Hernán Cortes, nacido en Medellín, Extremadura, y muerto en Castilleja de la Cuesta, Sevilla (1485-1547), eligió a Carlos V del Sacro Imperio Romano y I de España (Gante, Flandes, 1500–Yuste, Extremadura, 1558) como su señor, como el patrón de sus conquistas. Por el contrario, Carlos V no escogió a Cortés como vasallo, y al principio se limitó a tomar lo conquistado en su nombre. Como explica Ramón Menéndez Pidal: “Cuando se ganó la ciudad de México, Carlos V estaba en Flandes, ajeno por completo a lo que Cortés hacía, preocupado sólo de su alianza con el rey de Inglaterra contra Francia. Las Indias españolas crecían por iniciativa particular, sin aportación alguna del erario, sin más cuidado del rey que gastar el oro que enviaban de allá y organizar y regir la tierra que le conquistaban”.
Vasallo y señor mantuvieron encuentros personales en dos momentos de sus vidas: entre 1528 y 1529 el primer periodo, y de 1540 a 1547 el segundo, todos ellos decisivos, aunque la relación entre los dos personajes fue primordialmente epistolar. La gran ventaja de ello es que todo o casi todo quedó debidamente documentado, lo que facilita ahora analizar los hechos e intentar entender qué buscaban y qué obtuvieron el uno del otro.
Más de una docena de documentos dirige Hernán Cortés al emperador, entre ellos las célebres cinco Cartas de relación, considerándose la primera la llamada Del cabildo. Son misivas escritas bien de su puño y letra o dictadas. María del Carmen Martínez Martínez ha identificado hasta a ocho escribanos como responsables de la totalidad de la correspondencia remitida por el conquistador: “Pedro Hernández, después Juan de Ribera, Alonso Valiente, Alonso de Villanueva, Palacios Rubio, Martín del Castro, Pedro del Castillo y Pedro de Ahumada”.
Por su parte, los documentos enviados a Hernán Cortés –o que hacen referencia al conquistador y sus bienes– que Carlos V remitió con su firma suman 86. Abarcan un periodo de 29 años: de 1519 a 1548. Todos dictados, si no es que sugeridos por los propios asesores del nieto de los Reyes Católicos, de manera destacada Francisco de los Cobos, secretario de Estado del monarca, uno de los personajes más influyentes de la época y que resultaría fatal para los intereses del conquistador.
Es Cortés quien da inicio a la relación epistolar. El 10 de febrero de 1519 parte de Cuba al mando de una expedición para explorar y tomar posesión de las costas de Yucatán, empresa que sufraga de su bolsillo en al menos dos terceras partes de su importe, pero que lo coloca fuera de la autoridad del gobernador de Cuba, Diego Velázquez. Cortés necesita imperiosamente entonces la aprobación del rey, buscando que sea a él a quien únicamente responda de sus actos. Para ello, el 22 de abril funda la Villa Rica de la Veracruz, el primer ayuntamiento de América, que lo nombró capitán general. Sólo hacía falta dar parte al rey para que ratificara el nombramiento.
Producto de la eventualidad o de una audaz maquinación, la primera relación se perdió. A ella hacen referencia Pedro Mártir de Anglería, Francisco López de Gómara, Bernal Díaz del Castillo y el propio Cortés. Debió ser escrita en julio de 1519. Lo que es un hecho es que, además de la relación perdida o sin ella, a España llegó la Carta de la Justicia y Regimiento de la Rica Villa de la Veracruz a la Reina doña Juana y al Emperador Carlos V, su hijo, en 10 de julio de 1519.
La primera misiva, escrita con estilo notarial, cumplió cabalmente su propósito de mostrar por primera vez ante los ojos del rey y su madre el grandioso escenario de México, visto por el que se asoma, temeroso, a contemplar lo desconocido.
Esta misiva, escrita con estilo notarial, cumplió cabalmente su propósito de mostrar por primera vez ante los ojos del rey y su madre el grandioso escenario de México, visto por el que se asoma, temeroso, a contemplar lo desconocido. Se hace referencia a los primeros descubrimientos que desde 1517 venían efectuándose en la tierra firme. Se insiste en el celo puesto por el nuevo capitán general en servir a sus altezas reales. Y se pone nombre y apellido al mayor peligro que acecha a la expedición: Diego Velázquez, del que se solicita a los reyes “que en ninguna manera den ni hagan merced en estas partes”.
