El suplicio de Cuauhtémoc (detalle), óleo sobre tela de Leandro Izaguirre, 1893, Museo Nacional de Arte, Ciudad de México.
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Historia

Los misterios de la nación mexicana

Presentamos esta conversación entre Fernando Fernández, editor de Liber, y Tomás Pérez Vejo sobre el libro de este último: México, la nación doliente. Imágenes profanas para una historia sagrada, recientemente publicado por la editorial Grano de Sal. En dicha obra, el historiador plantea que la historia de México y el retrato de la nación se han consolidado a través de la pintura histórica, proporcionada por el Estado mexicano en el siglo XIX.


Por Fernando Fernández

En semanas recientes, el historiador Tomás Pérez Vejo ha publicado un libro que estudia el modo en que fue fabricada la imagen nacional de México. A través del estudio de la llamada “pintura histórica”, la cual fue durante el siglo XIX uno de los más importantes mecanismos de transmisión de ideas, el investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia explora en México, la nación doliente. Imágenes profanas para una historia sagrada el modo en que fue inventada y fijada la idea de la nación mexicana.

Según su propuesta, se trató de una operación de traslado, obra del liberalismo de esa centuria, la que hizo que se sustituyeran las imágenes religiosas, preponderantes durante los tres siglos de virreinato, por una imaginería laica que, a la postre, ha sido responsable de nuestra idea vigente de la historia de nuestro país; el modo, en suma, en que se ha construido, a partir de las imágenes profanas de su historia, una suerte de historia sacra que es poco menos que un dogma de fe para la mayoría de la población.

El libro, que aparece bajo el sello de Grano de Sal, dividido, igual que el rosario católico, en misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, los cuales respectivamente representan la etapa prehispánica, la Conquista y la Independencia, se acompaña de un pliego de imágenes a color y de un riquísimo conjunto de códigos QR, mediante los cuales el lector puede consultar a detalle las obras pictóricas sobre las que Pérez Vejo va tejiendo su argumentación.

México, la nación doliente de Tomás Pérez Vejo. Ciudad de México: Grano de Sal, 2024.

Fernando Fernández (FF): Podríamos empezar por la obra que tus editores han colocado en la portada del libro. ¿Cómo puedes abordar el tema de tu libro a partir de esta imagen en específico?

Tomás Pérez Vejo (TPV): La elección de esta imagen no es casual, además de que aparece en la portada, El suplicio de Cuauhtémocde Leandro Izaguirre es la primera pintura de historia de la que hablo en mi libro y posiblemente a la que más referencia hago. Las explicaciones son varias: aunque ahora no sea una pintura particularmente valorada, fue el cuadro por el que el Estado mexicano pagó un precio más alto de todos los que compró en el siglo XIX, y sobre todo es la pintura que todo mexicano educado por el Estado para ser mexicano tiene en su cabeza, aunque no la haya visto; es decir, la ha visto sin saber que la ha visto.

Esa es la imagen en la cual aparece Cuauhtémoc en el momento en que los conquistadores castellanos le están quemando los pies. Lo interesante no es la imagen en sí, sino que esa imagen es la representación prototípica de lo que es la Conquista para el imaginario mexicano; el enfrentamiento entre nosotros y ellos, entre los buenos y los malos, entre ellos que vinieron a robarnos, y nosotros que fuimos martirizados; la representación de la muerte y el martirio de la nación mexicana a manos de los españoles. Uno de los ejes del relato de la nación mexicana.

 

Cuauhtémoc es Jesucristo, y Cuauhtémoc es la nación mexicana, es decir, la nación mexicana ocupa el lugar de Jesucristo y pasa por los mismos avatares que él pasó en su vida

 

FF: Y, sin embargo, me parece que no es rigurosamente histórica la escena del momento en el que Cuauhtémoc, que siente que le queman los pies, torturándolo porque no quiere decir dónde está ese supuesto tesoro, exclama aquella frase en alguna de las dos versiones que han llegado a nosotros: “No estoy en un deleite o baño”, creo que dice la versión de Orozco y Berra, o ¿no fue así como se dieron las cosas?

TPV: No sabemos exactamente si fue así o no, pero me atrevería a decir que eso es irrelevante. Lo importante es hasta qué punto esa imagen logra plasmar lo que los mexicanos piensan y, según el Estado, deben pensar sobre la Conquista.

FF: Me gustaría que explicaras por qué has acudido al lenguaje del rosario católico para las secciones principales de tu libro.

