Marco Polo con el libro Il Milione, representación en un mosaico en el Palazzo Doria-Tursi en Génova, Italia. Fuente: Wikipedia.
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Historia

De viajes, maravillas y mapas. A setecientos años de la muerte de Marco Polo

A siete siglos de la muerte del veneciano Marco Polo (1254-1324), presentamos un análisis sobre el Libro de las maravillas a cargo del historiador José María García Redondo. Las aventuras y maravillas de Oriente, narradas por quien es uno de los viajeros más famosos, fascinaron a sus contemporáneos, estimulándolos a las grandes empresas de descubrimiento y exploración.


Por José María García Redondo

El nombre de Marco Polo (1254-1324) suele despertar en quien lo oye el eco de admirables aventuras y las imágenes de un mundo extraordinario: caravanas de comerciantes que se abren paso por las planicies asiáticas; opulentos palacios y ciudades en la recóndita China; fardos repletos de exóticos tejidos, piedras preciosas y especias; animales nunca vistos y seres fabulosos. Considerado uno de los viajeros más renombrados de todos los siglos, casi todo lo que sabemos de Marco Polo y su viaje lo conocemos por su libro Le Devisement du monde (“La descripción del mundo”), también llamado Libro de Marco Polo, Libro de las maravillas del mundo o Il Milione (El millón) (Fig. 1)[1]. Sin embargo, lo cierto es que nos suenan más las lecturas e interpretaciones que otros han ido haciendo de dicha obra que las vivencias reales que en ella pudo transmitir el veneciano. Como ocurre con esos percheros donde se acumulan capas de sacos y chamarras, las prendas añadidas al paso del tiempo nos impiden reconocer la estructura que los sustenta.

Libro de Marco Polo, Sevilla: Lançalao Polono & Jacobo Cromberger, 1503.

Misiones al Oriente

La aventura asiática de Marco Polo comenzó en 1270, cuando contaba con unos 15 años de edad, y concluyó en 1295, unos 25 años después. Marco Polo realizó su viaje acompañando a su padre, Niccolò, y a su tío, Maffeo, comerciantes venecianos. Ambos ya habían visitado, poco antes (1261-1265), los dominios del gran kan de Catay (China), Kublai Kan, fundador de la dinastía Yuan, que asentó el Imperio mongol sobre el territorio chino. Aquel primer periplo de los hermanos Polo por territorios tártaros (como eran llamados entonces los mongoles), coincidió con un momento de pérdida de la influencia veneciana sobre el área de Constantinopla, donde estaban radicados. A mediados del siglo XIII, Venecia era una importante ciudad mercantil en el Mediterráneo, donde competía con Génova. Aunque comerciantes, embajadores y misioneros europeos ya habían viajado al interior de Asia y habían dado cuentas de sus riquezas y maravillas, hay bastantes dudas de que esta fuese una expedición meramente comercial.

Las pocas noticias que aportan los primeros capítulos del Libro de las maravillas sitúan a los italianos desempeñando funciones diplomáticas, manteniendo encuentros con el gran kan y ejerciendo como delegados de este ante el papa de Roma. La lejanía y la dificultad de las comunicaciones no impedían que unos y otros gobernantes quisieran conocerse y entablar relaciones. El gran kan les preguntó a los hermanos sobre el gobierno y las costumbres occidentales para, finalmente, solicitar al sumo pontífice el envío de cien sacerdotes y aceite del santo sepulcro de Jerusalén. Por su parte, a los príncipes europeos, en un contexto de cruzadas, les agradaba que los mongoles hubiesen luchado contra el islam y que, al mismo tiempo, fuesen tolerantes con las comunidades cristianas (nestorianas) establecidas en China.

 

El viaje de Marco Polo no fue un viaje comercial que le proveyese de grandes riquezas, antes bien, tras su retorno, la familia padeció más penurias que éxitos en los negocios.

