“Su corazón pasea su vista por el espacio, vuela a todos los soles, cantando a la naturaleza infinita. Por así decirlo: el genio de este hombre se remontaba a tales alturas a impulsos de su voluntad”.
…excepto la obertura Las ruinas de Atenas, y dos o tres fragmentos verdaderamente indignos del gran renombre de su autor, salidos de la pluma en esos raros instantes de somnolencia que Horacio reprocha con ironía al buen Homero mismo, lo demás lleva ese sello noble, elevado, atrevido, expresivo, poético y siempre nuevo, que hacen de Beethoven el centinela avanzado de la civilización musical. Y se puede decir que apenas si se descubren vagas semejanzas entre algunas de las mil frases musicales que forman el esplendor de su vida. Esta admirable facultad de ser siempre nuevo sin salir de lo verdadero y de lo bello se concibe hasta cierto punto en los trozos de movimiento vivaz; el pensamiento ayudado entonces con el poder del ritmo, puede salir fácilmente de los caminos ya andados, pero donde ya no se comprende, es en los adagios, es en esas meditaciones extrahumanas donde el genio panteísta de Beethoven gusta tanto de sumergirse. Allí hay más pasión, más cuadros terrenales, más himnos a la alegría, al amor, a la gloria, más cantos infantiles, más dulce poesía, mayores ímpetus mordaces o cómicos, más de esos terribles chispazos de furia, de esos acentos de odio que los arrebatos de un sufrimiento secreto le arrancan con tanta frecuencia; porque en su corazón no cabe el desprecio: no es de nuestra calidad, la ha olvidado y vive fuera de nuestra atmósfera; tranquilo y solitario anda en el éter, como esas águilas de los Andes que planean a alturas donde los otros seres no encuentran más que la asfixia y la muerte; su corazón pasea su vista por el espacio, vuela a todos los soles, cantando a la naturaleza infinita. Por así decirlo: el genio de este hombre se remontaba a tales alturas a impulsos de su voluntad. Y, sin embargo, por las pruebas que tenemos, se puede estar seguro de esto, menos por sus sinfonías que por sus composiciones para piano. Allí, y solamente allí, sin tener a la vista un auditorio inmenso, un público, una multitud, parece haber escrito para él mismo con ese majestuoso abandono que las masas no comprenden y que la precisión de llegar rápidamente a lo que llamamos el efecto inevitablemente viene a alterar. Entonces también la tarea del ejecutante se hace apabulladora, no tanto por las dificultades mecánicas, sino por el profundo sentido y gran inteligencia que tales obras exigen de él; es de imperiosa necesidad que el pianista se esfume ante el compositor, como hace la orquesta en las sinfonías; debe absorberse por completo el uno en la otra, y es, precisamente, identificándose con lo que nos transmite, como el intérprete llega hasta la altura de su modelo. Y he aquí por qué nosotros repetiremos siempre lo que otros ya han dicho: que monsieur Liszt es el único artista conocido que ejecuta esta música absolutamente como Beethoven hubiera podido hacerlo, suponiendo en este una potencia especial para pianista desarrollada al grado extraordinario que la posee aquél.
“Música de cámara y conciertos” (1835), en Hector Berlioz, Beethoven. Madrid: Espasa-Calpe, 1950. 118-119.