La carta termina con la solicitud del Concejo de la Villa Rica pidiendo avalar el mando de Cortés: “supliquemos a vuestra majestad que provean y manden dar su célula o provisión real para Fernando Cortés para que él nos tenga en justicia y gobernación”. Y a fin de que las buenas nuevas de ultramar fueran concluyentes, iban acompañadas de un tesoro de “oro y joyas y piedras y plumajes”, del que la carta incluye un pormenorizado inventario. Cortés despachó a España misiva y valores el 26 de julio a cargo de Francisco de Montejo y Alonso Hernández Portocarrero, sus procuradores.
Influencia de Julio César
La Segunda relación está fechada el 30 de octubre de 1520. El explorador, arqueólogo y fotógrafo francés Désiré Charnay, en su traducción al francés de 1896, la considera como “la más interesante” de las cinco misivas. Escrita en un castellano con resabios latinos, algunos estudiosos encuentran en ella influencia de la Guerra de las Galias, de Julio César. En el ecuador de la Conquista, Cortés traza el retrato de Moctezuma Xocoyotzin y los mexicas o culúas. Y deja constancia ante Carlos V y la posteridad de la magnitud de la empresa iniciada, así como de sus adversidades. Es aquí donde el conquistador bautiza los nuevos territorios como Nueva España del mar océano, porque “así en la fertilidad como en la grandeza y fríos que en ella hace, y en otras muchas cosas que la equiparan a ella”.
Cortés deja constancia ante Carlos V y la posteridad de la magnitud de la empresa iniciada, así como de sus adversidades. Es aquí donde el conquistador bautiza los nuevos territorios como Nueva España del mar océano.
Editorialmente, esta Segunda relación fue lo que hoy sería un best-seller: la imprime por primera vez el 8 de noviembre de 1522, en Sevilla, el alemán Jacobo Cromberger. En Zaragoza la reedita Jorge Coci, en 1523. Su traductor al latín fue Pietro Savorgnami de Forlin, con impresión en Núremberg, en 1524. El texto se incluirá después en el Novus Orbis de Simón Grineo, editado en Basilea en 1555 y en Rotterdam en 1616. Al italiano la tradujo Nicolás Liburnio, versión impresa en Venecia en 1524. Ese mismo año se publica en Amberes una traducción al flamenco. Al francés había sido traducida en 1523, y al alemán lo sería en 1550.
Consumada ya la Conquista, en julio de 1522, parten a España Antonio de Quiñones y Alonso de Ávila, llevando consigo la Tercera relación, además de un nuevo tesoro de oro y joyas. Habían recibido también de manos del conquistador el quinto real, por un valor de casi 55 000 pesos, más 3689 pesos de oro bajo, 35 marcos y 5 onzas de plata. Los valores no llegarán a su destino al ser robados por piratas franceses, pero sí la misiva con la noticia de la victoria de Cortés sobre los aztecas.
Esta Tercera relación es algo más extensa que la Segunda y está fechada en Coyoacán el 15 de mayo de 1522. Narra lo sucedido desde el 30 de octubre de 1520 y puede dividirse en tres partes. La primera trata del avance del extremeño hacia la capital. La segunda refiere el asedio y la caída de la gran Tenochtitlan. La última parte da cuenta de la llegada de Cristóbal de Tapia, veedor de fundiciones de la isla Española, enviado por el emperador para inspeccionar lo hecho por Cortés.
No escatima el conquistador elogios hacia el valor de los aztecas y de Cuauhtémoc: “Llegóse a mí y díjome en su lengua que él ya había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos hasta venir en aquel estado, que ahora ficiese del lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le diera de puñaladas y le matase”.
Coronada su campaña militar con la victoria, una nueva amenaza se cierne sobre Cortés. Y es que un grupo de españoles agraviados por el conquistador y simpatizantes de Diego Velázquez ha llegado a Castilla para pedir justicia contra el extremeño. Son Pánfilo de Narváez, Cristóbal de Tapia y Gonzalo de Umbría, a quienes se suman los procuradores del gobernador de Cuba que ya están en España. Acuden ante el obispo Juan Rodríguez de Fonseca, presidente de la Junta de Indias, quien les aconseja dirigirse directamente al rey.