TPV: Bueno, eso ha sido algo que yo no tenía previsto. En principio, quería ver cómo se había narrado la historia de México en las imágenes propiciadas por el Estado en el siglo XIX. De pronto me di cuenta de que se adecuaba perfectamente a un arquetipo religioso, y esa es la base del libro. No es casual, en realidad, lo que yo digo y lo que afirmo y creo demostrar en el libro, que ese relato deriva directamente del relato de una comunidad cristiana, de una comunidad de creyentes. Si la comunidad de creyentes durante siglos había imaginado el mundo a través de la metáfora del nacimiento, muerte y resurrección de Jesucristo, los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos del rosario cristiano, el relato de nación liberal del México del siglo XIX traslada esto, con la nación mexicana ocupando el lugar de Jesucristo. El nacimiento, muerte y resurrección de México.

En el cuadro que mencionas, en realidad Cuauhtémoc es Jesucristo, y Cuauhtémoc es la nación mexicana, es decir, la nación mexicana ocupa el lugar de Jesucristo y pasa por los mismos avatares que él pasó en su vida. No es nada extraño. Finalmente, ese era el modelo narrativo en que se había educado la mayor parte de la población del México de la Independencia. Por lo tanto, se toma un modelo que llevaba casi dos mil años funcionando y que había resultado extremadamente eficaz como forma de narrar e interpretar el mundo.

FF: ¿Podrías poner algún otro ejemplo que funcione de manera plástica para ver claramente cómo se llevó a cabo esta operación?

TPV: Sí, podríamos tomar imágenes, cuadros de los tres periodos en los que aparece representada esa idea de la nación mexicana como nacida en la época prehispánica, muerta con la Conquista y resucitada con la Independencia. En un primer acercamiento cuantitativo, aproximadamente el treinta y cinco por ciento de las pinturas de historia oficiales –y por oficiales entiendo aquellas que compró o encargó el Estado– tienen como tema el mundo prehispánico. Siempre con una visión idílica; esa especie de tiempo mítico en el que la nación fue feliz. Un ejemplo –y quienes quieran comprobarlo simplemente tienen que ir al Museo Nacional de Arte– es el titulado El descubrimiento del pulque de José María Obregón. Representa también un hecho de realidad histórica discutible. No sabemos cuándo se inventó el pulque, ni quién lo inventó. Es una leyenda, reelaborada por Bustamante a partir de fuentes virreinales, según la cual fue la princesa Xóchitl, quien después de descubrirlo acudió a presentarlo al rey de Tula. Pero aquí, como en el caso de Cuauhtémoc, no importa tanto el hecho histórico en sí, sino la representación de la época prehispánica como el tiempo en el que la nación había sido feliz; los misterios gozosos. El otro treinta y tanto por ciento, aproximadamente, son temas relacionados con la Conquista, y esos temas tienen siempre un carácter sangriento y doloroso; los misterios dolorosos. Ya hemos hablado de El sacrificio de Cuauhtémoc de Izaguirre. Pero las imágenes sangrientas de la Conquista se suceden cuadro tras cuadro. Otro ejemplo sería La matanza de Cholula de Félix Parra, también en el Museo Nacional de Arte.

El descubrimiento del pulque, óleo sobre tela de José Obregón,1869, Museo Nacional de Arte, Ciudad de México.
La matanza de Cholula, óleo sobre tela de Félix Parra,1877, Museo Nacional de Arte, Ciudad de México.

 

Si pensamos en la historia del cristianismo, el símbolo en que los creyentes se reconocen no es el pesebre donde nació Jesucristo ni la tumba vacía de la resurrección, sino la cruz.

