El próximo año se acerca una efeméride importante. En efecto, el 28 de febrero de 2025 se cumplen 500 años del juicio y muerte del joven tlatoani Cuauhtémoc. ¿Cómo se dieron los hechos? La historia nos relata la manera en que sucedió este acontecimiento y las circunstancias que lo acompañaron. En las siguientes páginas referiré los diversos momentos que tuvieron lugar por aquel entonces y que condujeron, finalmente, a la muerte de quien fuera el último gobernante de México-Tenochtitlan.
El 13 de agosto de 1521, tras un asedio militar de alrededor de tres meses, cayeron las ciudades mexicas de Tenochtitlan y Tlatelolco en poder de Hernán Cortés y sus aliados indígenas enemigos de los mexicas. Después de la derrota sufrida en la llamada “Noche Triste”, en la que los españoles perdieron hombres, caballos, armamento y el oro recabado, estos huyeron hasta llegar a tierras tlaxcaltecas donde reagruparon sus fuerzas y el capitán extremeño mandó construir 13 bergantines, que le serían de gran utilidad para controlar el lago de Texcoco. Ordenó que fueran a Veracruz a recoger los aparejos de las naves que había encallado –que no quemado, como se piensa comúnmente–, para con ellos dotar a los bergantines. El plan de Cortés fue dividir sus fuerzas en varios grupos, como señala Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (Díaz del Castillo, 2014). De esta manera, Pedro de Alvarado tenía a su mando a 150 hombres armados de espada y rodela, aunque algunos portaban lanzas; 18 escopeteros y ballesteros, y 30 jinetes; además de contar con 8000 guerreros tlaxcaltecas. Atacaron por la calzada de Tacuba. En Coyoacán estaban apostados 30 soldados de a caballo; 175 soldados de infantería y 20 escopeteros y ballesteros, contando con el apoyo de 8000 tlaxcaltecas; todos ellos al mando de Cristóbal de Olid. Gonzalo de Sandoval lideraba un tercer contingente con 24 jinetes; 150 soldados con espada, rodela y lanza; y 14 escopeteros y ballesteros, además de una fuerza indígena de 8000 guerreros de Chalco y Huejotzingo. Su misión era ocupar la calzada de Iztapalapa. Por su parte, Cortés estaba al mando de los bergantines para controlar por agua las acciones, contando para ello con 300 hombres.
El asedio comenzó con el corte del agua potable que abastecía la ciudad, que se conducía desde Chapultepec. Las palabras de Cortés y las de Bernal Díaz dan cuenta de esto. Así lo señala el segundo: “Les quebramos los caños por donde iba el agua a su ciudad, y desde entonces nunca fue a México entretanto que duró la guerra” (Díaz del Castillo, 2014: I, p. 613).
Todo llegó a su final el 13 de agosto de 1521 con la captura de Cuauhtémoc, quien sería llevado ante el capitán español. Lo que sucedió entre ambos contendientes resulta muy ilustrativo para entender el pensamiento indígena y el proceder español. Estas fueron las palabras del tlatoani al llegar frente a su enemigo: “Señor Malinche: ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi cibdad y vasallos, y no puedo más; y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma ese puñal que tienes en la cinta y mátame luego con él” (Díaz del Castillo, 2014, op. cit., p. 676).
Estas palabras fueron dichas en náhuatl y traducidas por Malintzin al maya, que hablaba el náufrago Jerónimo de Aguilar, quien las tradujo del maya al español. En muchas ocasiones me he referido a este pasaje y a las palabras dichas por el joven tlatoani en el sentido de que no pide que se le mate con el puñal, sino que se le sacrifique. Ese era el destino de los guerreros capturados en combate: morir en sacrificio para acompañar al Sol desde el orto hasta el mediodía. Cortés no entiende el significado y lo perdona. A partir de aquel momento, el tlatoani va a estar prisionero junto con otros señores de la nobleza mexica. Es torturado al quemarle los pies con aceite; y así, baldado, vivirá el resto de sus días.
El joven tlatoani no pide que se le mate con el puñal, sino que se le sacrifique. Ese era el destino de los guerreros capturados en combate: morir en sacrificio para acompañar al Sol desde el orto hasta el mediodía.
