Sergio García Ramírez en la sala de su hogar, circa 2021. Foto: David F. Uriegas / Abogacía.
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Personajes

Un ‘medallón’ para don Sergio García Ramírez

Sergio García Ramírez (1938-2024) falleció el 10 de enero de este año. El pasado 8 de octubre el Seminario de Cultura Mexicana develó el medallón conmemorativo de este polifacético abogado y político, miembro de dicha institución por más de treinta años. En la ceremonia, el historiador Javier Garciadiego pronunció el siguiente panegírico que, además de plasmar las virtudes intelectuales del jurista, destaca sus cualidades humanas. “Volar en el más ancho y profundo firmamento, ingresar en otros territorios… mantener una permanente curiosidad intelectual”, era el ideal de García Ramírez.


Por Javier Garciadiego

Honradísimo de haber sido invitado a escribir una breve semblanza en esta ceremonia en que se develará el medallón de nuestro querido y admirado Sergio García Ramírez, pero también preocupadísimo de no ser la persona adecuada para tan complicada encomienda. La primera tribulación que me asaltó fue no ser jurista, por lo que estoy impedido para comprender el notable aspecto profesional de Sergio García Ramírez, y sobre todo sus especialidades: el procesalismo y el derecho penitenciario. Peor aún, sin experiencia político-gubernamental alguna, tampoco podría entender a cabalidad otra parte fundamental de la biografía de García Ramírez: sus más de treinta intensos e interesantísimos años como funcionario y como político.

Así, me pregunté varias veces sobre los aspectos de su vida que pudieran serme accesibles. En rigor, la respuesta era obvia: referirme a las funciones y espacios que compartimos: la Junta de Gobierno de la UNAM, este Seminario de Cultura Mexicana y las comidas del ‘grupo Soberón’. Comienzo por el final: hace poco menos de veinte años fui invitado a pertenecer a un grupo que presidía don Guillermo Soberón y del que eran miembros, sobre todo, destacadísimos universitarios, como Jorge Carpizo, José Narro y Diego Valadés; también había distinguidos políticos, como Miguel de la Madrid, Pedro Ojeda, Jorge de la Vega Domínguez y Beatriz Pagés. Comprensiblemente, siendo Soberón el jefe, había algunos médicos, como Jesús Kumate, Julio Sotelo y Gerardo Jiménez; y claro está, un par de juristas, como Mariano Azuela y nuestro homenajeado. El tema de conversación era doble: la UNAM y la política mexicana. Inmediatamente me quedó claro el carácter plural de Sergio. Claro, resolvía las dudas jurídicas y legales que emergían en la conversación, pero asimismo intervenía con profunda sabiduría en temas universitarios, de política nacional, de asuntos culturales y de la vida cotidiana o de asuntos ‘del momento’. Pronto me quedó claro que Sergio era, por mucho, el de más amplios y profundos conocimientos entre todos los miembros del grupo que nos reuníamos a comer, con rigurosa puntualidad, cada dos meses. Otra cosa me quedó clara, asimismo, desde un principio: Sergio era el que se expresaba con más elegancia de todos, si bien en esto rivalizaba con Diego Valadés, también hombre de buen decir.

Créanme, conocer a Sergio García Ramírez como parte de ese grupo es uno de los más grandes obsequios que me ha regalado la vida. Pronto, con total vanidad, descubrí ciertas afinidades entre ambos. Había nacido en Guadalajara, en 1938, la tierra de mi familia paterna, con ancestros italianos, igual que mi esposa Lorenza. Entrando en materia, se puede decir que Sergio creció en la colonia Juárez de la Ciudad de México, en la casa de sus abuelos maternos, con su madre –llamada Italia, significativamente–, sus hermanos y hermanas, y con el segundo esposo de su madre, un republicano español de quien Sergio guardó siempre grata memoria. No tengo duda alguna, los ejes de su vida fueron su madre y su abuelo, un abogado chiapaneco con quien caminó toda la Ciudad de México, conociendo sus recintos y espacios cívicos, sus lugares de culto religioso y asistiendo a los principales festejos populares. Sí, el niño Sergio solía ir, de la mano de su abuelo, a la ‘visita de las siete casas’ el Jueves Santo, pero también al grito y al desfile militar del día siguiente; luego, el adolescente haría los mismos recorridos, pero en su fiel bicicleta. En su libro de ‘memorias’ titulado Del alba al crepúsculo, Sergio se refiere con nostalgia a esos momentos y a la Ciudad de México de mediados del siglo.

Del alba al crepúsculo. Páginas de mi vida, publicado en 2023 por Editorial Porrúa, fue uno de los últimos libros de Sergio García Ramírez.

Medallón conmemorativo de Sergio García Ramírez en el Seminario de Cultura Mexicana.
Fuente: Seminario de Cultura Mexicana.