Carlos V debió de escandalizarse al escuchar los cargos contra Cortés, no tanto los que hacían referencia a sus disputas con Velázquez y cómo se desembarazó pronto de él, sino por las acusaciones de que retenía gran cantidad del oro exigido a los indios. El emperador resolvió la cuestión prudentemente. Nombró una comisión, presidida por el nuevo canciller del reino, el italiano Mercurino di Gattinara, para que escuchara los argumentos de los agraviados por Cortés y la defensa hecha por los procuradores del conquistador. La sentencia fue favorable para la causa de Cortés. Se ordenaba a Velázquez ceder en sus pretensiones sobre la Nueva España, aunque lo autorizaban a reclamar sus deudas al conquistador, y se aconsejaba al emperador nombrar gobernador a Cortés. La comisión llevó su laudo a Valladolid, donde se hallaba Carlos V, quien lo ratificó.
El 15 de octubre de 1522, el hijo de Felipe el Hermoso y Juana de Castilla firma la real cédula que nombra a Hernán Cortés gobernador, capitán general y justicia mayor de la Nueva España “porque entendemos que ansí comple al servicio de vuestro señor e nuestro e de la conversión de los dichos indios a nuestra Santa Fe Católica que es nuestro principal fin”. Fueron cinco en total los documentos recibidos en ese momento por el conquistador: la real cédula, otros tres con la misma fecha, y un quinto fechado el 26 de junio de 1523 con instrucciones sobre cómo tratar a los indios, cuestiones de gobierno y el cobro de impuestos y derechos. Todo el poder sobre la Nueva España se le confería al conquistador: podía nombrar alcaldes, regidores municipales y ejecutores de la justicia, además de disponer de la tierra. Sólo estaría bajo la vigilancia de los oficiales reales, encargados de velar por los intereses fiscales del rey.
La Cuarta relación está fechada dos años y cinco meses después de la Tercera, el 15 de octubre de 1524. Se acompaña de una carta reservada para el emperador en la que responde a la prohibición de que los indios fueran repartidos en encomiendas, restricción que había recibido en el quinto documento fechado en 1523. El gobernador expone sus razones: la necesidad de recompensar a los soldados, su efecto de mantener controlados a los indios y su convencimiento de que se terminaría por desvincular a los naturales de sus antiguos señores. La carta surtió el efecto buscado porque la Corona empezó a expedir células de encomiendas en favor de los conquistadores.
Este envío, cómo no, va acompañado del quinto real y obsequios para sus mercedes reales. Así, Diego de Soto y Juan de Ribera son designados para transportar a la corte las misivas y regalos, entre los que sobresale una culebrina de plata con valor de más de 24 000 pesos de oro.
En la Quinta relación, que data del 3 de septiembre de 1526, el gobernador de la Nueva España da cuenta al rey de la pesadilla que supuso la expedición a Honduras y lo pone al tanto de la llegada y fallecimiento de Luis Ponce de León, el juez enviado para iniciar un juicio de residencia a Cortés, revisión a la que podía someterse a cualquier oficial de la Corona, cuya visita le había anunciado el emperador en su carta con instrucciones de 1522. También informa el gobernador que la anarquía se extendió por todos lados durante su ausencia, y cómo consiguió restablecer el orden a su regreso.
Sería ingenuo pensar que los enemigos del extremeño se quedarían cruzados de brazos; todo lo contrario: Cristóbal de Tapia y Pánfilo de Narváez, principalmente, siguieron inculpando a Cortés con denuncias a las que se sumaron las acusaciones de los oficiales reales en la Nueva España, particularmente las de Rodrigo de Albornoz. Los cargos incluían que guardaba para sí mucho oro de los indios, que “todos los caciques y principales le tenían tanta estima como si fuera el rey”, y que parecía que se alzaría contra su señor.
El emperador estalla en cólera
El emperador estalla en cólera y considera enviar al almirante Diego Colón, hijo del descubridor, para que, según Bernal Díaz del Castillo, “le cortase la cabeza” a Cortés. No llegó la sangre al río porque intervinieron en favor del gobernador su padre, Martín Cortés; el duque de Béjar, don Álvaro de Zúñiga, y fray Pedro Melgarejo de Urrea, quienes consiguieron aplacar la ira de Carlos V. Afortunadamente para su causa, Cortés incluía en su Quinta relación una solicitud de autorización para regresar a España y presentarse ante el emperador, lo que le fue aceptado.