 

El segundo y famoso viaje, ya con la participación del joven Marco Polo, tampoco fue una empresa expedicionaria o comercial. De hecho, se preparó como continuación del anterior –como una delegación diplomática–, dando cumplimiento a las peticiones del kan y portando los presentes del pontífice. No obstante, los Polo sólo consiguieron llevar consigo a un par de frailes dominicos, quienes abandonaron el séquito en las costas de Anatolia al poco de iniciar el periplo. Desde ese momento, Marco quedó como responsable de las cartas remitidas por Gregorio X y como su embajador ante Kublai Kan. Hasta el momento de su regreso, Marco sirvió con fidelidad y honores –durante 17 años– como un funcionario destacado en la corte del gran kan, desempeñando labores diplomáticas y asistiendo al emperador en funciones administrativas y fiscales. El viaje final de vuelta a casa fue una concesión de Kublai Kan. A pesar de no querer desprenderse de tan buenos servidores, el emperador les concedió permiso para retornar a su patria al cumplir con la misión de escoltar a una princesa tártara hasta Persia, realizando el camino de retorno a Occidente por vía marítima hasta Ormuz y luego, tierra adentro, a través de Persia y Anatolia.

Entre la experiencia y la leyenda

El viaje de Marco Polo no fue un viaje comercial que le proveyese de grandes riquezas, antes bien, tras su retorno, la familia padeció más penurias que éxitos en los negocios. Sin embargo, la imagen que tenemos de él nos ha llegado muy reelaborada por autores del Renacimiento (cuando se producen los grandes viajes de descubrimiento), que exaltaron su figura como un intrépido viajero y como modelo individual de osadía.[2]

No hay constancia de que, a su regreso a Europa, Marco Polo tuviese interés en dejar por escrito las memorias de sus viajes. Fruto de la mala suerte, en 1298, siendo capitán de una galera veneciana, Polo fue apresado en combate por la escuadra genovesa. Lejos de ser recluido en una celda, lo más probable es que el veneciano fuese retenido en condiciones algo más acomodadas; lo habitual con las personas de su condición. Eso permitió que, durante su cautiverio, pudiese narrar sus aventuras a Rustichello de Pisa, un escritor y trovador conocedor de las novelas de caballerías y acostumbrado, por tanto, a agradar al público con relatos de mundos extraños y maravillosos. Rustichello puso por escrito el Devisement du monde, no en dialecto italiano, sino en francés del norte, habla usual en las cortes que frecuentaba. Así se explica el famoso inicio del Libro, propio del canto de un juglar:

Señores emperadores, reyes, duques y marqueses, condes, hijosdalgo y burgueses y gentes que deseáis saber las diferentes generaciones humanas y las diversidades de las regiones del mundo, tomad este libro y mandad que os lo lean, y encontraréis en él todas las grandes maravillas y curiosidades de la gran Armenia y de la Persia, de los tártaros y de la India y varias otras provincias; así os lo expondrá nuestro libro y os lo explicará clara y ordenadamente como lo cuenta Marco Polo, sabio y noble ciudadano de Venecia, tal como lo vieron sus mortales ojos.

Luego, a lo largo del Libro, el estilo se vuelve un poco más monótono y descriptivo, adoptando el carácter de una obra enciclopédica o de compilación de noticias, con algunas más creíbles que otras, pero todas llamativas a los oídos europeos. El texto se orienta a la recopilación de maravillas, más que a la crónica del viaje. Por ello, poco importaba si Marco Polo había estado realmente o no en todos los sitios mencionados. A este proceso contribuyeron las sucesivas mutilaciones, adiciones y reelaboraciones del manuscrito original (hoy perdido) por diferentes manos.[3]

Delle meravigliose cose del mondo. Venecia: Zoanne Baptista da Sessa, 1496. Biblioteca Europea de Información y Cultura. Fuente: Wikipedia.

