Moctezuma Xocoyotzin era el señor que gobernaba en Tenochtitlan a la llegada de los conquistadores españoles, en 1519. La primera vez que Hernán Cortés oyó hablar de él y de su fastuosa corte fue al cacique gordo de Cempoala y, desde entonces, el conquistador no quiso otra cosa que llegar hasta allí. Dice Cortés (1992: 42), en su Segunda carta de relación escrita al rey de España, que a medida que avanzaba hacia Tenochtitlan, algunos enviados de Moctezuma le salían al encuentro con regalos y misivas, aunque en cierta ocasión éstos le informaron del deseo de su señor de ser amigo del conquistador y vasallo de Su Majestad. Sin embargo, no todos los nobles de su séquito pensaban igual. Fue el caso de su hermano Cuitlahua, quien siempre le aconsejó que no recibiera a Cortés en Tenochtitlan. No obstante, es un hecho que Moctezuma desoyó sus consejos, pues por la calzada de Itztapalapa entró Cortés con sus hombres, y a las puertas de la ciudad lo recibió Moctezuma.
El tlatoani –título equivalente al de rey o zar– iba ricamente ataviado con una manta o tilma preciosa, calzado con sandalias y una xihuitzolli o diadema de turquesa en la cabeza (figura 1) [Aquí figura 1]. Los nobles de su cortejo también vestían sus mejores galas, seguidos por el pueblo, que por respeto y veneración no osaba mirar a su señor a la cara. Al llegar Cortés, se agacharon a tocar la tierra y besar su mano, en señal de bienvenida. Entonces el conquistador se apeó de su caballo, se acercó a Moctezuma e intentó abrazarlo, pero su séquito impidió tal osadía. A continuación, entraron en Tenochtitlan y Moctezuma alojó al español en las casas de su padre (Axayácatl), mientras él se dirigió a su palacio.
El tlatoani –título equivalente al de rey o zar– iba ricamente ataviado con una manta o tilma preciosa, calzado con sandalias y una xihuitzolli o diadema de turquesa en la cabeza.
El conquistador Francisco de Aguilar describió al tlatoani tenochca como un hombre sabio, astuto, sagaz y prudente, aunque de las cartas de Cortés se infiere que era, asimismo, profundamente religioso y creyente de la tradición histórica. Sólo de esta manera se puede comprender que tomara una decisión tan importante para el devenir histórico: el traslado de su imperio a favor de Carlos V.
Moctezuma y la cesión de su imperio (la translatio imperii)
Dice Cortés (1992: 52, Segunda carta) que en cierta ocasión Moctezuma le contó que su pueblo era originario de una tierra lejana y que cierto señor los guió hasta donde se hallaban, aunque éste se marchó con la promesa de regresar algún día. Sin embargo, cuando lo hizo, la gente ya estaba bien arraigada, motivo por el que nadie quiso volverse con él, y menos, aceptarlo como su señor, razón por la cual volvió a marcharse.
Este relato, que Moctezuma dijo conocer a través de sus escrituras (códices), era el de la destrucción de la renombrada Tula y la consiguiente dispersión de sus habitantes –los toltecas– hacia la cuenca de México, donde fundaron varias ciudades. Por ende, el líder que los acompañó en esa diáspora no podía ser otro que Quetzalcóatl, de ahí que Moctezuma, tratando de encajar la llegada de Cortés, creyera que había venido en nombre de Quetzalcóatl. El conquistador lo advirtió y por eso le escribió a Carlos V diciéndole que satisfizo al tlatoani en todo lo que convenía, “en especial en hacerle creer que vuestra majestad era a quien ellos esperaban”. De otra manera, como señalan Michel R. Oudijk y Castañeda de la Paz (2017), no se explica que poco después, Moctezuma convocara a varios señores comarcanos y les ordenara que tuvieran y obedecieran al nuevo rey como su señor, y a Cortés como su capitán o enviado, y que le entregaran todos los tributos y servicios que antes le daban a él, rogándoles que se sometieran –como él también hacía–, como sus leales vasallos, y dieran cumplimiento a todo lo que por su real nombre les mandaba (Cortés, 1992: 59-50, Segunda carta) (figura 2) [Aquí figura 2].
Este acto, mediante el cual Moctezuma Xocoyotzin cedía o donaba su poder a Carlos V, engranó perfectamente dentro del concepto medieval de la translatio imperii (traslación del imperio), que con el fin de sustentar su legitimidad varios monarcas europeos se disputaron para tornarse en los herederos del legado romano. Es lo que permitió que, con el tiempo, los monarcas españoles proclamaran ser los sucesores de todos los imperios del mundo antiguo, incluido el mexica.
