Este año se cumple un siglo de la muerte de Franz Kafka. Su nombre, o por lo menos su apellido, es uno que muchas personas pueden conocer sin haber leído uno solo de sus libros, o incluso sin saber que fue un escritor. Poquísimos autores u obras han recibido un reconocimiento semejante en lo que va de la historia humana.
¿Cuál es la forma de esta fama tan peculiar? En muchas lenguas del mundo contemporáneo, entre ellas el castellano, hay una palabra, “kafkiano”, que es un adjetivo y se usa para describir una situación al mismo tiempo absurda y angustiosa. (Se puede encontrar esa definición en el mismísimo Diccionario de la lengua española de la RAE, que aun en esta época digital es una obra de referencia constantemente citada.)
¿Se han encontrado enredados en un trámite burocrático imposible de resolver y que se prolonga durante años? ¿Les ha dado alguna vez la impresión de que todo está en contra suya, incluyendo a quienes tendrían que ponerse de su lado? ¿Han sentido que su propia vida les aprisiona, y cada día se les obliga a realizar tareas sin sentido en un entorno desagradable y que se cae a pedazos? Todo eso es kafkiano, es decir, fue representado de manera memorable en los textos de Franz Kafka: una obra escrita durante las primeras décadas del siglo XX, publicada en su mayor parte luego de la muerte de su autor y reconocida, con ese poco de retraso, como una de las más importantes de la historia de la literatura.
Franz Kafka nació en 1883 en la ciudad de Praga, entonces perteneciente al Imperio austrohúngaro y hoy capital de la República Checa. Nacido en una familia judía –asquenazí, por más señas–, siempre fue ateo. Realizó toda su obra en idioma alemán, que hablaba mejor que el checo. Sus relaciones familiares y sentimentales están, hoy, ampliamente documentadas, desde el conflicto perpetuo por su padre o el afecto de sus hermanas hasta sus diversos noviazgos, que siempre fracasaron por miedos o inseguridades que el mismo Kafka nunca terminó de comprender. Trabajó como funcionario en una compañía de seguros, en la que conoció tanto la vida burocrática como la violencia (en descripciones de accidentes y heridas) que se ve en algunos de sus cuentos, como La colonia penitenciaria. Su mala salud lo obligaba a acudir frecuentemente a sanatorios y fue empeorando con los años. En 1917, contrajo tuberculosis, una enfermedad para la que entonces no existía cura, y se jubiló tempranamente al siguiente año, a la edad de 35. Sus últimos años los pasó escribiendo, tanto como le fue posible; siguió haciéndolo hasta su lecho de muerte, a veces incorporando reflexiones que –según algunos de los muchos estudiosos de su obra– pueden tener influencias del judaísmo, por el que se interesó de forma tardía.
Algunas de sus narraciones son fantásticas, no porque tengan lugar en un mundo distinto y mágico, sino porque en ellas los sucesos insólitos se abren paso en la vida cotidiana y la ponen en crisis.
Como muchos escritores, Kafka utilizó parte de todas estas experiencias personales al crear sus narraciones. Sin embargo, lo hizo de forma muy distinta de como lo hacían sus contemporáneos: con una imaginación y un sentido del humor –oscuro, agresivo, a veces misterioso– que tenía pocos precedentes. Algunas de sus narraciones son fantásticas, no porque tengan lugar en un mundo distinto y mágico, sino porque en ellas los sucesos insólitos se abren paso en la vida cotidiana y la ponen en crisis. Otras, en cambio, cuentan dificultades aparentemente ordinarias que van creciendo y complicándose hasta volverse grotescas, casi increíbles. En todas, así como en sus cartas, ensayos y aforismos, se reflejan circunstancias más amplias, tanto de Europa como del resto del mundo occidental.
Se debe recordar que el de Kafka fue un tiempo de cambios. Después de la Revolución Industrial del siglo XIX, que llevó a millones de personas a vivir y trabajar en ciudades cada vez más grandes y complejas, los integrantes de estas poblaciones se sentían no más juntos, sino cada vez más aislados unos de otros. Muchos de ellos pasaban sus vidas empeñados en tareas incomprensibles dentro de organizaciones (empresas, gobiernos, etcétera) con poco o ningún interés en sus miembros individuales. A su alrededor, las sociedades se volvían inestables, empezaban movimientos revolucionarios, y varias naciones europeas –entre ellas, el propio Imperio austrohúngaro– dejaban literalmente de existir a causa de la Primera Guerra Mundial. Estos temas fueron de los más importantes para las llamadas “literaturas de vanguardia” de la época, en las que también destacaron autores y autoras como T. S. Eliot, Virginia Woolf, Federico García Lorca, Rubén Darío, Thomas Mann o Marcel Proust.