Acompañado por varios señores indígenas y sus capitanes Gonzalo de Sandoval y Andrés Tapia, Hernán Cortés embarca en Veracruz a mediados de abril de 1528 y llega al puerto de Palos a fines de mayo. El rey es informado y da instrucciones para que se le tributen honores en su camino a Toledo, donde se halla la corte. En el trayecto, Hernán Cortés hace una escala en el monasterio de Guadalupe, donde hay una imagen de la Virgen por la que siente gran devoción.
Cuando Cortés se encuentra dando gracias a la Virgen, tiene lugar un episodio al que Bernal Díaz concede la mayor importancia: el conquistador coincidió con doña María de Mendoza, esposa de Francisco de los Cobos, secretario de Estado de Carlos V. La mujer iba acompañada de su hermana, doña Francisca, a la que Cortés comienza a cortejar sin ningún disimulo. Díaz del Castillo se muestra convencido de que en los favores que el extremeño recibió del rey poco después se veía la mano del poderoso cuñado de la dama. Las dificultades aparecieron más tarde porque el conquistador estaba comprometido con doña Juana de Zúñiga, sobrina del duque de Béjar, con quien terminó casándose. Bernal Díaz presupone que este matrimonio terminó enemistando al conquistador con De los Cobos.
Finalmente tiene lugar en Toledo el encuentro de Cortés con Carlos V. refiere Díaz del Castillo:
Después de demandar licencia para hablar, se arrodilló en el suelo, y su majestad le mandó levantar. Y el almirante y el duque de Béjar dijeron a su majestad que era digno de grandes mercedes; y luego le hizo marqués del Valle y le mandó dar ciertos pueblos, y aun le mandaba dar el hábito de Santiago y le hizo Capitán General de la Nueva España y Mar del Sur. Y Cortés se tornó a humillar para besarle sus reales pies, y su majestad le tornó a mandar levantar.
Muchos están convencidos de que el conquistador se sintió defraudado con el nombramiento de capitán general, que lo reconocía como la mayor autoridad militar de la Nueva España, pero que no llevaba aparejado el gobierno. Convencido de sus méritos, y con la audacia que lo caracterizaba, Cortés intenta ser recibido de nuevo en audiencia, pero no lo consigue. Cae entonces gravemente enfermo. Tal es el cuadro que le pintan a Carlos V de lo que está pasando que el emperador le hace una visita en lo que se piensa que será su lecho de muerte en la posada en que se hospeda. El enfermo sanó pronto. Salvador de Madariaga cree a pies juntillas en la autenticidad de este episodio. Otros piensan que fue un ardid. Días más tarde, en la misa de un domingo a la que acudió el rey, Cortés fue a sentarse junto al conde de Nassau, quien a su vez ocupaba el asiento más cercano al emperador. Esta manera de conducirse fue blanco de grandes murmuraciones en la corte.
El extremeño no se da por vencido. Intenta una última aproximación a Carlos V acompañándolo cuando viaja a Barcelona, de camino a Italia, por mediación del mismo conde de Nassau, pero el rey replica que no quiere volver a oír hablar más del asunto. Antes de embarcar, eso sí, el emperador firma con fecha de 6 de julio de 1529 las cédulas que otorgan a Cortés las mercedes y honores prometidos.
En ausencia del marqués, había iniciado en la Nueva España el juicio de residencia en su contra, en el que tuvo como procuradores a Diego de Ocampo, Juan Altamirano y García de Llerena. El juicio fue sobreseído y toda la documentación remitida al Consejo de Indias. No obstante cinco años después, en 1534, Cortés pidió al rey que se reabriera el caso para presentar nuevos descargos. Ello terminaría volviéndose contra el capitán general, quien en 1537 recibe instrucciones de comparecer ante el Consejo de Indias. Finalmente, en 1545, estando el conquistador en Valladolid, primero recusa al tribunal designado por el Consejo y luego pide que se declare la nulidad del juicio. El Consejo de Indias no llegó a emitir resolución alguna.
