“Desde el primer bocado, las primeras notas, una sencilla carta, ella tenía la pretensión de saber si estaba delante de un buen cocinero, un verdadero músico, una mujer bien educada”.
Pero sobre las cosas cuyas reglas y principios le habían sido enseñadas por su madre, sobre la manera de guisar ciertos platillos, de tocar las sonatas de Beethoven y de recibir a los invitados con amabilidad, [mi abuela] estaba segura de tener una idea justa de la perfección y de discernir si los demás se acercaban a ella en mayor o menor medida. Para las tres cosas, además, la perfección era casi la misma: una suerte de sencillez en los medios, de sobriedad y de encanto. Reaccionaba con horror cuando se añadían especias a un plato que no eran absolutamente necesarias, cuando se tocaba con afectación y abuso de pedales, o cuando al “recibir” se traspasaban los límites de lo perfectamente natural y se hablaba de sí mismo con exageración. Desde el primer bocado, las primeras notas, una sencilla carta, ella tenía la pretensión de saber si estaba delante de un buen cocinero, un verdadero músico, una mujer bien educada. “Puede que tenga muchos más dedos que yo, pero no tiene gusto al tocar un andante tan sencillo con tanta grandilocuencia”. “Puede que sea una mujer brillante y provista de cualidades, pero es una falta de tacto hablar de sí misma en estas circunstancias”. “Puede que sea una sabia cocinera, pero no sabe hacer un filete con papas”. ¡Un filete con papas! Pieza de concurso ideal, difícil por su simplicidad, una especie de Sonate Pathétique de la cocina, equivalente gastronómico de aquello que en la vida social es la visita de una dama que viene a indagar las referencias de un trabajador doméstico y que, en un acto así de simple, puede dar prueba de tener o carecer de tacto y educación…
De Pastiches et mélanges (París, 1921). Extracto citado por Charles Rosen en la introducción de su libro Las sonatas para piano de Beethoven. Madrid: Alianza Editorial, 2005.