Xilografía de 1583 que muestra la ejecución de Jan Hus (circa 1370-1415), a quien la Iglesia condenó a morir en la hoguera. Biblioteca y Museo Morgan, Nueva York. Fuente: Wikipedia.
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Historia

Jan Hus y el Concilio de Constanza

El musicólogo Fernando Álvarez del Castillo analiza el legado del teólogo y filósofo checo Jan Hus (circa 1370-1415), quien fue condenado a morir en la hoguera por hereje. Hus se opuso al abuso clerical, abogó por la traducción de la Biblia a lenguas vernáculas y centró su pensamiento en la libertad de conciencia del cristiano. El compositor alemán Carl Loewe dedicó en 1841 un oratorio al precursor de la Reforma protestante, el cual no había sido publicado ni vuelto a interpretar hasta fechas recientes.


Por Fernando Álvarez del Castillo

El 30 de octubre de 1413, Segismundo de Luxemburgo convocó al Concilio ecuménico de Constanza. Durante cuatro años, del 5 de noviembre de 1414 al 22 de abril de 1418, los representantes eclesiásticos de diversos reinos discutieron en la ciudad imperial de Constanza quién debía ocupar el solio pontificio, las medidas para acabar con el Gran Cisma de Occidente y la reforma a la estructura de la Iglesia. También se tomaron otras decisiones de enorme trascendencia, como la condena de los teólogos John Wyclif, Jan Hus y Jerónimo de Praga. Más de cien años antes de la aparición del reformador Martín Lutero, Hus criticó a la Iglesia, acusándola de depravación moral, codicia y abuso de poder; cuestionó su afirmación de representar la verdad absoluta y de ser modelo universal; y atacó al papado. Por sus pronunciamientos, fue condenado por el Concilio de Constanza y quemado vivo en la hoguera en 1415.

En 1841, el compositor alemán Carl Loewe escribió un oratorio como una “ópera sin representación” sobre el teólogo bohemio. Loewe, cantor y maestro de coro en la ciudad de Stettin, Alemania (desde 1945, Szczecin, Polonia), es conocido hoy día por sus magníficas baladas y canciones; pero pocos recuerdan que su principal trabajo, durante la mayor parte de su vida, fue como músico de iglesia.

Después de la muerte del papa francés Gregorio XI en 1378, la complicada elección de Bartolomé Prignano, arzobispo de Bari, como papa Urbano VI, el 8 de abril del mismo año, fue puesta en duda por Carlos V de Francia y varios cardenales. Era, además, el primer papa italiano luego de casi setenta años del periodo conocido como el “papado de Aviñón” y el último pontífice de la historia que sería elegido sin previamente haber sido cardenal. Si en un principio Urbano había cautivado por su tolerancia y buenas maneras, ya como papa, la violencia de su trato y la dureza de su lenguaje le crearon pronto animadversiones. Consciente de que su fin estaba cerca y para evitar un cisma en la Iglesia, Gregorio XI había modificado la ley del cónclave disponiendo que, a los diez días de su muerte, se nombrara papa legítimo a quien reuniera dos tercios de los votos de los cardenales allí reunidos, sin esperar a que llegara la mayor parte de los prelados. Al ser considerada ilegítima la elección de Urbano, los cardenales se reunieron en un nuevo cónclave en la ciudad de Fondi, Italia, el 20 de septiembre de 1378; ahí eligieron papa al cardenal Roberto de Ginebra, bajo el nombre de Clemente VII, quien ha pasado a la historia como antipapa. En pocas semanas, los cardenales habían elegido a dos papas. Tenía ya Roma 75 años de no albergar un cónclave y desde 1309 el jefe de la Iglesia residía en Aviñón. Este traslado de la sede pontificia a la Provenza causó que los templos de Italia se encontraran en ruinas y muchas familias en la pobreza.

 

Retrato del emperador Segismundo, óleo sobre madera de Albrecht Dürer, circa 1509-1516. Museo Nacional Germano, Núremberg. Fuente: Wikipedia.

