Fotografías cortesía del Antiguo Colegio de San Ildefonso
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Música y ópera

Dona nobis pacem

El laudista e investigador de música antigua Manuel Mejía Armijo nos ofrece la crónica de los instantes extáticos que compusieron el concierto “Palestrina y el triunfo de la polifonía”, llevado a cabo el pasado 26 de julio en el Anfiteatro Simón Bolívar del Antiguo Colegio de San Ildefonso, por el ensamble vocal italiano Odhecaton, bajo la dirección de Pablo Da Col. Aquel que lea estas palabras se sumergirá en “la diáfana luz de la espiritualidad” que colma la música de Palestrina, voces que nos llevan a recuperar la esperanza en la humanidad.


Por Manuel Mejía Armijo

“Esta música es de otro mundo”, exclamó el caballero que acababa de levantarse de su butaca, después de aplaudir con genuina satisfacción al ensamble Odhecaton en el Anfiteatro Simón Bolívar del Antiguo Colegio de San Ildefonso. 

El nutrido público se iba desprendiendo de sus lugares poco a poco, como asegurándose de no dejar algo de valor, el tesoro intangible de la música que quedaba resonando en el colectivo de personas que nos dimos cita aquel martes del 26 de junio de 2018.

Ante la certidumbre compartida de que acabábamos de vivir una experiencia extraordinaria, la frase de regocijo del caballero que había estado sentado justo a mis espaldas despertó en mí una curiosidad ¿a cuál “otro mundo” habrá hecho referencia? 

Me pregunté si con “otro mundo” se referiría a algún paraíso imaginario que sería deseable encontrar al otro lado de la muerte. En ese caso el concierto de polifonía renacentista que acabábamos de escuchar sería un anticipo de los placeres anunciados en el Credo tan bellamente cantado en latín con la música de Giovanni Pierluigi Palestrina: Et exspecto resurrectionem mortuorum, et vitam venturi saeculi. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.

O quizás la frase alude a un otro mundo que queremos construir, y no es una exageración decir que aquella noche los asistentes despertamos espiritualmente a la posibilidad de un mundo mejor. Fue una dama del público quien con más elocuencia lo expresó cuando dijo que conforme escuchaba al joven contratenor ejecutar las partes más agudas del tejido polifónico iba recuperando la esperanza en la humanidad. 

El arduo y meticuloso trabajo realizado por el conjunto de voces masculinas, bajo la dirección de Paolo Da Col, nos regala sus mejores frutos cuando la música transmite al público la diáfana luz de la espiritualidad.

Una tercera posibilidad es vincular la frase con el poder de la música para transportarnos a ese otro mundo tan ajeno y tan nuestro: el pasado. Es un hecho que durante el concierto fuimos incitados a remontarnos cinco siglos atrás y visitar un mundo muy distinto al que nos tocó vivir. Nos dejamos acariciar por el tiempo. Entonces valoramos cabalmente la importancia de la investigación musicológica e histórica que apoya una interpretación como la que nos ofreció el ensamble vocal italiano. El arduo y meticuloso trabajo realizado por el conjunto de voces masculinas, bajo la dirección de Paolo Da Col, al profundizar en un repertorio específico del siglo xvi nos regala sus mejores frutos cuando la música se llena de vida y transmite al público la diáfana luz de la espiritualidad.

Sergio Vela nos hizo tomar conciencia de los cambios en el contexto de la apreciación musical, recordándonos que el formato de sala de concierto ocupa un lugar relativamente pequeño en el universo de la historia de la música en el mundo.

La apreciación de la música depende de varios factores que conforman su contexto. “Palestrina y el triunfo de la polifonía” fue un concierto exitoso porque hubo cuidado en todos los aspectos y detalles. El anfiteatro resultó un recinto idóneo para que desde cualquier punto del butaquerío pudieran escucharse las obras con claridad y belleza; el sonido de las voces fluyó sin disminuirse y la cantidad de reverberación propia de la arquitectura del edificio ayudó a que el sonido se amalgamara sin perder la claridad en la articulación. El equipo humano para la recepción fue atento, así como discreto, en su permanente vigilancia de cualquier minucia que pudiese incomodar al público o a los artistas. Un programa de mano elegante y generoso en su contenido, pero sin llegar a ser apabullante, ofreció al público, además de los créditos y semblanza del artista, la traducción al castellano de los textos en latín y las notas de Juan Arturo Brennan, pertinentes y esclarecedoras. Además, para mayor beneficio del gozo intelectivo, Sergio Vela dio una breve conferencia introductoria en la que nos hizo tomar conciencia de los cambios en el contexto de la apreciación musical, recordándonos que el formato de sala de concierto ocupa un lugar relativamente pequeño en el universo de la historia de la música en el mundo.