 

“Nadie se sorprenderá al saber que Sergio llegó a pensar en dejar la carrera de Derecho y en hacerse escritor”.

 

La vida de García Ramírez fue larga y siempre llena de asuntos relevantes; imposible recrear su biografía tramo a tramo. Algunos son fascinantes. Por ejemplo, si me limitara ahora a sus años universitarios, tendría que recordar el movimiento camionero de finales de los cincuenta, con Sergio haciendo guardias nocturnas en cuanto huelguista; y su participación en la segunda época de la revista Medio Siglo, con Fernando Zertuche, Miguel González Avelar, Martín Reyes Vayssade y Carlos Monsiváis. Incluso dirigió otra revista estudiantil, Zarza, nombre vinculado a aquella planta ardiente e iluminadora de la Biblia. La menciono, sobre todo, porque alguna vez fue su ilustrador nuestro querido Arnaldo Cohen.

Detrás de las rejas, Palacio de Lecumberri, fotografía de Raymundo Perera, 2013. Fuente: Wikipedia.

 

Dicho todo esto, nadie se sorprenderá al saber que Sergio llegó a pensar en dejar la carrera de Derecho y en hacerse escritor. Incluso llegó a solicitar ser becario del Centro Mexicano de Escritores. El mismo Sergio lo reconoce: fueron difíciles momentos de esenciales definiciones. Como fuera, se impuso su vocación de jurista. Concluyó en forma destacada los estudios profesionales, por lo que pronto lo invitó el director, don César Sepúlveda, a incorporarse a la planta de profesores para impartir el curso de Proceso Penal. Pronto también se incorporó al aparato judicial del país, en el que llegaría a ser un destacadísimo “penitenciarista”. No me puedo negar a decirlo: en las actuales circunstancias del país, la voz de Sergio García Ramírez hubiera sido la más sabia al condenar la falsa reforma judicial. Nada más grave que confundir el destruir con el renovar.

Hago mención, por última vez, de un cruce biográfico con Sergio: fue el último director de Lecumberri, y como tal fue uno de los que impidió que procediera la insensata propuesta de demoler el edificio, el que finalmente fue acondicionado para convertirse en el Archivo General de la Nación, nuestro máximo repositorio documental. La discusión sobre el histórico y emblemático edificio no debe haber sido plácida, pues era el propio presidente quien quería su demolición por razones de imagen política, buscando “suprimir ese testimonio de una etapa ingrata” de nuestra historia. El plan era crear un parque que sirviera de pulmón en beneficio de millares de familias que habitaban en esa populosa parte nororiental de la ciudad. Afortunadamente, nos cuenta Sergio, “se elevó un clamor reivindicatorio de muchos artistas, arquitectos e investigadores”, quienes “expusieron con vehemencia sus razones”. En ese 1976 yo estudiaba el doctorado en Historia, y obviamente me opuse a tan enorme despropósito. Lo confieso, me enorgullece haber estado, aunque lejos, en la misma trinchera que Sergio García Ramírez, quien apoyó que un edificio de “tradición siniestra” se convirtiera en repositorio de documentos históricos invaluables.

 

“Tenía interés en muchas cosas. Sin duda esta fue su principal característica. Nunca se limitó a leer solo de temas jurídicos, y nunca se limitó a ser un funcionario o un político dedicado a ello todas las horas del día”.

 

Acaso su postura se debió a que Sergio García Ramírez amaba la buena arquitectura y la historia del país; además, tenía un buen conocimiento de la historia mundial. En rigor, tenía interés en muchas cosas. Sin duda esta fue su principal característica. Nunca se limitó a leer solo de temas jurídicos, y nunca se limitó a ser un funcionario o un político dedicado a ello todas las horas del día. Siempre tuvo, desde joven, muchos intereses. Dejo que lo diga él mismo, en sus propias palabras: “No es posible ver el mundo a través de un microscopio, que ciñe el campo de observación [y lo hace] insuficiente y estrecho. No es factible ni deseable contener la vida, y ni siquiera el derecho, en el marco riguroso de una sola disciplina”.

En síntesis, García Ramírez exigía el dominio técnico de una disciplina, de una ciencia, hasta alcanzar en ella la “excelencia”. Pero vuelvo a sus palabras, con las que nos dijo que lo ideal era: “Volar en el más ancho y profundo firmamento, ingresar en otros territorios… mantener una permanente curiosidad intelectual”.

¿Cuáles fueron esos aires y mares por lo que también viajó Sergio García Ramírez? Sin duda, la música y la literatura. De joven, estudió piano y toda su vida fue un melómano. Constantemente encontraba a Carmen, su esposa, y a Sergio, en los conciertos de la Filarmónica de la UNAM, en la Sala Nezahualcóyotl.