No obstante, ya la primera versión hubo de ser fruto de la negociación e intervención de sus dos artífices: Polo y Rustichello, lo que se percibe con cierta tensión a lo largo del texto. Desde el primer momento, se deja claro que Marco Polo aspira a presentar la verdad y que cuenta las cosas “porque las ha visto, y lo que no vio con sus propios ojos, lo oyó de hombres absolutamente fiables”, aunque luego no siempre se explicita cuándo ocurre una situación o la otra[4]. Por el contrario, podemos atribuir a la pluma de Rustichello la incorporación de notas históricas, costumbristas o legendarias –muchas de ellas ya conocidas por los textos antiguos y obras en boga– que pudieran entretener al lector. En aquel siglo, circulaban numerosos bestiarios (libros donde se recopilan animales exóticos, fabulosos o monstruosos), lapidarios (tratados sobre las propiedades mágicas de las piedras) y tradiciones sobre Asia, como las del Preste Juan, los pigmeos de la India o los gigantes de la Taprobana, todo un elenco de maravillas que los lectores esperarían encontrar. Frente a esto, en ocasiones puntuales, Polo se atreve a corregir ciertos mitos: en Java Menor desmiente la existencia del unicornio, que había sido confundido con el rinoceronte, “animal muy feo. No es verdad que se dejen tomar por una doncella virgen, pues son temibles y lo contrario de lo que cuentan”. Igual ocurre con los mencionados pigmeos u hombres de reducida estatura: “Quiero desmentiros lo que dicen de los pigmeos de la India. Hay, en realidad, en la isla una especie de monos muy pequeños, con la cara como los hombres […] Pero en la India nunca se ha visto un hombre, por pequeño que sea, de este tamaño inverosímil”.

Las rutas de las maravillas

Aunque el Libro de Marco Polo aporta abundantes descripciones de países y pueblos de Asia, lo cierto es que ofrece más dudas que certezas sobre la ruta seguida, las etapas del viaje y los lugares mencionados, cuyos topónimos o los nombres de sus gobernantes, a veces, aparecen muy deformados. En lugar de fijar un recorrido, el texto avanza de manera vaga hacia el Este, dando noticias de las regiones por las que pasaron, pero también de sitios colindantes y otros más o menos cercanos. Buscando llamar la atención sobre situaciones pintorescas, que serían recordadas y repetidas, se fuerzan algunos rodeos y digresiones, como la mención del vino de dátiles y especias que se producía en la península arábiga, con el que, además de embriagarse, los naturales de la región se purgaban y fortificaban los músculos.

Con frecuencia, el viaje de Marco Polo se ha asociado con la llamada “Ruta de la Seda” y su incesante tránsito de caravanas y mercaderes. En realidad, los viajeros medievales no conocían una única ruta transasiática, sino una serie de vías, nunca fijadas de manera oficial y cambiantes a lo largo del tiempo. La expresión Ruta de la Seda comenzó a usarse a finales del siglo XIX, como el antecedente histórico que serviría para justificar los proyectos de construcción de una ruta ferroviaria a lo largo del continente. Luego, historiadores y geógrafos la aplicarían para describir el antiguo flujo de comunicaciones entre los dos extremos del Viejo Mundo, aunque la ruta no apareciese jamás dibujada en ningún mapa antiguo.[5]

En el Atlas catalán, probablemente dibujado hacia 1375 por el cartógrafo judío de Mallorca Abraham Cresques, se representaron unos viajeros con camellos avanzando al interior de Asia (Fig. 3). En el texto se lee “Aquesta caravana és partida del imperi de Sarra per anar a Alcatayo”: “Esta caravana salió del Imperio de Sarai (ciudad del bajo Volga, capital de la Horda de Oro) para dirigirse al Catay”. Cresques se basó en el Libro de las maravillas para decorar y llenar su mapa de leyendas. Casi con las mismas palabras que Marco Polo, sobre el desierto de Lop, Cresques escribió que, si un viajero se llega a separar de su caravana, “a menudo oye voces de diablos parecidas a las voces de sus compañeros, que incluso lo llaman por su propio nombre, con lo que los diablos le llevan de aquí para allá por el desierto, de tal manera que no puede encontrar a sus compañeros”.

Abraham Cresques, Atlas catalán, Mallorca, circa 1375. Biblioteca Nacional de Francia, Departamento de manuscritos, Espagnol 30.

