I
Eduardo Lizalde (1929) es poeta, aunque su perfil sea más amplio y se pueda decir de él que es traductor, crítico y comentarista de ópera, narrador, pensador, editor, funcionario, amante, cantante, amigo y, sobre todo, tigre...
II
Conocí a Eduardo Lizalde en 1992, cuando él trabajaba como editor en una editorial privada y yo era un joven aprendiz de editor. La editorial estaba alojada en la casa que había sido propiedad del poeta José Juan Tablada. Luego sería durante muchos años sede de la Sogem (Sociedad General de Escritores de México). Sabía yo que Lizalde había escrito un vasto poema llamado Cada cosa es Babel, esta amplia composición se levantaba como un ambicioso poema-mundo, entre el Canto a un dios mineral de Jorge Cuesta y Muerte sin fin de José Gorostiza, también sabía yo que Eduardo Lizalde acababa de publicar su imponente libro El tigre en la casa. La silueta del tigre ha sido acogida por Lizalde como un emblema y un pasaporte. Su obra poética está recogida en el volumen Nueva memoria del tigre. Poesía (1949-2000).[1] Lizalde es una voz, una voz desvelada por las voces. El lugar del canto se da en el espacio donde habita el tigre. Ese lugar es un espacio de quietud y soledad, pero también de violencia. Por cierto –y como cosa curiosa– comparto una referencia: en el año de 1922 el poeta norteamericano Carl Van Vechten dio a la estampa un volumen: The tiger in the house, 1922. El libro hace una “historia cultural del gato”. Cierto: el tigre es un felino y la poesía como lo saben los lectores de T.S. Eliot está llena de gatos. No sé si Eduardo Lizalde tiene alguna inclinación por estos bichos…
Lizalde es una voz, una voz desvelada por las voces. El lugar del canto se da en el espacio donde habita el tigre.
Años más tarde me tocó reseñar para la revista Plural, dirigida por Octavio Paz, uno de los libros más significativos de Eduardo Lizalde: La zorra enferma. Este volumen reúne en sus páginas una encrucijada, un cruce de caminos, un museo poético en miniatura en el cual conviven los diversos modos y actitudes del poeta y de su voz. ¿De qué está enferma la zorra del título? Esa fue la interrogación que me hice en cuanto entregué aquella reseña y que en cierto modo me ha seguido a lo largo de los años. La zorra está enferma de astucia, acaso de crueldad, de violencia contra sí misma y está emparentada de algún modo con ese felino emblemático que ha sido elegido por el poeta para acuñar su salvoconducto en la ciudad de las letras.
¿De qué está enferma la zorra? La ansiedad de las influencias (The anxiety of influences) es el título de un ensayo del crítico norteamericano Harold Bloom. ¿Podría decirse que la zorra está enferma de influencias? En sus diversos ensayos de autocrítica y de exposición de su poética, Lizalde ha hablado de los maestros que lo han influido: de sus caballeros tigres como Rubén Bonifaz Nuño, pero también hay que subrayar que en su juventud indócil, Lizalde formó parte de un grupo de poetas que se congregó en torno a la etiqueta de un movimiento autollamado “poeticismo”. Esos amigos fueron Enrique González Rojo, Arturo González Cosío, Marco Antonio Montes de Oca. Puedo dar testimonio de que en la biblioteca privada de uno de ellos –González Cosío– se encontraban todos los libros publicados por el resto del grupo. Todos dedicados. Quisiera imaginar que en la biblioteca de Lizalde se encuentran también las obras de esos otros navegantes en el mar de tinta de aquella edad. Lizalde volvería sobre sus pasos a la escena del crimen y escribiría un libro excepcional, en términos éticos, estéticos y políticos: Autobiografía de un fracaso. Este libro es clave para leer y entender entre las rayas del tigre el proyecto pasado y futuro de esta anatomía que se resuelve “en una torre de palabras”. Una y otra vez Lizalde se ha mirado al espejo para romperlo. Un ejemplo de esto se encuentra en los diversos textos que publicó el poeta en el número de la revista La Vida Literaria que le dedicaron sus amigos con el motivo de la publicación de El tigre en la casa. Ahí hay un texto singular: la crítica embozada, como sería el salto del tigre que Lizalde hace de su propia obra a través de las letras de un seudónimo, “Lázaro Ríos”. En todo esto está en juego precisamente el juego, un gran juego, el juego de la creación en el sentido más fuerte de la palabra. Cierto, Lizalde ha jugado a existir, se ha jugado entero cada vez en el nada fácil oficio de vivir entre las letras la vida interior. Esta referencia preciosa se la debo a las páginas que Efraín Huerta le dedica a Lizalde en uno de sus artículos, el del 25 de marzo de 1979, que está recogido en Libros y antilibros, antologados por Raquel Huerta.[2]
Lizalde volvería sobre sus pasos a la escena del crimen y escribiría un libro excepcional, en términos éticos, estéticos y políticos: Autobiografía de un fracaso.