En noviembre de 1535 llegó a la Ciudad de México el primer virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, lo que supuso para el capitán general nuevos desencuentros. La elección de Mendoza como virrey era intachable: de carácter tolerante y negociador, era de noble linaje y tanto él como su padre habían sido virreyes de Granada, es decir que tenía experiencia en asuntos de gobierno en tierras de cristianos recién convertidos. No sabía Cortés que el virrey llevaba instrucciones de limitar los poderes del capitán general según su criterio, y de sustituir sus funciones cuando lo considerara conveniente. Así que ambos terminaron chocando, particularmente a causa de las nuevas expediciones hacia el norte de México despachadas por Mendoza, y por los obstáculos que el virrey le ponía a Cortés en sus viajes de reconocimiento y nuevos proyectos de conquista.
Estas discordias terminaron de convencer al marqués de que era necesario un nuevo viaje a España para informar al rey personalmente de sus dificultades y solicitar su intervención. Así, en diciembre de 1539 o enero de 1540 se embarca de nuevo para España. Cuando llegó, la corte estaba de luto por la muerte de la emperatriz Isabel de Portugal, en Toledo, el 1° de mayo de 1539. Cortés había mantenido una fluida relación con ella, quien se quedaba al frente de las tareas de gobierno durante los viajes del emperador. Fue con la reina con quien Cortés capituló en 1529 para emprender los descubrimientos en el Mar del Sur.
La pérdida del favor real
Este segundo y último viaje del conquistador a la península vino a confirmarle la pérdida del favor real. En 1541 Carlos V emprendió la llamada Jornada de Argel para arrebatar al otomano Barbarroja este enclave del Mediterráneo. Cortés decidió sumarse a la expedición, acompañado de sus hijos Martín y Luis. La falta de planificación y las condiciones climatológicas en contra se saldaron con la derrota española. En la apresurada retirada, el conquistador perdió las cinco valiosas esmeraldas que llevaba consigo, valuadas en 100 000 ducados.
De vuelta en España, Cortés escribe las últimas tres cartas que dirigió a su señor, en 1542, 1543 y 1544. En esta última, de fecha de 3 de febrero, le dice:
Pensé que haber trabajado en la juventud me aprovechara para que en la vejez tuviera descanso, y así ha cuarenta años que me he ocupado en no dormir, mal comer y a veces ni bien ni mal, traer las armas a cuestas, poner la persona en peligros, gastar mi hacienda y edad, todo en servicio de Dios acrecentando y dilatando el nombre y patrimonio de mi rey, ganándole y trayéndole a su yugo y real cetro muchos y muy grandes reinos y señoríos. Véome viejo y pobre y empeñado en este reino en más de veinte mil ducados. No tengo ya edad para andar por mesones, sino para recogerme a aclarar mi cuenta con Dios, pues la tengo larga, y poca vida para dar los descargos, y será mejor dejar perder la hacienda que el ánima.
Está confirmado que el destinatario recibió tan sentida misiva. El secretario Francisco de los Cobos escribió al margen en ella: “No hay que responder”. El conquistador consiguió ser invitado a la boda del príncipe de Asturias, el futuro Felipe II, en Salamanca, en noviembre de 1543. Y se instaló siguiendo a la corte en Valladolid, pero esto no logró mejorar su situación. Del amargo estado en que se encontraba el marqués del Valle de Oaxaca en esos días da cuenta Voltaire en su Essai sur les mœurs et l'esprit des nations: “Un día Cortés, no pudiendo tener audiencia del emperador, se abrió camino por entre la multitud que rodeaba la carroza del monarca, y subió al estribo; y que preguntando Carlos V ¿quién era aquel hombre?, Cortés replicó: ‘El que os ha dado más reinos que ciudades os dejaron vuestros padres’”.
En el que sí fue su lecho de muerte, en Castilleja de la Cuesta, Sevilla, en 1547, se afirma que las últimas palabras de Hernán Cortés fueron para Carlos V: “Mendoza… no… no… emperador… te… te… lo prometo…”. Más elocuente aún es que en las memorias destinadas al príncipe de Asturias que dictó el rey de España, y que cubren el periodo de 1515 a 1548, no hay una sola mención a Hernán Cortés. El emperador sobrevivió once años al conquistador; murió después de abdicar y dejar a su hermano Fernando el Sacro Imperio Romano Germánico y a su hijo Felipe el Imperio español.
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