Hablar de cine es hablar de historia, la que se guarda en los fotogramas convertidos hoy en pixeles. Historia que revela los secretos más grandes de una sociedad, a veces sin querer, otras tantas, quizá la mayoría, porque así lo busca. El acervo fílmico es el mejor archivo para entender, ver, sentir, o sencillamente conocer el pasado. Nuestra historia sería muy distinta si griegos, romanos, egipcios o mayas y aztecas hubieran tenido una cámara.
México cuenta buena parte de su historia a través de una etapa fílmica muy específica, la denominada época de oro, que cruzara fronteras, gracias no sólo a la calidad de sus cintas, sino también a contingencias históricas, como la Segunda Guerra Mundial, que disminuyó la producción de muchos países, como la del propio Estados Unidos, enfrascado en la construcción de armas más que en la de historias. Fue en esta época que los estereotipos afloraron, poco a poco fuimos poniéndole cara al pobre y al rico, o al carpintero, al galán, al charro y la dama abnegada, como también a la rebelde. El melodrama, género por excelencia de la época, abarcaba gran parte de la producción del país. Pero México ama reír.
A partir del reconocimiento obtenido por las primeras comedias rancheras, nuestros histriones se inspiraron en personajes locales y autóctonos; este proceso se enriqueció con la consolidación de la comedia de calle, o urbana, en la que sobresalen tres figuras imprescindibles, Mario Moreno, Cantinflas, Joaquín Pardavé, y el arquetipo universal, Germán Valdés, Tin Tan, quien fue y sigue siendo “El Rey del Barrio”, ese personaje que termina por adelantarse a su época.
La irrupción del pachuco desenfadado que incorporaba parte de la cultura urbana de Estados Unidos a la tradición mexicana fue la representación más clara de la mezcla de culturas de la que nuestro México es capaz. De todos los arquetipos del cine mexicano es el que menos ha envejecido.
Historias fundamentales han desaparecido, borrando huellas que hubiéramos jurado indelebles.
Pero el tiempo, señor lector, es implacable; lo es con los hombres y más aún con la memoria. Toda vida tiene caducidad, incluso la del cine, la del celuloide mismo. Historias fundamentales han desaparecido, borrando huellas que hubiéramos jurado indelebles. En esa época, que hoy parece tan lejana, la del celuloide, se conservaba un negativo, a partir del cual se sacaban todos los positivos, las copias que viajarían para su exhibición en diferentes lugares. Dicha práctica inevitablemente provocaba el desgaste del negativo, ese que sería el encargado de preservar la película. Al productor de la época lo que menos le preocupaba era dicho deterioro, probablemente ni siquiera lo tenía en mente. Así que si al paso del tiempo sumamos la mano de hombre, el filme estaba destinado a durar no más de 100 años.
La historia del cine se entremezcla con la nuestra: son una misma. Y la de Tin Tan es un capítulo que marcó (y si lo pensamos detenidamente, sigue marcando) la agenda nacional. Comediante que se adentró en la crítica social, profundizó en su realidad haciéndonos reír hasta el día de hoy. Si nos permite entender quiénes somos, es porque era parte de ese común denominador que abarca al país entero. Acaso sea más fácil entenderlo con sus propias palabras. Entrevistado Excélsior en 1962 dijo:
En el D.F. sólo tuve tiempo de estudiar la primaria en el colegio Justo Sierra. En Ciudad Juárez estudié la secundaria. Y hasta ahí se acabó mi erudición, pues tuve que entrar a trabajar con un individuo que masticaba requetebién el inglés. Tuve que aprender el idioma de Chaplin por necesidad.
Con 16 años apenas empezó a trabajar como guía de turistas; luego fue ayudante de sastre y en la Compañía de Luz aprendió a poner “diablitos” para ganar un dinero extra.
