carbonatación.
- Imprimación con Eco Prim Grip como puente de unión y primario de color gris, con cargas de arena silica para dar uniformidad a la textura sin perder el acabado original de la pieza y garantizar el anclaje de la pintura.
- Aplicación de la pintura empleando Mapefloor Finish, recubrimiento alifático de poliuretano de dos componentes base agua del mismo color y acabado mate especificados por el artista en 1968.
Con una pintura resistente a los rayos uv, un recubrimiento resistente a agentes químicos, solventes y grasas, y otra pintura base agua con baja emisión de componentes orgánicos volátiles que se desprenden al medio ambiente, El Sol bípedo destella otra vez.
Dónde estaban y dónde es su nueva ubicación
Nombre del proyecto |
Ubicación original |
Ubicación final |
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Estación 1 |
Señales de Ángela Gurría |
Glorieta de San Jerónimo |
Trébol de Insurgentes-Periférico, junto a la incorporación de Insurgentes Sur |
Estación 2 |
El ancla de Willi Gutmann |
Avenida Zacatepetl, ubicación temporal |
Trébol de Insurgentes-Periférico, junto a la incorporación de Insurgentes Sur |
Estación 3 |
Las tres gracias de Miroslav Chlupac |
Boulevard Periférico, a la altura de Loma Bonita |
Trébol de Insurgentes-Periférico, junto a la incorporación de norte a sur desde Insurgentes a Periférico |
Estación 4 |
Esferas de Hiroshi Takahashi |
Sobre Periférico Sur, a la altura de Santa Teresa |
Trébol de Insurgentes-Periférico, junto a la incorporación de Periférico Sur desde Insurgentes |
Estación 5 |
El sol bípedo de Pierre Székely |
Sobre la lateral del Periférico, a la altura del Boulevard de la Luz, dirección norte-sur |
Permanece en su sitio |
Estación 6 |
Torre de los vientos de Gonzalo Fonseca |
Enfrente del Centro Comercial Perisur |
Permanece en su sitio |
Estación7 |
Hombre de paz de Constantino Nivola |
Trébol de Periférico- Insurgentes |
Permanece en su sitio |
Estación 8 |
Disco solar de Jacques Moeschal |
Cuicuilco, Plaza de las Naciones, entrada de Villa Olímpica |
Permanece en su sitio |
Estación 9 |
Estación 9 de Todd Williams |
Pista de carreras de la Villa Olímpica, Cuicuilco |
Permanece en su sitio |
Estación 10 |
Reloj solar de Grzegorz Kowalski |
Enfrente de Perisur, sobre Insurgentes |
Permanece en su sitio |
Estación 11 |
México de José María Subirachs |
Perisur, sobre Periférico e Insurgentes, dirección sur-norte |
Permanece en su sitio |
Estación 12 |
Janus de Clement Meadmore |
Periférico, dentro del Colegio Olinca |
Trébol de Periférico- Insurgentes |
Estación 13 |
Muro articulado de Herbert Bayer |
Sobre Periférico, dirección sur-norte, a la altura del puente que va al Estadio Azteca |
Trébol de Periférico- Insurgentes |
Estación 14 |
Tertulia de gigantes de Joop J. Beljon |
Trébol de Viaducto Tlapan y Periférico |
Permanece en su sitio |
Estación 15 |
Puerta de paz de Itzhak Danziger |
Periférico Sur, dirección sur-norte, después del cruce de Viaducto-Tlalpan |
Trébol de Viaducto Tlapan y Periférico |
Estación 16 |
Estación 16 de Olivier Seguin |
A la altura de Miramontes, cerca del Tec de Monterrey |
Trébol de Viaducto Tlapan y Periférico |
Estación 17 |
Charamusca africana de Mohamed Melehi |
Periférico Sur a la altura de la Glorieta de Vaqueritos |
Trébol de Viaducto Tlapan y Periférico |
Estación 18 |
Estación 18 de Jorge Dubón |
En la entrada del Canal de canotaje de Cuemanco |
Permanece en su sitio |
Estación 19 |
Puertas al viento de Helen Escobedo |
Periférico, a la entrada de Xochimilco, en Cuemanco |
Trébol de Viaducto Tlapan y Periférico |
Invitado |
Hombre corriendo de Germán Cueto |
Explanada de cu |
Permanece en su sitio |
Invitado |
La Osa Mayor de Mathias Goeritz |
Explanada del Palacio de los Deportes |
Permanece en su sitio |
Invitado |
Sol rojo de Alexander Calder |
Explanada del Estadio Azteca |
Permanece en su sitio |