No debe extrañarnos que a veces el mundo esté al revés, o al menos que así lo parezca. Antiguamente se creía que era un plato que soportaba al género humano, en el cual las personas corrían el riesgo de caer si se acercaban mucho a la orilla. Cuando se descubrió la redondez de la Tierra, se pensó entonces que unos estaban arriba y otros abajo, es decir, al revés, pero como el planeta gira, entonces en algún momento los de arriba quedarían abajo y viceversa. ¿Cuántas veces hemos pensado que el mundo está al revés? La interpretación que hacemos del mundo, –de la “realidad”–, depende de nuestros sentidos, pero también del conjunto de ideas, valores, conocimientos, prejuicios y capacidades que cada uno tiene. Pensar que nuestro concepto de justicia, por ejemplo, es el correcto puede resultar un acto de soberbia. Kant sostenía que debíamos elevar nuestra conducta a máxima universal para saber si hemos obrado bien, pues si la humanidad no se destruye, entonces nuestra conducta habrá sido moralmente correcta. Pero un concepto de moral tan acertado como éste puede tener muchas variantes. A menudo pensamos que el mundo está al revés porque el policía es el que roba a las personas y no el que las protege; el político es el traidor y no el defensor de los intereses de la sociedad; el médico lucra con la salud enfermando al paciente en vez de curarlo para de esta manera asegurar un cliente frecuente; el funcionario descarga sus responsabilidades como empleado público en el ciudadano, en vez de atender y resolver sus problemas. Los delincuentes gozan de efectivos derechos humanos, mientras que la población, sobre todo la más desprotegida, jamás se ha visto beneficiada con las bondades de tales derechos. Esa telaraña que es la justicia y que sólo atrapa a los pequeños está al servicio de los poderosos y no de los acusados. El gobierno se sirve del pueblo en vez de servirlo y los gobernados acaban por convencerse de que si las cosas están mal podrían estar peor y es mejor dejarlas así; además, se argumenta que en todas partes “se cuecen habas”. Quizás el mundo siempre ha estado al revés. Lo ha escrito con claridad meridiana Jesús Silva-Herzog Márquez: “En nuestro tiempo no hay nada más eficaz que la defensa enfática de lo aberrante”. Y lo aberrante es a menudo igualmente defendido por los políticos y los medios de comunicación. Ya lo decía el escritor Ignacio Padilla: “Los medios crean su propia realidad que luego ellos se creen y sobre la cual construyen sus verdades”.
¿Cuántas veces hemos pensado que el mundo está al revés? La interpretación que hacemos de la “realidad” depende de nuestros sentidos, pero también del conjunto de ideas, valores, conocimientos, prejuicios y capacidades que cada uno tiene.
“La ética no es otra cosa que la reverencia por la vida”, escribió el médico, músico y teólogo Albert Schweitzer (1875-1965). Cuando el valor supremo es la vida, matar es un delito, pero cuando la vida como valor supremo de los seres humanos tiene un sentido ulterior, pasa a otro plano; así, sobre un valor mal entendido se practican sacrificios humanos o, por el contrario, se le degrada y entonces se considera justa y legítima la pena de muerte. Y lo mismo pasa con la verdad, reclamo continuo de la sociedad que ante tanta mentira acaba por no creer nada. Pero, ¿qué es la verdad? Porque entre “mi verdad” y “tu verdad” está la verdad y no se puede negar que, a menudo para lograr la convivencia humana o no deteriorarla, es conveniente echar mano de alguna mentirilla…
Los medios crean su propia realidad que luego ellos se creen y sobre la cual construyen sus verdades.”
IGNACIO PADILLA
Antonio Salieri ha estado esperando por casi 200 años que su nombre quede limpio, pues la sospecha de que eliminó a Mozart empezó a circular en la década de 1820.
Por más de 33 años la imagen que hoy se tiene de Antonio Salieri (1750-1825) es la personalidad resentida que le confirió el actor Fahrid Murray Abraham en la película Amadeus de Milos Forman (1984), inspirada en el drama homónimo de Peter Shaffer (1978), a su vez libremente basado en el drama en verso Mozart y Salieri de Aleksandr Pushkin (1832). En la obra de Shaffer se presenta un Salieri pérfido e hipócrita, intolerante y sensual, dominado por el resentimiento a causa de la excelencia musical, que le parece incomprensible, de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), presentado como un joven, tonto, ingenuo y vulgar. La película, en sí, está plagada de errores, pero el más grave es que presenta a un Salieri y un Mozart que nunca existieron. Desgraciadamente, la distinción entre lo verdadero y lo falso se ha vuelto cada vez más confusa en la sociedad actual; los eruditos que trabajan toda su vida para alcanzar certezas tardan décadas en conseguir que éstas se asienten en el ánimo colectivo; en cambio, una película exitosa ejerce mayor influencia en la opinión popular que miles de estudios bien documentados, especializados e incuestionables. Por desgracia, en algunos aspectos, una vez que el daño está hecho lleva años revertirlo, y hoy día más que en ninguna otra época en la historia. Lo ha escrito Juan Villoro: “Vivimos tiempos donde las conjeturas superan a las certezas”.
