Música

Variación 5. Beethoven: viaje por el mar de la música absoluta

El músico Richard Wagner equipara la música de Beethoven con el símbolo del mar, por ser infinita y por conseguir que se alcanzaran “costas” nunca antes imaginadas por la humanidad en el arte universal.

Allá, en el horizonte lejano, donde habíamos imaginado la entrada en el espacio sin límite del paraíso, allá el más intrépido de los navegantes descubrió tierra. Pero si Cristóbal Colón nos enseñó a surcar el océano y así conectar todos los continentes de la Tierra…; así, por medio del héroe que surcó el mar sin playas de la música absoluta hasta sus límites, se alcanzaron costas jamás soñadas que ahora no sólo separan este mar de los continentes primaveralmente humanos, sino que los conectan para la nueva y afortunada humanidad artística del futuro. Este héroe no es otro que… Beethoven.

¡Qué arte inimitable empleó Beethoven en su Sinfonía en do menor para guiar su barco lejos del océano de añoranza infinita hacia el puerto de la realización! 

[…] Mas con un asombro reverente se alejó a sí mismo del mar sin fin de añoranza insaciable, encaminando sus pasos hacia aquellos seres vigorosos, livianos de corazón, que vio jugando, bailando y cortejando en los parajes verdes, a la orilla de bosques fragantes. Ahí, a la sombra de los árboles, rodeado del crepitar de las hojas y el murmullo del arroyo, hizo un acuerdo de reconocimiento a la naturaleza; […] lo llamó Impresiones de la vida campestre.

Y en efecto no eran más que impresiones –imágenes, no la realidad inmediata y concreta–. A esta realidad, sin embargo, fue impelido con toda la fuerza de la añoranza del artista. Dar a sus formas tonales esa concentración, esa inmediatez perceptible, segura y concretamente sólida –este fue el generoso espíritu de la feliz urgencia que creó para nosotros la incomparable Sinfonía en la mayor–. […] Esta sinfonía es la mismísima Apoteosis de la danza, es el más alto ser de la danza, el más bendito de los actos de movimiento corporal; idealmente corporeizado, por así decirlo, en tonos. […] Y sin embargo, ¡estos bailarines no eran sino tonalmente representados, seres tonalmente imitados! Como otro Prometeo, haciendo hombres de barro (thon), Beethoven había buscado formar hombres de tono (ton). Pero ni de barro ni de tono, sin embargo, sino de ambas substancias debe el hombre, a imagen del Zeus que le da vida, ser creado. Si las criaturas de Prometeo estaban presentes sólo para la vista, las de Beethoven lo estaban sólo para el oído. Pero sólo donde el oído y la vista se aseguran mutuamente de su presencia tenemos al hombre totalmente artístico.

Ex libris diseñado por Ludwig Hesshaimer con un dibujo a pluma y tinta de la escultura de Beethoven de Max Klinger, realizado para la biblioteca de Luise y August Schmitt en 1920. Ira F. Brilliant Center for Beethoven Studies, Universidad Estatal de San José, San José, California.

 

Pero, ¿dónde pudo Beethoven encontrar aquellos hombres a los que pudo haber ofrecido su mano por medio del elemento de su música? […] Ningún Prometeo hermano vino en su ayuda para mostrarle tales seres. Él tuvo que comenzar por descubrir la tierra del hombre del futuro.

Desde las costas de la danza se lanzó de nuevo al mar infinito de cuyas profundidades ya se había salvado en esas costas, al mar de la insaciable añoranza del corazón […] deseaba y tenía que alcanzar un Nuevo Mundo, porque para este propósito había hecho el viaje. Con resolución tiró su ancla y esta ancla fue la palabra […], la necesaria, todopoderosa, todo unificadora palabra en la cual el torrente entero de la emoción cordial se desborda; el puerto seguro del viajero errante, la palabra que la humanidad redimida proclama desde la plenitud del corazón del mundo: la palabra que Beethoven colocó como corona en la cúspide de sus creaciones en tono.

Esta palabra fue –¡Alegría!  Y con esta palabra llamó a toda la humanidad: “Seid umschlungen, Millionen! Diesen Kuss der ganzen Welt![1]

Esta última sinfonía de Beethoven es la redención de la música de  su propio elemento como un arte universal. Es el evangelio humano del arte del futuro. Tras ella no puede haber progreso porque sólo puede ser inmediatamente seguida por la obra de arte total del futuro, el drama universal, del cual Beethoven nos ha forjado la llave artística.

Das Kunstwerk der Zukunft (1850), versión de R.M. de la traducción al inglés de Oliver Strunk en Source Readings in Music History. Nueva York: Norton, 1978. P. 1097 y ss.

[1] “¡Abrazaos, criaturas innumerables! ¡Que ese beso alcance al mundo entero!”

 


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