Sergio Vela en la conferencia previa al concierto.

Vincenzo Galilei (1520-1591), músico muy influyente en el nuevo pensamiento musical renacentista, cuestionó el abuso de la polifonía en detrimento de la inteligibilidad de la poesía cantada.

El corazón del programa fue la Missa Papae Marcelli de Giovanni Perluigi da Palestrina (ca. 1525-1594), obra muy famosa por su importancia histórica y por haberse convertido en modelo de un manejo sobrio y solemne de la polifonía sacra católica. Dedicada a la memoria de Marcelo II, quien sólo fue papa por tres semanas, la obra se compuso durante la aplicación de algunas resoluciones del Concilio de Trento que consideraban inapropiados los artificios polifónicos en la liturgia, pues distraían de la solemnidad del texto sagrado y dificultaban su recepción. Hay que tomar en cuenta que no solamente en el ámbito de la máxima autoridad católica era criticada la polifonía durante el siglo xvi. Con el desarrollo de las notaciones musicales mensurales, y en especial a partir del Ars nova del siglo xiv, los músicos exploraron recursos polifónicos hasta la exageración; después, a finales del siglo xv e inicios del xvi con la notación mensural blanca y los primeros libros impresos, las técnicas para componer polifonía resultaron más accesibles y aumentó la producción. Paralelamente se fue generando en algunos artistas el impulso de romper con la moda de la polifonía y sus artificios, que en ocasiones resultaban pretenciosos. Por ejemplo, Vincenzo Galilei (1520-1591), músico muy influyente en el nuevo pensamiento musical renacentista, cuestionó el abuso de la polifonía en detrimento de la inteligibilidad de la poesía cantada. Asimismo Francisco Salinas en 1576 criticaba el uso exagerado de la polifonía en la música profana, acusando que el público en los banquetes no mostraba abiertamente su disgusto para no parecer inculto, pero que en realidad prefería la pureza de una melodía principal. 

El anfiteatro parece abrir los brazos en bienvenida a estas voces.

Tanto los feligreses como la jerarquía católica reconocieron en la obra de Palestrina una auténtica espiritualidad.

El estilo sobrio de Palestrina resultó incuestionable para los clamores de su tiempo –tanto para los puristas como para los renovadores–, por el peso del texto sagrado en sus misas y otras obras religiosas, pero también porque tanto los feligreses como la jerarquía católica reconocieron en su obra una auténtica espiritualidad. Así se convirtió en el ejemplo más acabado de la música sacra polifónica de la tradición católica.

Hay que señalar que el hecho de que el ensamble Odhecaton sea exclusivamente masculino es porque históricamente así estaba conformada la Capella Guilia de la Basílica de San Pedro en Roma, incluso el número de cantores es igual al de la capilla que dirigió Palestrina en la segunda mitad del siglo xvi. Las voces agudas (cantus) eran interpretadas por cantores niños (pueri cantores) y los altos, tenores y bajos por cantores varones de distintas edades, todos dedicados exclusivamente a esa labor con sueldo adjudicado por la administración papal. En el caso de Odhecaton las voces agudas del cantus fueron ejecutadas por los más jóvenes contratenores del ensamble, con una técnica impecable para alcanzar todas las notas con una bellísima y mesurada voz blanca. 

Nos conmovimos profundamente con la invocación de la paz con la que termina la misa y parece querer quedarse reverberando indefinidamente en las voces: dona nobis pacem.

Para la mayoría de nosotros no fueron inteligibles la totalidad de las palabras, no porque la polifonía las ensombreciera, sino por nuestra ignorancia del latín; sin embargo, casi todos nos conmovimos profundamente con la invocación de la paz con la que termina la misa y parece querer quedarse reverberando indefinidamente en las voces: dona nobis pacem; así permaneció dentro de nuestros pechos palpitando ese ruego. 

Al finalizar la Misa del Papa Marcelo, el ensamble nos brindó un salmo de Gregorio Allegri (1582-1652) que nos permitió contrastarlo con la sobriedad de Palestrina. El salmo Miserere mei, Deus, a nueve voces (quiere decir compuesta de nueve melodías simultáneas, no estrictamente nueve cantores), resultó de mayor exuberancia, aunque enraizado en el legado de Giovanni Perluigi da Palestrina, il Principe della Musica.

El aplauso al final fue cálido y agradecido. Así lo sintieron los artistas, pues correspondieron con un bien dispuesto encore. Tuve un pequeño sobresalto de emoción al adivinar lo que cantarían a continuación; unos segundos después el director Da Col lo anunció: Da Pacem Domine de Arvo Pärt (1935). Una manera amorosa de despedirse de un país que sufre por la violencia y que anhela la armonía.

Otro abrazo para celebrar el excelente concierto del ensamble Odecathon.

 



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