Vivimos tiempos donde las conjeturas superan a las certezas.”
Efectivamente, Salieri ha estado esperando por casi 200 años que su nombre quede limpio, pues la sospecha de que eliminó a Mozart empezó a circular en la década de 1820. También se decía que había arrojado a su maestro Christoph Willibald Gluck (1714-1787) para matarlo. Paradójicamente la película aumentó su popularidad –aunque negativamente–, pero bien podemos aceptar la máxima de Oscar Wilde: “Lo único peor a que se hable mal de alguien es que no se hable de él”. Lo que es absolutamente cierto es que Salieri no mató a Mozart, ni hizo nada para acelerar su muerte.
Al escuchar música de Salieri, en este caso una ópera que ha sido exhumada después de más de 200 años de olvido, como Il mondo alla rovescia (El mundo al revés), encontraremos inmediatamente analogías con el lenguaje de las óperas de Mozart, compuestas sobre libretos de Lorenzo Da Ponte. Mozart murió la noche entre el 4 y 5 de diciembre de 1791; Il mondo alla rovescia se estrenó en el Burgtheater de Viena el 13 de enero de 1795; ciertamente esta ópera se vio influida por Mozart. Durante más de 30 años, Salieri fue una de las figuras destacadas de la vida teatral en Viena. Tuvo una carrera notable que lo llevó a convertirse en maestro de capilla de la corte de los Habsburgo, luego fue compositor y profesor en la misma corte. A sus primeras óperas –Le donne letterate (Las mujeres letradas) y Armida–, le siguió L’Europa riconosciuta, encargada por la emperatriz María Teresa de Austria, interpretada el 3 de agosto de 1778, en la inauguración del Nuovo Regio Ducal Teatro alla Scala, más conocido como Teatro alla Scala de Milán. Todo ello es testimonio de que Salieri estaba dotado de enorme talento musical y un original estilo propio. En realidad, se necesita profundizar en la influencia recíproca entre Mozart y Salieri, pues no se puede excluir la posibilidad de que a veces el gran compositor de Salzburgo fuera influido por algunos rasgos o formas expresivas del italiano.
El libreto de Il mondo alla rovescia, escrito por Caterino Mazzolà (Longarone, 1745-Venecia, 1806), se remonta a 1779, cuando su título era L’isola capricciosa. Reelaboraba Il mondo alla rovescia ossia le donne che comandano, drama musical burlesco de Carlo Goldoni (Venecia, 1707-París, 1793) con música de Baldassare Galuppi (Burano, República de Venecia, 1706-Venecia, 1785), representado en el otoño de 1750, en el antiguo teatro de San Cassiano de Venecia, el primero que fue de paga y ya próximo a ser demolido. En la nueva versión, el libreto cambió de título, pero no las características conferidas por Mazzolà, como un fuerte elemento ilustrado no carente de una buena dosis de anticlericalismo, probablemente de origen volteriano, rasgos que no aparecen en Goldoni. Una de las razones por las que la ópera de Salieri no alcanzó la aceptación del público fue el carácter irreverente de la inversión de algunos papeles tradicionales para hombres representados por mujeres, lo que causó alguna incomodidad. Recordemos que anteriormente, por una supuesta misoginia, el Così fan tutte de Mozart había sido sujeto de una tremenda censura moralista, especialmente en el mundo alemán y anglosajón.
Una de las razones por las que la ópera de Salieri no alcanzó la aceptación del público fue el carácter irreverente de la inversión de algunos papeles tradicionales para hombres representados por mujeres, lo que causó alguna incomodidad.
Con la estrella de Salieri en declive, Il mondo alla rovescia obtuvo una fría recepción por parte de los vieneses en enero de 1795 y en poco tiempo cayó en el olvido por más de dos siglos. La acción –ligeramente subida de tono– sucede en una isla mítica en la que las mujeres –tipo amazonas– llevan los pantalones y donde los hombres son ahora servilmente sometidos y humillados. El statu quo se ve amenazado ante la llegada de dos aristócratas que han naufragado, un conde y una marquesa; un navío europeo trata de rescatarlos aunque –siguiendo los gustos de la época–, Mazzolà adapta el final original de Goldoni para destacar virtudes de la Ilustración, como la reconciliación y la tolerancia de las diferencias. Ello hace que la obra resulte de gran actualidad.
