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Literatura

Tetraedro: Cuatro décadas de ausencia.

A 40 años de la partida de Julio Cortázar, y 110 años de su nacimiento, el crítico literario Alfredo Barrios, especialista en el cronopio mayor, recuerda la poética cortazariana, sus protagonistas intelectuales, la mezcla de lo metafísico con lo cotidiano, la intertextualidad, la experimentación de géneros en Rayuela, 62/Modelo para armar y Libro de Manuel, entre otros, así como su visión social y política del mundo en las cartas que escribió. La pluma de Julio Cortázar crea un antes y un después en la literatura.


Por Alfredo Barrios

Este 12 de febrero de 2024 se cumplirán 40 años de que nosotros, los cronopios, nos quedáramos huérfanos. Quizás, como un mal consuelo, advierto que en agosto de este mismo año celebraremos 110 años del nacimiento de Julio Cortázar; 60 años de la estupenda segunda edición de Final del juego, publicada por Sudamericana (la edición príncipe es mexicana: Los Presentes, 1956); y los 30 años del magnífico documental Cortázar de Tristán Bauer, que cada año despierta a mi vieja videocasetera VHS para recordar y llorar a nuestro querido Julio como se merece, al ritmo melancólico de Java, tango compuesto por él y musicalizado por el Cuarteto Cedrón (Barrios, 2020 a). Tengo esta manía de recordar fechas cortazarianas; una relevante es que el mismo año en que Julio dejaba este mundo, yo descubría en mi libro de texto gratuito “Aplastamiento de las gotas”. Fue hasta los 18 años cuando lo reencontré en Historias de cronopios y de famas y caí en cuenta de dos cosas: la primera, nunca me fijaba en los autores leídos en mi infancia; y segunda, admiré la obra de Cortázar desde la primera minificción.

Hoy, a modo de homenaje, revisaré cuatro eslabones de esa cadena cortazariana que nos convirtió en discípulos, no sólo de su obra, sino de la forma de percibir y concebir el mundo y la literatura. Si bien los escritores multivalentes, multifacéticos o multigenéricos abundan, mantener una alta calidad e incitar el interés del público en cada género es un reto que pocos cumplen. Cortázar sí consiguió –Pessoa sería otro– provocar ese ardor literario en cada género que practicó ya fuera cuento, novela, poesía, teatro, ensayo e incluso historieta.

Poetázar

Como si fuera un cuento perfecto, esférico, cortazariano, nuestro autor inició y terminó su trayectoria con poesía. Desde la infancia tuvo la sensación de que las palabras valían tanto o más que las cosas mismas (Prego, 1985: 25). Antes de los diez años, escribía sonetos perfectamente rimados y medidos, inspirados en su familia. “Apóstrofe”, por ejemplo, compara el cabello de su hermana Ofelia con figuras monstruosas de la mitología clásica: furias, parcas y diosas del averno (Monballieu: 2011). Si bien sus versos eran cursis e ingenuos, según sus palabras (G. Bermejo, 1978: 17), contenían una clara noción de rima y ritmo. Este último, fundamental para toda su obra, pues Cortázar sólo fue capaz de escribir prosa hasta que halló el ritmo propio de la narrativa. “La poesía es el inicio”, recordaba la frase de Paz en El arco y la lira, libro donde Cortázar encontró la frase liberadora que lo concilió con la prosa: “El ritmo es sentido de algo, no es medida, sino tiempo original” (Cartas 1, 2000: 338).

Para Cortázar, la figura del poeta es la más importante en términos de creación, y por ello todo artista es un poeta, sin importar su disciplina”.