 

Marco Polo y sus parientes atravesaron las altas mesetas de Asia central, donde habitaban numerosos pueblos –muchos de ellos nómadas– organizados en reinos o kanatos más o menos independientes que reconocían una autoridad superior en el gran kan, radicado en Zhongdu, actual Pekín, también llamado entonces Khanbaliq, literalmente “la ciudad del kan”. Entre finales del siglo XII e inicios del XIII, el líder de uno de esos clanes nómadas, Gengis Kan, consiguió reunir varias tribus y extender, no sin terror, el dominio mongol por buena parte de Asia. Sería su nieto Kublai Kan (1260-1294), al que sirvió Marco Polo, quien completaría la conquista del Imperio chino con la toma de Pekín en 1279 y la expulsión de la dinastía Song, desplazando el centro de poder tártaro de Mongolia a China, más rica y poblada.

Hasta llegar al Catay, el viaje fue arduo. La travesía de extensos desiertos y llanuras, sin agua dulce, apenas se alegraba con el encuentro de algún oasis. Entre las pocas experiencias directas que narra Marco, refiere cuando fueron asaltados –en territorio persa– por bandidos caraonas y sólo unos pocos integrantes del convoy pudieron salvarse. Otras veces, aunque puedan parecer testimonios creíbles, es probable que se escribieran para satisfacción de los lectores, como cuando se narran fenómenos de la naturaleza divulgados en otras narraciones (como los afloramientos de alquitrán en los confines de Georgia) o se hace mención de lugares conocidos (como el monte Ararat, donde se posó el arca de Noé tras el diluvio universal). Precisamente, las noticias bíblicas son la punta de lanza con la que el Libro penetra en la inmensidad asiática: el rastro evangelizador del apóstol Santo Tomás, según la tradición, primer predicador en la India; la ubicación de la ciudad persa de Sava (Saveh) como punto de partida y lugar de enterramiento de los tres Reyes Magos; o los milagros en las comunidades cristianas que subsistían bajo el islam, como el obrado gracias a aquel zapatero ciego de Bagdad, quien, con sus plegarias, consiguió que Dios moviera una montaña y se evitase el martirio de sus correligionarios.

Avanzando hacia el Oriente, los países son cada vez más legendarios y maravillosos. A la memoria de Marco se le superponen fragmentos y digresiones alusivos, por ejemplo, a míticos escenarios de las campañas de Alejandro Magno, como el desfiladero de las Puertas de Hierro, la leyenda del árbol seco, que indicaba el fin del mundo, o los reinos de los gigantes Gog y Magog, encerrados hasta el fin de los tiempos. De aquellas historias inspiradas en Alejandro procedían otras de las maravillas de la India divulgadas en el Libro, como los cinocéfalos u hombres con cabeza de perro. Sin embargo, lo cierto es que cuesta saber hasta qué punto el relato de Marco Polo fue deliberadamente vago y realmente dijo haber visto lo que, siglos después, se ha leído y representado: en las islas Andamán, en el golfo de Bengala, “la gente no tiene rey, son adoradores de ídolos y viven como bestias salvajes. Sus caras se parecen a las de los perros, sobre todo los dientes y los ojos. Realmente, parecen un perro grande. Son gente muy cruel […]”. Mientras Marco se contenta con decir que parecen perros, la iconografía más popular de Il Milione les dibuja una cabeza de perro real, retomando de manera más explícita el mito griego del cinocéfalo (Fig. 4).

 

Figura 4. Los cinocéfalos de Andamán. Libro de las maravillas, iluminado por el Maestro de Egerton, París, circa 1410. Biblioteca Nacional de Francia, Departamento de manuscritos franceses, 2810, fol. 76v.