La obertura de esta ópera se basa en gran parte en la del divertimento teatral Don Chisciotte alle nozze di Gamace (1770 / 1771), del mismo compositor, utilizada además como preludio alternativo en su siguiente ópera cómica L’Angiolina (1800).
El argumento de El mundo al revés es el siguiente:
Acto primero:
Hace mucho tiempo, un grupo de “mujeres atrevidas, cansadas de sus cadenas serviles” abandonaron Europa para refugiarse en una isla desconocida donde asumen el mando sobre los hombres que han llevado consigo, así podrán darle la vuelta a los papeles. Ahora serán ellas las que manden y hagan la guerra, en tanto que los hombres se verán obligados a obedecer, realizar los trabajos de la casa y ocuparse de las modas. Incluso son las mujeres quienes cortejan a los hombres.
Amaranto (tenor), sobrino de la Generala (bajo bufo disfrazado de mujer), es cortejado por la Coronela (soprano), pero la situación se complica cuando la Generala, que regresa de una expedición marítima, lleva consigo a dos prisioneros europeos que encontró en una isla: el conde y la marquesa (bajo y soprano, respectivamente). El conde se alegra por haberse convertido en el objeto de la contienda entre la Generala y la Coronela (que prefería a la vieja Generala), en tanto que la marquesa –que al principio era anhelada por todos–, es ignorada y forzada a convertirse en “soldado”.
Incluso las preferencias sexuales del diseñador de modas Girasole –un factótum1 como Fígaro en El barbero de Sevilla, pero homosexual, así como muchos otros de sus muchachos ayudantes–, se centran en el conde. Éste se divierte a lo grande hasta que la celosa Generala lo ve enamorando a la Coronela. Amaranto y el conde son llevados a un “retiro” a la casa de los pichones castos, donde los hombres jóvenes y su sacerdote, el Gran Pichón, se dedican al cuidado del lugar sagrado y a la veneración del Gran Colombon.
La escritura de Salieri para alientos es imaginativa y brillante, aunque –una diferencia crucial con Mozart, por ejemplo–, los efectos tienden a ser encantadoramente decorativos más que psicológicamente reveladores.
Acto Segundo:
Mientras las mujeres de la isla templan afanosamente sus armas en la forja, un grupo de europeos arriba en barco para rescatar al conde y a la marquesa. La Generala decide casarse con el conde para retenerlo. Por suerte para él, el intento que ella hace por besarlo durante una conversación privada se ve interrumpido por una serenata de instrumentos de viento en el jardín. Se trata de una estratagema que la Coronela ha ideado a fin de poder quedarse a solas con el conde y declararle su amor. Mientras tanto la marquesa también ha empezado una relación con Amaranto. Todo está listo para que ambas parejas escapen durante la noche en un barco que aguarda en el puerto, pero la Generala los descubre. Cuando la boda entre la Generala y el conde está a punto de realizarse, el barco europeo empieza a bombardear la isla, obligando a la “población femenina” a tomar las armas. El conde y la marquesa intervienen en la lucha entre ambos ejércitos. Se establece la paz y los europeos parten. Amaranto va a seguir a la marquesa, mientras que el conde se quedará en la isla con la Coronela. La Generala, prototipo del tutor rossiniano pero invertido, no puede entender por qué ha sido rechazada en favor de un soldado de rango inferior. La ópera concluye con el júbilo de todos y la vergüenza de la Generala, furiosa y rechazada.
Salieri goza grandemente con las figuras bufas a ultranza de Girasole, afectado factótum (que se anuncia con una fascinante aria de “catálogo”), y la grotesca Generala –vieja dirigente de la isla, interpretada por un bajo disfrazado de mujer–. Pero mientras su invención cómica, ya sea en aria o en conjunto, es vivaz y eficiente, la mejor música tiende a llegar en momentos de reflexión –digamos, la sección lenta, solemne y radiante en el final del Acto I, o el hermoso himno para coro casi al final del Acto II–. Memorables también son las dos arias de la marquesa y el aria pastoral para la Coronela (que evoca el “Che puro ciel” del Orfeo y Eurídice de Gluck), que finalmente convence al conde de permanecer en la isla en vez de regresar a la Europa dominada por los hombres. Aquí y en otras partes, la escritura de Salieri para alientos es imaginativa y brillante, aunque –una diferencia crucial con Mozart, por ejemplo–, los efectos tienden a ser encantadoramente decorativos más que psicológicamente reveladores.
