Música

Variación 14. El hilo de Ariadna (apuntes y manuscritos, II)

El escritor austriaco Stefan Zweig expresa que la música de Beethoven es “un rayo de eterninad” y que va a las profundidades del alma del escucha. Asimismo, expresa que Beethoven no era genio por naturaleza, sino que luchaba por el genio, a través de un trabajo incesante.

Entre los interminables tesoros que guarda la Biblioteca Británica, su acervo de manuscritos musicales no es de los menores. Originalmente, una muy buena parte de aquellas maravillas pertenecieron al escritor austríaco Stefan Zweig, quien formó una estupenda colección de manuscritos, que aderezó con distintos objetos. De Beethoven, por ejemplo, Zweig adquirió también los más inverosímiles objetos: un sobre con anotaciones, una lista de ropa enviada a lavar, una cucharita y…, objeto sagrado, el escritorio portátil que Beethoven tenía consigo al momento de su muerte (hoy expuesto en la Beethoven-Haus de Bonn). Quizá entre las líneas siguientes puedan encontrarse algunas de las razones que lo llevaron a reunir todos aquellos invaluables objetos y papeles.

¿Cómo puede suceder tal milagro en nuestro mundo, que parece haberse tornado tan mecánico y sistemático? ¿En virtud de qué magia pósase de vez en cuando tal rayo de eternidad en medio de nuestras ciudades y de nuestras casas? Creo que no hay entre todos ustedes uno sólo que no se hubiera preguntado una y otra vez, consciente o inconscientemente, cómo nacen tales obras inmortales, ya sea porque en una galería de arte haya estado frente a la obra de un Rembrandt, un Goya, un Greco, ya sea porque un poema ha conmovido las profundidades de su alma, o porque escuchara con el alma abierta una sinfonía de Mozart o de Beethoven.

Toda creación debe materializarse, debe convertirse en materia, para que la comprendamos […] Para resultarnos terrenalmente comprensible, la inspiración de un artista tiene que tomar formas materiales. […]Esas huellas que el artista deja en el lugar de su acción son sus trabajos previos; los primeros esquemas que el pintor hace de sus cuadros, los manuscritos y borradores del poeta y del músico. Estas son las únicas huellas visibles, el hilo de Ariadna que nos permite encontrar nuestro camino de regreso en ese laberinto misterioso. Y por fortuna encontramos tales documentos precisamente de nuestros artistas más grandes.

[…] Con sorpresa nos enteramos de que no hay tales borradores primeros de Mozart. Todos los manuscritos que de él poseemos están escritos con la misma mano fácil, ligera, graciosa, en un solo trazo, de modo que casi cobramos la impresión de que le habían sido dictados […] El genio de la inspiración dicta, y el artista no es en verdad más que el escribiente, el instrumento.

Beethoven estudio

Beethoven en su estudio, litografía de la editorial D. Appleton & Company, basada en un cuadro de Carl Bernhard Schlösser, circa 1890. Ira F. Brilliant Center for Beethoven Studies, Universidad Estatal de San José, San José, California.

[…] Pero no nos precipitemos, comprometiéndonos con una fórmula tan seductora, según la cual el artista siempre sería nada más que el ejecutante de una orden superior. Echemos primero un vistazo sobre los manuscritos de Beethoven. ¡Qué contraste tan sorprendente nos ofrecen! En esos manuscritos desordenados, casi ilegibles –¡cada uno de ellos un campo de batalla!– ya no encontramos ni un adarme de la facilidad divina que Mozart tenía para producir. Vemos que Beethoven no era un hombre que obedecía a su genio, sino que luchaba por él, encarnizadamente, como Jacob con el ángel, hasta que le concediera lo último y lo supremo. Mientras en el caso de Mozart nunca vemos trabajos preparatorios y apenas uno que otro apunte y noticia, cada sinfonía de Beethoven exigía gruesos tomos de trabajos preliminares, que a veces abarcaban años enteros. En sus libros de trabajo pueden comprobarse con claridad las distintas etapas de sus proyectos, su trayectoria hacia la perfección. 

[…] Luego de haber llegado a su casa, se sentaba a su mesa y trabajaba y componía poco a poco esas ideas musicales aisladas. En tal estado surgía otra forma del manuscrito, hojas de un tamaño mayor, generalmente escritas ya con tinta y en que se presenta la melodía con sus primeras variaciones. Pero está lejos aún de haber encontrado la forma precisa. Borra líneas enteras, a veces hasta páginas completas, con rasgos salvajes, de modo que la tinta salpica ensuciando toda la hoja, y empieza de nuevo. Mas sigue sin quedar satisfecho. Vuelve a cambiar y a enmendar; a veces arranca en medio de la escritura media página, y es como si se viera al compositor fanático dedicado a su tarea, suspirando, blasfemando, golpeando con el pie, porque la idea que se le presenta sigue y sigue negándose a hallar y tomar la forma ideal soñada.

El misterio de la creación artística.
Madrid: Ediciones Sequitur, 2007. 29-31.


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