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Diseño y arquitectura

Un sol que no deja de alumbrar

El poeta y ensayista Dionicio Morales escribe un elogio a la labor de rescate y mantenimiento de la escultura Sol bípedo, que la Fundación Arte y Cultura Grupo Salinas Pliego ha llevado a cabo desde 2003. Esta escultura es la que abre la Ruta de la Amistad y simboliza el devenir de nuestro país: un sol refulgente que tiene un pie en el pasado y otro en el presente. ¡Cuánto nos dice hoy a medio siglo del 68!


Por Dionicio Morales

Hace cincuenta años que se llevó a cabo en nuestro país uno de los eventos más importantes del mundo y ambicionados por muchos países del orbe para organizarlos: los Juegos Olímpicos de 1968. Pero en esta ocasión, por primera vez, se pensó que de manera paralela se presentara al mismo tiempo un proyecto original que, además de mostrar, como era la costumbre, lo más relevante en el deporte mundial cada cuatro años, se pudiera apreciar una muestra amplia, extraordinaria, con los representantes, individuales o en grupos, más connotados del arte de nuestro tiempo en casi todas las disciplinas: música, danza, teatro, escultura, ciencia, poesía, pintura.

En esta fiesta no sólo brillarían las gestas de los héroes modernos que romperían récords a diestra y siniestra para beneplácito de los aficionados, estudiosos, comunicadores, deportistas y público en general en las actividades que enlazaran sin ninguna cortapisa, razas, credos, colores, orígenes, continentes, sino que también resplandecerían en otros escenarios, aparte de la necesaria apreciación física y estética, el despliegue y la fuerza del espíritu de los pueblos del mundo.

Se designó al frente de este proyecto al gran escultor alemán nacionalizado mexicano Mathias Goeritz, cuya influencia artística se hizo latente por aquellos años en esta disciplina en el arte contemporáneo de México.

Esta idea, convertida en proyecto, de inmediato tomó carta de ciudadanía y las autoridades mexicanas se abocaron a analizar, sugerir y asignar al frente de esta realización a los personajes idóneos para quienes el arte es la otra cara de la moneda en lo que a vivir la vida se refiere. Por ello se designó al frente de este proyecto al gran escultor alemán nacionalizado mexicano Mathias Goeritz, cuya influencia artística se hizo latente por aquellos años en esta disciplina en el arte contemporáneo de México; en esta tarea monumental contó con la colaboración del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, diseñador y realizador del mundialmente famoso Museo Nacional de Antropología e Historia, edificado en la Ciudad de México. A esta idea original y espectacular la nombraron Olimpiada Cultural 68, donde una de las disciplinas seleccionadas fue la escultura.

Se planeó una Ruta de la Amistad, que en el nombre reafirmaba, con todo el simbolismo necesario, el objetivo para el que fue creada la olimpiada, al reunir y acercar en un gesto más que amistoso a todos los pueblos del mundo.

Para resaltar la presencia de la escultura dentro de la vorágine cultural de este programa –que algunos artistas famosos y especialistas en varios países calificaron de extraordinario y original, como único en el mundo– se planeó una Ruta de la Amistad –que en el nombre reafirmaba, con todo el simbolismo necesario, el objetivo para la que fue creada la olimpiada, al reunir y acercar en un gesto más que amistoso a todos los pueblos del mundo–, que en 17 kilómetros de longitud, se albergaran las 22 esculturas elaboradas por creadores de 16 países: Francia, Japón, México, Hungría, Polonia, España, Australia, Estados Unidos de América, Israel, Austria, Marruecos, Países Bajos, Uruguay, República Checa, Italia, Bélgica.

A partir del momento de la inauguración de La Ruta de la Amistad comenzó una algarabía poco común que llevaba, no hay que olvidarlo, a una verdadera fiesta de los sentidos, sobre todo para un público no acostumbrado a convivir tan cerca de las esculturas en un espacio abierto.

Además de los objetivos ya mencionados en la Ruta de la Amistad, se llegó a la conclusión de que era una oportunidad muy grande para que el arte, en este caso a través de la disciplina de la escultura, saliera a las calles a conquistar nuevos públicos que en su transcurrir día con día sobre este camino, aun sin proponérselo, pudieran admirar, aunque fuera de soslayo, estas piezas creadas por artistas contemporáneos importantes de varios países amigos que, sin pensarlo demasiado, se unieron al proyecto. También fue muy celebrada la idea de sacar las obras de los sitios clásicos construidos exprofeso para ello, es decir los museos, y que los transeúntes las miraran, las tocaran y las hicieran suyas –aspiración máxima de todo gran artista–, dependiendo del pensar y sentir de cada espectador. La aprobación fue unánime y el éxito no se hizo esperar en los medios de comunicación de todo el mundo. A partir del momento de la inauguración de La Ruta de la Amistad comenzó una algarabía poco común que llevaba, no hay que olvidarlo, a una verdadera fiesta de los sentidos, sobre todo para un público no acostumbrado a convivir tan cerca de las esculturas en un espacio abierto. 