Al dejar atrás la adolescencia, se transformó en Julio Denis y publicó Presencia (1938), libro de sonetos indescifrables en el estilo de Mallarmé. “Ni siquiera [por] quienes los sonetos surgieron [...]; esos –dolorosamente se lo digo– fueron los primeros en no comprender, en decirme, a manera de crítica, que nada había más helado y distante de la Poesía que ese pobre montón de versos” (C1: 56). Ese libro fallido obligó a nuestro autor a pulir su escritura y negarse a publicar un libro completo hasta 1951. Sin embargo, antes de llegar a la prosa tuvo otro intento poético con De este lado (1940), poemario enviado a un concurso donde Borges figuraba en el jurado. “El contenido, alejado de todo preciosismo y de toda ‘música’ exterior; el verso blanco y enteramente libre; la intención, orientada exclusivamente hacia la raíz de lo poético” (C1: 73). Con este segundo descalabro, “abandonó” la poesía durante casi tres décadas, hasta la edición de La vuelta al día en ochenta mundos (1968). Pongo las comillas porque en sus seis novelas hallamos poemas explícitos, como “Java” en Divertimento, o implícitos, como el capítulo 7 de Rayuela.

Retrato de Julio Cortázar. Fotografía de Alicia D´Amico, 1967. Archivo: Alicia D´Amico.

 

Para Cortázar, la figura del poeta es la más importante en términos de creación, y por ello todo artista es un poeta, sin importar su disciplina. La aparición de Salvo el crepúsculo (1984), donde se recopilan poemas de todas las épocas de su vida, fue la reivindicación para el Cortázar poeta. Entre sus influencias líricas contamos a Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, y toda la generación de poetas malditos. Vanguardistas: Apollinaire, Artaud y Breton. Pero Cocteau fue imprescindible en su formación. “Leí por primera vez a Cocteau, […] y voy y lo emboco con Opium. […] Ahí tenés. La severidad formal de ese libro, su dificultad de comprensión no tanto por lo que dice como por lo que alude a cosas que yo no conocía ni remotamente, Rilke, Víctor Hugo en serio, Mallarmé, Proust, El acorazado Potemkin, Chaplin, Blaise Cendrars, me reveló sin que yo me diera cuenta las dimensiones justas de la severidad” (Ver nota en la p. 79). También devoró a los renovadores de poesía hispanoamericana: Neruda, Vallejo, Borges y la generación del 27. En los últimos años de su vida, siempre se acompañaba de algún libro de versos. Hay un ajuste de cuentas con su primera etapa literaria en un episodio de la novela El examen (1950), en la que su alter ego, Andrés Fava, confiesa:

Empecé escribiendo con mucho coraje cosas que ahora no me animaría a decir […] pretendía que mis versos […] fueran igualmente inteligibles en Upsala que en Zárate. El lenguaje era estúpido, pero lo que intentaba decir con él tenía más fuerza que lo que escribo ahora.

[…] —¿Y por qué se te acabó el chorro? —dijo el cronista.

—Las influencias, los prejuicios disfrazados de experiencia. Lo malo es que eran necesarios, lo malo es que eran buenos. Y lo bueno es que a la larga resultaron malos […]. Entre los dos amigos que te dije y [Opium] me enfilaron derechito a Mallarmé. La cosa es que me fui secando, por desconfianza y deseos de tocar el absoluto. Me puse a hacer poemas herméticos, tanto que ahora mismo no conozco más de cuatro personas que hayan podido aguantar la primera docena (C1: 108).

El examen, novela póstuma de Julio Cortázar publicada por Alfaguara, en 1986.

 

Como la vida misma

Con este fragmento, entramos a la dimensión de la novela. Empiezo por señalar que Cortázar es uno de los escritores más prolíficos después de muerto. Aurora Bernárdez se dio a la tarea de traer a nuestras manos dramas como Adiós, Robinson; las Clases de literatura de Berkeley; y cinco tomos de cartas de más de 3500 páginas. También publicó un libro fundamental en la poética cortazariana: Imagen de John Keats, de donde emanan valiosas ideas, mecanismos de creación, riesgos y estilos. Ahí están contenidos: 1) Rayuela –intercala pasajes cotidianos y lecturas fuera del tema central, abunda en intertextualidades y poliglotismo–; 2) libros-almanaque –congrega ensayos, poemas, viñetas, apologías: mixtura que no afecta, sino exacerba–; y 3) Historias de cronopios… con un estilo lleno de frescura, libertad y sentido del humor.