El retrato de Moctezuma Xocoyotzin
El retrato de Moctezuma, de autor desconocido, es una de las grandes piezas del arte barroco colonial (figura 3) [Aquí figura 3]. Este óleo con dimensiones de 183.5 x 98 centímetros, por sus características, debió pintarse en la segunda mitad del siglo XVII y, por tanto, dentro del estilo barroco, como el pintor manifiesta. Por ejemplo, al dotar a Moctezuma de un gran naturalismo, a través de su mirada melancólica, su piel oscura, las piernas y brazos musculados o el cabello y la barba abundante y negra. La luz también adquirió un marcado protagonismo y en el cuadro vemos cómo entra por un lado de la estancia, inunda a su protagonista y deja en claroscuro el fondo del aposento, donde un ampuloso cortinaje tiene la misión no sólo de realzar la elegancia de la estancia sino también la profundidad del espacio. La vestimenta del personaje, con sus pliegues en movimiento, su colorido y el uso de la hoja de oro para remarcar el lujo de las prendas y los tocados son rasgos que asimismo sitúan esta obra dentro del estilo barroco.
En años recientes se le realizaron estudios de rayos X al cuadro con resultados sorprendentes, pues se pudo comprobar que, en algún momento, el retrato fue sustancialmente modificado, ya que ni la cabeza ni el gesto que realiza el tlatoani con sus brazos y manos es el que actualmente se aprecia. De lo que no hay duda es de que el protagonista fue en todo momento Moctezuma, pues así lo indica la glosa que siempre estuvo a sus pies, la cual reza “EL MONARCA MONTESVMA”.
Descripción del retrato actual
En el retrato que hoy conocemos, Moctezuma aparece representado en el interior de un palacio, como da a entender la pomposa cortina roja de alguna de sus habitaciones (figura 3). Se trata de una recreación del palacio de Axayácatl, donde el cronista Fernando de Alva Ixtlilxóchitl situó la cesión del imperio por parte del huey tlatoani, pues es cierto que en ese tiempo se encontraba allí, prisionero de los españoles. De acuerdo con Cuadriello (1999: 57), en el interior de ese recinto aparece Moctezuma de pie, como si fuera un emperador romano, por ese empeño de algunos intelectuales del siglo XVII de equiparar a la antigua Tenochtitlan y a sus tlatoque (plural de tlatoani) con Roma y sus emperadores (Rubial, 2010: 291-292, 297). Moctezuma aparece, así, vestido con túnica, capa y coraza bruñida, con bellos apliques de oro en el cuello, las mangas y en la parte inferior de la coraza, a imitación del trabajo de los ricos y elaborados encajes hechos de hilo de oro, con los que también debieron confeccionarse los cordones que cuelgan de la parte superior de su coraza. Unos broches brocados del preciado metal sostienen su roja capa.
Dentro de este programa iconográfico se percibe, también, la importancia de tocar al tlatoani con una xihuitzolli o diadema real, como rasgo distintivo de su identidad indígena y su dignidad real
El tlatoani lleva, asimismo, un enorme cinturón con incrustaciones de piedras preciosas, en el que destaca, como Patrick Thomas Hajovsky (2010: 285) advirtió, su hebilla en forma de escudo de armas, flanqueado por figuras alegóricas y rematado por un águila. De él cuelga una macana a modo de espada, cuya empuñadura se asemeja a la cabeza de esta ave. La túnica que sobresale de la coraza es corta y parece hecha de plumas, evocando quizá el fino trabajo de plumería del pasado. Está colocada sobre un faldón, como los que porta la nobleza indígena en varios cuadros o biombos de la época, confeccionado con ricas telas europeas, cuyos colores y brillos parecen aludir a la seda y el terciopelo. En los pies calza unos suntuosos zapatos brocados, nuevamente de oro y muy del gusto barroco, con un ligero tacón, que a la vez deja sus dedos al descubierto, rememorando los antiguos huaraches o cactle, que usaban los grandes señores. Dentro de este programa iconográfico se percibe, también, la importancia de tocar al tlatoani con una xihuitzolli o diadema real, como rasgo distintivo de su identidad indígena y su dignidad real, si bien es notable cómo ésta se aleja de las xihuitzolli de turquesa del pasado, que jamás iban acompañadas de dos plumas como las que vemos en la imagen. La diadema está hecha de oro repujado, rematada en puntas, que recuerda mucho a las coronas barrocas de las vírgenes españolas de la época, y está decorada por el águila bicéfala de la dinastía de los Austrias. A los pies del tlatoani hay un plato con una corona imperial, también con dos plumas, en este caso rematada por el topónimo de Tenochtitlan: un águila coronada por una xihuitzolli sobre un nopal.