Me permito reproducir al final de esta intervención dicho material.
III
Aquella giganta ensalzada por Charles Baudelaire y Salvador Díaz Mirón se transfigura en los versos imprecatorios y vehementes de Eduardo Lizalde en una titánica madre coraje, en una tentacular, sucia e insondable diosa de la vida y de la muerte. El tema del amor a la patria y el de la pasión por una ciudad cuyo mapa resume una cartografía –una carte du tendre o geografía sentimental– alimenta esta Tercera Tenochtitlán (1983-1999), poema memorable de nuestra ruina inmediata. Viaje a los antros del urbano subsuelo, conversación con muertos en vida y difuntos, odisea inmóvil de un hijo vertical del Altiplano, búsqueda al estilo de Jasón de un vellocino dorado hecho de memorias y palabras impronunciables, el poema de Lizalde verifica un oficio piadoso y acaso redentor. Ya no es la voz indignada de Isaías que fustigaba los poemas de La zorra enferma. Es la voz de una elegía tentada por la melodía libertaria del reconocimiento. Lizalde descubre –como José Ángel Valente– que no hay patria sino lugares nuestros y que el lugar del canto no sabría desdeñar los lugares sombríos de nuestro lugar, las palabras injuriosas de la lengua herida. Eduardo Lizalde sabe decir el lodo y el polvo, la ruina y el pantano, y sabe descifrar y repetir en los escombros de la mancha urbana el fulgor de las utopías rotas, la sorda canción de los dioses en el destierro.[3]
Eduardo Lizalde sabe decir el lodo y el polvo, la ruina y el pantano, y sabe descifrar y repetir en los escombros de la mancha urbana el fulgor de las utopías rotas, la sorda canción de los dioses en el destierro.
La voz y sus ecos y preguntas habitan la vocación de Eduardo Lizalde. Su poesía está llena de voces, de voces propias y ajenas, traducidas, transcritas, eróticas, tabernarias, musicales… La voz es capaz de inventar historias y geografías, escenarios, teatros, ópera. Lizalde al igual que su amigo Ernesto de la Peña es un gran aficionado a ese arte de artes que es el de la Ópera y sus juegos y casas. Acudir a la cita de esa voz que es la de la poesía de Eduardo Lizalde es escuchar el llamado también de sus amigos. Lizalde es sobre todo un ser amistoso, amigable, hospitalario. Ha estado ante el tablero del juego y de las divagaciones con Juan José Arreola, Marco Antonio Montes de Oca, Emilio Uranga, José Revueltas, Octavio Paz…
[1] México, Fondo de Cultura Económica, 2005.
[2] Raquel Huerta-Nava, Efraín Huerta en El Gallo Ilustrado. Antología de Libros y antilibros, 1975-1982, México, Joaquín Mortiz, 2014, pp. 165-169.
[3] Sobre el poema “Madre enorme ciudad nos amamantas”, en Adolfo Castañón, Lluvia de letras. Lección antológica de poesía iberoamericana y de otros lugares (Paseos VIII), con la colaboración de Marcela Pimentel y la asistencia de Lourdes Borbolla y Gilda Lugo, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2008, p. 222.
Anexo
Bibliografía Eduardo Lizalde
- El tigre en la casa, 1970.
- La zorra enferma, 1974.
- Autobiografía de un fracaso. El poeticismo, 1981.
- Tercera Tenochtitlán (1983-1999), 1983.
- ¡Tigre, tigre!, 1985.
- Antología impersonal, 1986.
- Siglo de un día, 1993.
- Nueva memoria del tigre. Poesía (1949-2000), 1993.
- Otros tigres, 1995.
- Manual de flora fantástica, 1997.
- Tablero de divagaciones, 1999.
- Recuerdo que el amor era una blanda furia. Antología de poesía amorosa, 2000.
- Algaida, 2004.
- La ópera hoy, la ópera ayer, la ópera siempre. Antología de crónicas, 2004.
- Poesía mexicana, esplendor e infortunios. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, 2007.
- A la caza del tigre. Antología personal, 2007.
- Baja traición. Crestomatía de poemas traducidos, 2009.
- Celebración de la palabra. Eduardo Lizalde y José Emilio Pacheco para niños, 2009.
- Todo poema está empezado. Antología (1966-2007), 2009.
- Almanaque de cuentos y ficciones (1955-2005), 2010.
- El vino que no acaba. Antología poética (1966-2011), 2012.
- El tigre en la casa y otros poemas, 2014.