En la corte de Kublai Kan

Llegados a la corte de Kublai Kan, los venecianos vivieron y trabajaron 17 años a su servicio. Tras obtener su confianza, Marco Polo pasó a formar parte de la élite de extranjeros que apoyaba al emperador en misiones burocráticas y administrativas, lo que le permitió viajar y conocer las provincias más alejadas del imperio. Recién conquistada China, el Imperio mongol no sólo había desmantelado la estructura estatal de los Song, sino que había marginado su lengua y cultura. Por tanto, Kublai necesitaba un funcionariado fiable para labores de inspección e información de cuanto ocurría en sus dominios. Marco Polo aprendió la lengua de los tártaros, pero no el chino, y recorrió puntos distantes del Extremo Oriente a fin de velar por el control de los impuestos y aduanas, el registro de minas y salinas o la consistencia de las defensas fronterizas. Retornando al palacio imperial, Polo daba cuentas de lo visto y vivido: con informaciones fiscales y administrativas (mercados, precios, mecanismos impositivos, circulación de productos), así como noticias y curiosidades de la población y el territorio (ritos, costumbres, recursos, etcétera), que el kan escuchaba con agrado. Los mapas que se elaboraron tras la difusión del Devisement siguieron su organización administrativa del interior de China: a la región del norte la llamó Catay y, a la del sur, al otro lado del río Amarillo, Manzi o Magi 

 

Quizás las páginas más cuidadas del Libro de Marco Polo sean las que dedica a la caza y al adiestramiento de animales para el disfrute cinegético del kan.

 

Generalmente se acepta que Marco viajó a Campicion, en el extremo oeste de la Gran Muralla; que en Quinsay controló al responsable de percibir los impuestos; que atendió a las tasas comerciales en Janguy, cerca de la desembocadura del río Azul, y que estuvo como embajador en la India, poco antes de retornar a Europa. No obstante, por terceros informantes, también se hizo eco de las maravillas de la Cochinchina, las islas de Java, Ceilán y Madagascar, o los países de la costa occidental de África. Toda una enciclopedia de lugares maravillosos, donde la geografía se unía a la leyenda. Así, recuperando tradiciones de viajeros árabes, narra cómo los habitantes del país de Mutfily recolectaban con águilas los diamantes de un despeñadero infestado de serpientes venenosas, escena que también captó Cresques en su atlas. Mientras que, cuando describe Madagascar, retoma el mito hindú del pájaro Garuda, capaz de elevar un elefante con sus garras (relato que, por cierto, reaparecerá en la crónica de Antonio de Pigafetta del viaje de Magallanes y Elcano, pero ubicado en el golfo de China).

El Catayo y el gran kan, en Abraham Cresques, Atlas catalán, Mallorca, circa 1375. Biblioteca Nacional de Francia, Departamento de los manuscritos, Español 30. 

El Libro de Marco Polo reveló lugares portentosos a un Occidente fascinado con Oriente, como la mítica ciudad de Xanadú, en cuyo palacio el kan ofrecía banquetes donde, empleando técnicas telequinésicas, sus sirvientes le acercaban a la boca los manjares sin tocarlos. Con los lectores europeos compartió su atracción por los barcos construidos con juncos, por la incesante actividad de los puertos chinos, los grandes canales que atravesaban el territorio o las ya superpobladas y cosmopolitas ciudades del sudeste asiático. Destacó actividades productivas como la seda, las especias o la recolección de perlas, cuya extracción limitaba al Estado para preservar su precio manteniendo una oferta limitada. Quizás las páginas más cuidadas sean las que dedica a la caza y al adiestramiento de animales para el disfrute cinegético del kan.

 

Las narraciones fabulosas, propias de la literatura medieval, como hemos visto, no han sido obstáculo para confiar de su viaje, pero sí para estudiar con atención cuáles fueron los rumores, leyendas y lecturas que alimentaron las maravillas de unos u otros pasajes.