 

El primero en reconocer a Clemente VII fue Carlos V de Francia; le siguieron Juana I de Nápoles y los reinos ibéricos de Castilla, Aragón y Navarra. Ante la negativa de Urbano VI –apoyado por los reyes de Polonia, Hungría, los Países Escandinavos y algunos príncipes alemanes–, de renunciar al solio pontificio, Clemente estableció su residencia en Aviñón, Francia. En Flandes, el pueblo era urbanista, y los obispos, clementinos. Así pues, la existencia de dos papas –que se excomulgaron mutuamente– causó la división de la cristiandad y alimentó la doctrina galicana del conciliarismo, estudiada por varios teólogos de la Sorbona, entre ellos, Enrique Heynbuch, Dietrich von Nieheim, Guillermo de Ockham, Marsilio de Padua, Pedro de Ailly y Nicolás de Clémanges –rector de la Universidad de París–, quienes sostenían que un concilio ecuménico tenía autoridad para juzgar y deponer a un papa. En 1394, la Universidad de París, el tercer poder –los otros eran el papa y el emperador–, presentó tres caminos para acabar con la crisis conocida como el “Gran Cisma de Occidente”: la abdicación, el convenio o el concilio. Basados en esta doctrina, un grupo de cardenales, obedientes tanto a Roma como a Aviñón, citó a un concilio en Pisa para el 25 de marzo de 1409. En la ciudad de la torre inclinada se dieron cita 24 cardenales, 4 patriarcas, cerca de ochenta obispos, 87 abades, 41 priores y 100 canónigos, además de los superiores de los dominicos, franciscanos, carmelitas y agustinos, representantes de 13 universidades y doctores en Teología y Derecho. En este concilio, desconocieron a los dos papas y se dio paso a la elección de un nuevo sucesor de San Pedro. En el cónclave, celebrado luego del concilio, eligieron a Alejandro V. Lo que pretendió ser la solución al problema solo lo complicó, pues ahora la Iglesia tenía tres papas simultáneamente.

 

Jan Hus en Constanza, óleo sobre tela de Karl Friedrich Lessing, 1842. Museo Städel, Fráncfort del Meno. Fuente: Wikipedia.

El papa de Pisa, Alejandro V, murió en 1410, al año de ser elegido. Inmediatamente le sucedió Juan XXIII[1], quien contaba con el apoyo de los cardenales que se habían reunido en Pisa. De frente a la imposibilidad de reconciliación, la postura conciliarista continuaba siendo la alternativa. Fue entonces que el emperador Segismundo de Luxemburgo, autoridad seglar, convocó al Concilio de Constanza para el Día de Todos los Santos de 1414. Luego de Segismundo, Juan XXIII, autoridad eclesiástica, confirmó la convocatoria.

Segismundo llegó a Constanza en 1414 en su calidad de protector imperial de la Iglesia. Ante la confusión que producía la multitud de asistentes, así como sus diversas lenguas y nacionalidades, en lugar del sufragio individual de obispos y cardenales, la votación se realizó por bloques, conforme al uso de las universidades. Se dividieron entonces en cuatro secciones: franceses, alemanes, italianos e ingleses; cada grupo discutía previamente los asuntos y tenía derecho a un voto. Más tarde se concedió también uno a la nación española. Poco a poco fueron llegando 29 cardenales, 3 patriarcas, 33 arzobispos, más de trescientos obispos y abades, y numerosos doctores y sacerdotes, todos con la voluntad de poner fin al cisma y reformar a la Iglesia in capite et in membris. También se les concedió el voto a los representantes de los cabildos capitulares y de las universidades, a los doctores en Teología y en Derecho, y a los representantes de los príncipes seculares; era una revolución democrática nunca antes vista. Especialmente, se discutieron tres causas que provenían del Concilio de Pisa: “La causa de la unión, por la que se intentaba poner fin al Gran Cisma; la causa de la fe, por la que se condenaban las doctrinas heréticas de Wyclif y Hus, entre otros; y la causa de la reforma de la Iglesia”.​[2]

 

“La elección de un nuevo papa se mostraba en extremo compleja; por todas partes surgían rivalidades, choques entre la nación francesa, la inglesa y la alemana, reflejo de la Guerra de los Cien Años”.