El asunto de la resurrección es más complicado, primero, porque hay menos cuadros sobre la resurrección, sobre los misterios gloriosos, que sobre el nacimiento y la muerte. Esta explicación tiene que ver también con la propia historia del cristianismo. Si pensamos en la historia del cristianismo, el símbolo en que los creyentes se reconocen no es el pesebre donde nació Jesucristo ni la tumba vacía de la resurrección, sino la cruz. Es decir, parece que la muerte tiene mucha más fuerza como elemento de cohesión colectiva. Sin embargo, esta menor presencia de la resurrección no deja de ser llamativa. Yo creo que aquí hay muchos factores. Uno de ellos tiene que ver con esa idea que da título al libro de la nación doliente, es decir, nos parece que el dolor y la muerte importan más que la resurrección, pero también tiene que ver con el problema de cómo narrar la guerra de Independencia, que, no lo olvidemos, había sido básicamente una guerra civil. ¿Cómo narrarla de forma que pudiese ser unitaria? Esto resultó muy complicado, por lo cual, más que representar hechos de la historia de la Independencia, lo que se representa son personajes de la historia de la Independencia, es decir, Morelos, Hidalgo, etcétera. ¿Por qué? Es lo que llamo en el libro “héroes sin hazañas”, porque era mucho más fácil representar a Hidalgo en la quietud de su estudio, como un teólogo dedicado a la reflexión, protegido por la Virgen de Guadalupe, que representar a Hidalgo en unos hechos históricos que tenían difícil acomodo en la memoria colectiva. No olvidemos que el Hidalgo real había saqueado las ciudades del Bajío y que en el siglo XIX había todavía muchas familias mexicanas que lo que recordaban de él eran las matanzas del Bajío. Por eso era mucho más fácil ponerlo en un retrato que representar hechos históricos sobre los cuales el consenso era complicado.

FF: Me parece, por lo que leemos en tu libro, que el papel de los liberales a lo largo del siglo XIX en México estuvo especialmente lleno de contradicciones, ¿cuál es tu visión al respecto?

TPV: Lo que planteo en el libro –y ese es un tema histórico que me parece particularmente relevante– es que en realidad el conflicto entre liberales y conservadores en el México del siglo XIX es mucho más complicado de lo que pensamos, porque había un conflicto ideológico, y digamos que ahí las cosas eran muy claras, tenían que ver con la república y la monarquía, la organización del Estado, el poder político, etcétera. Y había un conflicto identitario que tenía que ver con el relato de nación y que, para no entrar en mayores detalles, podríamos resumir así: frente a los que decían que México había nacido en la época prehispánica, estaban los que decían que México había nacido con la Conquista, había crecido a lo largo de los tres siglos virreinales y había llegado a la edad adulta con la Independencia. Había dos conflictos que se solapaban, el político-ideológico y el identitario, y la ubicación respecto a cada uno de ellos no necesariamente era coincidente. Uno podía situarse en el lado de los liberales, en el conflicto político-ideológico, y en el de los conservadores, en el identitario, y viceversa.

Por poner un ejemplo, José María Luis Mora, el padre del liberalismo mexicano, era alguien que en el plano identitario estaba mucho más cercano al relato de nación conservador que al relato de nación liberal. Eso no significa que Mora fuese menos liberal que los otros. Era igual de liberal en el plano político-ideológico, pero no en el plano identitario. El problema es que nos vemos obligados a utilizar términos creados para el conflicto político-ideológico, los de liberales y conservadores, para un conflicto identitario cuyas claves son otras.

José María Luis Mora, óleo sobre tela de autoría anónima, circa 1820-30. Museo Nacional de Historia, INAH, Ciudad de México. Fuente: Wikipedia.

 

No deja de ser paradójico decir que somos herederos del mundo prehispánico, mientras consideramos, implantamos y propugnamos como idioma nacional un idioma que no es el de los conquistados, sino el de los conquistadores.

 

FF: Me llama la atención esta afirmación que haces, que tiene que ver con el hecho de que el México independiente se decide a hacerse heredero de un mundo prehispánico, pero al mismo tiempo adopta la religión de los conquistadores. Ahí hay una paradoja de grandes resonancias, cuyo conflicto llega hasta el día de hoy.

TPV: Es una paradoja, no sólo con la religión –que desde luego en el siglo XIX es un asunto importante porque, como México era una nación católica, la religión se consideraba el centro de la vida pública–, sino también con el idioma, y eso es una cosa realmente llamativa. A veces nos olvidamos de que, en el momento de la Independencia, la mayor parte de los habitantes de la Nueva España no hablaban español. Es el estado liberal del siglo XIX el que convierte al español en el idioma mayoritario de la república. Entonces, no deja de ser paradójico decir que somos herederos del mundo prehispánico, mientras consideramos como idioma nacional, implantamos y propugnamos como idioma nacional un idioma que no es el de los conquistados, sino el de los conquistadores.

FF: Otra de las grandes paradojas o desgracias históricas que provienen de la visión liberal del siglo XIX, es que una cosa eran los gloriosos indios fundadores de la nación y otra muy distinta los degenerados indígenas con los que se veían obligados a convivir. Y aquí te estoy citando prácticamente de manera literal.