Desde sus primeras obras se prefiguran todos sus rasgos novelísticos: protagonistas intelectuales, multiplicidad idiomática, “los perseguidores”, intertextualidad, mezcla de géneros, experimentaciones formales, juegos léxicos, discusiones literarias y metafísicas entremezcladas con la cotidianidad, así como abundantes dosis de humor en todas sus variantes”.

Las primeras dos obras póstumas que aparecieron fueron las novelas Divertimento, escrita en 1949, y El examen (1950/1986), con su apéndice de “capítulos prescindibles”, “Diarios de Andrés Fava”. Si bien Rayuela es la obra culmen de Julio Cortázar, ya desde estas se prefigura “el club de la serpiente” y todos sus rasgos novelísticos: protagonistas intelectuales, multiplicidad idiomática, “los perseguidores”, intertextualidad, mezcla de géneros, experimentaciones formales, juegos léxicos, discusiones literarias y metafísicas entremezcladas con la cotidianidad, así como abundantes dosis de humor en todas sus variantes: cómico, irónico, paródico y sarcástico.

Rayuela, novela de Julio Cortázar publicada por Editorial Sudamericana, en 1967.
62/Modelo para armar, novela de Julio Cortázar publicada por Editorial Sudamericana, en 1968.

 

Si en los cuentos Cortázar es el más severo –“el perfecto cuento es la esfera, esa forma en la que no sobra nada, que se envuelve en sí misma de una manera total” (Prego: 60)–, en sus novelas desenmascara sus sentimientos, preocupaciones, pensamientos, desasosiegos, cuitas amorosas y esperanzas. “La novela –le escribía a Jean Barnabé–, como la poesía, el amor y la acción, debe de proponerse penetrar la realidad. […] Para quebrar esa cáscara de costumbres y vida cotidiana, los instrumentos literarios usuales ya no sirven. […] Un cuento es una estructura, pero ahora quiero desestructurarme [...] un cuento es un sistema cerrado y perfecto [...] y yo quiero acabar con los sistemas y las relojerías” (C1: 397). Por ello, en cada una de sus novelas la crítica a la realidad está siempre presente y es dura: contra su patria, la literatura, los amigos, la política, la filosofía, incluso contra sí mismo. “Necesito una poesía de denuncia, sabés. […]. Qué me importan los hechos. Lo que denuncio es el antecedente del hecho, esto que somos vos y yo y el resto” (El examen: 153).

De estas dos novelas, El examen ya tiene una calidad comparable a 62/Modelo para armar (1968) o la premiada Libro de Manuel (1972), pero la furia contenida en su crítica, acompañada de “tantas” malas palabras, aterró a los editores. En 2013, Francisco Porrúa, editor de Sudamericana, me confesó en su piso de Barcelona: “Fue un error editorial no publicarla en aquella época [en 1960]”. Aurora Bernárdez a su vez me confió: “Rayuela no hubiera tenido el impacto que tuvo si se hubiera conocido El examen cuando se escribió”. Consideración que compartían críticos como Yurkievich o Muchnik. “En Rayuela se cumple plenamente el programa que en El examen ya prefigura” (Yurkievich, 2004).

Desde Divertimento ya existen ciertos personajes característicos de su novelística como “los perseguidores” –Andrés Fava, Horacio Oliveira o Gabriel Medrano–; o aquellos que “encarnan la inocencia” y requieren de los cuidados y protección del resto: en Divertimento, el gato Thibaud-Piazzini; en El examen, el Coliflor; en Rayuela, Rocamadour; y en Libro de Manuel, el bebé homónimo. Estos siempre aparecen para contraponer la malicia, el egoísmo, la negligencia y demás vicios de los protagonistas. Otro tipo que siempre aparece en la diégesis es el personaje-supravisión: una entidad ambigua y un tanto fantasmal que, sin verse afectada directamente por las situaciones o acontecimientos, es testigo y apoyo de los protagonistas: Insecto en Divertimento, Persio en Los premios, “el que te dije” en Libro de Manuel o “mi paredro” en 62/Modelo para armar. Nótese la onomástica insólita de estos.