Pasan los meses y llegamos al año 1524. Cortés envía a su capitán Cristóbal de Olid para que con una armada de cinco navíos vaya a conquistar la región de las Hibueras (hoy Honduras). Olid emprende el viaje y se abastece de armas, pólvora y caballos, pero el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, lo incita para que no acate las órdenes de Cortés y lleve a cabo su propia conquista. Olid acepta y llega al lugar en donde realiza diversas acciones; pero Cortés, al enterarse de lo ocurrido, envía a Francisco de las Casas para someter al insurrecto. Este es hecho prisionero por Olid, pero logra escapar y finalmente captura a Olid, quien es decapitado sin mayores miramientos. Estos últimos acontecimientos no son conocidos por Cortés, quien decide ir personalmente a las Hibueras. Toma entonces la determinación de que lo acompañen Cuauhtémoc y su primo Tetlepanquetzal, señor de Tacuba. El motivo es el temor que existe de que, al alejarse el capitán extremeño, pueda darse un levantamiento indígena en la capital de la Nueva España. Así lo menciona Cortés, según Díaz del Castillo:
Y asimismo le encomendó a un Fray Toribio Motolinia, de la orden del señor San Francisco, y a otros buenos religiosos; y que mirasen que no se alzase México ni otras provincias. Y porque quedase más pacífico y sin cabeceras de los mayores caciques, trajo consigo al mayor señor de México, que se decía Guatémuz… (Díaz del Castillo, op. cit., p. 839).
El mismo Cortés ratifica lo anterior en su Quinta carta de relación enviada al rey de España con fecha 3 de septiembre de 1526, en la que informa a Su Majestad que salió de Tenochtitlan el 12 de octubre de 1524 y agrega cómo llevó consigo a “todas las personas principales de los naturales de la tierra” (Cortés, s/f). De todo lo anterior se desprende que había fundado temor de dejar en la capital de la Nueva España a Cuauhtémoc y otros señores principales por la posibilidad de un levantamiento en contra de los españoles. Esto es importante tomarlo en consideración por lo que sucederá más adelante.
El viaje a las Hibueras estuvo lleno de contratiempos y la expedición pasaba hambre y penurias. En realidad, resultó un tanto catastrófica, y Cortés, una vez llegado al lugar, del que tenía información que era rico en minas de oro, emprendió el regreso a la ciudad de México. Es de pensar que el capitán extremeño seguía con la idea de que podría llevarse a cabo un alzamiento por parte de los indígenas en la capital novohispana y prestó atención a lo que le decían algunos señores indígenas que lo acompañaban. Fue así como se enteró de que se tramaba una insurrección para matar a los españoles y regresar a México. Aquí el relato de Bernal Díaz del Castillo, quien iba en la expedición:
“De matarnos a todos y volverse a México, y que, llegados a su cibdad, juntar sus grandes poderes y dar guerra a los que en México quedaban y tornarse a levantar” (Díaz del Castillo, op. cit., pp. 857-858).
Con base en estos dichos, Cortés ordena detener de inmediato a Cuauhtémoc y a otros señores supuestamente implicados en la trama. Interrogados cada uno por separado, se supo que existía la conjura y Cuauhtémoc dijo que, en efecto, estaba enterado de ella, pero “que no salió de él aquel concierto”… “y que nunca tuvo pensamiento de salir con ello, sino solamente la plática que sobre ello hobo”. Por su parte, Tetlepanquetzal comentó a su vez que “valía más morir de una vez que morir cada día en el camino viendo la gran hambre que pasaban sus maceguales y parientes”. Oído lo anterior, Cortés decidió aplicar la pena de muerte a los dos señores mexicas, y así lo leemos en palabras de Bernal Díaz, testigo presencial de aquellos hechos: “Y sin haber más probanzas, Cortés mandó ahorcar al Guatémuz y al señor de Tacuba” (Díaz del Castillo, op. cit., p. 858).
La orden se acató de inmediato y Cuauhtémoc, poco antes de morir, se dirige a Cortés y le dice que sabía que lo mataría y cómo había conocido sus falsas palabras. Y en un momento dado le increpa y le dice: “¿Por qué me matas sin justicia? Dios te lo demande”. Aquí es necesario hacer una reflexión. Todo lo antes mencionado está tomado literalmente, como antes se dijo, de la obra de Bernal Díaz del Castillo Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Pongo énfasis en esto, ya que es un español el que escribe y pese a la lealtad que debe al capitán extremeño, no está de acuerdo con su proceder y lo expresa al decir “Y sin haber más probanzas…”, lo que implica que el cronista tiene severas dudas de la manera en que se llevó a cabo aquel juicio. A mayor abundamiento sobre lo anterior añade las siguientes palabras: “Y fue esta muerte que les dieron muy injustamente dada e paresció mal a todos los que veníamos en aquella jornada” (Díaz del Castillo, op. cit., p. 859).
Consumada la acción, no existen mayores noticias fidedignas que nos informen de lo que sucedió con los restos de ambos gobernantes. No fueron incinerados por los mexicas que acompañaban la expedición, ya que ese era el destino que se deparaba al cadáver de los tlatoanis, pero hay que pensar que para los cristianos este procedimiento no era aceptado por la Iglesia. Lo más probable es que Cortés hubiese tomado sus providencias de enterrarlos en aquellos parajes y continuar la marcha hacia México.
Quien realizó el hallazgo de los restos fue la arqueóloga Eulalia Guzmán, tras conocerse unos documentos en los que decía el lugar de enterramiento del joven tlatoani.