En Ciudad Juárez, las cosas no cambiaron demasiado:
Mi mamá nos llevaba al otro lado en tranvía. El policía gringo se subía y ya nos conocía, hey, how are you!, decía. El inglés se hablaba en Juárez para jalar billete. Pasábamos al otro lado a comprar ropa, calcetines, lo que fuera bueno, los chocolates Kisses. Cuando no íbamos con ella, nos quedábamos abajo del puente del lado mexicano a esperarla. Nos traía dulces, Milky Ways… El gabacho nos parecía muy bonito.
Así, en pocas palabras, se decanta el sueño americano, el de aquellos mexicanos que se atreven a soñarlo, ya desde aquellas épocas, parte fundamental de ese personaje amado por México.
El rey del barrio es considerada una de las cintas mas importantes de su filmografía. Interpreta a un gánster fracasado, una especie de Robin Hood que no roba a nadie pero ayuda a cuantos puede. Tin Tan destaca no sólo el juego de las clases sociales y los constantes exabruptos de la escala social, también evidencia los valores con los que uno debería abordarlos. Acaso lo fundamental sea destacar las extraordinarias puestas en cámara de su director, Gilberto Martínez Solares, y la actuación de algunos de los cómicos mas notables de la época, la constante necesidad de Tin Tan de diferenciarse, en forma y fondo, la ruptura de la cuarta pared al hablarle al espectador de manera directa; la suma de razones, pues, que permitieron al cómico convertirse en leyenda.
La Cineteca Nacional posee el laboratorio y la capacidad no sólo para detener el paso del tiempo en el filme, sino incluso para regresarlo, únicamente faltaban los recursos para lograrlo. Grupo Salinas, que desde tiempo atrás poseía los derechos de la cinta, acudió al rescate. Y es que para ambas entidades conservar la cultura es parte primordial de su labor.
Y fíjese usted, señor lector, pese a lo anterior, El rey del barrio, así como muchas otras películas, sufrieron las inclemencias del tiempo, sin que nadie hasta ahora hiciera nada al respecto. La Cineteca Nacional posee el laboratorio y la capacidad no sólo para detener el paso del tiempo en el filme, sino incluso para regresarlo, únicamente faltaban los recursos para lograrlo. Grupo Salinas, que desde tiempo atrás poseía los derechos de la cinta, acudió al rescate. Y es que para ambas entidades conservar la cultura es parte primordial de su labor.
Manos a la obra
En un periodo de casi seis meses el filme retomó su brío original, y cuando digo original me refiero al que tenía cuando fue creado. Una empresa así requiere no sólo un trabajo técnico –o químico para ser precisos–, sino una investigación de los expertos en la época, en la forma de cada uno de los creadores, desde el director hasta el fotógrafo, pasando por los actores.
La respuesta fue clara: todo se trabaja con base en cómo se veía originalmente.
“Su pelo es más oscuro en la versión restaurada” dije observando el comparativo de ambas versiones. La respuesta fue clara: todo se trabaja con base en cómo se veía originalmente, se realiza una investigación que abarca por ejemplo el trabajo del fotógrafo, el tipo de luces qué usaba y cómo las usaba o dónde las colocaba. Dependiendo de dónde se ponga el foco, resultará el color, las sombras y desde luego la intención, especialmente si la cinta es en blanco y negro, pues las sombras resultan parte fundamental del juego.
El rey del barrio volvería a la gran pantalla tal como se concibió.
La restauración estaba ya en proceso, la realidad de una época se preservaba frente a mis ojos. El privilegio no era entenderlo, sino sencillamente vivirlo. El rey del barrio volvería a la gran pantalla tal como fue concebido.
Cuando uno vive, sueña, respira y come cine, la mayor celebración será siempre el contacto de la obra con el espectador, que es al final para lo que fue creada. Él será quien determine el valor enviándola a la eternidad o el olvido.
La memoria fílmica guarda mucho más que una historia, conserva las emociones, alegrías y tristezas de un país entero. Tin Tan resguarda buena parte de nuestra identidad y humor.
Compruébelo, señor lector, vaya a la cineteca y vea El rey del barrio tal cual fue concebida, y no me refiero sólo a la restauración, sino a que se exhibe en la pantalla grande. Oportunidades como ésta, no se dan todos los días, créame, no se va a arrepentir.