Ramón López Velarde, el padre soltero de la poesía mexicana”, así llama Hugo Gutiérrez Vega a nuestro poeta, con lo que yo discrepo.
José Ramón Modesto López Velarde y Berumen era su nombre completo y aquí creo que hay una clave: José. En las pinturas de los evangelizadores, cuando se mostraba alguna escena de la Sagrada Familia estaba claro quién era el Niño Jesús y, por ende, su madre María, pero no José. ¿Quién de las figuras que estaban ahí era él? Así que los pintores ponían a los pies de este las siglas P. P.: padre putativo de Jesús. De ahí que a los José les digan Pepe, y este sí creo que sería el epíteto más apropiado para llamar a nuestro poeta, dado su miedo cerval a la paternidad, el de Padre Putativo de la Poesía Mexicana.
“La paternidad asusta porque sus responsabilidades son eternas”, decía. Por eso me sorprende tanto que exista en la Ciudad de México un jardín de niños llamado Ramón López Velarde, cuando en su primer texto del Minutero, “Obra maestra”, nos dice: “Mi obra maestra es el hijo que no tuve”. Y más sorprendente aún, que el jardín de niños se encuentre en la avenida Revolución. ¿Y la “íntima tristeza reaccionaria”? En fin, yo propongo llamarlo “Padre Putativo de la Poesía Mexicana”, en vez de “el padre soltero”. Es más, el Padre Putativo de los Poetas Mexicanos.
La admiración y el amor por la obra del poeta nos ha hecho acercar su obra al teatro para darla a conocer desde otro ángulo. Así, desde 1982, cuando hicimos Novedad de la patria, dirigida por el maestro Luis de Tavira, y el de la voz interpretando al poeta, junto con otras grandes actrices y actores, como un reconocimiento a los iniciadores de Poesía en Voz Alta, en la Casa del Lago, fue que emprendimos el gran periplo de homenajes a su obra. La temporada en la Casa del Lago duró cien representaciones, y la placa la develaron Héctor Mendoza y Octavio Paz.
Al año siguiente, en el teatro Sor Juana Inés de la Cruz de la UNAM, hicimos otra temporada y luego algunas funciones en el Politécnico, para, posteriormente, en el 84, asistir, con un éxito sorprendente, a la Olimpiada Cultural de Los Ángeles, California, junto a compañías como la del Piccolo Teatro de Milán, comandada por Giorgio Strehler; Macunaíma de Brasil; el grupo de Tadeusz Kantor y su Clase muerta; y el U2 de Holanda. Y finalmente, Luis recibió el premio como Mejor Director, en el Festival de las Américas en Montreal, Canadá. Esa experiencia nos hizo constatar la estatura de nuestro poeta, que su obra es la prueba de que no es “un gran poeta menor” y que no suscribimos el dicho de que la poesía mexicana descansa … en Paz.
“Así que, cuando se anunció que el premio de este año se había abierto a los creadores que, a través del teatro, han investigado, divulgado y promovido la obra del poeta, y que recaía en nosotros la distinción, no lo podíamos creer”.
Posteriormente, el maestro Tavira hace otra puesta en escena, Zozobra, en el teatro El Galeón, con la obra del poeta como protagonista; y yo, innumerables recitales de su prosa y poesía con Alejandro Aura, Carlos Monsiváis y el pintor Juan Manuel de la Rosa. Juan tenía el fetiche de que en sus exposiciones yo leyera La suave Patria como colofón en la inauguración –aunque siempre la dije de memoria–, y, en ocasiones, con la orquesta de Zacatecas. También tuve oportunidad de montar la pieza Travesías y desplazamientos en el Museo Cossío en San Luis Potosí, en la que el poeta sigue a la distancia a Fuensanta, quien recorría la exposición de De la Rosa junto con el público, mientras escuchábamos en el sonido ambiente los poemas del poeta dichos por un servidor.
Sin olvidar las gozosas visitas a Sierra Hermosa, donde los niños de esa población y yo decíamos de memoria y en coro La suave Patria. Y finalmente, para conmemorar los cien años de su partida, Retrato hablado de Juan Villoro, bella obra que tuvimos la gran alegría de montar en una gira por ciudades emblemáticas para el poeta: San Luis Potosí; Jerez, Zacatecas; La Purísima del Rincón, Guanajuato; Aguascalientes y Guadalajara; y en la Ciudad de México, en recintos como el Palacio de Bellas Artes, el Aula Mayor del Colegio Nacional y el teatro de la Compañía Nacional de Teatro (CNT).
Así que, cuando se anunció que el premio de este año se había abierto a los creadores que, a través del teatro, han investigado, divulgado y promovido la obra del poeta, y que recaía en nosotros la distinción, no lo podíamos creer. Para nosotros, hacer teatro con su obra es ya el premio. Cuando le pregunté a Luis si ya se había enterado del reconocimiento, quién era el jurado y junto a quiénes estaríamos colándonos a la historia, me contestó: “Es una lista apoteósica e intimidante, por quiénes son y por su relación con el poeta. Yo me siento un pobre sacristán valleinclanesco que se coló a la misa solemne con las ropas del obispo”. (¡Ja!, el “sacristán fallido”).