Libro de Manuel, novela de Julio Cortázar publicada por Editorial Sudamericana, en 1973.
Aurora Bernárdez y Julio Cortázar en un bazar de la India. Archivo: Aurora Bernárdez.

 

No quisiera cerrar este apartado sin señalar que, con excepción de Rayuela, sus otras cinco novelas contienen elementos fantásticos: en Libro de Manuel, el hongo-homúnculo de Lonstein; en Divertimento, el cuadro que prefigura el destino de los protagonistas; en la distopía de El examen, la ciudad pudriéndose (Barrios, 2020b: 10); y la vampírica 62/Modelo para armar, ni se diga. Rayuela cambia los elementos fantásticos –que le daban tanta seguridad a Cortázar– para intercambiarlos por episodios fársicos, como el capítulo 41 del tablón o su empapado encuentro con Berthe Trépat (cap. 23). Además, otra constante en las novelas cortazarianas es la aparición de epístolas: bien para recibir noticias por correspondencia, como Sara en Libro de Manuel, o bien, cartas escritas por los personajes, como la conmovedora misiva de la Maga a Rocamadour en Rayuela (cap. 32); o la que redacta abatido Marrast para su querida “malcontenta” Tell en 62/Modelo para armar. La mayoría de estas misivas son de índole personal, para dibujar mejor la psique de los protagonistas.

Palomas mensajeras

La carta –género prácticamente extinto hoy en día– fue fundamental para Cortázar porque le permitió –junto con la traducción– la transición de la poesía a la prosa. El género epistolar, además, tuvo un papel preponderante en su obra, a tal grado que innumerables cuentos están escritos con esos rasgos, o de plano son una misiva, por ejemplo: “Carta a una señorita en París”, “Cartas de mamá”, “Sobremesa” y “La salud de los enfermos” (Barrios, 2008).

Ya sé que, cuando yo muera, ustedes mis amigos publicarán mis obras completas, y que, en bellos apéndices, agregarán mi copiosa correspondencia”.

En una conferencia en Guadalajara, en 2004, sobre la edición de las obras (in)completas de Julio Cortázar, para Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg, Saúl Yurkievich habló de dos volúmenes de cartas, que incluirían muchas cartas más de la ya gorda edición de 3 volúmenes y 1800 páginas publicada en el año 2000. “¿Cuántas serán muchas más?”, recuerdo que le pregunté a Eduardo Casar al finalizar ese congreso. La respuesta llegaría ocho años después, cuando apareció la nueva edición de Cartas (2013) –aún incompleta–, que duplicó su tamaño. Si nos preguntamos, ¿cómo es posible tan nutrida correspondencia?, para responder pienso en dos motivos: desde los años treinta, su letra jeroglífica lo obligó a escribir sus cartas a máquina; y la costumbre de hacer una copia en calca. Sin duda, vislumbraba su trascendencia cuando “bromeaba” con Duprat: “Ya sé que, cuando yo muera, ustedes mis amigos publicarán mis obras completas, y que, en bellos apéndices, agregarán mi copiosa correspondencia” (C1: 95). Pero ¿por qué leer la correspondencia de Cortázar, cuando ya tenemos en nuestro corazón una Rayuela, un Bestiario, un “Perseguidor”, unos cronopios o los libros-almanaque? Se me ocurren algunas razones que podrían interesar tanto al lector común como al especialista.

Retrato de Julio Cortázar. Fotografía de Alberto Jonquieres,1967.