Contemporáneo de Salieri, el compositor español Blas de Laserna (1751-1816) también pensó en algún momento que el mundo estaba al revés. Su extraordinaria tonadilla del mismo nombre da cuenta de ello. Las tonadillas escénicas son obras concebidas para complacer al público. Están condicionadas por la inmediatez, por la “estrechez del tiempo” –en palabras de Laserna–, pues son composiciones de consumo con una presencia efímera en los escenarios y, por lo mismo, su reposición es muy poco probable, además de que muy rara vez fueron impresas. Su éxito se debió a su carácter popular. Los textos, que no solían aparecer firmados, recogen por lo general temas y noticias de actualidad de la vida cotidiana o retratos costumbristas de personajes y oficios, más bien de carácter humilde y modesto, en los cuales los vicios y defectos más comunes se ridiculizan con ironía, gracia o humor y donde el cantante se dirige al público sin otra pretensión que divertirlo. “Esta marica con barbas, es un marido de hombre, él lleva los guardapiés2 y su mujer los calzones”. “Esta dama con golilla, es mujer de un abogado, que en casa gana más pleitos que el marido en el juzgado”, dice un fragmento del texto de la tonadilla El mundo al revés.
A veces poner las cosas al revés nos puede ayudar a comprender mejor dónde estamos parados. Pensar que el mundo se va a acabar es una forma de ponerlo al revés.
Género musical lírico-dramático esencial en el repertorio escénico español de la segunda mitad del siglo xviii, las tonadillas se interpretaban intercaladas entre las jornadas –o actos– de las comedias, de la misma forma que ocurría con los intermezzi italianos. Estuvieron presentes de manera significativa en el día a día de la escena madrileña, fundamentalmente centrada en los teatros del Príncipe y de la Cruz. Pueden contener un número variable de cantantes, desde las que están escritas para una voz hasta las que incluyen diversos personajes. En las tonadillas a solo, el mismo intérprete es el personaje de la pieza, siendo habitual que se compusiera expresamente para él.
En ciertas encrucijadas de la historia, la supersticiosa humanidad ha pensado que el mundo está próximo a su fin, que debemos prepararnos para ello. Como una especie de purga, nos deshacemos de unas cosas y en su lugar tomamos otras, a veces poner las cosas al revés nos puede ayudar a comprender mejor dónde estamos parados. Pensar que el mundo se va a acabar es una forma de ponerlo al revés. Tanto a Salieri como a De Laserna les tocó vivir la llegada del siglo xix; tenían entonces una ciencia menos avanzada que la actual, así que muy probablemente algunas dudas albergaban. No se puede juzgar a la historia con los valores del presente, sacarla de su contexto es destruirla, es decir, ignorar a la naturaleza humana. Es verdad que está llena de deudas con los pobres, los indígenas, los migrantes, las mujeres, los esclavos, los niños, los ancianos, etcétera, pero se ha creído que todas esas deudas se podrían pagar; creencia absurda que sólo ha causado ansiedad en las sociedades contemporáneas.
Pensar que se puede poner fin a la subjetividad de los valores es pensar que la historia ha terminado. Hay múltiples sucesos que permiten concluir que el mundo está al revés. A menudo, por ejemplo, se usan palabras discriminatorias para evitar o condenar la discriminación, “se castigará a quien discrimine por color, raza, religión, sexo, altura, peso, riqueza”, etcétera. Es decir, quienes desean combatir la discriminación han elaborado todo un catálogo que indica de cuántas formas se puede discriminar a una persona; esto puede resultar muy atractivo para cualquier discriminador, pues le descubre nuevas formas de discriminación. No hay mayor honestidad que la congruencia, por ello la educación debe incluir valores y límites si entendemos la maldad como la falta de éstos.
Actualmente se quiere abarcarlo todo, la tecnología nos ha hecho creer que se puede. Mediante complejos y elaborados sistemas que van desde programas de computadora hasta sofisticados robots se realizan múltiples funciones que antes sólo desempeñaban los seres humanos; hoy se paga para que la gente no piense, los sistemas lo controlan todo, se contrata a personas con escasa formación y conocimientos para que no tomen decisiones; éstas se encuentran en manos de unos cuantos. Así, la autoridad está en un lado y la responsabilidad en otro: el mundo al revés.
La gran ópera Falstaff de Giuseppe Verdi (1813-1901), sobre un libreto del también compositor Arrigo Boito, cuya base es la comedia Las alegres comadres de Windsor de William Shakespeare, concluye con una fuga vocal en la que los personajes cantan: “Todo en el mundo es burla. El hombre ha nacido burlón, en su cerebro vacila siempre su razón. ¡Todos embaucados! Todo hombre se ríe de los demás mortales, más ríe mejor quien al último ríe”.
Danilo Prefumo, Il mondo alla rovescia (disco compacto), Dynamic, 2009.
Joan Boïls, El mundo al revés (disco compacto), Enchiriadis, 2008.
1 Persona entrometida que desempeña todas las funciones en una casa, empresa o establecimiento.
2 Vestido de seda u otras telas lujosas usado antiguamente por las mujeres, que cubría desde los hombros hasta los pies. (N. del a.)