 

En la apertura del concilio, solo los obispos que apoyaban a Juan XXIII estuvieron presentes. En apego a la doctrina conciliarista, el concilio declaró su superioridad; y, en mayo de 1415, depuso a Juan XXIII, quien esperaba ser confirmado como papa. Enemistado con el emperador, aprovechando la noche, huyó disfrazado al castillo de Schaffhausen del duque Federico de Austria. Ahí fue capturado por la guardia imperial y acusado de “indecorosa fuga, autor de cisma, simonía y vida poco edificante”. Considerado antipapa, no tuvo más remedio que someterse al juicio del concilio y renunciar al pontificado en 1415. En julio de ese mismo año, en presencia de los cardenales de Gregorio XII, se reabrió el concilio, que aceptó la renuncia de Gregorio, próximo a cumplir 90 años. Por su actitud, el concilio le concedió la Legación de las Marcas y la sede cardenalicia de Porto.

Ante la situación, Benedicto XIII, sucesor de Clemente VII en el papado de Aviñón, desechó los planes de sumarse al concilio y desde dicha ciudad francesa huyó a Peñíscola, en la costa valenciana. Tras largas negociaciones de Segismundo, que se había trasladado a Perpiñán para intervenir ante el rey Juan II de Aragón, a la sazón monarca de esos territorios, se consiguió la abdicación de Benedicto (el papa Luna), que ya había perdido el apoyo de los reyes y prelados españoles y del dominico Vicente Ferrer, quien sería canonizado en 1455. Benedicto se refugió en un castillo de templarios de Peñíscola desde el que lanzaba excomuniones contra todo y contra todos, y solo abandonó el castillo hasta su muerte. “Sin embargo, quizás en atención a su origen –había nacido en Illueca, Aragón, con el nombre de Pedro Martínez de Luna–, la corona de Navarra y la de Escocia lo reconocieron como papa durante el resto de su vida”[3]. Benedicto murió a los 94 años en 1423, condenado en el concilio de Constanza como hereje y antipapa.

La elección de un nuevo papa se mostraba en extremo compleja; por todas partes surgían rivalidades, choques entre la nación francesa, la inglesa y la alemana, reflejo de la Guerra de los Cien Años. Si bien había consenso entre los asistentes de considerar vacante la Sede Apostólica, no lo había en cuanto al procedimiento que se debía seguir para elegir al nuevo y único papa, sobre todo, por las intrigas de Segismundo, quien aspiraba a nombrarlo él mismo. Aprovechando una ausencia del emperador, los cardenales presentes y seis delegados de cada nación integraron el cónclave. Para ser canónicamente electo, se requería cuando menos dos tercios de los votos tanto del Sacro Colegio como de cada una de las representaciones nacionales. Parecía difícil que los 23 cardenales y los 30 delegados lograran un acuerdo en poco tiempo. La sorpresa se produjo el 11 de noviembre de 1417 con la elección casi unánime del moderado cardenal Oddone Colonna, quien tomó el nombre de Martín V, por ser el santo de ese día. El nuevo pontífice logró aplacar las tensiones y poner fin al Gran Cisma de Occidente tras casi cuarenta años de conflictos.

El concilio dio continuidad a las propuestas que procedían del concilio de Pisa en cuanto a las reformas a la doctrina y la teología sacramental. Los teólogos Jan Hus, John Wyclif y Jerónimo de Praga fueron condenados por herejes. Los restos de Wyclif, que llevaba ya varias décadas muerto (había fallecido en 1384 en Inglaterra), fueron exhumados y llevados a Constanza, donde los quemaron en 1428 [4]. Jan Hus fue arrestado por hereje el 28 de noviembre de 1414 y quemado el 6 de julio de 1415 frente a las puertas de la ciudad de Constanza, a pesar de que el emperador Segismundo le había prometido su protección. Jerónimo de Praga, que acudió en su ayuda, también fue arrestado, encerrado en un calabozo y quemado el 30 de mayo de 1416. “La reacción no se hizo esperar en Bohemia, donde la revolución husita provocó un conflicto permanente en la región que se prolongaría hasta la Guerra de los Treinta Años” (1618-1648).[5]

Jan Hus en una prédica, iluminación en un manuscrito checo, circa 1490. Fuente: Wikipedia.