“Crucé la calle, me senté en una banca del jardín y le conté la buena nueva al árbol que me cubría…”.
Cuando me avisaron, yo estaba en la CNT y no cabía en mi dicha, colgando el teléfono se lo quise comunicar a un compañero que se excusó de atenderme porque tenía que entrar a un ensayo. Los policías de la puerta no entendían de qué les estaba hablando. Crucé la calle al café de enfrente y pedí un expreso. “¡Para festejar!”, le dije a la chica que los prepara… “¿Es su cumpleaños?”. “No, no, lo que pasa…”. “Aquí tiene”. A nadie parecía importarle. Y recordé el cuento de Chéjov, “Tristeza”, en el que un cochero sufre la muerte de su hijo y a cada pasajero que sube a la carreta quiere contarle su pena, pero a nadie parece importarle. Hasta que finalmente llega al establo y, mientras le da de comer a su yegua, se desahoga contándole su pérdida al jamelgo. Yo crucé la calle, me senté en una banca del jardín y le conté la buena nueva al árbol que me cubría…
Entonces recordé “mi dicha”, en “El alquiler de la vida y de la muerte”, de El don de febrero, que es la explicación pretérita de por qué hay espíritus que no usamos las redes sociales para contarle a todos y a nadie lo que nos pasa.
A mi dicha le está prohibido ofrecerse como espectáculo baladí y como materia de intercambio. Mi dicha es hermética. Yo llevo mi dicha para mí solo, como una herida cubierta con una capa. Quien me hirió tiene derecho a abrir la capa y a considerar la herida. Nadie más. La cerradura del aposento en que soy dichoso, no sufre atisbos. Cuando mi dicha se sentó en el tronco de un árbol, los ramajes, siempre comunicativos, no quisieron divulgar la buena nueva que ascendía hasta ellos, en la evidencia del medio día.
Cuando mi dicha se asomó por un balcón a media noche, el viento quedó inmóvil y se opuso a profanar la onda que resbalaba por el balcón en un propósito lustral.
Yo guardo mi dicha con la decisión y con el sobresalto con que un niño mísero aprieta en su puño una moneda sin mancilla.
El teatro es un hecho colectivo, por eso esta dicha es también gracias a los que hicieron con nosotros las puestas en escena. Hacer teatro es una aventura y las aventuras hermanan; así pues, agradezco también a mis hermanas y hermanos esta dicha:
Julieta Egurrola, “Fuensanta”;
Rosa María Bianchi, “Ojerosa y pintada”;
Vicky Valdivieso, “La solterona”;
Ana Paola Loaiza, “Dolores”;
Mireya González, “Matilde”;
Lorena Glinz, “Margarita”;
Antonio Rojas, “El poeta”;
Ignacio Retes, “El acólito”;
Joaquín Garrido, “Guardagujas”;
José de Santiago, “Cantor”;
José Luis Martínez, “El payo”;
Pepe Frank, guitarra.
Al hierofante Juan Villoro, autor de Retrato hablado;
a Natalia Teliz, mi “Angelito;
a Alejandro Aura, mi hermano;
a Juan Berruecos y su marco teórico;
a Joaquín Berruecos, por sus cámaras;
a Fernando Santiago, por su complicidad productora;
a Héctor Iván González, mi escudero;
a Enrique Singer, su apoyo generoso;
a Juan Manuel de la Rosa, por el amor a su tierra;
y, finalmente y en primer término, a Luis de Tavira, nuestro director, nuestro maestro y guía.
Y, por supuesto, al jurado al que admiro y respeto por su obra.
A las autoridades y responsables culturales de Zacatecas, que han mantenido viva la memoria del poeta que siempre me acompaña y que parece apostrofar mi vida.
Recuerdo lo que dijimos en su habitación, gracias a la vigía del museo, la generosa María del Carmen Férez Kuri, que nos permitió estar en su lecho, justo un siglo después de tu partida:
Poeta:
La mancha del olvido no ha cubierto la cima de nuestra conciencia…
Tener frío, dijiste, es dejar de interpretar y nos conminaste a contemplar la muerte sin la avaricia del temor…
El último adiós no supone “la ruptura definitiva del hilo de oro que mantiene unidos los corazones”.
Porque ese hilo de oro, poeta, es tu obra.
Esperando que ondee de nuevo el pañuelo que nos dijo adiós hace un siglo,
atentos al prodigio, este llegó gracias al influjo de un espiritismo inverso que ha hecho a través del teatro otro grande, el hierofante Juan Villoro.
Te pedimos, pues, poeta, anuencia para recrear tu retrato… un “retrato hablado”, hecho con el corazón del corazón.
A 15 de junio, un siglo después.