TPV: Bueno, tú me estás citando a mí y yo estoy citando a los liberales del siglo XIX. Son dos frases que se repiten en la prensa, en los debates públicos a lo largo del siglo XIX. No debemos olvidar que los liberales del siglo XIX eran racial y racistamente blancos. Cuando digo racial y racistamente blancos, me refiero a que generalmente formaban parte y descendían de las élites criollas. Eso, sobre todo, fue creciendo a medida que avanzó el siglo; su concepción era muy clara de que había razas superiores y razas inferiores, y, por lo tanto, eso les plantea un problema. ¿Cómo lo resuelven? Lo resuelven precisamente con las frases que tú has dicho. Una cosa son los gloriosos indios del pasado, que son una raza superior y magnífica, y otra los degenerados indios actuales con los cuales no saben muy bien qué hacer. Es paradójico. Los convierten en fundamento de la nacionalidad, pero, por otro lado, los excluyen continuamente de la vida pública.

 

¿Por qué esta presencia continua de España en el debate público mexicano del siglo XIX? Porque no es un problema con España, sino con el pasado español de México.

 

FF: Otro aspecto, que me llama la atención y que me parece absolutamente vigente, es el hecho de convertir a España en parte del debate político mexicano en vez de un asunto de política internacional.

Sí, es una cosa realmente llamativa. Si uno analiza la prensa del siglo XIX mexicano, el país que está más presente, por cierto, también es el que está más presente en las mañaneras de López Obrador, o sea, continuamente hace referencias a España. Uno ve los datos y se pregunta ¿cuántos españoles había en el México del siglo XIX? Había tres mil o cuatro mil españoles en toda la república. Es una población prácticamente despreciable. Y con España, además, no había grandes conflictos, hubo el conflicto de la deuda, pero a mediados de siglo se había resuelto. ¿Por qué esta presencia continua de España en el debate público mexicano del siglo XIX? Porque no es un problema con España, sino con el pasado español de México.

FF: ¿Por qué te parece que dejó de ser coherente con el discurso de nación mexicana la existencia de la estatua de Cristóbal Colón en Reforma, que fue parte de ese discurso y que fue útil para ese discurso durante largas décadas?

TPV: Tiene una explicación muy sencilla. Colón no tenía que ver con la Conquista, tenía que ver con el descubrimiento, y, por lo tanto, con la idea de progreso de los liberales mexicanos del siglo XIX. Cristóbal Colón representaba la integración de México entre las naciones civilizadas del mundo, pero no representaba la Conquista. Por eso fue muy fácil construir un monumento a Colón. De hecho, no hubo un monumento, sino varios, pero, en cambio, fue muy difícil construir un monumento a Hernán Cortés.

FF: ¿Y en qué momento deja de ser útil Colón?, ¿en qué momento de nuestra historia reciente, de pronto conviene expulsarlo del discurso público?

TPV: Lo que digo en algún momento del libro, aunque muy de pasada, es que lo que había sido un discurso básicamente prehispanista, pero no indigenista –y eso me interesa mucho porque no es lo mismo prehispanista que indigenista–, en las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX, se va volviendo más indigenista. Empieza a partir de la celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América; se va agudizando en las primeras décadas del siglo XX y ahora en ese discurso indigenista ya no cabe tampoco Colón, porque realmente representa el triunfo de Occidente, del mal de los pueblos indígenas, etcétera. Creo que tiene que ver con esto. De hecho, es muy curioso porque, cuando se quitó la estatua de Colón del Paseo de la Reforma, en un primer momento lo que se dijo es que se quitaba porque se iba a restaurar; ni siquiera tenían tan claro que ya se pudiera quitar. Sin embargo, creo que todos teníamos claro que nunca iba a volver a su emplazamiento, ahora ya no plantea ningún problema. Lo de quitar a Cristóbal Colón del Paseo de la Reforma parece algo razonable, no sólo en México, sino en el resto de América Latina.

FF: Hay un momento en el que comparas determinadas actitudes de la cuarta transformación con Savonarola ¿Qué es lo que quieres decir con eso?

TPV: Lo que planteo ahí, que me parece interesante y no quiero entrar en un juicio político, es que ese relato construido por los liberales del México del siglo XIX –y voy a decir algo que quizás a muchos nos choque– fue construido fundamentalmente por el porfiriato, porque la construcción de esa idea de nación mexicana es obra básicamente, no de Porfirio Díaz, sino del porfiriato, del grupo de los que ganaron las guerras de Reforma, de la intervención, para decirlo de alguna manera. Ese relato va a ser retomado por la Revolución y por la 4t de forma prácticamente completa, en bloque. No hay ninguna diferencia entre lo que contaron los liberales del siglo XIX, lo que cuentan la Revolución y la postrevolución y lo que cuenta la 4t. Lo que pasa es que tiene un componente más radical. Y hablo de Savonarola como una licencia poética, en el sentido de destruir las imágenes o de quitar las imágenes. En concreto, la idea de la imagen de Colón del Paseo de la Reforma.