El de Kafka es mencionado ahora entre esos nombres, algunos de los más destacados de su época, pero no ocurrió así de inmediato: a su muerte en 1924, había dejado inédita la mayor parte de su obra, y de hecho había pedido al también escritor Max Brod, su mejor amigo y albacea, que destruyera todos los manuscritos. En la historia de la literatura es famosa la “traición” de Brod, quien no hizo caso de la petición y se dedicó a publicar y promover la obra de Kafka. Brod fue, de hecho, el principal causante del éxito fenomenal y de la influencia perdurable de Kafka, quien sigue siendo muy leído y popular entre numerosas generaciones de casi todo el mundo.
¿Por qué se sigue leyendo a Kafka? En parte es porque nuestro propio tiempo, el temprano siglo XXI, se parece al siglo XX de Kafka en varios aspectos cruciales. La complejidad inabarcable del mundo ya nos resulta familiar, las dificultades del presente son distintas, y lo son también las angustias, incertidumbres y enconos que podemos sentir debido a ellas. Pero todavía podemos entender, y entendernos, en las tribulaciones de los personajes kafkianos. Ninguna de ellas ocurrirá de forma literal en nuestras vidas (ni en las vidas de nadie, probablemente), pero los sentimientos que provocan siguen pareciéndose a los que son causados por nuestros propios problemas.
El hombre que se sabe disminuido, vuelto insignificante por la mediocridad de su vida, y un día amanece transformado literalmente en un insecto (La metamorfosis); el que intenta llegar a una oficina de gobierno –en un castillo, nada menos– para hacer un trabajo al que está obligado, pero no lo dejan entrar y debe seguir intentándolo hasta la muerte (El castillo); el padre de familia que se agobia a causa de un objeto nuevo en su casa, una aparición que no comprende y que por momentos parece tener vida propia (La preocupación de un padre de familia); la comunidad de ratones que gira alrededor de una figura de autoridad dudosa, o más bien nula, pero como es la única que tienen, la seguirán hasta el fin (Josefina la cantora)… En la actualidad, también nos sentimos insignificantes, también padecemos por los caprichos o la ineptitud de los poderosos, también nos desespera no comprender lo que nos rodea, también nos aterra (o nos atrae) el fanatismo. Cuando fantaseamos alrededor de cualquiera de estos asuntos, lo real se amplifica, se vuelve monstruoso e incontenible…, de la misma manera que en los textos de Kafka.
Y hay otra razón, igualmente importante, para que recordemos a este escritor de vida breve y, en apariencia, pequeña, intrascendente como la de tantos de sus personajes. Las obras literarias pueden ser clasificadas de muchas maneras: según la forma en que están escritas, su contenido, su época, etcétera. Una de las clasificaciones menos comunes (pero más útiles) es cómo nos hacen preguntas acerca de la existencia. Toda obra de arte, si vale mínimamente la pena, nos ofrecerá algún tipo de cuestionamiento acerca de la vida humana: después de todo, para eso, entre otros pocos fines, hacemos arte. Pero mientras algunas obras intentan responder sus propias preguntas, y ofrecer algún juicio u opinión que aclare la postura de quien las crea, otras se niegan a hacerlo: en vez de darnos respuestas, nos dejan únicamente con las preguntas, así nada más, para que hagamos con ellas lo poco o mucho que nos sea posible. Este tipo de obras pueden ser frustrantes o pueden ser enormemente atractivas, porque siempre nos dejan la oportunidad de volver a repasarlas (volver a leer tal libro, a ver tal película, a escuchar tal composición musical, etcétera) en busca de nuevas pistas, nuevas formas de interpretar y responder las dudas con las que nos dejan.
A veces, los enigmas son mejores que sus soluciones, porque mantienen el misterio con vida. Esto es verdad respecto de toda la obra de Franz Kafka.
Los libros de Franz Kafka pertenecen a este tipo de obras. Nunca nos dice exactamente “por qué” se convirtió en insecto el pobre Gregor Samsa, vendedor de puerta en puerta. Nunca nos dice de qué se acusa a Josef K., el inculpado y víctima de El proceso. Y a pesar de ello seguimos leyendo. El escritor argentino Jorge Luis Borges –uno de los más ilustres entre quienes han tenido influencia kafkiana– decía que otra de las grandes invenciones del escritor checo era su creación de personajes que no reaccionaban “normalmente”, como esperamos que reaccionen los seres humanos, y a pesar de ello son entrañables, atrayentes, impresionantes. Este es otro aspecto de la misma cualidad enigmática. ¿Por qué, realmente, los ratones siguen alabando a su reina Josefina? ¿Por qué el hombre que quiere entrar al castillo no se rinde jamás? ¿Cómo es posible que los dos personajes de Una confusión cotidiana, empeñados en encontrarse, hagan todo por evitarlo?