 

Marco Polo se mostró siempre proclive a destacar las excelencias del gobierno mongol, como su fuerte ejército o su efectivo sistema de postas (con rutas y hospederías, que permitía una comunicación ágil y efectiva). Sus vivencias como comisionado imperial configuraron su memoria histórica, con una visión de China limitada al punto de vista tártaro. Esto explicaría los llamativos olvidos del Libro respecto a las costumbres chinas, poco significativas a ojos de los mongoles, como el consumo de té, el vendaje de los pies de las mujeres, el uso de palillos para comer, los caracteres chinos de escritura o la mismísima Gran Muralla, de menor potencia que la reconstruida en el siglo XVII por la dinastía Ming. A partir de estas omisiones, durante algún tiempo, los historiadores han discutido si realmente el veneciano estuvo en China, debate que hoy parece resuelto de manera afirmativa, como ha expuesto Hans Ulrich Vogel, gracias a los datos más especializados que arroja el Libro, particularmente sobre los sistemas monetarios. Así, trata del papel moneda, desconocido entonces en Occidente, que Polo explica como cupones con el sello del emperador, además del cauri (tipo de caracola marina) y la sal, empleados en algunos intercambios; una información que dicta más desde la perspectiva de un estadista que de la de un comerciante[6]. En cambio, las narraciones fabulosas, propias de la literatura medieval, como hemos visto, no han sido obstáculo para confiar de su viaje, pero sí para estudiar con atención cuáles fueron los rumores, leyendas y lecturas que alimentaron las maravillas de unos u otros pasajes.[7]

Mapas de otros mundos

Marco Polo llegó a gozar de los primeros destellos de su propia leyenda. Il Milione fue pronto traducido al veneciano, al toscano y al latín. El texto no sólo conoció copias adulteradas, sino también émulos apócrifos, como los Viajes o Maravillas de John de Mandeville. Más allá de lectores cortesanos, conforme avanzó el siglo XIV, el relato de Polo interesó también a los cosmógrafos y a los maestros de hacer mapas y cartas de navegar, como vimos en Abraham Cresques. Los viajes de descubrimiento por el Atlántico, ya desde mediados del siglo XV e inicios del XVI, supondrán la consolidación definitiva de Marco Polo como un referente de la literatura de viajes, pero también como una fuente de estudio para el conocimiento del mundo asiático.[8]

Detalle de la ciudad de Chansay. Mapamundi de Fra Mauro, Venecia, 1459, Biblioteca Nacional Marciana, Venecia. 

Aún en vida del veneciano, Polo fue señalado por el médico y astrónomo Pietro d’Abano como “el más grande navegante del orbe y su más diligente observador”, tras dialogar con él acerca del cielo del hemisferio sur. En Le Devisement du monde no se daban muchos detalles al respecto, pero sí se evidenciaba el cambio del firmamento pasado el ecuador: Java “se halla situada tan al mediodía, que en ella no se ve la estrella del Norte”. Según explicó Abano en su libro Conciliator (compuesto antes de 1315, pero no impreso hasta 1472), Marco Polo le había confirmado las noticias –ya dadas por algunos astrónomos árabes– acerca de una nebulosa estelar en forma de saco: “una estrella bajo el polo antártico y que tenía una cola grande”, y que incluso se la dibujó.

A inicios del siglo XV, cuando Portugal comienza su progresivo avance exploratorio sobre el Atlántico y las costas de África, llegan desde Italia numerosos mapas y libros de carácter geográfico. Entre ellos, no faltó el Libro de las maravillas. Cuando, en 1457, el monarca luso requirió los servicios cartográficos de Fra Mauro para que sintetizase en un mapa la imagen del mundo hasta entonces descubierto, el monje veneciano no dudó en retomar fragmentos de Marco Polo que ilustrasen en su mapamundi la ciudad de Chansay, el puerto de Zaitón, el puente de Polisanchin o las islas de Java (Fig. 6).

Acabando el siglo XV, en el interior de Alemania, el fabricante de globos Martin Behaim citará a Marco Polo entre las autoridades geográficas que había empleado. Siguiendo Il Milione, completó las abundantes inscripciones de su globo terráqueo de 1492, poco antes del encuentro de América, como se aprecia en el caso de las islas de Ceilán, Java Menor y Andamán (Fig. 7).