 

Fray Bartolomé de Las Casas de Félix Parra es una obra absolutamente representativa de esa idea de la Conquista como la muerte de México, de esa visión negativa de la Conquista… .

 

FF: Me gustaría que te refirieras a una o dos pinturas de tema histórico, más allá de las que hemos mencionado respecto a la visión que tienes en tu libro.

TPV: Una sería el Fray Bartolomé de Las Casas de Félix Parra. Es una obra absolutamente representativa de esa idea de la Conquista como la muerte de México, de ese asunto paradójico al que hacías referencia hace un momento, de esa visión negativa de la Conquista… En este caso –para aquellos que no hayan visto el cuadro, pueden verlo en Museo de Arte Moderno, o en mi libro– se ve al padre Las Casas con un indígena muerto y una mujer indígena abrazada a las piernas del padre Las Casas, pidiéndole protección. Es interesante porque hay dos aspectos: uno, la visión negativa, y otro, que de esa visión negativa se salva única y exclusivamente la Iglesia católica.

Fray Bartolomé de Las Casas, óleo sobre tela de Félix Parra,1875, Museo Nacional de Arte, Ciudad de México.

Por poner otro ejemplo, en este caso relacionado con la Independencia, quizás el cuadro más representativo sea el general Nicolás Bravo perdonando la vida a 300 militares españoles, que es un cuadro que, además, está en Palacio Nacional. Es interesante porque es la visión quizás más benévola de la Independencia, pero más nacionalmente gratificante porque la historia –y esta sí es una historia real– era un hecho mucho más cercano: el general Bravo, a quien le han comunicado que los realistas acaban de fusilar a su padre, perdona la vida a todos los prisioneros realistas y los integra a su propio ejército.

Es un cuadro un tanto extraño, porque si los realistas se podían integrar en su ejército es porque eran igual de mexicanos que los insurgentes, lo cual era cierto. Es decir, todos habían nacido en la Nueva España. Como sea, es un cuadro que ejemplifica bien la manera de resolver el problema de cómo representar la guerra de Independencia.

 

Me da la impresión de que es un relato de tumba en tumba hacia la victoria final, porque la victoria final nunca llega. Y creo que esa sí es una visión radicalmente negativa, porque hablar del pasado es hablar del futuro que queremos construir, construirte como una nación doliente en la que siempre eres el perdedor de la historia.

 

FF: Cuando te refieres a esa condena muy mexicana de que cada generación debe plantearse las mismas gastadas preguntas y ver nuestro pasado como una suerte de maldición doliente, ¿no tenemos escapatoria?

Nicolás Bravo perdona a los soldados realistas, óleo sobre tela de Natal Pesado,1897, Conservaduría de Palacio Nacional, SHCP, Ciudad de México.

TPV: Yo espero que sí, que tengamos escapatoria. Lo que quiero decir es que es un asunto particularmente negativo. Naciones que han articulado su historia como un relato religioso, ha habido muchas, México no es una excepción. Lo que pasa es que México –de ahí el título de mi libro– sí tiene una peculiaridad: que nunca se produce la resolución definitiva porque siempre es una resurrección fracasada. La primera resurrección, que es la Independencia, fracasa porque hay unos traidores, como Iturbide, que acaban con ella. Se necesita una segunda resurrección, que es la Reforma, pero también fracasa porque hay unos traidores que también acaban con ella, en este caso Porfirio Díaz. Y hay una tercera resurrección que es la Revolución, pero que también fracasa porque hay unos traidores que son los neoliberales. Y se supone que hemos llegado a la 4t, la cuarta resurrección, que sería la definitiva. Pero a mí me da la impresión de que es un relato de tumba en tumba hacia la victoria final porque la victoria final nunca llega. Y yo creo que esa sí es una visión radicalmente negativa, porque hablar del pasado es hablar del futuro que queremos construir, construirte como una nación doliente en la que siempre eres el perdedor de la historia.

Creo que tenemos el derecho de acusar a los liberales de haber construido esta imagen porque no es buena. Si uno se construye como víctima de la historia, acaba siendo víctima de la historia.



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