Estoy cierto de que quienes recibimos hoy –por igual– este reconocimiento, precisamente aquí, en Jerez, lo hacemos con alegría entrañable. Y creo también que quisiéramos hacerlo con sencillez cabal, al tiempo que con una gratitud tanto más profunda cuanto más consideramos su significado. Por mi parte, al recibirlo sucumbo también a una suerte de asombro al estimar cómo esta distinción pueda alcanzar a una trayectoria que sencillamente ha intentado cumplir la misma y vieja promesa de fidelidad que todo artista se hace cada día a sí mismo en silencio.
Por virtud del asombro, aprendemos a pensar; pero habrá que entender también que ese deslumbramiento no depende del que piensa, sino de que aquello que se piensa salga de su sombra y nos asalte. En semejante asombro, vengo a entender este reconocimiento como un homenaje a esa asombrosa forma de la amistad que es el teatro.
Para hacerse realidad, el afán del teatro exige el compromiso de esa insuperable posibilidad de ser, la relación humana que llamamos amistad, pero sabemos también que el teatro recompensa, al ciento por uno, creando entre sus hacedores la más profunda amistad. Y tal vez sea por eso, precisamente, que la mayor gracia de este premio consista en el hecho de recibirlo ex aequo con el admirable hacedor de teatro y amigo de siempre, Arturo Beristain.
Nadie hace teatro solo, por eso este reconocimiento atañe a esa maravillosa comunidad a través de la cual me fue dada la gracia del teatro: actores, escenógrafos, músicos, técnicos, promotores y difusores… Arturo Beristain ha mencionado a algunos, y la evocación de su complicidad hace plena la alegría que nos reúne. En todos ellos, mi corazón leal se amerita.
La alegría que provoca esta ocasión aumenta cuando pensamos brevemente en el significado que contiene este premio y en el nombre que evoca: el íntimo decoro del inmenso poeta y la asombrosa épica sordina de una patria impecable y diamantina.
El hacer del poeta consiste en la capacidad de transfigurar la realidad descorazonada en su morada, por virtud de ese encorazonamiento poético que no sobrevive en el puro espacio, sino que lo consagra al inventar un axis mundi que lo transforma en un lejos o un cerca, en un afuera o un adentro, porque donde está su corazón está su morada.
La obra poética es la fundación de una tierra natal espiritual; un gran refugio que donde falta se sucumbe al vacío terrible. El legado poético de López Velarde nos alienta a buscar el pulso de la patria en cada momento en el que su identidad zozobra, pide a la brutalidad de los hechos un sentido espiritual, y ante las preguntas de la historia de los mexicanos, nos invita a interrogar a todos los fantasmas, a los ídolos a nado y a las piedras de los monumentos.
“La poesía de López Velarde transita sin fecha como fantasma por los pasillos de la noche nacional, revelando en el sopor de la fiebre la íntima ansiedad del desencuentro amoroso, el erotismo cuaresmal y la piedad necrófila”.
Ni esencia ni historia, México existirá cuando aparezca en la alta dimensión del poema y del drama, en el espejo de nuestros escenarios. Todo lo que asciende, converge. Y en la altitud de esa convergencia zozobra el alma errante de los mexicanos. En el andén de esa zozobra convergen ¿Águila o sol?, Al filo del agua, El llano en llamas y Confabulario.
La poesía de López Velarde transita sin fecha como fantasma por los pasillos de la noche nacional, revelando en el sopor de la fiebre la íntima ansiedad del desencuentro amoroso, el erotismo cuaresmal y la piedad necrófila. Su atrevida tentación fue capaz de atrapar las corrientes inasibles de una angustia sumergida en el vado aparente del tiempo.
Para el poeta, “la patria no es una realidad histórica o política, sino íntima”. Su visión es la de quien se descubre a sí mismo, situado en el edén subvertido al cual será mejor no regresar, al mismo tiempo que nunca dejará de ser un extraño en la urbe capital, ojerosa y pintada. La patria es ponderable, como la amada imposible que la memoria visual atrapa en una metonimia: el trueno del temporal que enloquece a la montaña y sana al lunático.
Se vive en la relatividad de los tiempos: la hora que vuela en carretela por la capital o que cae como centavo del campanario sonámbulo del pueblo. Territorio mutilado que sigue siendo tan grande que el tren que lo cruza es un juguete, para arribar al fin a aquel andén inmenso de la mirada mestiza.
La estructura de La suave Patria propone de por sí su equivalencia escénica; pretende el peligroso equilibrio entre la lírica y la épica que es propio del poema dramático. Teatralidad que ironiza de sí misma en parodia de opereta y que ha propiciado tantas veces su destino de lugar común donde, a pesar de todo, subyace recóndita y cifrada su verdadera dimensión.
“El teatro es el arte del sueño, y el sueño de México será existir en la alta dimensión del teatro, porque un pueblo sin teatro es un pueblo sin verdad”.
El desafío de la vigencia escénica del poema tendrá que eludir la trampa de su aparente estructura dramática, y descubrir la trama que se oculta entre las voces de los personajes de otra escena cifrada en el tránsito anónimo de esas presencias que cruzan apresuradas por el andén de los desgarramientos. Su validez teatral será posible al traspasar su forma esquiva y al descifrar su contenido en el inconsciente colectivo de una íntima tristeza reaccionaria.
El arte del teatro nace de una pasión apremiante por conocer; proviene de un asombro que moviliza, hace viajar y abre la mente para que quepa el mundo. El teatro vive del impulso infatigable de alguien que busca a alguien; sale al encuentro; se demora en el hallazgo; convoca; es reunión.
La reunión revela lo que se tiene en común, lo hallado en común comunica, y esa experiencia puede crear comunidad. El teatro es el arte del sueño, y el sueño de México será existir en la alta dimensión del teatro, porque un pueblo sin teatro es un pueblo sin verdad. El teatro hace a cada espectador una confidencia íntima, que es portadora de una severa exhortación: la de orientarse en la existencia como intentan hacerlo los actores en el escenario. A la mitad del foro, languidece el actor con íntimo decoro; en la sala, la que escucha en un palco se suelta a llorar todas las lágrimas del mar.
¿Qué es México? ¿Qué es el teatro? ¿Qué es la historia? Son preguntas que siguen abiertas y que, de alguna manera, consiguen seguir incontestadas frente al alud paralizante de la inepta cultura. Por su misma consistencia, cada generación encuentra la necesidad y la perspectiva que las vuelven a formular, y ensaya sus respuestas.
Toda pregunta contiene luz y oscuridad a un tiempo. La luz de un saber que anticipa la respuesta, y la oscuridad intocada por virtud de la cual la pregunta sigue siendo pregunta, camino transitable y ruta del descubrimiento.
En el extravío, habría que asumir la advertencia que le fue dada al sobreviviente Ulises para que pudiera escapar del canto de las sirenas: “No olvides el poema”.
Jerez, 19 de junio de 2024.