Pasaron años y aun siglos, y así llegamos al año de 1946, cuando en el Hospital de Jesús de la Ciudad de México fueron encontrados en una urna los restos de Hernán Cortés. Una vez analizados, en 1947 volvieron a depositarse en el mismo lugar en donde hasta hoy se encuentran. Dos años más tarde, el 27 de septiembre de 1949, una noticia sacude al país: los restos de Cuauhtémoc fueron hallados en el pueblo de Ichcateopan, Guerrero, debajo del altar principal de la iglesia de Santa María de la Asunción. La noticia llegó a todos lados. Quien realizó el hallazgo fue la maestra doña Eulalia Guzmán, que había sido enviada a aquella población por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, tras conocerse unos documentos en los que decía el lugar de enterramiento del joven tlatoani.
No pasó mucho tiempo para que la Secretaría de Educación Pública instituyera una comisión encargada de revisar todo lo concerniente a lo encontrado. Formaron parte de ella connotados investigadores especialistas en historia, antropología física y arqueología, quienes concluyeron que los restos y vestigios encontrados, así como el documento que daba pie a los trabajos emprendidos, no sustentaban lo dicho por los descubridores. Doña Eulalia solicitó que se integrara una comisión del Banco de México, la que revisó los vestigios hallados y dio un informe positivo. La SEP volvió a nombrar otra comisión más amplia, en cuanto a los estudiosos que la conformaron, que llegó, en términos generales, a las conclusiones del primer grupo de especialistas; es decir, que no había elementos para considerar que lo encontrado fueran los restos de Cuauhtémoc. La Secretaría de Educación Pública dejó abierto el caso y en 1976 se volvió sobre el asunto a petición del gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa, siendo presidente de la República Luis Echeverría. Por tercera ocasión, la SEP volvió a conjuntar un grupo de especialistas tanto de la UNAM como del INAHy de medicina forense, que conformaron lo que llevó por nombre Comisión para la Revisión y Nuevos Estudios de los Hallazgos de Ichcateopan.
Los resultados a los que llegó esta nueva comisión fueron los siguientes:
Dictamen final
Al tomar en cuenta los resultados de todas las investigaciones que se llevaron a cabo y considerando:
primero, que los restos óseos pertenecen a ocho individuos y provienen de distintas épocas y diversas formas de enterramiento;
segundo, que la joven mestiza adulta, cuyos restos faciales y piezas dentarias forman parte del hallazgo de Ichcateopan, no pudo haber sido enterrada en 1529;
tercero, que el entierro no pudo haberse realizado bajo el altar mayor de Santa María de la Asunción en 1529, ya que existió una primera iglesia en otro sitio de Ichcateopan y la construcción del templo actual no se inició hasta 1550, cuando muy temprano;
cuarto, que la tradición oral no arranca del siglo XVI y que en su forma actual se conoce únicamente a partir de 1949;
quinto, que todos los documentos, tanto los que dieron origen al hallazgo como los presentados posteriormente, son apócrifos y fueron elaborados después de 1917;
sexto, que si bien la manufactura de la placa ovalada puede fecharse en el siglo XVI, las características de la inscripción que contiene corresponde a una escritura reciente; y
séptimo, que las demás conclusiones de los estudios realizados no solo no contradicen, sino que en su gran mayoría apoyan los puntos anteriormente señalados;
la Comisión para la Revisión y Nuevos estudios de los Hallazgos de Ichcateopan emitió este dictamen final: “No hay base científica para afirmar que los restos hallados el 26 de septiembre de 1949 en la iglesia de Santa María de la Asunción, Ichcateopan, Guerrero, sean los restos de Cuauhtémoc, último señor de los mexicas y heroico defensor de México-Tenochtitlan”.
Nuevos trabajos de investigación plantean otras posibilidades acerca del lugar en donde quizá se encuentran los restos de Cuauhtémoc.
Actualmente existen nuevos trabajos de investigación que plantean otras posibilidades acerca del lugar en donde quizá se encuentran los restos de Cuauhtémoc (Vargas, 2018; Del Moral, 2024). Sin embargo, es de esperar que después de todo lo mencionado, en 2025, año en que se cumplen los 500 años del juicio y muerte de Cuauhtémoc, vuelvan a surgir voces, que ya se escuchan, solicitando que los hallazgos de Ichcateopan sean declarados como los restos del último tlatoani mexica.
Bibliografía
Cortés, Hernán, Cartas de relación de la conquista de América. Ciudad de México: Editorial Nueva España, s/f.
Díaz del Castillo, Bernal, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, 2 tomos. Ciudad de México: Academia Mexicana de la Lengua, 2014.
Del Moral, Fernando, El magnicidio de Cuauhtémoc en la cuenca del río Candelaria, Campeche, y la investigación de Álvaro López Zapata. Ciudad de México: Cravioto Editores, 2024.
Vargas Pacheco, Ernesto (editor), El Tigre, Campeche, exploración, consolidación y análisis de los materiales de la Estructura 4. Ciudad de México: UNAM, 2018.