En primer lugar, porque nos interesan sus corresponsales. Las primeras cartas están dirigidas a amigos cercanos –más bien desconocidos–, como Eduardo A. Castagnino, Mercedes Arias, Fredi Guthman, Sergio Sergi, Marcelle Duprat o Jean Barnabé, donde hallamos conversaciones varias sobre arte, literatura, música, pintura y política Argentina. Refleja las complicidades, aspiraciones, críticas, filias, temores y deseos de un joven e inquieto Cortázar –algo snob, según su propia consideración (C1:491)–, que nos recuerdan los diálogos fársicos de personajes cultos de nuestra cultura pop como Frasier y Niles o Sheldon y Leonard.

Yo empiezo a ver la necesidad de un análisis esencial de conceptos tales como cultura, democracia, valores, teología, progreso. […] Y que nosotros, la minoría culta, alejados del dinero y la ambición, con fines sublimados (arte, poesía, Dios, qué sé yo) haríamos muy bien en permanecer alejados de toda milicia y de toda participación. Pero no podemos con el genio, y seguiremos sufriendo como sufre usted o como sufro yo (C1: 84).

Sin embargo, más allá de ver su faceta juvenil, interlocutores como Sergi, Guthmann y Barnabé, serán importantísimos durante su periodo de formación y de despegue porque comparte con ellos angustias literarias y recibe las primeras críticas de Bestiario, Rayuela o “El perseguidor”. Cortázar señalaba que Oliveira nace de una mezcla de los tres corresponsales.

Por supuesto, también hay una inmensa cantidad –y calidad– de misivas dirigidas a los más célebres escritores del siglo xx como Borges, Paz, Lezama Lima, Vargas Llosa, Fuentes, García Márquez, Onetti o Arreola; así como críticos con los que discutió sus procesos de creación como Barrechenea, Alazraki, Maturo, García Canclini o Yurkievich.

Por otro lado, quizás el Julio Cortázar que conocemos hoy no existiría sin la relación epistolar que sostuvo con Francisco Porrúa. Este, más que un amigo o un editor, fue un verdadero cómplice, dando luz verde a proyectos que jamás hubieran sido aprobados en ninguna editorial de la época, como Historias de cronopios y de famas, Rayuela, 62/Modelo para armar, o el Libro de Manuel. Porrúa fue el único editor al que Cortázar le permitió cambiar o suprimir algo: “He releído uno por uno los que figuran en su lista negra, y coincido […] con usted en lo que se refiere a […] ‘El prisionero’, ‘Vialidad’, ‘Never stop the press’ (C1: 256) ”; a diferencia de Roger Caillois o Claude Gallimard con quienes comenzó a publicar en Francia y sostuvo “rayuelescas” disputas del tipo: “Caillois […] eligió ‘La noche boca arriba’, [pero] le contesté que yo al cuento no le tocaba ni un pelo, y que si no se publicaba tal cual prefería que no apareciera en francés. Lo pensó mejor, y el cuento es absolutamente fiel al original (C1: 360)”. Otro diálogo interesante es con Orfila Reynal [fce/Siglo XXI], en el que acordaron el estilo, el formato y la publicación de los primeros libros-almanaque (C2: 910).

El papel autobiográfico es otra razón para acercarse a los epistolarios. Si bien hoy existen varias biografías interesantes de Cortázar, yo recomiendo leer sus cartas y oír su voz en primera persona, que te cuenta preocupada los acontecimientos sociales de cada década; sus dudas sobre el valor de su propia obra; indignarte con él ante una crítica injustificada o una mala traducción; e inmiscuirte en el proceso editorial de sus libros y discutirle –como hicieron todos– sobre la dirección de la portada de Rayuela. Es decir, te hablará como un hombre común que ríe y llora (literalmente) y te contará conmovedoramente de su mamita querida. El asunto de la traducción y sus traductores es realmente una telenovela: baste decir que Edith Aron, en quien se inspiró el personaje de la Maga, fue su traductora al alemán.