Como escritor, Sergio produjo más y mejores páginas que muchos que se dedicaron exclusivamente a la literatura. Y lo hizo a todo lo largo de su vida. “Amé la lectura –nos dice–, y de la mano de esta afición llegó el gusto por empuñar la pluma y poner mis letras sobre el papel”. Desde muy joven comenzó a escribir, y lo hizo sobre temas muy ambiciosos: La pintura del Renacimiento,concentrándose en Italia, y La pintura mural de México. Para ambas hizo todo el proceso: investigó, redactó, mecanografió en su “solidaria” Remington… Salieron dos extensos libros, aunque de ambos solo produjo sendos ejemplares, los cuales quedaron refugiados en su archivo.

Teseo alucinado y otros minotauros, libro de cuentos de Sergio García Ramírez publicado en 1984 por la UNAM.

 

Años después, en 1964, siendo un joven funcionario, publicó su primer volumen de cuentos y narraciones, Teseo alucinado. Varios laberintos y algún minotauro, reconociendo que lo subyugaba tan “fecundo” mito helénico. Doce años después, apareció un pequeño volumen con “algunos relatos y nuevas ocurrencias”; su título, Otros minotauros, pues eran páginas “de la misma estirpe”. Me resulta casi inverosímil: a pesar de que era “abrumador” el trabajo en la Procuraduría de la República, en “las altas horas de la noche y las bajas de la madrugada” escribió nuevos cuentos y relatos, publicados en 1986 por Miguel Ángel Porrúa con el título de Museo del hombre. Obviamente, comenzó a recibir varios reconocimientos a su labor como literato; el más claro y objetivo fue la reedición de su Teseo, en al menos un par de ocasiones.

Para Sergio, la literatura fue siempre más un placer que una profesión. La prueba contundente de ello fue que empezó a componer, a partir de 1986, pequeños libros con “relatos, ocurrencias, divagaciones y reflexiones”. No los pensó como libros comerciales, sino como obsequios navideños, pues para Sergio la literatura era un regalo. Al primero siguieron otros, y se les conoce con el nombre genérico de Para la Navidad de… Tal parece que aparecieron diez de ellos, en 1986, 1993, 1995, 1999, 2000, 2007, 2010, 2012 y 2017; o sea, un esfuerzo que duró más de treinta años. Afortunadamente, nuestro Seminario de Cultura Mexicana publicó una compilación de ellos, aunque en el 2020 apareció uno nuevo, al que agregó un subtítulo Crónica de un tiempo sombrío, que refleja lo que Sergio estaba pensando en esos días sobre la situación nacional.

Otro género que dominó fue el del ensayo político periodístico, labor que se concentró en el Excélsior, la revista Siempre! y en El Universal. Iniciar esta labor supuso enfrentar una disyuntiva: por una parte, su condición de exfuncionario lo llevaría por “terrenos difíciles”; por la otra, prevaleció la convicción de que era “conveniente poner en letras de imprenta mis experiencias y puntos de vista”. Su definición de los tiempos que le tocó comentar en sus artículos es impecable:

Una etapa insólita en la que nuestra democracia inmadura ha tropezado con el obstáculo enorme y extraviado del rumbo. Una etapa […] en la que han hecho su agosto la ocurrencia y el capricho. Una etapa en la que México ha pagado los platos rotos de periodos anteriores que dejaron a millones de mexicanos un amargo sabor de boca y un imparable anhelo de cambio y desquite, bien aprovechado por el gobierno en turno.

Sé que me he extendido enormemente, pero la vida de Sergio García Ramírez no permite ser reseñada en una breve ficha de enciclopedia. Concluyo haciendo referencia a dos temas. El primero nos unió por muchos años con Sergio: el Seminario de Cultura Mexicana, con el que Sergio cumplió con fervor y ahínco, convencido de la urgente necesidad de “transmitir los mensajes de nuestra cultura a regiones apartadas del país”.

Las últimas páginas de sus extensas y ricas ‘memorias’, como también estas páginas mías, están dedicadas a su esposa, doña Carmen Valles, reconocida editora, a la que llama “coautora” de su vida durante muchos años. En una hermosa metáfora, Sergio dijo que Carmen había hecho de su “largo otoño una luminosa primavera”. Más aún, en una clara alusión a su querido Dante, Sergio recuerda haberla conocido a la entrada de “la selva oscura” cuando había “traspuesto la mitad de su camino”, pero que gracias a ella la selva “dejó de ser oscura”. Igual para nosotros, estar con Sergio García Ramírez hacía que las mañanas de los martes en que tenemos nuestras juntas se convirtieran en luminosas mañana primaverales. Gracias al medallón que hoy se presenta estará siempre con nosotros.



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