Ahora bien, todo ese boato y fastuosidad con la que se pintó a Moctezuma contrasta con su actitud. El personaje parece estar dando un paso al frente, para inmediatamente frenarse, de ahí que su ropaje en movimiento se retraiga. Es decir, como si después de ese paso, el siguiente gesto fuera inclinarse y arrodillarse de manera teatral, aunque en la imagen no llegue a hacerlo. Al contrario, el emperador permanece erguido, pero cabizbajo, con los ojos apuntando ligeramente hacia arriba, y con la mirada estática y perdida en la lejanía, para mostrar de manera magistral su estado triste y melancólico. A tal impresión contribuye su pose, al sostener lánguidamente un cetro con la mano derecha, mientras acerca la izquierda al pecho, de manera indolente, para entonar un mea culpa.
En algún momento del siglo XIX, este retrato sirvió para que José María Lizaula realizara un grabado con el que respaldar mejor sus argumentos a la hora de reclamar una pensión como heredero de Moctezuma (figura 4), y que como Cuadriello (20014: 118-121) explica, se utilizó para ilustrar varias obras sobre la historia de México [Aquí figura 4].
El retrato original. El tema de las llaves
Como antes se ha dicho, los estudios de rayos X que se le aplicaron al cuadro que aquí se analiza dejaron al descubierto que, en algún momento, el retrato de Moctezuma fue modificado, y por tanto repintado, para dejarlo como hoy lo conocemos. Esos cambios afectaron, básicamente, a la cabeza del tlatoani y a su tema central, tal como se puede apreciar en el cuadro que los dueños del retrato mandaron elaborar, a partir de esos resultados (figura 5) [Aquí figura 5].
En este óleo podemos ver que el tlatoani que se pintó originalmente era un monarca de rasgos europeos y tocado como tal: con una corona imperial en su cabeza, el cabello y la tez más clara, y una tupida barba. No obstante, el pintor se permitió dotarlo de cierto “exotismo” al adornarlo con una argolla en la oreja, más afín al mundo árabe que al mesoamericano. Además, en vez de llevarse la mano al corazón, pareciera que Moctezuma va a desenvainar su macana, a la vez que sostiene un plato, sobre el cual hay dos llaves. Un tema muy recurrente en el arte español del siglo XVII, al que pertenece este retrato.
La mayoría de esos cuadros se remiten al periodo de la Reconquista, cuando los reyes cristianos emprendieron varias campañas para recuperar las ciudades que por largos años estuvieron en manos de los musulmanes. Es el caso de la pintura de Francisco Pacheco, donde el rey Fernando III aparece con la ciudad de Sevilla al fondo y, frente a él, un Axataf vencido que se arrodilla para entregarle las llaves de la ciudad, bajo la mirada de la Virgen de los Reyes, gracias a cuya intervención se ganó la ciudad en 1248 (figura 6) [Aquí figura 6]. Otro cuadro con el tema es el que pintó Francisco de Zurbarán en 1634, titulado La rendición de Sevilla, o Charles-Joseph Flipart en la segunda mitad del siglo xviii, en su Rendición de Sevilla al rey San Fernando, donde el rey cristiano, apodado El Santo, aparece junto a sus tropas, con el león de Castilla victorioso a sus pies, y con unos niños que le devuelven la corona. En frente, el rey depuesto, sin su turbante en la cabeza, se humilla para hacer entrega de las llaves de Sevilla (figura 6) [Aquí Figura 7] El cuadro más popular de esta serie temática acaso sea el de La rendición de Granada, que Francisco Pradilla terminó de pintar en 1882, donde Boabdil, pese a su infortunio, luce orgulloso, con llave en mano, frente a los Reyes Católicos (figura 8) [Aquí figura 8].
Sirvan los ejemplos para sostener que el retrato original de Moctezuma representaba una alegoría de la conquista de Tenochtitlán y la consecuente entrega de las llaves de la ciudad por parte de Moctezuma, en señal de rendición y vasallaje.