Otra observación muy repetida al pensar en el poder seductor de narraciones como las ya mencionadas (en este caso, he visto la misma frase atribuida a una docena de autores diferentes) es que, a veces, los enigmas son mejores que sus soluciones, porque mantienen el misterio con vida. Esto ciertamente es verdad respecto de toda la obra de Franz Kafka. ¿Cómo logró este individuo, con una biografía tan escasa y tan única, con tan poco recorrido en sus viajes, encontrar y plasmar las semejanzas entre él mismo y los habitantes de al menos un siglo entero? ¿Qué tanto podemos reflexionar acerca de sus personajes extraños y sus acontecimientos extravagantes? La solución puede no estar en ningún sitio. O puede estar ahí, entre las páginas, esperando que alguien la descubra por fin. Por eso, si nos dejamos encantar por el universo de Franz Kafka, corremos el riesgo de quedarnos en él, convertidos en exploradores y detectives, siempre buscando.
Dos listas de lecturas kafkianas
Para quien quiera entrar por primera vez al mundo de Franz Kafka (y de la literatura kafkiana que él inició y que sigue existiendo por todo el mundo), aquí van dos listas de lecturas posibles.
Libros de Kafka
Cinco libros esenciales:
- La metamorfosis. La historia –contada como una novela breve– de un hombre que despierta una mañana convertido en un insecto. ¿O ya lo era? Esta pregunta, y muchas más, se convierten en enigmas perdurables acerca de la vida humana, la sociedad y la familia. La mayoría de las ediciones suele incluir cuentos adicionales.
- El proceso. En esta novela, un hombre es arrestado y puesto a juicio sin llegar a saber nunca de qué se le acusa. Todas sus gestiones y averiguaciones terminan en nada, a medida que el mundo, quizá el universo entero, se vuelve contra él. El libro es el más puramente kafkiano de su autor y un gran clásico del siglo XX.
- Carta al padre. En efecto, este libro empezó como una carta de Kafka a su padre, cuestionando su conducta agresiva y descuidada. Kafka llegó a acumular más de 100 páginas con sus reflexiones acerca de la paternidad y el afecto filial, y el texto resulta un gran ensayo sobre estos temas. Un detalle curioso: se sabe que el padre de Kafka nunca recibió la carta.
- Un médico rural. Esta es una colección de cuentos donde se encuentran algunos de los mejores y más enigmáticos de Kafka, incluyendo “La preocupación de un padre de familia”, “El jinete del cubo”, “Informe para una academia”, “Ante la ley” y el que le da título: una serie de sueños o de pesadillas, que le pueden gustar a cualquier aficionado al horror o lo fantástico.
- Aforismos de Zürau. Kafka redactó estas pequeñas reflexiones acerca de la religión, la filosofía y la vida en general en la pequeña aldea checa que les da nombre (hoy conocida como Siřem). Allí estuvo en los cinco meses posteriores a su primer brote de tuberculosis, entre 1917 y 1918. Kafka escribía pensando en su propia muerte; los textos son, a pesar de su brevedad, de los más profundos y enigmáticos que llevan su firma.
Libros con influencia de Kafka
Aquí se podrían citar miles de libros posteriores a la vida de Kafka y la campaña de difusión de su obra realizada por Max Brod, pero mencionaré únicamente quince, todos ellos estupendos y muy distintos entre sí.
- Ficciones de Jorge Luis Borges, cuentos (1944)
- Esperando a Godot de Samuel Beckett, obra de teatro (1952)
- El libro vacío de Josefina Vicens, novela (1958)
- Tiempo destrozado de Amparo Dávila, cuentos (1959)
- Trampa 22 de Joseph Heller, novela (1961)
- El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez, novela corta (1961)
- La broma de Milan Kundera, novela (1967)
- Ubik de Philip K. Dick, novela (1969)
- Esperando a los bárbaros de J. M. Coetzee, novela (1980)
- El cuento de la criada de Margaret Atwood, novela (1985)
- El péndulo de Foucault de Umberto Eco, novela (1988)
- 2666 de Roberto Bolaño, novela (2003)
- El brujo del cuervo de Ngũgĩ wa Thiong’o, novela (2004)
- Lo que más me gusta son los monstruos de Emil Ferris, novela gráfica (2017)
- Un pianista de provincias de Ramiro Sanchiz, novela (2022)