A finales del siglo XIX, un grupo de artistas encabezado por Gustav Klimt formó un movimiento en oposición a la creación convencional que prevalecía en Viena[1]. La sociedad se conoció como la Secession y defendió la libertad del arte y del artífice que, para entonces, estaban gobernados por las élites. La Gesamtkunstwerk u obra de arte total[2] determinó el camino que la Secession tomó como uno de sus principios y, a partir de su significado, el grupo montó en 1902 la XIV exposición en el Pabellón de la Secesión (Secessionsgebäude)[3]. Así, los artistas desarrollaron el ideal del arte total con piezas de pintura, escultura, música, poesía y arquitectura; todas en torno a un solo tema: Beethoven[4]. No fue casual que la Secession eligiera a Beethoven como figura central de su exhibición. Para entonces, el genio de Bonn se había convertido en el objeto, casi religioso, que representaba la misión prometeica de la Secession: convertirse en la llama de Hefesto que por medio de su arte liberaría a la humanidad de la ignorancia . De hecho, el edificio de los secesionistas –financiado por Karl Wittgenstein, el padre de Ludwig Wittgenstein– se concibió como un templo cuyos espacios ofrecían un arte sagrado y glorioso en donde el espectador podía elevar y regenerar su espíritu.
La obra central fue el Friso de Beethoven de Klimt, cuyos paneles reflejan el hilo conductor del cuarto movimiento de la Novena sinfonía. Los trazos de Klimt se basan en la lectura que Richard Wagner hizo de la música de Beethoven. Ernst Newman menciona que, para Wagner, la música instrumental había alcanzado su máximo potencial con Beethoven, y que el final de la Novena sinfonía “era el grito inconsciente e instintivo del compositor a la búsqueda de la redención de la música por la poesía”[5]. El friso consta de tres secciones. El fondo blanco predomina en casi toda la obra y es una metáfora del todo que retrata la perfección y la pureza que contrastan con el muro central. En este, Klimt retrató a Tifón, un ser demoníaco que, según la mitología, había derrotado al mismo Zeus. El muro es espectral y lo enmarcan serpientes que representan las penas que aquejan a los hombres y el miedo a la muerte. Es interesante observar que Beethoven concibió estos mismos preceptos en Las criaturas de Prometeo, ballet donde el compositor se adhirió a la idea de que, aunque los hombres se ven asediados por su condición como mortales, es gracias a las artes que pueden gozar de un final trascendental al lado de los dioses.
Comprender al modernismo a través de Beethoven fue quizás una de las más grandes aportaciones que Klimt y la Secesión regalaron a la humanidad.
La última sección del friso de Klimt representa el anhelo de la humanidad por alcanzar la felicidad. Presenta tres figuras humanas: un caballero armado con una espada; el Orgullo que porta una corona de laurel; y la Compasión. También se incluyen las representaciones de la poesía y las artes vinculadas a la música; y un coro de ángeles cuyas miradas se elevan mientras entonan la victoria de la humanidad ante las acechanzas de la muerte. El friso concluye con un abrazo multiplicado por millones y que une a la mujer, al hombre y a lo divino: tierra y cielo son uno. Como sugieren los versos de Schiller, Beethoven finaliza su sinfonía con un beso para el mundo entero.
La idea de que la obra de arte se concibiera como total confirió a las generaciones futuras la capacidad de aspirar a lo más alto. Pero comprender el modernismo a través de Beethoven fue quizás una de las más grandes aportaciones que Klimt y la Secessionregalaron a la humanidad. En la entrada del pabellón erigido para la Secession, puede leerse Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit[6], lo que sólo confirma que nuestro tiempo es de Beethoven y su obra, nuestra propia libertad.
[1] La Secession fue fundada en 1897. Además de Klimt, participaron en ella Koloman Moser, Ferdinand Andri y Joseph Maria Olbrich, entre otros.
[2] El término fue acuñado por Richard Wagner. Su objetivo era evitar la fragmentación de las artes, y proponía producir con libertad un tema desde distintas expresiones artísticas.
[3] El edificio fue diseñado entre 1897 y 1898 por el arquitecto Joseph Maria Olbrich.
[4] La exposición incluyó el Friso de Beethoven de Klimt, la escultura apoteósica de Beethoven por Max Klinger, el espacio diseñado por Josef Hoffmann, y la interpretación del cuarto movimiento de la Novena sinfonía, dirigida por Gustav Mahler.
[5] Ernst Newman, Wagner. El hombre y el artista. Madrid: Taurus, 1982. P. 241.
[6] “A cada tiempo su arte, a cada arte su libertad”.