 

“Hus fue aún más radical: se opuso al abuso clerical y desafió el desmedido poder del papado, se centró en la libertad de conciencia del cristiano y solo estaba dispuesto a reconocer como fundamento a la Biblia”.

 

Jan Hus nació en Husinec –de ahí su nombre, que significa “ganso”–, en el sur de Bohemia, alrededor de 1370. Desde el principio, mostró interés por su lengua materna, sobre la que escribió un tratado temprano de ortografía. En 1398, comenzó a estudiar Teología; y dos años después fue ordenado sacerdote, para luego convertirse en predicador de la capilla de Belén en el casco antiguo de Praga. Antes de 1400, empezó a mostrar interés por los escritos y enseñanzas del teólogo de Oxford, John Wyclif. Ana de Bohemia, hermana del rey Wenceslao IV de Luxemburgo, se había casado en 1382 con Ricardo II de Inglaterra; este vínculo permitió que algunos eruditos y aristócratas checos estudiaran en Oxford. A través de ellos, se difundió el pensamiento de Wyclif en Praga. El inglés había advertido la degeneración moral de la Iglesia y predicado que debía renunciar al poder y las propiedades mundanas. Hus fue aún más radical: se opuso al abuso clerical y desafió el desmedido poder del papado, se centró en la libertad de conciencia del cristiano y solo estaba dispuesto a reconocer como fundamento a la Biblia. Estos no son los únicos paralelismos con las demandas posteriores de Lutero; también creía en la predestinación y abogaba por traducir la Biblia y los textos de la doctrina eclesiástica a las diversas lenguas vernáculas con la intención de que se volvieran comprensibles para el pueblo. Sus numerosos sermones pronunciados en el idioma checo resultaron especialmente conmovedores a su nutrida comunidad. No se abstuvo de atacar el comercio de indulgencias, un beneficio que el rey Wenceslao, su antiguo protector, había aprovechado cuantiosamente.

 

“Hus se convirtió en una figura central para el desarrollo de la cultura, la conciencia y la unidad de la nación checa”.

 

En la primavera de 1414, dos caballeros, Jan de Chlum y Wenceslao de Duba, entregaron a Hus la invitación al Concilio de Constanza que le envió el rey alemán Segismundo, acompañada por la garantía de conducta segura (“salvus conductus”) para llegar, salir y permanecer en Constanza. Partió en octubre con los caballeros y llegó a Constanza el 3 de noviembre de 1414. A pesar de una renovada garantía de conducta segura, fue arrestado y encarcelado en la celda de un monasterio dominico durante tres meses, en los cuales sufrió tortura. Segismundo llegó a Constanza en la Nochebuena de 1414; inicialmente, se mostró irritado por el incumplimiento de su garantía; sin embargo, como quería suceder a su hermano, el rey bohemio Wenceslao IV, no hizo nada en nombre del pobre preso acusado de herejía. Con el razonamiento de que Hus no se había arrepentido de sus enseñanzas y que se encontraba bajo el cuidado de la autoridad civil, la garantía de conducta segura quedaba sin efecto, pues no estaba obligado a proteger a un apóstata. Del 5 al 8 de junio, Hus fue interrogado en el refectorio del monasterio de los franciscanos, a donde había sido trasladado, con la sola alternativa de retractarse o morir. Hubo momentos tensos, y aunque el predicador quería exponer y discutir sus tesis, los gritos e insultos de la “asamblea” se lo impidieron. La sentencia de muerte ya estaba redactada y decretada la quema de sus escritos. El 1 y el 5 de julio, delegados del concilio lo visitaron dos veces en prisión para que se retractara, pero Hus se mantuvo firme e insistió en discutir con sus sordos adversarios. El 6 de julio fue presentado ante el consejo reunido en la catedral de Constanza, que formalizó oficialmente su condena. El alcalde de la ciudad, Ulrich von Ulm, recibió la orden de llevar a cabo la ejecución de inmediato. A las afueras de la ciudad, frente a las murallas y el foso, Hus fue llamado por última vez a retractarse, pero su congruencia moral y su valentía se lo impidieron. Finalmente, en la tarde del mismo día, fue quemado junto con sus escritos y más tarde sus cenizas se esparcieron en el Rin. La firmeza del teólogo hasta el final queda consignada en un fragmento de su carta de despedida: “Me llena de placer el que hayan tenido que leer mis libros, en los que se revela su malicia. También sé que los han leído más asiduamente que la Santa Biblia porque deseaban encontrar herejías en ellos”.

