Música

Variación 13. “Que tu sordera ya no sea secreto…”: el Testamento de Heiligenstadt (I)

Adrián García Martínez habla sobre el escrito de Beethoven, llamado Testamento de Heiligenstadt, un documento conmovedor, en el que el genio de Bonn confiesa que estuvo a punto de quitarse la vida, pero que no lo hizo por la música que aún le faltaba componer.

Si usted tuviera la oportunidad de tener enfrente a Ludwig van Beethoven, ¿qué le diría? Con seguridad buscaría la forma de alabarle mediante alguna gesticulación, considerando que aquel hombre de aspecto iracundo no puede escucharle. O tal vez habría de recurrir a la expresión escrita, como hicieron quienes le rodeaban. Aunque un músico debidamente formado se vale de su oído interno –de la capacidad para imaginar con absoluta precisión los sonidos sin necesidad de su audición acústica–, la paulatina pérdida de su oído externo fue algo que mantuvo a Beethoven sumido en una gran depresión. O al menos eso revela el llamado Testamento de Heiligenstadt, un desgarrador documento encontrado entre sus pertenencias después de su muerte, pero escrito a inicios de octubre de 1802.

“En el Testamento de Heiligenstadt podemos ver un ejercicio de catarsis donde Beethoven, por así decirlo, le declaró la guerra al destino y a su creador”.

El testamento, redactado a consecuencia de la confirmación del diagnóstico de su sordera, es el testimonio de uno de los momentos más críticos y desgarradores de la vida de Beethoven. Resulta paradójico que tal crisis haya llegado tras un periodo de éxitos notables. Dos años antes, había ofrecido un concierto para su beneficio en donde se estrenaron la Sinfonía n.º 1 y el Concierto para piano opus 15, entre otras obras que lo colocaron como una figura importante, a pesar de la crítica. Después vinieron Las criaturas de Prometeo, cuya fortuna contó veintitrés representaciones entre 1801 y 1802. Beethoven vio mucha de su música editada y todo aquello constituía el mejor lapso en su carrera. En varias cartas Beethoven reconocía su éxito, pero también dejaba entrever que su salud física no era la mejor y, de los muchos malestares que avanzaban con los años, la sordera era la peor. Fue entonces que su amigo, el médico Johann Schmidt, le sugirió retirarse unos días al campo. 

Beethoven eligió una pequeña villa en las apacibles praderas de Heiligenstadt, lugar que Ferdinand Ries, su alumno, visitaba con frecuencia. Ries atestiguó el terrible estado físico y anímico de su maestro; gracias a él sabemos lo difícil que era para Beethoven percibir los más finos sonidos durante sus caminatas, y de la constante angustia que su clausura le provocaba. Así, sumido en la melancolía y el desconsuelo, Beethoven dirigió a sus hermanos Karl y Johann aquel escrito. En el testamento de Heiligenstadt podemos ver un ejercicio de catarsis donde Beethoven, por así decirlo, le declaró la guerra al destino y a su creador. El tono de su discurso es muy similar al de Jesucristo en la oración del huerto narrada en los Evangelios; es reproche, pero también aceptación. Entre sus líneas descubrimos que hubo el deseo de terminar con su vida, lo que él mismo descarta al pensar en la música que dejaría sin componer. En su testamento, Beethoven se planteó el porqué y asumió el para qué de su condición. No es casual que una de las obras que brotó después de su despedida haya sido el oratorio Cristo en el Monte de los Olivos opus 85, como tampoco lo es que a partir de este momento inicie lo que Maynard Solomon y otros biógrafos denominan la “década heroica”. Es un momento a partir del cual la música no vuelve a ser la misma y en el cual Beethoven asumió para sí el papel de personaje mítico que regresa del inframundo para alcanzar la inmortalidad. El testamento de Heiligenstadt representa su primera reconciliación con la humanidad, con su gradual sordera y consigo mismo, pero también anuncia el decidido camino a la eternidad revelado en la Tercera sinfonía que se estrenó en Viena en 1805. Y como él mismo había escrito al margen de alguno de sus cuartetos, la pérdida del oído externo no tenía por qué afectar su música: “que tu sordera ya no sea un secreto… ni siquiera en arte”.[1]

 

Beethoven Heroica

Marcha fúnebre: Sinfonía n.º 3, litografía de M. Maciutin inspirada en la marcha fúnebre de la Tercera sinfonía de Beethoven, Heroica.

[1] Anotación al margen de un boceto para los Cuartetos Razumovsky, citada por Maynard Solomon (Beethoven, trad. de Aníbal Leal. Barcelona: Javier Vergara Editor, 1984. p. 162).

 


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