Carol Dunlop y Julio Cortázar. Archivo: Aurora Bernárdez.

Las cartas también nos sirven para descubrir cómo planeaba sus cuentos, poemas, novelas o textos misceláneos. Por ejemplo, gracias a ellas sabemos que la más estética de sus novelas, 62/Modelo para armar, nació junto con los cuentos de Todos los fuegos el fuego, porque serían un siamés literario. Y ni qué decir de toda Rayuela, desde sus primeros trazos, cuando escribía capítulos en cafés parisinos sin saber para qué servirían, hasta la revisión de galeras y pruebas finas, el (re)acomodo de capítulos y la construcción del tablero de dirección.

Finalmente, uno hallará cartas abiertas en lugar de ensayos literarios, como la elegía que dirigió a Felisberto Hernández, una de sus máximas influencias fantásticas, en “Carta a mano”. Asimismo, son conocidas las críticas epistolares a El arco y la lira, a La casa verde o a La región más transparente. Afirmaba no tener ni la inteligencia ni la paciencia para escribir ensayo, pero estos textos “al correr de la máquina” tienen consideraciones lúcidas, elocuentes y conmovedoras: la carta a Fuentes termina: “Yo no sé si su libro me ha hecho conocer un poco mejor a México, me basta […] haberlo conocido mejor a usted” (C1: 380).

Si muero lejos de ti

Sabemos del amor que Cortázar prodigaba a Francia, Argentina y Cuba. ¿Y México? Empecemos por decir que reconocía la mística de la cultura mexicana y al parecer nunca cambió esa imagen. Desde 1939, pensaba en que para cumplir con su destino necesitaba dejar Argentina y en su mente sólo había dos lugares posibles: París o México. “¿Por qué Méjico?, la respuesta es simple –le diría en una carta a Gagliardi–, porque allí ha vivido siempre una juventud llena de ideales, trabajadora y culta que apenas se encuentra en Buenos Aires. Me gustaría poder apreciar por mí mismo si todo lo que me han contado de Méjico es cierto: desde las pirámides aztecas hasta la poesía popular” (C1: 43). En su idea romántica sería un marinero o un polizonte y viajaría con sólo “una valija pequeña, un cuaderno y un libro de poemas” (C1: 43). Pero pasarían 35 años antes de que desembarcara en tierra azteca, hasta marzo de 1975, y no por un viaje de placer o para impartir una conferencia, sino para ser parte del “tribunal Helsinki” por los juicios de lesa humanidad contra la dictadura chilena.

Carol Dunlop y Julio Cortázar tomándose fotografías mutuamente. Archivo: Aurora Bernárdez.

Cinco años después, finalmente pudo disfrutar del país al vacacionar en Zihuatanejo, junto a Carol Dunlop. Ahí fue donde idearon el viaje por carretera documentado en su libro a cuatro manos: Los autonautas de la cosmopista. También escribió el onírico Cuaderno de Zihuatanejo. El libro. Los sueños. Le gustó esa playa solitaria porque, según sus palabras, en ese lugar no lo iban “a joder periodistas o escritores”.

Recordaremos también que Final del juego se publicó por primera vez aquí, en la editorial de Juan José Arreola, con tan sólo nueve relatos, dos de los cuales tienen referencias mexicanas: “Axolotl” y “La noche bocarriba”. Sin embargo, la edición que todos conocemos es la de Sudamericana de 1964, con 18 cuentos, dividida en tres partes. Cortázar explicó que no pretendía ningunear a los cuates mexicanos por publicar el mismo libro ampliado, sino presentar textos que casi nadie conocía por el corto tiraje de apenas 600 ejemplares.