Hus se convirtió en una figura central para el desarrollo de la cultura, la conciencia y la unidad de la nación checa. La fuerza de su pensamiento y el arraigo en su pueblo han sido exaltados por numerosos artistas, entre ellos Bedřich Smetana y Antonín Dvorák. En 1925, Checoslovaquia, ya como nación, declaró fiesta nacional el día de su muerte y la República Checa tiene por lema una frase de Jan Hus: “Pravda vítězí”, la verdad prevalece.

Carl Loewe estrenó su oratorio Jan Hus el 16 de diciembre de 1841 en la Academia de Canto de Berlín, con texto del geógrafo y experto en lenguas germanas Johann August Zeune. La obra pronto cayó en el olvido y no fue publicada. Sería hasta el año 2013 que se presentaría en un programa de conciertos en Tubinga, en una versión para piano con motivo del 600.º aniversario de la muerte de Hus.

Jan Hus en la hoguera, xilografía en una obra publicada en Núremberg por Johan von Berg y Ulrich Neuber, 1550.  Fuente: Wikipedia.

Retrato de Carl Loewe, fotografía de Wilhelm Stoltenburg, Sttetin, circa 1863.

 

Cerca de Halle, en el estado de Sajonia-Anhalt, nació Johann Carl Gottfried Loewe, el 30 de noviembre de 1796. Decimosegundo hijo del cantor y organista Andreas Loewe y su esposa Marie, vivió en un ambiente cultural donde el arte y la música fueron especialmente importantes en su educación. La magnífica voz y el talento como cantante de Carl llamaron la atención de la célebre escritora feminista Madame de Staël, quien intervino ante Jerónimo Bonaparte, entonces rey de Westfalia, para que le prodigara una pensión. Esto le permitió incrementar su educación musical y estudiar Teología en la Universidad de Halle. El patrocinio terminó en 1813, tras la disolución del reino y la consecuente huida del monarca. Después de su formación, Loewe buscó empleo como músico de iglesia. Una vez que le fue rechazada en 1817 una primera solicitud para un puesto en la iglesia del Mercado en Halle, estudió Teología y ofreció sus servicios como músico independiente, también allí escribió sus primeras canciones y baladas (por ejemplo, Erlkönig y Edward). En 1820, obtuvo el puesto de cantor en la iglesia de la Virgen en Stettin, cargo que ocupó por el resto de su vida. La mayor parte de su obra como compositor la realizó durante sus años en Stettin, y también tradujo obras de William Shakespeare y Lord Byron. En 1821 se casó con la cantante Julie von Jacob, pero el matrimonio solo duró dos años, pues ella falleció a consecuencia del parto. Su segunda esposa, Auguste Lange, alumna de Loewe, era una reconocida cantante y juntos formaron un exitoso dueto. El 20 de febrero de 1827, dirigió la primera ejecución de la obertura de El sueño de una noche de verano, de Felix Mendelssohn, opus 21, y también tocaron juntos en el estreno del Concierto para dos pianos y orquesta del hamburgués. Un grave derrame cerebral en 1864 interrumpió el incansable trabajo de Loewe, por lo que sus últimos años de vida los pasó bajo el cuidado de su hija mayor en Kiel, donde murió en 1869.

Portada del álbum Jan Hus, Oratorium, opus 82 de Carl Loewe. Oing, Baviera: Oehms Classics, 2023. Fuente: Naxos.

 

Años después, Richard Wagner comentaría de Loewe: “¡Es un maestro riguroso que sabe utilizar la hermosa lengua alemana con profundidad y que no ha sido suficientemente reconocido!”.

