Música

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Prometeo encadenado.

Por Fernando Álvarez del Castillo

Si exceptuamos el Musik zu einem Ritterballet (Música para un ballet de caballeros), conjunto de danzas que Ludwig van Beethoven compuso en 1791 para su amigo y mecenas, el conde Ferdinand von Waldstein, Las criaturas de Prometeo es el único ballet de su autoría, compuesto entre la primera y la segunda sinfonía. Se trata de una obra de interés por dos aspectos, más de una hora de música que es virtualmente desconocida, aparte de la breve obertura y el famoso tema del finale, y porque es una de las dos partituras más extensas para ballet que han sobrevivido intactas de compositores importantes del período clásico –la otra es el Don Juan de Christoph Willibald Gluck.

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Después de su primera representación en el Burgtheater de Viena el 28 de marzo de 1801, la obra alcanzó 22 representaciones en poco más de un año. Beethoven había dedicado la segunda mitad de 1800 a revisar los cuartetos opus 18 y la composición de las sonatas para piano, opus 22, y para violín, opus 23 y 24. Fue entonces que recibió un encargo del maestro de ballet de la corte imperial, Salvatore Viganò (1769-1821; contemporáneo exacto de Napoleón I), poeta y bailarín de origen napolitano. Tras desempeñar, junto con su esposa, la española María Medina, una carrera de solista por los escenarios más importantes de Europa y de haber bailado en Madrid con motivo de los festejos por la coronación de Carlos IV, se instaló en Viena en 1799, para ocupar el puesto de maestro de baile al servicio de la emperatriz María Teresa (cuñada del archiduque Rodolfo y segunda esposa de Francisco II), que tenía, por otra parte, el deseo de conocer mejor la música del joven Beethoven, quien le había dedicado su magnífico Septeto en mi bemol opus 20.

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Viganò, sobrino del compositor Luigi Boccherini, de quien recibió clases de música, fue uno de los bailarines y coreógrafos más famosos de su época. En ocasión de su primera presentación en los escenarios vieneses (1793), su estilo de baile, notable por su innovación, había suscitado verdaderas controversias entre sus partidarios y los del maestro Antonio Muzzarelli, el más viejo del grupo de bailarines. Cuando en 1799 regresó a Viena, se le confió la dirección de la compañía de ballet. Cada año preparaba una obra propia y para su tercera producción, Las criaturas de Prometeo, encargó al joven Beethoven la composición de la música. Perdido el manuscrito coreográfico de Viganò, es difícil establecer una correlación precisa entre las secciones musicales y los momentos de la acción del ballet, que hoy se conoce sólo en términos generales.

En 1813 Viganò produjo una versión en seis actos de la coreografía del Prometeo para una representación en La Scala de Milán –un año antes había sido nombrado maestro de baile de ese teatro–, en la que incluyó material adicional de Joseph Weigl, a quien había conocido en Viena, cuando era maestro de capilla del teatro de la corte, y partes de La creación, oratorio del difunto Joseph Haydn. Es fácil comprender por qué Beethoven comentó que ese Prometeo “no lo hacía feliz”. Sin embargo, en Milán, la versión aumentada fue aclamada incluso por Stendhal, quien consideraba a Viganò uno de los genios más grandes de la época y al que, en uno de sus acostumbrados excesos, comparó con William Shakespeare. Curiosamente tanto en Italia como en Alemania, la música de ballet de Beethoven no logró una popularidad duradera, por lo que Prometeo permaneció por un tiempo prolongado como una obra de interés más bien histórico.

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En 1813 Viganò produjo una versión en seis actos de la coreografía del Prometeo para una representación en La Scala de Milán –un año antes había sido nombrado maestro de baile de ese teatro–, en la que incluyó material adicional de Joseph Weigl, a quien había conocido en Viena, cuando era maestro de capilla del teatro de la corte, y partes de La creación, oratorio del difunto Joseph Haydn. Es fácil comprender por qué Beethoven comentó que ese Prometeo “no lo hacía feliz”. Sin embargo, en Milán, la versión aumentada fue aclamada incluso por Stendhal, quien consideraba a Viganò uno de los genios más grandes de la época y al que, en uno de sus acostumbrados excesos, comparó con William Shakespeare. Curiosamente tanto en Italia como en Alemania, la música de ballet de Beethoven no logró una popularidad duradera, por lo que Prometeo permaneció por un tiempo prolongado como una obra de interés más bien histórico.

 

 



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