Fuera del ámbito de la Reconquista, Diego Velázquez también hizo uso del tema en 1634, en su cuadro titulado La rendición de Breda, cuyo tema es el sitio de esta ciudad holandesa. Breda terminó por sucumbir al asedio español, de ahí que veamos al gobernador de la ciudad, Justino Nassau, en un gesto de arrodillarse ante Ambrosio de Spinola, militar al frente del tercio español, para entregarle las llaves de la ciudad (figura 9) [Aquí figura 9]. Sirvan los ejemplos anteriores para sostener que el retrato original de Moctezuma representaba una alegoría de la conquista de Tenochtitlan y la consecuente entrega de las llaves de la ciudad por parte de Moctezuma, en señal de rendición y vasallaje.
Conclusiones. El motivo de modificar el cuadro.
Como aquí se ha visto, la entrega de las llaves es un tema muy español, que representa la conquista, rendición y vasallaje. Sin embargo, también se ha explicado que Moctezuma jamás optó por la confrontación y, por tanto, nunca hubiera tenido la necesidad de hacer entrega de las llaves de Tenochtitlan. Por ello, todo parece indicar que quien pintara el cuadro original quiso simbolizar, de manera alegórica, el tema de la translatio imperii por parte de Moctezuma a Carlos V, lo que explica la pose del personaje, al adelantar un pie y frenarse, con el fin de retirarse la capa del brazo para desenvainar su macana, de ahí que su faldón se retraiga y el antebrazo del personaje ya esté al descubierto. El siguiente paso hubiera sido postrarse y dejar su arma en el suelo, en señal de rendición y vasallaje, mientras entrega las llaves de la ciudad. Un acto que, a pesar de su gravedad, debía hacerse con honor. Por esta razón vemos al personaje mirando de frente y con gesto altivo a su oponente –seguramente Cortés–, al levantar ligeramente su mentón. Ahora bien, el hecho de representarlo con un arete o argolla, tan ajena al mundo mexica, como lo es la entrega de unas llaves, invita a pensar que el retrato original pudo pintarse en España y repintarse en México, o que estuviera a cargo de un pintor español en la Nueva España.
Lo que se acabó mostrando fue a un Moctezuma desengañado, que se daba cuenta de que el pasado era ya irrecuperable.
Lo que resulta evidente es que al dueño del cuadro no debió agradarle un Moctezuma de apariencia tan europea y un tema que sabía que no iba acorde con los hechos históricos. Por eso debió de mandarlo a cambiar, y el resultado fue un Moctezuma triste y melancólico, de piel oscura, sin corona europea y sin la bandeja con las llaves. Se le puso entonces la xihuitzolli para mostrarlo como el tlatoani de los tenochcas que era, y como ya señaló Jaime Cuadriello (1999: 57), dejando caer su cetro junto a la corona imperial que está a sus pies, para expresar cómo se despojaba de su título de emperador y hacía cesión de su imperio, aunque para este investigador ese traspaso no fue más que una versión oficial de los hechos.
Para terminar, y si como señalan algunos, la melancolía es un estado de introspección que requiere de soledad, lo que se acabó mostrando a través de este retrato fue a un Moctezuma desengañado, que se daba cuenta de que el pasado era ya irrecuperable, cuestionándose hasta qué punto él fue responsable de la realidad presente.
Referencias bibliográficas
Cortés, Hernán, Cartas de relación, México, Porrúa, 1922.
Cuadriello, Jaime, “El origen del reino y la configuración de su empresa: Episodios y alegorías de triunfo y fundación”, en Los pinceles de la historia: El origen del reino de la Nueva España 1680-1750, México, Jaime Frost, 50-107, 1999.
Hajovsky, Patrick Thomas, “Retrato de Moctezuma”, en Leonardo López Luján y Colin McEwan (coords.), Moctezuma II. Tiempo y destino de un gobernante, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 78-91, 2010.
Lomelí, Natalia, “Pinturas que te enseñarán que la melancolía se cura con soledad”. En Cultura Colectiva [página web], México, 2017. Disponible en: <https://culturacolectiva.com/arte/melancolia-en-el-arte>
Oudijk, Michel R. y María Castañeda de la Paz, Nahua Thought and the Conquest, en Deborah L. Nichols y Enrique Rodríguez-Alegría (eds.), The Oxford handbook of the Aztecs, Oxford, Oxford University Press, 161-171, 2017.
Rubial García, Antonio, El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de la Nueva España (1521-1804), México, Fondo de Cultura Económica, 2010.