 Por supuesto que también, a la realización de este magno proyecto, se estudió la posibilidad de que las esculturas al aire libre, a la intemperie en este recorrido de La Ruta de la Amistad, bajo las inclemencias del tiempo con sol, lluvias, vientos, contaminación, granizos, temblores, además del previsible maltrato de cierta parte de los transeúntes y los espectadores que, con una grave irresponsabilidad, colaboraran a su deterioro, con el tiempo, fueran perdiendo parte de su belleza y de la grandeza con que se crearon, como hasta cierto punto es ‘natural’ en muchas partes del mundo, quizá por la falta de vigilancia y de mantenimiento. Recordemos una frase del maestro José Vasconcelos, todavía válida: “Tanto hace por la cultura quien la crea, como quien la promueve”, y sin pecar de irrespetuosos agreguémosle dos palabra más: rescatar y preservar, como en su tiempo, hará un siglo, lo hicieron artistas tan grandes e importantes para la cultura en México y en el mundo, como Diego Rivera y Carlos Pellicer, por mencionar sólo dos nombres. 

Sol bípedo de Pierre Székely es la obra que Arte & Cultura Grupo Salinas rescata y preserva para que su concepto y esplendor, después de cincuenta años, sigan más vivos que nunca, colaborando con el Patronato Ruta de la Amistad.

 La ruta –o el paseo, llamémosle así– se inicia con la escultura del artista nacido en Budapest, Hungría, en 1923 y fallecido en 2001, Piérre Székely, cuya obra conocemos con el nombre de Sol bípedo. El escultor vivió muchos años en Francia y además de graduarse como arquitecto, también estudió diseño y talla en madera, aunque siempre prefirió trabajar sobre la escultura monumental. A su obra Sol bípedo es la que Arte y Cultura Grupo Salinas rescata y preserva para que su concepto y esplendor, después de cincuenta años, sigan más vivos que nunca, colaborando con el Patronato Ruta de la Amistad, A. C. 

 Cuando se colocó la escultura de Piérre Szkély en el sitio que ahora ocupa, sirvió de punto de partida para la Ruta de la Amistad. De todas las obras inauguradas en la Olimpiada Cultural 68, Sol bípedo es la única pieza que conserva su ubicación original, ya que las demás fueron removidas por exigencias de la construcción del periférico. Su acabado presentaba un color tipo terracota, en un interesante diálogo con la piedra volcánica, con una gran presencia en México, y con una alusión estética cercana a nuestras ruinas prehispánicas, mientras que la mayoría de las otras esculturas no niegan su propuesta moderna y geométrica. En el año 2001, en un primer intento de restauración, a la pieza se le cambió el color y se le revistió con un amarillo bastante concentrado que de ninguna manera, hay que decirlo, va en detrimento de su concepto original, sino que, viéndolo más detenidamente, airea su forma hacia una mayor compenetración territorial con los elementos de la zona y con una irrefutable presencia moderna. Con Sol bípedo, Székely ha elaborado una escultura que, como su nombre lo indica, tiene un pie en el pasado y el otro en el presente de nuestro país.

Tanto hace por la cultura quien la crea, como quien la promueve”… rescata y preserva.

 Es de suma importancia resaltar el compromiso de Arte y Cultura Grupo Salinas adquirido a partir del 2003 sobre la tutela de la escultura de Piérre Székely, así como reconocer que la responsabilidad sobre la supervivencia de la obra no termina ahí, porque se necesita hacer una serie de maniobras y trabajos teóricos y prácticos para que luzca la verdad y la belleza con la que fue creada, y que esa luz a la que se llega después de mirarla con el fulgor de la mirada pública de los espectadores, alumbre, a través de su enraizada presencia en la tierra, los sentidos.

 Esta labor realizada generosa, continuada y amorosamente por Arte y Cultura Grupo Salinas, servirá de ejemplo para que todas las esculturas de La Ruta de la Amistad, dentro de poco, pervivan en un aire de libertad porque “tanto hace por la cultura quien la crea, como quien la promueve”… rescata y preserva.



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