Segundo acto
A punto de empezar el discurso más importante en nuestra vida, a la expectativa de todos, es el allegretto de la Séptima sinfonía la que marca el paso y acumula tensión hasta que vemos el buen porvenir de nuestra hazaña, es la música la que revela nuestro mundo interno[1]. Un sinfín de veces hemos dedicado un momento al piano para Elisa[2]. Ahora una deidad egipcia desenterrada desata el apocalipsis con el mismo paso que dimos nuestro discurso[3]. Recordemos cuando un director griego le dio voz al código de nuestra relación con un cuarteto[4] y cuando, extasiados con nuestro amigo Ludwig van, nuestros drogos y nosotros hacíamos incontables actos en aras de la violencia[5]. A la par podemos correr libres de nuestras ataduras y prejuicios junto a nuestro profesor poeta[6], de la misma manera que podemos andar por Columbine sin prisa alguna, embebidos de melancolía, o bien trascender la dedicatoria de un rato al piano para desbordar el vacío que tenemos dentro, ¿lo sientes, Elisa?[7]
Parece que nuestra vida se repite con las mismas tonadas, y a ratos el tiempo marcha a la inversa –siempre al mismo paso–; la vida parece determinada, tan amarga y dulce, irremediablemente, por más que deseemos que un instante de verdadera felicidad no se acabe.[8]
—Aquel, ¿quién es?
—¿Ese? No sé. Es Música clásica.
—¿Una? —por lo menos dos— siempre lo escucho, dentro de mí, algunas veces contigo y otras… con él, parece que soy yo quien suena, por lo menos dos yo, completa o fragmentada, contigo o con él, las cuerdas dicen más de lo que quiero revelar.[9]
¿Por qué nadie hace nada ante el pobre hombre en llamas que acaba de caer de la estatua? ¿Qué hace el Coral invadiendo el espacio y evocando un mundo etéreo e ideal? El tocadiscos nos traiciona y escuchamos lo opuesto al canto del Eliseo, los gritos de la humanidad condenada.[10]
Tercer acto
Bajo del tren en Bonn, me reconozco en afiches y estatuas, todo ha cambiado tanto, me veo, pero no me escucho, ¿qué es toda esta parafernalia? No necesito un guía para mi propia casa, es aquí donde hice tanto; aunque me fui, es mi música la que sigo encontrando, toda, en las paredes. ¿Entenderán todo lo que dije, habrán escuchado lo que dije?[11]
El lugar de encuentro con mi música mutó, ¿me has escuchado en una sala de concierto o en una de cine?; ¿por qué no en ambas? Es válido ir de un lado al otro, te invito.
La figura de Beethoven no sólo es alimento de la trama, con una biografía imaginada, sino su música alimento estético del cine. Algunas veces acompaña el desbordamiento del mundo interno de los personajes; otras, es símbolo inequívoco de lo clásico, de lo refinado, y en mejores ocasiones de lo humano y de la belleza.
[1] Tom Hooper, El discurso del rey, Reino Unido, 2010.
[2] David Yates, Harry Potter y las reliquias de la muerte parte I, Reino Unido/E.E. U.U., 2010
[3] Bryan Singer, X-Men: Apocalipsis, E.E. U.U., 2016.
[4] Yorgos Lanthimos, La langosta, Irlanda/Reino Unido/Grecia/Francia, 2015.
[5] Stanley Kubrick, La naranja mecánica, E.E. U.U., 1971.
[6] Peter Weir, La sociedad de los poetas muertos, E.E. U.U., 1989.
[7] Gus Van Sant, Elephant, E.E. U.U., 2003.
[8] Gaspar Noé, Irreversible, Francia, 2002.
[9] Jean-Luc Godard, Una mujer casada, Francia, 1964.
[10] Andréi Tarkovski, Nostalgia, Italia/URSS., 1983.
[11] Mauricio Kagel, Ludwig van, Alemania, 1969.