En México encontró el lugar para llevar a cabo una de sus ideas más estrambóticas: sus libros-almanaque (también llamados libros collage, almacén, esponja, panópticos, misceláneos, mosaico, iniciáticos, o simplemente “libros cómplice”). Cuando en 1965 el fce le ofreció publicar un breviario, Cortázar aceptó, pero bajo ciertas condiciones: un libro de tamaño inusual, multitemático y multigenérico, aderezado con ilustraciones, dibujos, viñetas, fotografías y grabados. El proyecto se concretó en la editorial Siglo XXI, fundada por Orfila Reynal después de dejar el fce. El autor dio un paseo por su biblioteca y buscó en revistas, noticias policiales, afiches, frases de cartas, cualquier cosa para crear La vuelta al día en ochenta mundos, Último round y Territorios. La apertura de estos se extiende en todos los ámbitos: literario, musical, humanístico, político, incluso erótico.

Su obra más célebre publicada en nuestro país fue ‘El perseguidor’, en la Revista Mexicana de Literatura de 1957”.

Otro capricho consentido en México fue Fantomas contra. los vampiros multinacionales. La idea le vino a la mente cuando cayó en sus manos una historieta del héroe enmascarado donde aparecían como personajes Susan Sontag, Octavio Paz y él mismo. Cortázar rescató de la historieta algunos gráficos y escribió su propio argumento. El periódico Excélsior lo publicó y vendió en los puestos de periódicos en 1975. Pero la obra más célebre publicada en nuestro país fue “El perseguidor”, en la Revista Mexicana de Literatura de 1957.

Si quisiéramos señalar la visita más memorable del cronopio a México, esta fue, sin duda, cuando se presentó en 1983, en el auditorio Justo Sierra, mejor conocido como “Che Guevara”, de la Facultad de Filosofía y Letras en Ciudad Universitaria. Aquel día mantuvo una charla con una multitud que superaba las cinco mil personas. Su llegada, una noche anterior, es narrada por Eduardo Casar en su novela corta Amaneceres del húsar.

Es increíble la cantidad de recuerdos que acarrea este cuadragésimo aniversario luctuoso, podría seguir hablando de cuando Cortázar cuidó la edición de Paradiso, por pedido de Lezama Lima, para editorial era, o de los múltiples artículos publicados en Proceso o en Unomásuno, o de la entrevista que le hizo Eduardo Lizalde en 1975; pero va siendo hora de poner un disco de Charlie Parker, abrir una botella de Sylvaner y prepararnos un château saignant, para brindar a la memoria del mayor de los cronopios.

Referencias bibliográficas

Barrios, Alfredo. “La baraja cortazariana. Los cuentos de Julio Cortázar”, La Plaza, suplemento de El Economista (2 de septiembre de 2008).

—— 2020a. “Tristán Bauer y la vida de Cortázar”, La mascarada. Anfiteatro Monocromo, <https://lamascarada.com.mx/2020/02/12/tristan-bauer-y-la-vida-de-cortazar/>

—— 2020B. “La conciencia distópica de Julio Cortázar en dos obras primigenias: Bestiario y El examen”, Revista de Culturas y Literaturas Comparadas, volumen 10, diciembre de 2020.

Bernárdez, Aurora. Comunicación personal, 2013.

Cortázar, Julio. Cartas, 3 vols. Aurora Bernárdez, ed., Buenos Aires: Alfaguara (Biblioteca Cortázar), 2000.

—— El examen. Buenos Aires: Sudamericana/Planeta, (1950)/1986.

González Bermejo, Ernesto. Conversaciones con Cortázar. Barcelona: Edhasa, 1978.

Monballieu, Aagje. “Más que un amateur esclarecido. La afición de Julio Cortázar por la filosofía de Heráclito”, Neophilologus, 2011.

Porrúa, Francisco. Comunicación personal, 2013.

Prego, Omar. La fascinación de las palabras. Conversaciones con Julio Cortázar, Barcelona: Muchnik, 1985.

Yurkievich, Saúl. “Nota a la edición”, en Julio Cortázar, Obras completas II. Teatro. Novelas I, Saúl Yurkievich (ed.), Barcelona: Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2004, pp. 41-45.



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