A pesar de lo que suele decirse, Cristóbal Colón, el descubridor del Nuevo Mundo, no se sirvió de la lectura del Libro de Marco Polo para proyectar el que fue su gran viaje a las Indias. Sin embargo, sí que lo conocía y bien se sirvió de su geografía. Como explicó Juan Gil, a manos de Colón, antes que el Libro, llegó el desaparecido mapa de Pablo del Pozzo Toscanelli.[9]

Detalle del Globo de Martin Behaim, Núremberg, 1492. Museo Nacional Germano, Núremberg.
Globo terráqueo de Martin Behaim, Núremberg, 1492. Museo Nacional Germano, Núremberg.
Mapamundi de Fra Mauro, a la izquierda el original, a la derecha invertido. Venecia, 1459, Biblioteca Nacional Marciana, Venecia. Fuente: Wikimedia Commons.

 

El Milione ofreció una nueva visión del texto y de su protagonista, que sigue instalada en nuestro imaginario.

 

En 1474, este astrónomo florentino había enviado a Portugal un mapa donde proponía una ruta nueva y más breve para llegar a las Indias: navegar desde Lisboa a la isla de Cipango y, desde ahí, al puerto de Zaitón. El mapa de Toscanelli, graduado en paralelos y meridianos, iba también adornado con numerosos letreros y, como en los ejemplares de Fra Mauro o Behaim, algunos de ellos procedían del Libro de Marco Polo. El mapa de Toscanelli acabó perdido, pero durante su estancia en Portugal Colón pudo copiar buena parte de su contenido, que luego repitió de memoria en algunas de sus cartas. Cuando se acercaba –sin saberlo– a América, en su mente y en su diario resonaban los nombres de la geografía poliana: Cipango, Catay, Quinsay o Zaitón. Solo años después, a finales de 1497, Colón pudo hacerse con un ejemplar de Il Milione, libro que leyó con voracidad y anotó de manera impulsiva.

Casi como prolongación de una ancestral rivalidad entre ciudades italianas, la fama del genovés Colón no pudo desbancar la del veneciano. La obra de Marco Polo, lejos de difuminarse entre tantos relatos de fantasías y crónicas de viajes medievales, fue elevada a mediados del siglo XVI entre las más selectas relaciones de Delle navigationi et viaggi (1556) por el geógrafo Giovanni Battista Ramusio (1485-1557), también de Venecia. La incorporación del Milione, tan parco en rutas, impreciso en distancias y oscuro en topónimos, junto a los más recientes viajes de descubrimiento por ultramar, ofreció a sus coetáneos una nueva visión del texto y de su protagonista, que aún sigue instalada en nuestro imaginario: un aventurero que penetró la recóndita China y una autoridad geográfica para el conocimiento del mundo asiático.



[1] Marco Polo, Libro de las maravillas del mundo, ed. de Manuel Carrera Díaz. Madrid: Cátedra, 2008.

[2] Jacques Heers, Marco Polo. Barcelona: Salvat, 1995.

[3] Christine Gadrat-Ouerfelli, Lire Marco Polo au Moyen Âge. Traduction, diffusion et réception du Devisement du monde. Turnhout, Bélgica: Brepols, 2015.

[4] John Larner, Marco Polo y el descubrimiento del mundo. Barcelona: Paidós Ibérica, 2001.

[5] Peter Frankopan, El corazón del mundo. Una nueva historia universal. Barcelona: Crítica, 2016.

[6] Hans Ulrich Vogel, Marco Polo Was in China: New Evidence from Currencies, Salts and Revenues. Leiden, Países Bajos: Brill, 2012.

[7] Antonio García Espada, Marco Polo y la cruzada: historia de la literatura de viajes a las Indias en el siglo XIV. Madrid: Marcial Pons, 2009.

[8] J. R. S. Phillips, La expansión medieval de Europa. México: Fondo de Cultura Económica, 1994.

[9] Juan Gil, El libro de Marco Polo anotado por Cristóbal Colón. El libro de Marco Polo versión de Rodrigo de Santaella. Madrid: Alianza, 1988.



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