El libretista August Zeune, nacido en 1778, era, por lo tanto, 18 años mayor que Loewe. Maestro erudito con una amplia gama de actividades, trabajó como libretista, geógrafo y profesor de ciegos en la escuela que el propio Zeune había fundado para ellos en Berlín. Robert Schumann tuvo oportunidad de conocer el libreto del oratorio Jan Hus y se refirió a él con estas palabras: “(Es un texto) que vale la pena leer incluso sin música, debido a su contenido intelectual, el manejo noble y auténtico del idioma alemán y el desarrollo natural de la obra”. Zeune integró bien los aspectos sobresalientes del pensamiento y la enseñanza de Hus y los motivos de sus críticos y antagonistas, a los que evidencia por su tozudez. Muchos de sus párrafos demuestran que estudió cuidadosamente las circunstancias históricas, las personas involucradas y la dinámica interna y externa del conflicto.

El terrible martirio por el que pasaron Jan Hus y Jerónimo de Praga se habría podido evitar de no haber sido juzgados por un tribunal soberbio y, en consecuencia, sordo. ¡Qué desafortunada es la frase que reza “Quien no conoce la historia está condenado a repetirla”! Más conveniente sería decir “¡Quien la conoce sabe que se repetirá!”, pues la historia tiene forma de espiral, siempre se ha repetido y siempre se repetirá; los motores que la mueven son los mismos y forman parte de la naturaleza humana: la ambición de poder, de riqueza, de territorio, la envidia, la venganza, el amor, etcétera; lo que hace de la historia un fenómeno cíclico. La razón única o la sabiduría absoluta no existe. La soberbia, sea de una persona o una institución –que suma a un conjunto de personas–, es la superioridad ante el que es considerado inferior. Los fenómenos sociales en los que no se propicia el diálogo o en los que se rompe son actos autoritarios y, por ende, soberbios. Cuando la doctrina, en cualquiera de sus disciplinas, se convierte en dogma y se usa como un instrumento de dominio, prejuzga a la vez que es un pretexto para ignorar razones o cerrar las puertas al entendimiento. Hoy día nos hemos acostumbrado a los juicios que dividen al mundo en los términos maniqueos de buenos y malos. En cualquier guerra –y actualmente hay de dónde escoger–, los países, sus gobernantes y sus ejércitos ya han sido justificados o condenados de acuerdo con los intereses de quien difunde la noticia o de quien solo oye lo que le interesa. Las personas son solo números prescindibles, sujetas al poder del que lo detenta. Hipocresía y soberbia son los “valores” primordiales que hoy dominan el mundo. Santo Tomás de Aquino considera a la soberbia el origen de todos los pecados y John Milton afirma que es el peor pecado, pues en el origen fue cometido por Lucifer al querer ser igual que Dios.

Bibliografía.

De Aquino, Santo Tomás. Suma teológica (selección). Madrid: Espasa-Calpe, 1966.

Dyson, Michael Eric. Soberbia. Barcelona: Paidós, 2006.

Gropper, Thomas. Nie kann ganz die spur verlaufen / Einer starken tat. JAN HUS von Carl Loewe (CD). Poing, Baviera. Oehms Classics Musikproduktion GmbH / Bayerischer Rundfunk, 2022.

Olmedo, Daniel. Historia de la Iglesia católica. México: Porrúa, 1991.

Symonds, John Addington. El Renacimiento en Italia. México: Fondo de Cultura Económica, 1957.

Grove Dictionary of Music and Musicians. vol. 11. Londres: Macmillan, 1980.

ECWiki. Enciclopedia Católica online. Disponible en: <https://ec.aciprensa.com/wiki/Cisma_Occidental

https://es.wikipedia.org/wiki/Cisma_de_Occidente>.



[1] No confundir con Juan XXIII (1881-1963). El Juan XXIII al que se alude en el texto fue un antipapa, de nombre secular Baldassare Cossa (Procida, 1370-Florencia, 22 de diciembre de 1419). Por aquellos años hubo varios antipapas: Clemente VII, Benedicto XIII y Alejandro V, además del mencionado Juan XXIII, una situación que patentizaba el clima de degradación que vivía la Iglesia católica. (N. de la r.)

[2] Wikipedia La enciclopedia libre. “Concilio de Constanza” <https://es.wikipedia.org/wiki/Cisma_de_Occidente>. [Consulta noviembre, 2024].

[3] Op.cit.

[4] Op.cit.

[5] Op. cit.



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