Absoluto: independiente, ilimitado, que existe por sí mismo, incondicional… El adjetivo aplicado a la música podría desatar afirmaciones y al mismo tiempo una serie de preguntas en torno a aquello de lo que se independiza, lo que la condiciona. La música absoluta fue considerada como “la supremacía de la música sin texto”, es decir, la música instrumental que no dependía de una significación previa condicionada por las palabras, como en la ópera, las canciones y ciertos Lieder. El musicólogo alemán Carl Dahlhaus en La idea de la música absoluta (1999) narra cómo, a finales del siglo XVIII, la música instrumental fue concebida como un arte objetivo que se afirmaba a partir de su estructura interna, por lo que fue considerada la pureza de la música por sí misma.
“Hoffmann encontró en la Quinta sinfonía en do menor opus 67, el testimonio vivo de lo absoluto, lo inconmensurable y profundo, un viaje directo al ‘reino espiritual del infinito’ ”.
Esta concepción tomó fuerza en el siglo XIX a partir de las ideas de filósofos y críticos como Johann Ludwig Tieck, Jean Paul Richter y E.T.A. Hoffmann, quienes se opusieron a una estética sensiblera y utilitaria de la música subordinada a las palabras, encontrando en la música instrumental el principio de autonomía que la apartó de los afectos y sentimientos del mundo terrenal para dar paso a la expresión de lo divino, lo infinito y, con ello, un nuevo paradigma estético. Para Hoffmann, esta música revelaba al hombre un reino desconocido que no tenía nada en común con el mundo sensual externo que lo rodeaba, y en el que dejaba tras de sí todos los sentimientos definidos para abandonarse a un “anhelo inexpresable”. Con esto en mente comenzó una tarea definitoria de la música absoluta –y a la vez, de la cultura musical alemana– concibiendo a tres grandes pilares: Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig van Beethoven. Para Hoffmann, Haydn y Mozart mostraron por primera vez la música instrumental en todo su esplendor, cada quien con carácter particular: Haydn concebía aquello claramente humano y a la vez el deseo de la felicidad eterna; Mozart lo sobrehumano, lo milagroso, las profundidades del mundo espiritual. Por su parte, Beethoven logró la cúspide de lo absoluto al retomar la herencia de los dos grandes maestros, consiguiendo revelar el reino de lo trágico y lo ilimitado, un reino donde el sonido es el monarca absoluto, siendo las sinfonías la cúspide de la música instrumental.
Hoffmann encontró en la Quinta sinfonía en do menor, opus 67 el testimonio vivo de lo absoluto, lo inconmensurable y profundo, un viaje directo al “reino espiritual del infinito”, pues, a partir de un motivo de cuatro notas al inicio de la sinfonía, había creado la estructura y unidad de toda la obra, aprovechando las diversas texturas y los colores de la orquesta para recrear una batalla tonal, una lucha entre el modo menor y mayor, que para muchos era el combate entre la obscuridad y la luz. Los escuchas se vieron trastornados, pues Beethoven apareció con una partitura que puso a prueba su atención analítica, lo que significó la incomprensión y el rechazo de algunos, aunque para otros se convirtió en la pauta para elevar el pensamiento en busca de descifrar la lógica interna; y a la vez, el mensaje oculto entre las notas, ese “lenguaje superior a la lengua” que podía valerse de la voz humana como instrumento –incluso de las palabras– con un fin mayor, tal como sucedería años más tarde en su Novena sinfonía.
“La música absoluta no existe, pero fue una poderosa idea que surgió tras la audición de la Quinta sinfonía de Beethoven y que a más de un siglo aún nos persigue”.
No puede pasar inadvertido que varios defensores de la música absoluta tuvieran las palabras como la materia principal de su trabajo; e incluso Friedrich Nietzsche abordaría este dilema en varias ocasiones, particularmente en su ensayo Sobre la música y la palabra (1871). Por su parte, Hoffmann, más allá de ser compositor, fue reconocido por su papel como crítico y escritor. En efecto, la música absoluta es la instrumental, la que no depende de un texto cantado o escrito pero, paradójicamente, tampoco puede vivir sin la interpretación de las palabras, pues siempre existirá un significado más allá de las relaciones internas de su estructura. Tal música, como señaló el filósofo británico Roger Scruton, “no queda exenta de referir propósitos externos o estados de ánimo subjetivos”[1]. En efecto, la música absoluta no existe, pero fue una poderosa idea que surgió tras la audición de la Quinta sinfonía de Beethoven y que, a más de un siglo, aún nos persigue.
[1] Roger Scruton, “La música absoluta”, en La experiencia estética: ensayos sobre la filosofía del arte y la cultura. México: Fondo de Cultura Económica, 1987. p. 88 y ss.